Carta abierta sobre la nota «A favor del verdadero matrimonio» de la Conferencia Episcopal española

Jueves 12 de agosto de 2004

Javier Romeo *

Sorprende que a estas alturas del siglo XXI alguien pueda pensar que un Parlamento democrático se dedique a legislar sobre el “verdadero matrimonio”. Los Parlamentos democráticos han declinado hace mucho tiempo cualquier tentación de legislar sobre “la verdad” o ”las esencias de las cosas”. Saben que tienen que limitarse a algo de un nivel inferior como es establecer normas, derechos y deberes para regular la vida de los ciudadanos y ciudadanas de la mejor forma posible. Y esto es así porque sería francamente molesto que el cambio de las mayorías parlamentarias, que con seguridad originará cambios en la legislación, trajera consigo cambios en “la verdad” o “las esencias de las cosas”. Por lo tanto no creo que pueda sostenerse que la proposición no de ley del Partido Socialista del pasado 29 de Junio tenga algo que ver con el “verdadero matrimonio”.

Hoy día todo el mundo sabe que la Humanidad ha conocido diversas formas de matrimonio a lo largo de la Historia: matrimonio por grupos, poligamia, poliandria, etc… Esto quiere decir que cada sociedad establece normas, a veces muy diferentes entre sí, para regular quiénes pueden casarse, con qué requisitos (edad, anteriores matrimonios, etc…), quién puede casar, cómo se registra el matrimonio, qué derechos y deberes genera, cómo se regulan los temas de propiedad, herencia, acceso a las pensiones, qué responsabilidades se generan con la prole y su tutela, cómo se disuelve. Son este tipo de temas los que definen qué es hoy el matrimonio en la sociedad civil y no hacen referencia a ninguna “verdad”. En una sociedad como la nuestra todas esas cuestiones son establecidas por el Parlamento en la legislación sobre el matrimonio del Código Civil y dentro de los principios establecidos por la Constitución.

Precisamente es el respeto a lo establecido por el Art. 14 de la Constitución lo que obliga al legislador a evitar toda discriminación por cualquier circunstancia personal o social. Si la mutua satisfacción sexual entre personas del mismo sexo es igual de digna y valiosa que la que acontece entre personas de distinto sexo, si el amor homosexual es tan digno y valioso como el amor heterosexual, si la cohabitación y relación estable “more uxorio” es igual de digna y valiosa en ambos casos, al legislar sobre todos los temas descritos en el anterior párrafo, es decir, al legislar sobre el matrimonio civil, no se puede dejar fuera a un colectivo de ciudadanos y ciudadanas a causa de su orientación sexual, porque se vulneraría abiertamente el Art. 14 de la Constitución.

La Nota de la Conferencia Episcopal se extiende sobre el tema de los hijos. Pero, en ningún momento la Ley establece que el matrimonio civil sea para tener hijos. Por supuesto, en muchos casos los matrimonios tendrán hijos y bienvenidos sean si han sido deseados por la madre y el padre. Pero son perfectamente legales y legítimos los matrimonios que no pueden o no quieren tener hijos, o incluso que no mantienen relaciones sexuales. El matrimonio civil es una unión libre y puede ser disuelta a instancia de una de las partes, en la forma en que la ley lo establece. Pero no hay ninguna obligación ni de tener hijos ni de tener relaciones sexuales si no se desean, cosa esta última que se reconoce y se acepta ahora, pero que no se reconocía no hace tanto tiempo. Por lo tanto que las parejas homosexuales no tengan hijos engendrados por los dos no tiene nada que ver con el derecho a contraer matrimonio civil.

Por otra parte, hoy día hay medios, como la inseminación artificial y la adopción que pueden permitir a las parejas homosexuales criar hijos si así lo desean. Resulta cuando menos pintoresco que se argumente sobre el sufrimiento que se puede generar en los niños dados en adopción a las parejas homosexuales ya que todo el mundo conoce que:

- Hoy día las personas solteras pueden adoptar niños. ¿ Se va a atrever alguien a exigir un certificado de heterosexualidad a una persona soltera para poder adoptar?

- Cualquier niño no deseado por sus padres biológicos y abandonado por ellos, sin ninguna duda es muy afortunado si encuentra una pareja que le acoja y le dé su amor, independientemente de su orientación sexual.

- Como ya ha quedado establecido que el amor homosexual y el heterosexual son igual de dignos y valiosos, la criatura no será perjudicada en ningún caso. Apreciará el amor de la pareja que le ha acogido y apreciará su actividad sexual, cuando sea consciente de ella, como cada uno de nosotros hemos apreciado el amor y la actividad sexual de nuestros progenitores cuando hemos tenido conciencia de ello.

- Ciertamente, los niños acogidos en adopción por parejas homosexuales puede sufrir por las agresiones, aunque sólo sean verbales, del colectivo que considera el amor homosexual como antinatural y degradante. Pero es este colectivo el que, menospreciando la dignidad de los homosexuales, les discrimina vulnerando el Art. 14 de la Constitución. Por lo tanto es contra ese colectivo contra el que hay que actuar a través de medidas que el legislador encuentre adecuadas.

