De Bolivia a Puertollano, pasando por Guinea Ecuatorial, REPSOL como ejemplo

Martes 28 de octubre de 2003

Por [b]Jaime Pastor[/b]

La explosión popular que se ha producido estos días en Bolivia constituye sin duda una extraordinaria y admirable demostración de la fuerza y la voluntad de resistencia que muchos pueblos están mostrando frente al poder depredador y profundamente violento de las multinacionales, el imperialismo estadounidense y las oligarquías locales.

El motivo inmediato ha sido la exportación del gas a Estados Unidos a través de Chile pero, como ya han afirmado abiertamente muchos de sus protagonistas, ahora la aspiración popular va más allá: se trata, nada más y nada menos, de forzar un verdadero cambio de rumbo que rompa con la dependencia del “amigo del Norte” y que ha logrado ya la dimisión de un presidente que no ha sido capaz de ocultar, incluso con su acento “gringo”, su odio a los indígenas, campesinos, mineros y estudiantes, llegando a acusarles de querer instaurar una “dictadura narco-sindicalista”.

Bolivia vuelve a jugar así el papel de “epicentro” de un continente convulso que jugó ya en anteriores períodos históricos, especialmente en los años 60 y 70 del siglo pasado. Ahora, sin embargo, es difícil atribuir semejante simbolismo a ese país únicamente, a la vista de las situaciones que viven Venezuela, Ecuador, Colombia o Brasil.

Pero la recuperación de lo mejor de la tradición de lucha, de autoorganización y de resistencia con que cuenta el pueblo boliviano y que le ha llevado a oponer un contrapoder y una nueva legitimidad a la “legalidad” esgrimida por la OEA para justificar una masacre, está conduciendo a una nueva situación cuyo desenlace depende también de la solidaridad con ellos de quienes en el “Norte” luchamos contra ese mismo neoliberalismo cuya “cara dura” ya no puede ocultarse por más tiempo.

Ante el desencadenamiento de esa crisis y el nuevo escenario que se está creando las multinacionales del gas y del petróleo que se movían a sus anchas en ese país se están jugando mucho y conviene no ignorar que entre ellas se encuentra REPSOL: la misma que entró a precios de ganga en Argentina haciéndose con YPF; la misma que en Puertollano, el pasado 14 de agosto, fue responsable de un trágico accidente que costó la vida a trabajadores subcontratados que hacían sus labores en unas condiciones de inseguridad escandalosas, y que recientemente se negaba incluso a ceder a las modestas reivindicaciones que reclaman los sindicatos; la misma que no tiene reparo alguno en colaborar abiertamente en Guinea Ecuatorial con la dictadura de Obiang y las multinacionales estadounidenses y francesas que se dedican a extraer petróleo en ese país africano, haciendo oídos sordos a las denuncias de violaciones de derechos humanos provenientes no sólo de la oposición sino también de organismos como Amnistía Internacional.

REPSOL nos da así un claro ejemplo de hipocresía moral y de cómo la defensa de la “libertad...de mercado” -de y para las multinacionales- se pretende imponer por la fuerza frente a la libertad de los pueblos y a la preservación de sus recursos y bienes comunes o, simplemente, ante la defensa de un puesto de trabajo con unas condiciones de seguridad dignas, como ocurre en Puertollano.

Pero los tiempos están cambiando: Cancún se ha convertido, además, en un nuevo catalizador de la protesta de campesinos e indígenas no sólo de América Latina sino también de otras partes del mundo, siendo el suicidio del dirigente sindical sudcoreano Lee Kyang Hae en aquel lugar una simbólica y trágica manifestación del riesgo de desesperación al que pueden llegar muchos de ellos si no ponemos frenos a esta irracionalidad global.

El paso “de la protesta a la propuesta”, como ya está ocurriendo en Bolivia, es también un llamamiento a la esperanza que tiene que ir extendiéndose a muchas partes y que muy pronto tendremos que hacer oír en el Foro Social Europeo en noviembre, en París.

En ese camino, dirigido simultáneamente a relacionar cada vez más estrechamente lo global con lo local, no debería faltar la denuncia del poder de grandes multinacionales que, como REPSOL, apoyan a regímenes dictatoriales o, en el mejor de los casos, a “democraturas”, mientras siguen despreciando los derechos más elementales de los pueblos y de sus propios trabajadores, cada vez más precarizados.

[i]Artículo publicado en Otra Realidad: http://www.otrarealidad.net/ [/i]

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