Despotismo oligárquico, Grecia y Podemos

Jaime Pastor | Vientosur

Desde que en 2008 estalló la crisis sistémica de este capitalismo global financiarizado vivimos unos tiempos acelerados y convulsos que apenas ayudan a detenerse y analizar las corrientes de fondo dentro de este cambio de época. Con todo, hay esfuerzos en ese sentido siendo quizás uno de los más leídos en medios de la izquierda e incluso académicos el que realiza desde hace tiempo Wolfgang Streeck. En uno de sus artículos con título optimista (“¿Cómo terminará el capitalismo?”) subraya tres tendencias contemporáneas sobre las que no es difícil coincidir: un declive persistente de la tasa de crecimiento económico; un aumento igualmente constante de la deuda global y, finalmente, una profundización de la desigualdad económica, tanto de ingresos como de riqueza.

Streeck destaca también cómo “la protección institucional de la economía de mercado frente a las interferencias democráticas ha avanzado mucho en las últimas décadas”, siendo buena muestra de esto “la des-democratización del capitalismo europeo sin, por supuesto, despolitizarlo”. Después de constatar, recordando a Karl Polanyi, los límites a los que ha llegado la mercantilización del trabajo, la naturaleza y el dinero, diagnostica cinco problemas centrales del capitalismo actual: el estancamiento económico (secular pero con burbujas recurrentes), la redistribución oligárquica de la riqueza y la separación creciente del destino de las elites económicas del de las masas, el saqueo del dominio público, la corrupción sistémica y la anarquía global en el plano geopolítico pese a la persistencia de la hegemonía estadounidense. Todo este proceso se ha visto acompañado –y estimulado- por las transformaciones del Estado: desde el fiscal de posguerra al endeudado y, finalmente, al austeritario del momento actual. Streeck vaticina finalmente un “período largo y doloroso de decadencia acumulativa” del capitalismo que puede tener ciertas semejanzas, aunque también diferencias, con el vivido durante los años 30 del pasado siglo.

Al margen de las controversias que puede provocar este pronóstico y de que subestime la relevancia de factores como la crisis energética, el cambio climático o los efectos en una desigualdad estructural mayor como la de géneros, etnias y naciones, no parece difícil coincidir en el análisis a grandes trazos que hace del momento histórico que estamos viviendo. Lo más llamativo es, sin embargo, que, como también señala Streeck, “ya nadie cree en un renacimiento moral del capitalismo. El intento de Weber de evitar que se confundiera con la codicia ha fracasado finalmente, puesto que más que nunca se ha convertido en sinónimo de corrupción”. Esta es la gran paradoja de nuestro tiempo: se acabó el relato del “progreso” social bajo el capitalismo, con lo que el déficit no solo de legitimidad sino también de eficacia (salvo para el 1%) del mismo no hará más que aumentar en los próximos tiempos; empero, la capacidad de los y las de abajo para convertir esta crisis en una oportunidad para frenar esta “Gran Involución” y caminar hacia una salida alternativa y solidaria se encuentra enormemente limitada y generalmente reducida a luchas a escala nacional-estatal. Nada parece más urgente, por tanto, que la reconstrucción de un internacionalismo abiertamente antagónico de las clases trabajadoras, desposeídas y empobrecidas frente a un gran capital transnacional cada vez más enriquecido y ajeno a la satisfacción de las necesidades de las mayorías sociales y a la sostenibilidad de la vida en el planeta.

La clave griega

Hemos podido comprobar todo esto con el desenlace, esperemos que no definitivamente resuelto, de la contradicción vivida en Grecia entre el No del referéndum a la austeridad de la troika y Merkel, por un lado, y la capitulación del gobierno de Tsipras frente a sus dictados, por otro. Nunca había quedado más evidente la disposición de “las instituciones” (con el Banco Central Europeo a la cabeza) a imponer su tan predicada “gobernanza” al servicio de la deudocracia frente a la decisión soberana de un pueblo dispuesto a sobrevivir a la catástrofe que está sufriendo.