Vistos los comentarios precedentes parece que la proposición no de ley del 29 de Junio pasado, lejos de referirse en algo al “verdadero matrimonio” se dirige a corregir un defecto muy grave de nuestro ordenamiento jurídico que discrimina abiertamente a las parejas homosexuales, en contra del Art. 14 de la Constitución, al impedirles contraer matrimonio civil.

Entiendo que todo el mundo tiene el derecho de expresar su opinión, siempre que no vulnere las leyes. Yo no voy a entrar en si la Nota de la CE vulnera la legislación vigente; esa labor compete a la Fiscalía y a los Tribunales y ellos dirán lo que tengan que decir. Yo desearía limitarme a comentar algunas ideas por si pudieran tener algún interés.

Comienza la Nota de la CE haciendo un canto a la dignidad de las personas homosexuales, pero ocultando su radical rechazo a la mutua satisfacción sexual entre personas del mismo sexo. Conocemos por otros documentos, empezando por S. Pablo en Rom 1, 28 y terminando por declaraciones del actual Pontífice, que las relaciones homosexuales se consideran antinaturales, depravadas, pecado nefando, abominación, obra de Satanás, motivo de condenación eterna, etc… Según la conocida doctrina de la Iglesia Católica, las personas homosexuales son dignas mientras no practiquen la homosexualidad, es decir, son dignos sólo si reniegan de sí mismas y renuncian a realizar el amor que sienten hacia personas de su propio sexo. Calificar de antinatural y depravada la práctica homosexual no es algo inocuo como expresar una opinión. Ni siquiera es suficiente calificarlo como insulto o atentado contra el honor. Es colocar a un grupo de ciudadanos y ciudadanas como un cuerpo extraño y patológico en la sociedad. Conviene recordar que cuando la Iglesia Católica ha tenido capacidad para influir en la Justicia Civil ha amparado que se quitara la vida a los practicantes del pecado nefando. Sin ir tan lejos en el tiempo, la Iglesia Católica comparte una importante responsabilidad en la deshumanización de los judíos ( pérfidos deicidas) y de los homosexuales (depravados contra natura) que tanta importancia tuvo en la legitimación que otros dieron a su asesinato en masa. Es cierto que, aunque de manera muy insuficiente en la opinión de muchos, la Iglesia Católica ha modificado su posición frente a los judíos (ya no son los pérfidos deicidas, por ejemplo). Lamentablemente nada ha cambiado en su condena de las relaciones homosexuales como contrarias a la Naturaleza.

Y ¿cómo es posible que en pleno siglo XXI haya una sociedad como la Iglesia Católica que se arrogue el derecho a ser portavoz de la verdad y del verdadero matrimonio y a pontificar sobre lo que es natural y lo que no loes? Parece que a la Iglesia Católica le cuesta reconocer que, diga lo que diga el Concordato de 1953, no es una sociedad perfecta y no tiene el monopolio ni de la verdad, ni de la interpretación de la Naturaleza, ni del conocimiento del Bien. La Iglesia Católica no es ni más ni menos que una sociedad religiosa como las demás; no es la única religión verdadera, que tolera la existencia de un sinnúmero de religiones falsas. Desde el punto de vista de la sociedad civil no existen religiones verdaderas: existe libertad de religión, siempre y cuando se respeten las leyes.

Cada religión tiene sus normas internas que afectan a sus adeptos. La Iglesia Católica tiene unas normas sobre el matrimonio religioso diferentes a las del matrimonio civil. La Iglesia Católica puede negar el matrimonio religioso a quienes les parezca adecuado. Al Estado esas normas no le afectan (mientras no atenten contra las leyes) porque la ciudadanía es libre de ser católica o no serlo y porque el único matrimonio con efectos civiles es el matrimonio civil. Lo que no puede permitir el Estado es que ninguna religión, se considere a sí misma verdadera o no, imponga sus normas internas a toda la ciudadanía.

En cualquier caso, la Conferencia Episcopal, antes de dedicarse a enseñar a los demás acerca de lo que es natural y lo que no lo es, podría reflexionar sobre algunos temas que le afectan directamente:

- Desde la Reforma Política, España es; con sus muchos defectos, un país democrático. Es decir, la ciudadanía decide quién gobierna y procede a cambiarlo regularmente. Esto no ocurre en la Iglesia Católica. Nadie ha elegido a la Conferencia Episcopal. Los Obispos se arrogan una autoridad que desde luego no procede de las personas adscritas a su asociación. Este carácter antidemocrático no es inherente al Cristianismo, porque otras confesiones cristianas sí practican la democracia en su organización. Por supuesto, practicar la democracia no permite tampoco pontificar sobre la verdad o sobre lo acorde con la Naturaleza. Sin embargo permite entender mejor que las opiniones de hoy con toda seguridad no son definitivas (no son “verdaderas”) y, con toda probabilidad, serán modificadas en el futuro.

