DE LA "MAREA HUMANA" AL MIEDO AL "DESORDEN"

Domingo 29 de junio de 2003

Artículo publicado en "El viejo topo", nº 181-182, julio-agosto 2003
Por Jaime Pastor

(Nota: Este artículo fue terminado de escribir el 4 de junio y no incluye por tanto una valoración de lo ocurrido posteriormente en la Comunidad de Madrid)

Los resultados de las elecciones del 25-M han sido objeto de distintas interpretaciones, la mayoría de ellas interesadas en forzar una proyección de los mismos a favor de uno u otro de los principales contendientes. Sin embargo, la dificultad de un juicio rotundo en términos de ganadores y perdedores ha saltado a la vista muy pronto, sobre todo si tenemos en cuenta cuáles eran las expectativas previas.

En efecto, no ha habido una verdadera derrota del PP (éste ha ganado Baleares y Madrid-capital, por ejemplo) pero tampoco la ha habido en las fuerzas de la izquierda (han ganado Madrid-Comunidad y conocen un aumento en votos -en el caso del PSOE, CHA, ERC e ICV- y, al menos, un freno en su declive en el caso de IU y una estabilización en el caso del BNG). Todo esto se ha producido en el marco de un aumento de la participación electoral, en comparación con elecciones similares en el 99, y siempre teniendo que reconocer la especificidad del mapa político vasco, en donde sí se puede afirmar que los resultados del bloque PP-PSOE y los votos nulos no son los esperados por Aznar.

¿Hacia un nuevo ciclo político?

En estas condiciones no puede afirmarse que hayamos entrado ya en un nuevo ciclo político que anuncie una tendencia creciente al desgaste del gobierno del PP y una perspectiva probable de victoria de la izquierda en las elecciones generales de marzo de 2004. Que todo esto se produzca o no va a depender de la evolución de los conflictos políticos y sociales en los próximos meses y de cómo puedan aprovechar los mismos las principales fuerzas para inclinar la balanza en un sentido u otro.

En cualquier caso, el desenlace del 25-M ha provocado cierta decepción y perplejidad en muchas gentes de la izquierda social y cultural que esperaban un mayor reflejo del choque de legitimidades vivido en los últimos meses mediante un mayor voto de castigo al PP. Se impone, por tanto, una reflexión sobre el por qué de lo ocurrido, aun dejando claro que ya antes del 25-M parecía fácil prever que no iba a haber un "vuelco electoral" y que la posibilidad de "empate" era probable, dado que la mayoría de los "indecisos" eran en realidad voto oculto al PP.

Una primera explicación se sitúa en un plano más general: aunque los sondeos reflejaban una mayoría de la opinión pública contraria a la guerra contra Iraq, no se podía deducir de esto que fuera a darse un desplazamiento significativo de votos en unas elecciones en las que no estaba en juego una guerra que ya se había producido y, en cambio, incidían factores a escala "regional", local y de condiciones de vida cotidiana. Pasar de la impugnación del apoyo de Aznar a Bush a cuestionar toda la política de aquél cuando, además, ya había transcurrido el momento "caliente" del choque de legitimidades, era un salto individual difícil de dar en tan poco tiempo, con mayor razón cuando el contexto cultural dominante es el generado por dos decenios de neoliberalismo y neoconservadurismo, reforzados por el 11-S y la "guerra global" e indefinida de Bush. Ha sido precisamente la explotación de los contravalores difundidos por esas ideologías (sobre todo, "seguridad" vs. inmigración-delincuencia-terrorismo-amenazas a la unidad de España) lo que ha sabido hacer Aznar con toda su firmeza, logrando así movilizar a toda su base social con el fin de poder conjurar el riesgo de un importante retroceso electoral.

Pero, además, hay que tener en cuenta que las relaciones entre la gente que ha participado en las movilizaciones y las redes y partidos que han impulsado o participado en las mismas se han dado en un marco en el que han sido canales virtuales -como determinados medios de comunicación e Internet- los que han actuado de mediadores o amplificadores de las convocatorias, sin que haya habido el tiempo político suficiente para convertir esa participación en aumento del tejido asociativo y en confianza política capaces de superar la distancia entre la lógica expresiva de la protesta y la lógica instrumental del voto (salvo en lugares como Barcelona y otros más localizados). Los esloganes "¡que no nos representan!", "lo llaman democracia y no lo es", "Otra democracia es posible" mostraban un rechazo al gobierno, a su partido y a su desprecio de la opinión de la ciudadanía; pero no por eso conducían a dar un paso automático hacia el alineamiento en torno a otros partidos que, habiendo participado en las movilizaciones, pudieran aparecer como voto útil frente a aquél; con mayor razón cuando en este caso ni estaba en juego la cuestión de quién iba a gobernar en el conjunto del Estado ni eran claras las diferencias que en el plano de la gestión local y autonómica podían encontrarse entre los principales partidos.