Con la instauración de un verdadero protectorado este golpe de estado financiero se convierte en un aviso frente a cualquier intento de desafiar la Constitución económica de la eurozona por parte de uno u otro gobierno, aunque éste cuente con el apoyo de una amplia mayoría de la población. El mito de la Europa democrática y de los derechos sociales se ha visto así finalmente derrumbado y a esto han contribuido también los partidos socialdemócratas europeos, convertidos en fieles servidores de la deudocracia.

En efecto, por desgracia, la idea de “Europa” e incluso la del euro como símbolos de prosperidad funcionaron como referentes en unos pueblos del sur -el griego, el portugués y el español- que salían de unas dictaduras en los años 70 del pasado siglo y a los que se les ofreció entrar en “el club de los ricos” en plena “guerra fría”. La euforia del euro y el “capitalismo popular” fueron instalándose en unas nuevas capas medias ascendientes pero luego llegaría la frustración a partir de 2008. Pese a que hoy aquella narrativa optimista pertenece ya al pasado, todavía funciona como recuerdo nostálgico frente al miedo a lo desconocido: en resumen, en lugar de percibir la “austerofobia” como el justificado rechazo al despotismo del euro, persiste el temor a ser acusados de “eurofobia” bajo el chantaje de que la única Europa posible es la de la eurozona.

Esa resistencia a aceptar que ha cambiado el escenario explica la facilidad con la que la salida del euro, presentada por la gran mayoría de los medios de (des)información como equivalente al desastre y al caos, continúa pesando en amplios sectores de las clases subalternas. Por desgracia, el gobierno de Tsipras ha acabado resignándose frente a ese discurso dominante. Por eso, como propone también Perry Anderson1, habrá que concluir que hasta que la rabia no consiga ganar al miedo, no será posible avanzar hacia una ruptura con esta “Europa”, cada vez más asimétrica y dependiente de un “centro” bajo la hegemonía geoeconómica de un Estado alemán dispuesto, en cambio, a preservar su soberanía política siempre que sea necesario a través de su Tribunal Constitucional.

En el Estado español, ¿continuidad, recambio o cambio?

Con el precedente de la primera batalla de envergadura perdida en Grecia habrá que reflexionar sobre lo que está en juego en las próximas elecciones generales españolas si realmente queremos revertir el discurso oficial de los Rajoy y compañía de que “no hay alternativa” frente al austeritarismo. Por eso no se entiende el apoyo mostrado por dirigentes de Podemos a la capitulación que finalmente ha firmado el gobierno griego compartiendo, además, la falsa excusa de la “correlación de fuerzas·”, a sabiendas de que el No en el referéndum había cambiado precisamente esa situación a favor de una posición más firme frente a los acreedores.

Con esta actitud acrítica se asume el mismo error cometido por Tsipras y subrayado por parte de su oposición interna desde hace tiempo: la nula disposición a preparar un plan B (que implique todo un bloque de medidas de transición, incluida la salida del euro, en el sentido que apuntaban la Plataforma de Izquierdas, Lapavitsas, Toussaint o el mismo Varoufakis) que demuestre, frente a la troika y a Merkel, que sí había y hay alternativa frente a sus dictados. Un error que es más grave cuando se sostiene que “España no es Grecia” y, por tanto, se reconoce que se podría hacer valer mucho más la capacidad de presión que se podría ejercer frente a la troika y Merkel apoyándose en el peso económico español y en el “efecto contagio” que tendría una salida del euro dentro de la propia UE en el caso de que se nos quisiera imponer el austericidio.

