La izquierda antagonista en Podemos tras el 20-D

Pablo Gomez Perpinya, concejal  de Somos Pozuelo y militante de Anticapitalistas

Creo que esta vez cualquier análisis de los resultados del 20-D se dejará cosas en el tintero. Hay mucho que estudiar, así que valgan las siguientes líneas como una breve aproximación de lo que a mi juicio son las claves tras las elecciones más determinantes desde 1982.

Los resultados de la jornada del domingo sólo pueden entenderse mirando hacia atrás; una foto fija reduciría a lo absurdo, a lo anecdótico, un proceso que lleva cociéndose a fuego lento varios años y que está empezando a cristalizar en poder institucional. Un proceso articulado a partir de un estado de ánimo generalizado y que incluye cinco ingredientes:

  1. El cambio en la percepción de la población respecto de la Transición, rompiendo el relato idílico sobre el que se construyó la monarquía parlamentaria y propiciando el resurgimiento de un cierto sentimiento de frustración especialmente entre la población más joven.
  2. La incapacidad del PSOE para seguir representando a las clases populares como consecuencia del acortamiento del espacio político de la socialdemocracia en Europa y de las principales traiciones perpetradas durante la crisis económica: el rescate bancario, la reforma laboral y la reforma del artículo 135 CE.
  3. El descrédito de los viejos partidos como consecuencia de la corrupción, que comienza a considerarse más como un mal estructural de nuestro sistema político que como una sucesión de casos puntuales.
  4. Un anhelo democrático y constituyente latente que toma el 15-M como momento de referencia y que impregna el estado de cosas actual.
  5. La quiebra del modelo de integración territorial.

 

Cinco ingredientes que Podemos ha sabido unir, que han generado una herramienta potente capaz de recabar más de 5 millones de votos y que no ha dejado de crecer desde su nacimiento. Sin embargo, no es tanto por lo cuantitativo sino por lo cualitativo, por lo que estas elecciones pasarán a la historia. Podemos ha asumido la tarea de construcción de una nueva subjetividad colectiva, una nueva mayoría sobre la base de un relato de lo que fuimos, de lo que somos y de lo que queremos ser. Una tarea que sólo puede desarrollarse en forma de conflicto entre los diferentes grupos que integran el movimiento, en tanto representan intereses, aunque no materialmente opuestos, sí diferentes. Y ello no necesariamente representa una debilidad, sino todo lo contrario. Una de las principales tareas del movimiento para esta etapa es el desalojo de las instituciones del grupo dirigente, y ciertamente ello sólo es posible poniendo en práctica la máxima leninista de la alianza de clases. Podemos es, sin lugar a dudas, el único actor capaz de articular un frente plurinacional en el que puedan estar representados los diferentes grupos que mantengan contradicciones con el grupo dirigente. De esta alianza dependerá también el éxito del movimiento a la hora de modificar aspectos estructurales del orden actual, y ello la convierte en una tarea de época.

Ciertamente hablamos de un proceso que no está exento de riesgos. La reducción de Podemos a un proyecto para la reordenación del capitalismo en la periferia europea o la desviación del movimiento para la consecución del obtuso objetivo de relevar a las élites actuales, son riesgos que no han desaparecido. Las alianzas siempre entrañan contradicciones y explicitarlas es una buena manera de hacer una digestión eficaz. Pero no es menos cierto que desde las corrientes que abogamos por la ruptura democrática podemos establecer diques de contención que aceleren el proceso de empoderamiento popular y reduzcan la capacidad de influencia de los sectores menos avanzados y que previsiblemente tentarán al movimiento hacia posiciones de asimilación de aspectos nucleares del viejo régimen. Es esta nuestra particular tarea histórica, el papel que demos jugar en el nuevo escenario surgido tras el 20-D y para el que deberemos contar con las mejores cabezas de la izquierda antagonista.