- Hay otro elemento que resulta chocante en la Iglesia Católica: los sacerdotes y los Obispos tienen voto de castidad. Independientemente de que este voto se cumpla más o menos (es conocida la batalla llevada a cabo durante siglos para meter en vereda al clero en estos temas, sin hablar de los lamentables casos de abusos sexuales perpetrados por sacerdotes), independientemente también de que otras confesiones cristianas acepten el matrimonio de los sacerdotes, llama la atención que quienes han renunciado a la vida marital resulten ser los mayores expertos en el tema. ¿Qué saben ustedes, señores Obispos, sobre el amor sexual que está en la base de la vida marital, es decir, en la base del proyecto de fusionar dos vidas en una vida en común que puede hacerse público a través del matrimonio civil? Yo no soy una persona con mucha experiencia, pero sí puedo afirmar que no soy capaz de distinguir entre el amor profundo e intenso que he sentido con las compañeras con las que he compartido la vida hasta ahora y el que observo en las parejas de amigos y amigas homosexuales que he tenido la fortuna de conocer. Por supuesto, mi opinión tampoco tiene ninguna autoridad. La autoridad en la sociedad civil procede de la que legisle el Parlamento.

- En tercer lugar, yo creo que es igual de natural y aceptable la práctica heterosexual y homosexual como el no practicar sexo si no se desea o el proporcionarse satisfacción sexual en solitario. Lo que sí me parece preocupante es renunciar de por vida, a través del voto de castidad, a satisfacer los deseos sexuales que llevamos en nuestro interior. Reprimir la satisfacción de algo tan íntimo como es el deseo sexual creo que es muy dañino y puede ser causa de comportamientos desequilibrados. Las cartas de S. Pablo mantienen la superioridad de la castidad sobre el matrimonio y sólo recomienda el matrimonio al que vaya a abrasarse si intentaba mantener la castidad. Y la Iglesia Católica sigue considerando esos textos palabra de Dios. Con este desprecio manifiesto hacia las relaciones sexuales ¿cree realmente la Conferencia Episcopal que tiene algo que enseñar a alguien sobre el “verdadero matrimonio” ?

- Por último, cuando la Iglesia Católica ha tenido suficiente poder, y en España esto significa hasta la muerte del general Franco, ha inspirado íntegramente la legislación sobre el matrimonio. Siguiendo los términos de la Nota que estoy comentando habrá que suponer que ése sí era el “verdadero matrimonio”. Sin embargo, es conocido que ese “verdadero matrimonio” era profundamente lesivo para las mujeres: establecía la completa sumisión al marido hasta el extremo de poder exigir éste el débito conyugal. Y además esta sumisión no es algo intranscendente, sino que está inequívocamente establecida en diversas cartas de S. Pablo que , hoy día, la Iglesia Católica también sigue considerando palabra de Dios. Por ello, parece deseable, por el bien de la sociedad, que lo que la Iglesia Católica llama “verdadero matrimonio”, lejos de ser un modelo que inspire la legislación civil, sea un recuerdo que nos mantenga vigilantes para evitar magisterios tan probadamente dudosos.

Mientras garabateaba estos apuntes sobre la Nota de la Conferencia Episcopal me vino a la cabeza una reflexión que tuve a raíz de la película de Mel Gibson sobre la Pasión de Jesús, que tan buena aceptación tuvo por parte de la jerarquía católica. Yo, por supuesto, no sé si Dios existe o no; entre los seres humanos nadie lo sabe. Pero si existe debe ser, sin duda, bondadoso. ¿Cómo se puede ni siquiera concebir que un ser bondadoso experimente algún tipo de satisfacción ante los horribles sufrimientos descritos en esa película? Sin embargo la religión católica lo hace; es, incluso, uno de sus misterios sagrados. El común de los mortales podemos manifestar nuestra sorpresa, pero debemos ser respetuosos con los que tienen este tipo de creencias. La Constitución establece la libertad de religión, por lo tanto les ampara para establecer, dentro de su comunidad, un conjunto de normas y creencias válidas para sus adeptos sobre la Redención, la castidad, el “matrimonio verdadero” y muchas otras cosas. Y reconoce la libertad religiosa aunque algunas confesiones, como la Iglesia Católica, se opongan reiteradamente a valores constitucionales básicos: estructura antidemocrática, discriminación de la mujer, discriminación de los homosexuales, etc… ¿ no sería más sensato que la Conferencia Episcopal se dedicara a la educación de sus fieles en vez de insultar a los homosexuales y exigir al Parlamento que mantenga la discriminación que sufren? Y puestos a desear lo mejor para la sociedad española, incluida la Iglesia Católica, ¿ no sería más valioso y posiblemente más evangélico dejar de buscar pajas en ojo ajeno cuando hay tantas vigas que remover en el propio: falta de democracia, discriminación de mujeres y homosexuales, etc…?

Madrid 27 de Julio de 2004

* RBEM/COMITE EUROPEO

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