En este marco general de crisis de la eurozona y de acoso permanente al pueblo griego se van a desarrollar las elecciones catalanas del 27 de septiembre en Catalunya y las generales de noviembre-diciembre. Las primeras van a ser sin duda una prueba de fuerza con el régimen del 78 y su pilar más debilitado, el Estado autonómico; pero también lo serán respecto a cómo se articula la aspiración a la soberanía del pueblo catalán con la defensa de los derechos sociales y la apuesta por otro modelo de país y de sociedad. Tres candidaturas aparecen en competencia en ese camino: la de Junts per el Sí, la de Catalunya Sí que es pot y la de CUP-Crida Constituent. Frente a ellas so son los hasta ahora dos principales partidos de ámbito estatal los que aparecen como los posibles grandes perdedores y sin que Ciutadans logre compensar su caída. Lo que sí parece muy probable es que, aun no saliendo una mayoría independentista de esas elecciones, sí habrá una mayoría soberanista dispuesta a seguir desafiando al régimen en la reivindicación del derecho a decidir su futuro. Un régimen que, tanto por parte del PP como del PSOE, sigue aferrándose al fundamentalismo constitucional y a la defensa de la “unidad de España” como única respuesta frente a una fractura que tiende a profundizarse.

Junto a esta dinámica de confrontación creciente en torno al futuro de Catalunya –agravada por las amenazas por parte del gobierno del PP de recurrir al artículo 155 de la Constitución y a la nueva Ley de Seguridad Nacional- y, no cabe tampoco ignorarlo, de otros pueblos, como el vasco y el gallego, son la crisis social y la de la democracia las que ocupan el centro de la agenda política y los alineamientos del electorado. Tres opciones principales aparecen en disputa de cara al otoño: una, la propugnada por el PP de mera continuidad del régimen actual –maquillada por una renovación generacional-; otra, la de Ciudadanos, dispuesta a ofrecerse como “muleta” para la regeneración del PP o del PSOE en función de los resultados en torno a una nueva versión neoliberal; otra, en fin, la de Podemos, a favor de un “cambio” cuyo contenido sigue moviéndose en la ambigüedad calculada y con oscilaciones entre el reformismo y el rupturismo con el régimen y la troika en sus últimos pronunciamientos.

Una ambigüedad que también se manifiesta respecto al conflicto catalán-español, ya que, si bien hay por fin un reconocimiento de la plurinacionalidad, el equipo dirigente de Podemos continúa siendo reacio a la apuesta por un proceso constituyente propio en Catalunya, no subordinado al que se propugna a escala estatal. El argumento según el cual hasta que no se rompa el candado de la Constitución del 78 no será posible ejercer el derecho a decidir no se sostiene cuando más de un experto constitucionalista ha reconocido que incluso con una lectura abierta de la ley fundamental se podría haber permitido la consulta del 9-N; y, sobre todo, cuando estamos viendo que el desafío catalán se está convirtiendo en un factor clave de debilitamiento del régimen del que una fuerza como Podemos debería servirse para mejorar la tan recurrida “correlación de fuerzas” a escala estatal. Las lecciones de la historia, desde las promesas incumplidas de Azaña hasta las de Zapatero, están ahí para comprender ese rechazo desde Catalunya a la subalternidad, con mayor razón cuando no hay garantías de que después de las elecciones generales haya condiciones para un proceso constituyente a escala estatal.

Los últimos sondeos parecen, además, confirmar que la capacidad de resistencia al desgaste por parte de PP y PSOE es mayor de la que cabía prever a partir de las elecciones europeas, mientras que por el contrario el ascenso de Podemos parece haberse frenado bruscamente; en cambio, Ciudadanos sube, si bien no todo lo que gustaría a los poderes económicos que lo están apoyando. Cabe encontrar una explicación a cada caso: el PP puede haberse beneficiado del discurso de la “recuperación económica” y del miedo a Podemos y a la ruptura de la “unidad de España”; el PSOE, de sus ganancias en poder territorial tras las elecciones municipales y autonómicas y de un distanciamiento táctico frente a algunos recortes sociales. Por el contrario, en lo que afecta a Podemos, es posible que en su retroceso haya influido una mala lectura de los resultados del 24M, no reconociendo que durante la campaña y bajo los efectos positivos de la nueva “revolución democrática” se estaba conformando una nueva “marea” ciudadana capaz de generar mayor ilusión en que se puede “ganar” en las generales en torno a nuevas “confluencias” más allá de Podemos.