A pesar de todo lo anterior, sí se puede sostener que gran parte de las gentes que han vivido una intensidad participativa mayor en el pasado reciente han ido a votar a partidos de izquierda, incluidos los verdes, o en blanco. Es en esos sectores donde se pudo percibir un proceso de repolitización en unos casos, o de entrada en la política por primera vez en otros más jóvenes, y es con todos ellos con los que es necesario debatir con el fin de evitar un repliegue que, a lo sumo, concibiera las relaciones con los partidos en función de su utilidad concreta para ir introduciendo algún tema en la agenda política e institucional. El establecimiento de una nueva relación entre lo social, lo político y lo cultural en el contexto de la globalización del neoliberalismo y de la guerra es sin duda una tarea a largo plazo que habrá que ir desbrozando, extrayendo todas las enseñanzas del fracaso de las distintas izquierdas del siglo XX; pero para ello la implicación de los sectores más activos de los movimientos y de una nueva generación política es fundamental. Porque ha podido haber sin duda mucho voto útil al PSOE pero la credibilidad de este partido como "exponente" del "movimiento de movimientos" es sin duda bajísima. En el caso de IU puede serlo mucho más para determinados sectores pero no, desde luego, lo suficiente para garantizar que su relativa recuperación electoral vaya a ser puesta al servicio de una revitalización democrática interna, un aumento significativo de la afiliación, una renovación generacional y, sobre todo, una orientación política hacia la izquierda; en este aspecto la voluntad manifestada por su mayoría federal de participar en gobiernos dirigidos por un PSOE que mira ahora más abiertamente a su derecha, es un signo negativo.

Haría falta, en resumen, pensar en un doble proceso a poner en marcha. El primero, necesario tanto en las viejas como en gran parte de las nuevas organizaciones sociales y políticas -incluidas las de izquierda alternativa-, sería el de reinterpretar mejor los cambios socio-culturales que se han ido produciendo para poder reformular los discursos y las vías de articulación organizativa que permitan reconstruir vínculos sociales con los y las de abajo a través de una mayor atención a los problemas ligados a las consecuencias concretas de la ofensiva neoliberal y autoritaria; el tema de la vivienda surgió, por ejemplo, y de forma demagógica, sólo en la última fase de la campaña, mientras que la cuestión de los servicios públicos y derechos sociales apareció en muy segundo plano, por no hablar de la ausencia de discursos a favor de una política fiscal progresista garante de aquéllos. Pero, además, esas organizaciones deberían dar muestras de autorreforma, desburocratización, descentralización y renovación generacional internas, así como de potenciación de la horizontalidad frente a la verticalidad hoy dominante, con el fin de hacerse atractivas a la afiliación y a la participación. Todo ello debería hacerse, sin embargo, a sabiendas de que en determinadas materias -como las relacionadas con la plurinacionalidad y pluriculturalidad y, sobre todo, con la urgencia de un cambio cultural en el plano ecológico- seguirá siendo necesario ir en contra de la corriente de opinión dominante en unas sociedades estatocéntricas y consumistas.

El segundo es el que habría de llevar a repensar la relación entre las redes de los movimientos y la izquierda política en términos de alianzas y de complementariedad y no de competencia: obviamente, ello implica el respeto del protagonismo de los movimientos y de su autonomía y, al mismo tiempo, exige que los partidos compartan lo que son señas de identidad del "movimiento de movimientos": el No a la Guerra, al Neoliberalismo y al Racismo. Precisamente porque el PSOE ha demostrado y demostrará profundas contradicciones con ese "gran rechazo" y porque no hay garantías de que las otras fuerzas de izquierda, incluida IU, no se vayan a convertir en subalternas de aquél, existe aquí un vacío que es imprescindible cubrir. Por eso, si una parte al menos de la gente que ha entrado -o vuelto- en la política en los últimos meses se incorporara a la tarea de reconstruir una izquierda anticapitalista y alternativa, como está ocurriendo ya en países como Italia, Francia o Escocia, se podría dar un avance significativo en la configuración de un polo distinto de los que hoy representan el social-liberal, el comunista tradicional o el nacionalista, por no hablar del "verde", cuyo fracaso como proyecto autónomo ha quedado confirmado en estas elecciones. La creación urgente de ámbitos y foros de reflexión que permitan tender puentes entre quienes desde distintas procedencias buscamos ese polo alternativo superador de la insatisfacción que producen las izquierdas políticas realmente existentes, adquiere todo su sentido dentro de ese horizonte al que habría que ir acercándose.

