Prostitución y moral sexual alternativa

Sábado 6 de septiembre de 2003

Por Vanessa Amessa

Al hacer referencia a la prostitución no es conveniente hacerlo como sinónimo de esclavitud sexual, ya que al hacerlo victimizamos a la prostituta a la vez que perpetuamos el concepto patriarcal de que las mujeres somos seres débiles e indefensos.

A la hora de hablar sobre las prostitutas, debemos hacerlo reivindicando que éstas ejerzan como actoras sociales válidas teniendo en cuenta que la labor de estas trabajadoras consiste en el contrato de sus servicios sexuales y no en la venta de sí mismas ni de sus partes sexuales. Este contrato de servicios corresponde con el convenio que el resto de l@s trabajador@s efectúan al iniciar un empleo. Este es uno de los motivos que nos ha llevado a muchas feministas a defender la regularización de la prostitución, ya que las políticas abolicionistas y prohibicionistas no hacen sino aumentar el estigma y la marginación a la que las prostitutas han sido condenadas.

Esta estigmatización se asienta como una estrategia patriarcal que nos bipolariza a las mujeres en buenas (madres, esposas, hijas) y malas (mujeres desvinculadas de un varón que las legitime). Dicha división supone un control social y sexual sobre las mujeres donde el estigma se impone como un signo de sumisión y esclavitud. Si la sociedad patriarcal teme y desprecia a las putas es porque éstas son percibidas como transgresoras de la norma, cuestionando así el orden establecido y los roles de género asignados. La exclusión a la que son sometidas se traduce en la carencia de lazos sociales y de los servicios del Estado.

La estigmatización supone además un debilitamiento de estas trabajadoras que terminan por reproducir un discurso moral cerrado y tradicional, imposibilitándose así a crear un discurso propio y alternativo. Nuestra lucha tiene que sostenerse contra el estigma y no contra las putas, dado que la "deshonra" no recae únicamente sobre las trabajadoras del sexo, sino además en las lesbianas, las promiscuas, las que le gusta el sado-masoqismo consensuado..., es decir, sobre todas aquellas que desafían el orden sexual.

Debemos consolidar un marco teórico que sirva para dotar de poder a las prostitutas, de modo que éstas se sientan y sean sujetos de su propia vida y con derecho a mejorar las condiciones en las que desarrollan su trabajo.

Los estudios hasta ahora realizados acerca de la prostitución no siempre han estado del todo carentes de valoraciones morales y se han caracterizado así mismo por su focalización en la trabajadora, dejando de lado el papel del cliente, elemento que suele permanecer en el más absoluto anonimato.

Pero cuando hablamos de prostitución, debemos no sólo centrarnos en la trabajadora y su cliente, sino ir más allá y hacer especial mención de un aspecto intrínsicamente vinculado a esta profesión: la sexualidad.

El resultado de trasladar la sexualidad al ámbito público, es decir, más allá de lo meramente privado, se nos presenta como una característica positiva de la prostitución, ya que esta traslación constituye una manera de normalizar la sexualidad y sacarla del tabú haciéndola así socialmente más visible.

El problema de esta "socialización" de lo sexual se halla en el tipo de sexualidad que actualmente se ejerce en la vida pública y que corresponde a la heterosexualidad como modelo dominante junto a una serie de prácticas representativas de la jerarquización de géneros.

El sexo se ha de tratar como derecho puesto que reviste un cariz político. El patriarcado configura mediante la ordenación de la sexualidad una construcción política, el género, atravesada por relaciones de poder y dominación.

Desde este punto de vista el análisis de la prostitución no puede circunscribirse únicamente a un debate sobre las proclamas sociales y sanitarias de las prostitutas. Hay que ir más allá para plantear aquello que la prostitución manifiesta respecto a la norma sexual patriarcal.

Como seres sexualizados que somos, la sexualidad aparece como un derecho urgente al que toda persona debe tener acceso dado que el placer sexual es una condición imprescindible para el desarrollo personal y la autonomía. Al reconocer el sexo como un derecho humano damos cabida a colectivos cuyo acceso a la sexualidad se encuentra limitada, cuando no negada, como es el caso del colectivo de minusválid@s (físic@s y psíquic@s), personas mayores, inmigrantes...

Este derecho se debe reivindicar urgentemente, más allá de las consideraciones subjetivas, morales y culturales que cada cual tengamos respecto a la sexualidad y sus prácticas para así abolir la sacralización del sexo que percibe a éste como una actividad más comprometedora que otras.

Reiterando lo anteriormente dicho, el sexo, en tanto producto político, representa inevitablemente las relaciones de poder entre hombres y mujeres. El dominio sexual probablemente se trate de la ideología más profundamente arraigada. Las mujeres debemos conquistar el placer sexual que se nos ha negado históricamente para así convertirnos en sujetos de placer, frente a la cosificación a las que hemos sido condenadas. Se apunta así a la necesidad de continuar transformando la sexualidad más allá de la denominada revolución sexual de los años 60-70 que, a pesar de los avances que supuso en el campo de la sexualidad femenina, representó, al fin y al cabo, una revolución androcéntrica al estar basada en un modelo de sexualidad masculina.

A modo de conclusión, podemos determinar la urgente necesidad de una moral sexual alternativa que se traduzca en un cambio radical del modelo de prostitución vigente. Con esto hacemos referencia a una prostitución sexualmente neutral, donde las mujeres tengan las mismas oportunidades que los hombres para acceder a los servicios sexuales. Cabe enfatizar de igual manera la trascendencia de una prostitución lésbica, gay, bisexual y transexual, para así recoger y potenciar la diversidad que define a la sexualidad misma.

Se trata, pues, de que una prostitución renovada y factible sea accesible a cualquier individuo, independientemente de su género, su tendencia sexual o su estado físico o psíquico. Estas reivindicaciones han sido elaboradas por grupos de discapacitad@s australiano@s así como por colectivos de lesbianas inglesas. Esto supone trasladar la prostitución de un trabajo mísero a un servicio social que garantice el derecho al placer. Para esto es necesario que las y los trabajadores del sexo ejerzan su empleo en condiciones laborales dignas con salarios estables, alta en la Seguridad Social, derecho a vacaciones...

La tarea de la izquierda alternativa al respecto es reivindicar la transformación de la vida sexual a través de la acción y la organización política, dado que argumentar en contra de la prostitución supone limitar la libertad sexual. En definitiva, se trata de luchar por una sexualidad no normativa, crítica, abierta y tolerante que sea capaz de transformar la prostitución.

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