Confundiendo interesadamente iniciativas como “Ahora en Común” con meras maniobras de Izquierda Unida (aunque, sin duda, ésta ayudó torpemente a esa interpretación), los dirigentes de Podemos mostraron un preocupante menosprecio de amplios sectores de activistas y de la ciudadanía que no están ni estarán en Podemos pero que, sin embargo, quieren confluir con esta formación y le piden únicamente generosidad y apertura. Nos encontramos ahora con que las limitaciones de Podemos para, por sí solo, volver a crear ilusión en el “cambio” son cada vez más visibles y han quedado patentes en la contestación interna y la baja participación que han tenido las primarias y la consulta sobre las alianzas. La aspiración a funcionar como una “maquinaria de guerra electoral” ha conducido a una concepción patrimonial del partido por el equipo dirigente, a la exclusión de la disidencia de los procesos de decisión en muchos lugares y al desánimo y el abandono en muchos Círculos.

Haber desoído lo que se reclamaba en manifiestos como “Podemos es participación”, pese al elevado número de personas y cargos firmantes del mismo y cuando además ya se sabía que no iba a haber elecciones generales, ha sido un lamentable error cuyos costes todavía están viéndose. Sería bueno, por consiguiente, asumir las crecientes limitaciones que tiene el modelo de democracia plebiscitaria, sobre todo una vez que hemos visto ir diluyéndose el “efecto tsunami” de las elecciones europeas y que el propio discurso oficial, pese a transgredir más de una vez algunas “líneas rojas” a la búsqueda del “centro”, se ha mostrado ineficaz para “ganar” a nuevas capas del electorado y, en cambio, ha desconcertado a sus propias bases.

No parece, además, que sea suficiente compensar ese cierre de la cúpula de Podemos con la formalización de alianzas a escala autonómica, o con la disposición a incluir a personas independientes dentro de la marca Podemos en los próximos meses. Sobre todo cuando esas alianzas se están dando más con fuerzas políticas que, en el mejor de los casos, se mueven entre la vieja y la nueva política (como ICV, EUiA y Compromís) y se relega a un segundo plano a otras como Procès Constituent en Catalunya o, simplemente, se renuncia a estimular unas primarias efectivamente abiertas a toda la ciudadanía.

Estamos todavía a tiempo de (re)construir un partido-movimiento y no dejarlo para después de las elecciones, frente a lo que prometen ahora dirigentes de Podemos. Sólo hace falta derrochar imaginación y generosidad y no temer el desborde de una dinámica participativa que es la única garantía de volver a crear ilusión en que se puede “ganar” las próximas elecciones generales. Estoy convencido de que voluntad de colaboración en esa tarea no faltará por parte de quienes, aun siendo cofundadores de Podemos, hemos ido adoptando posiciones cada vez más críticas frente al rumbo que se ha ido siguiendo durante este corto pero intensísimo año y medio de vida de una formación que, gracias –no lo olvidemos- al camino abierto por el 15M, está marcando un antes y un después en nuestra historia política y social.

Jaime Pastor es profesor de Ciencia Política de la UNED y miembro del Consejo Ciudadano Autonómico de Podemos en la Comunidad de Madrid

Notas:

  1. New Left Review, 87, julio-agosto 2014, pp. 38-68.

  2. Para un pronóstico multidimensional, atrevido pero documentado, sobre el Largo Declive: En la espiral de la energía, Vol. 2, “Colapso del capitalismo global y civilizatorio”, de R. Fernández Durán y L. González Reyes, Libros en Acción-Baladre, Madrid, 2014.

  3. “Acuerdo neocolonial y punto de bifurcación en Syriza”, Viento Sur, 24 de julio de 2015. Disponible en http://www.vientosur.info/spip.php?article10329

  4. El error de Tsipras”, Viento Sur, 24 de julio de 2015. Disponible en http://www.vientosur.info/spip.php?article10331

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