El bar “La Tranquilidad” (1918-1923)

Domingo 9 de mayo de 2004

Por Agustín Guillamón

En enero de 1901 se acabó de construir un cobertizo en el que se abrió una taberna llamada La Tranquilidad, situada en la esquina de la avenida del Paralelo con la calle Conde del Asalto (ahora Nou de la Rambla), que hacia 1910 se trasladó al número 69 de la Avenida del Paralelo, al lado del teatro Victoria.

Desde principios de siglo varios cafés del Paralelo, especialmente el café Español y La Tranquilidad, se habían convertido en punto de encuentro habitual de anarquistas y sindicalistas, en cuyas mesas circulaban noticias y rumores, se discutían las respuestas armadas a los últimos ataques del Libre, Capitanía y la patronal, o se conspiraba clandestinamente. En las terrazas contiguas de los cafés Español, Concert Sevilla, Paralelo y Rosales, en la gran acera de la avenida Paralelo desde el número 64 al 80, entre las calles Ronda Sant Pau y Abad Safont, se debatía todo lo humano y divino, a menudo sin más trascendencia que el acaloramiento de la discusión entre hombres encendidos por sus ideales. Justo en la acera de enfrente, en el café La Tranquilidad, hallaban cobijo las ideologías más extremistas y se planificaba desde las respuestas más adecuadas a los ataques patronales hasta una insurrección armada o una huelga general. La paradoja del nombre del café-taberna con la realidad del ambiente que respiraban sus parroquianos no podía ser más radical, pues las continuas peleas, trifulcas, discusiones políticas, registros de la policía a la busca de elementos peligrosos o infractores del orden público, que a menudo acaban en tiroteo, no podían dar un mentís más sonoro al tan beatífico como inapropiado nombre del bar La Tranquilidad.

De 1918 a 1923, durante los años más duros del pistolerismo entre la patronal y los sindicalistas del único, eran frecuentes las rifas de “pipas” entre la clientela. La “pipa” no era un útil de madera para fumar, sino una Star para defenderse de los asesinos del Libre y de la policía de Martínez Anido. También era posible comprar una pistola por cuarenta y cinco pesetas que, en casos de confianza y necesidad inmediata, podía adquirirse a plazos de una peseta a la semana. Existía una provisión casi inagotable de Stars, fabricadas durante los años de la Gran Guerra para proveer al ejército francés, que a causa del descontrol del gobierno habían surtido abundantemente un próspero mercado negro. La pistola semiautomática Star, conocida como “la sindicalista” era la utilizada por los obreros del Sindicato Único (CNT), mientras la “Browning” era la predominante entre los asesinos del Sindicato Libre, el Somatén , las bandas parapoliciales y la policía, sin que estuviera demasiado claro los límites entre unos y otros, coordinados todos ellos por Capitanía y el jefe de policía, y generosamente financiados por la patronal, en un clarísimo y descarado ejercicio de terrorismo de Estado, que alcanzó su máxima expresión en la práctica habitual de la “ley de fugas”.

La denominada ley de fugas consistía en acribillar a balazos a los prisioneros que se trasladaba o liberaba de la cárcel, excusándose en la fuga o provocación de los detenidos, e incluso en una sarcástica “ignorancia” de lo acaecido a las puertas de la prisión a los obreros que acababan de salir “libres” a la calle.

La Federación Patronal y el Fomento del Trabajo financiaron el terrorismo antiobrero que organizó el general Milans desde Capitanía, movilizando una legión de confidentes que elaboraron el fichero Lasarte, donde se recogía toda la información posible sobre los obreros que habían de ser controlados o eliminados.

La extrema violencia social, el terrorismo de Estado y las grandes bandas del crimen organizado de Bravo Portillo o Koening borraron los débiles límites que separaban la delincuencia común de la represión policial al servicio de la patronal. No se sabía bien donde empezaba la corrupción y la acción militar o policial, o donde acababan las competencias parapoliciales de las bandas criminales; cuando se estaba ante una organización patronal o la organización para la financiación de unos pistoleros; donde acababa el sindicalista o el policía y empezaba el delincuente; quien ejercía funciones represivas gubernamentales o simplemente la organización sistemática y brutal del asesinato de los obreros.

El 23 de febrero de 1923 Juan García Oliver, en una reunión realizada en el bar La Tranquilidad con los delegados de varios grupos de afinidad anarquistas, expuso su táctica de la “gimnasia revolucionaria”, que fue aprobada con el nombramiento de un comité de coordinación constituido por Aurelio Fernández y Ricardo Sanz. El 10 de marzo fue asesinado el dirigente cenetista Salvador Seguí, en la calle Cadena, a la salida del bar La Trona. En septiembre de 1923 el golpe de Estado de Primo de Rivera instauró una férrea dictadura que dio carta blanca al peor enemigo del movimiento obrero, Martínez Anido, que sumió a la CNT en la clandestinidad y una larga oscuridad.

Ya en los años treinta los activistas anarquistas hicieron de La Tranquilidad un asiduo lugar de encuentro nocturno de anarquistas y cenetistas, tras una jornada de trabajo. Tampoco era difícil encontrar en el mismo bar, a la hora del almuerzo, a los pistoleros hermanos Badía, futuros organizadores de la policía catalanista del Gobierno de la Generalidad y fanáticos anticenetistas, tragándose unas enormes ensaladas de cebolla y bebiendo de grandes porrones, con unas monumentales pistolas depositadas sobre la mesa, a modo de chulería y provocación antisindicalista.

El 19 de Julio de 1936 una columna del ejército sublevado contra el gobierno de Frente Popular, que había ganado las elecciones de Febrero, descendía por la avenida del Paralelo desde la plaza de España, precedida por artillería de campaña. En la Brecha de San Pablo, cincuenta metros antes de llegar a La Tranquilidad, esa columna fue detenida, rodeada, abatida y derrotada por los trabajadores en armas de la CNT, que habían salido a la calle para detener el golpe fascista. Fue el primer lugar de la ciudad en la que los trabajadores derrotaron al ejército.

Se abría en la ciudad una situación revolucionaria, con esperanzadoras posibilidades, que la guerra antifascista diluyó rápidamente en el seno de una tormenta contrarrevolucionaria. Luego, tras una terrible guerra de exterminio, hambre y bombardeos masivos, Barcelona vivió cuarenta años de “paz” terror y fascismo que pusieron en práctica un genocidio político del movimiento obrero, que quedó impune.

Hoy, en el número 69 de la avenida del Paralelo, encontramos un anodino bazar o supermercado en el que nada indica qué hubo allí en los años veinte y treinta: un bar llamado La Tranquilidad frecuentado por sindicalistas y anarquistas.

* Recogido de Indymedia Barcelona http://barcelona.indymedia.org/news...

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