Salir de la perplejidad

Debemos, por tanto, evitar cierto derrotismo que conduzca a pensar que la efervescencia colectiva vivida en la lucha contra la guerra (con el 15-F como primera jornada global de la historia), culminación a su vez de un ciclo de protestas intenso, ha quedado en nada. Por el contrario, hay que seguir considerando que ha constituido un salto importante que dejará su poso a medio plazo en el desarrollo y reforzamiento de distintas redes de socialización en torno a una cultura política de movilización "contrahegemónica", minoritaria pero ya no marginal en muchos lugares. Esto no significa menospreciar los factores antes apuntados y, sobre todo, la débil "economía moral" de la que partíamos y que explican que el reflejo electoral de todo ese proceso reciente haya sido tan limitado. Algunos hemos insistido desde hace tiempo en el peso de los factores de "larga duración" recordando, además, que en el caso español no ha habido experiencias similares a las vividas en el 68 francés o en la "revolución de los claveles" portuguesa y, sin embargo, sí ha habido una transición política sin ruptura con el franquismo que ha terminado generando una cultura de "cinismo político" en la mayoría de la sociedad (1).

Pero incluso en el caso francés hay que recordar también que, frente a la revuelta juvenil y a la Huelga General que sacudieron aquel país en Mayo del 68, De Gaulle supo movilizar a continuación a una parte importante de la sociedad en torno a un discurso del miedo frente al caos que le permitió, apenas un mes después, obtener la mayoría absoluta en unas elecciones y sin que la fuerza más próxima al movimiento, el Partido Socialista Unificado (PSU), lograra un resultado satisfactorio. Los efectos de la crisis vivida se comprobarían, sin embargo, al año siguiente y, sobre todo, se expresarían en la emergencia de una nueva generación -la última forjada en el optimismo histórico- que, pese a ser derrotada políticamente, volvió a poner de actualidad la posibilidad de la revolución en el seno de los países imperialistas. Ahora, sin embargo, no se trata tanto de esto último (¿todavía?) como de recomenzar la tarea de reconstitución de un nuevo sujeto colectivo y plural, tras las duras derrotas sufridas por el movimiento obrero y la izquierda, en torno a un nuevo imaginario capaz de ir "destituyendo" el que está arraigado hoy en el "sentido común" dominante, basado en la "defensa de la seguridad de Occidente" frente a todo tipo de disidencias.

Tenemos también otra experiencia más reciente, la de Argentina, en donde apenas año y medio después de la "insurrección de nuevo tipo" del 19 y 20 de diciembre de 2001 ha habido una participación masiva en unas elecciones, pese a la consigna de abstención activa propugnada por la mayoría de los colectivos que se reclaman de aquel movimiento. Una de las lecciones extraída después por uno de los animadores del "Que se vayan todos" era precisamente la siguiente: "Quizás cuando diseñamos esa estrategia (la del boicot activo), cuyo objetivo era deslegitimar al próximo gobierno, no estuvo del todo mal pensada: unos meses antes de la elección Menem tenía un porcentaje moderado en las encuestas, y los medios todavía no habían inventado la amenaza de López Murphy. Pero, desde que ambos datos entraron a escena, poco antes de la votación, el panorama político cambió bruscamente. Para la gente, con justa razón, ya no daba lo mismo quien ganara, y desde los movimientos sociales no tuvimos la capacidad de verlo a tiempo" (2). Salvadas las distancias, puesto que en nuestro caso esa visión de que "no daba igual quien ganara" favoreció la contramovilización electoral de la derecha social, este ejemplo ha de ayudar a entender también cómo ese desfase entre unos y otros planos se da en otras latitudes que han vivido convulsiones sociales profundas recientemente.

De todas estas experiencias hay que extraer diversas enseñanzas. Una es sin duda la constatación de que nos encontramos en sociedades profundamente divididas y polarizadas por distintas líneas de fractura y que en los momentos electorales tienden a serlo en torno a la que imponen como dominante los poderes hegemónicos. Esto es lo que sucede tras profundas movilizaciones sociales que, si no logran sus objetivos, provocan una reacción contraria de signo conservador: la vieja máxima "prefiero la injusticia al desorden" vuelve a ser la opción de quienes, aun siendo trabajadores, tienen algo que perder, sobre todo si se comparan con quienes están por debajo de ellos, los pueblos del Sur y los inmigrantes.

Otra es la que tiene que ver con fenómenos inherentes a la existencia de una sociedad de mercado en la que muchas de las gentes explotadas y oprimidas se mueven en una esquizofrenia entre su simpatía o participación en las movilizaciones contra políticas concretas, por un lado, y su oscilación entre los partidos que se alternan en el gobierno como únicas opciones de "voto útil" posibles, por otro, con mayor razón en un contexto global en el que el horizonte de expectativas de cambio radical se ha visto reducido sensiblemente. No obstante, esta esquizofrenia se ha empezado a romper parcialmente en diversos lugares tanto por el efecto del ciclo de protesta iniciado en Seattle como por la irrupción de partidos de extrema derecha y de izquierda radical que expresan nuevas formas de voto de protesta.

La "pregunta del millón"

Otra, en fin, es la necesidad, ya apuntada antes, de superar también la separación entre la política que se hace desde los movimientos y la que hay que hacer en el plano electoral e institucional. Ambas son necesarias y al mismo tiempo han sido hasta ahora mal combinadas por la mayoría de la izquierda. Por eso me parece también ilustrativa la siguiente reflexión, procedente del mismo autor argentino antes citado: "Cuando nos encontramos en las calles y descubrimos las formas de funcionamiento asamblearias y de coordinación en red, nos aferramos a ellas como a un pequeño tesoro. Las defendimos todo este tiempo con uñas y dientes contra los querían arrebatárnoslas o vaciarlas de contenido. Y está muy bien que lo hayamos hecho, y que lo sigamos haciendo, porque es la base sin la cual nunca avanzaremos en el camino de la emancipación. Pero es importante que sepamos que con eso no alcanza. Nos falta pensar y experimentar formas efectivas y realistas de gestión de lo social a gran escala. Nos falta encontrar la forma de vincularnos a la política estatal, e incluso a la electoral, sin que ellas nos terminen absorbiendo. Creo que ésta es la pregunta del millón, no sólo en Argentina sino en muchos otros países, donde la protesta social y el activismo están más vivos que nunca (como en Italia, Francia o España, e incluso EEUU y Canadá) y sin embargo, en el plano de la alta política, parece que no pasara nada" (3).

Porque, efectivamente, nuestro reto está en ir respondiendo a esa "pregunta del millón" y para ello hace falta savia nueva capaz tanto de fusionarse con las "mareas humanas" que están saliendo en la calle cada vez con mayor intensidad como de refundar una izquierda liberada de las tendencias oligárquicas dominantes dentro de las formaciones políticas realmente existentes. Hace tiempo Jorge Riechmann utilizaba la metáfora del arrecife de coral para sugerir la necesidad de un nuevo tipo de "partido de nuevo tipo" (4); quizás ahora habría que reformularla en un sentido más equilibrado, más afín a la vieja idea de "familia de movimientos", defendida por Wallerstein, de manera que la centralidad del proceso de reconstrucción de la izquierda parta del "todo" -la "economía moral" y la nueva cultura política que se han de ir forjando en el seno de los movimientos- y no sólo ni principalmente de una "parte", el partido. Pienso que de esa forma podría quedar más claro que las palancas de apoyo para la nueva subjetividad anticapitalista y alternativa en la época histórica abierta en 1991 no están ya en los viejos partidos y sindicatos (con los que sigue siendo necesario el diálogo, la unidad de acción y, allí donde sea posible, cierta transversalidad) sino, sobre todo, en el "movimiento de movimientos" global, en las redes y formaciones políticas "de nuevo tipo" que vayan surgiendo y en el nuevo movimiento obrero que en ese marco se pueda ir configurando.

 

NOTAS

  1. Por ejemplo, en mi contribución "Una izquierda alternativa, ¿para qué?", en Opciones alternativas, Los Libros de la Catarata, 2000
  2. Ezequiel Adamovsky, "Las elecciones en Argentina y el futuro del movimiento social: ¿Qué quedó del Que Se Vayan Todos?"
  3. Ibidem.
  4.  

  5. "Como un arrecife de coral", Viento Sur, nº 18, noviembre-diciembre 1994. En ese artículo el autor sugería: "Necesitamos una organización política como un arrecife de coral, capaz de ofrecer abrigo y buenas condiciones de trabajo a seres de muchas especies distintas. Una organización concebida para acumular poder real, para ganar hegemonía, lo cual no quiere decir acumular escaños parlamentarios sino -primordialmente- coordinar voluntades y esfuerzos de ciudadanos y ciudadanas. Una organización capaz de ayudar a vertebrar una sociedad cada vez más descoyuntada por el capitalismo de final de siglo. Una organización coralina, construida por acumulación, creciente en forma de red de redes, protectora de la diversidad, en la que la dimensión pedagógica y la dimensión moral sean básicas: el proyecto ha de ser de reforma intelectual y moral, por decirlo en los términos clásicos de Gramsci".
  6.  


Jaime Pastor es miembro de Espacio Alternativo y del CPF de IU

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