El por qué de las políticas unitarias de la izquierda alternativa

Jueves 16 de diciembre de 2004

Andreu Coll

Radicalidad y unidad

L@s militantes revolucionari@s con más experiencia nos recuerdan en las reuniones que es muy difícil mantener ideas, proyectos y valores contra la corriente de los tiempos que nos ha tocado vivir. Mantener un proyecto político minoritario tiene muchos peligros y dificultades. Dos de las tentaciones más recurrentes son el sectarismo y lo que podríamos denominar seguidismo: la adaptación a, y la subalternidad ante, otros sectores de la izquierda que están más de moda, pero que en el fondo defienden proyectos muy diferentes –o incluso opuestos– al nuestro. Es extraordinariamente difícil no caer en ninguno de estos errores cuando se lucha por afirmar un proyecto de transformación radical con pocos apoyos y escasos recursos humanos y materiales. Hagamos uso del retrovisor y veamos cómo se ha abordado esta tarea en el pasado.

Un poco de historia

Un recorrido por la historia del movimiento obrero ilustra que los grandes debates estratégicos del marxismo se han desarrollado como consecuencia de cambios geopolíticos, económicos y sociales de gran alcance. El debate que se desarrolló durante el Tercer Congreso de la Internacional Comunista es el resultado de la derrota de los movimientos revolucionarios que tuvieron lugar en Europa Central como consecuencia de la Primera Guerra Mundial y de la Revolución bolchevique. La Gran Guerra fue el acontecimiento histórico que dividió al movimiento obrero internacional entre una socialdemocracia colaboracionista con la guerra y el Estado, una izquierda comunista internacionalista que quería transformar la guerra imperialista en revolución social y un sector “centrista” que había roto con los primeros debido a su pacifismo y que se acercaba progresivamente a los segundos. En este contexto de división del movimiento obrero entre una socialdemocracia mayoritaria y una izquierda comunista minoritaria –y en muchos casos marginal–, los dirigentes de la IC (fundamentalmente Lenin, Trotsky, Levy y Gramsci) desarrollaron una estrategia revolucionaria específica para los países desarrollados: la política de frente único.

¿Cuáles son las premisas de la orientación de frente único?

Se parte de la idea de que, como han demostrado los fracasos de los primeros años veinte, la revolución socialista en Occidente debe contar con la participación activa de la mayoría aplastante de los asalariados y con la simpatía o la neutralidad de las capas medias para tener éxito. En segundo lugar, se teoriza que las capas populares no se radicalizan solamente con la propaganda, sino fundamentalmente con su propia experiencia en luchas unitarias que hayan creado expresiones significativas de autoorganización (este es el argumento central que recorre el Izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo de Lenin, donde polemiza contra los sectores más extremistas y sectarios de los nuevos partidos comunistas). La IC también había formulado la hipótesis (que se ha demostrado acertada, visto el desenlace del Siglo XX) de que sería mucho más fácil tomar el poder en países menos desarrollados y/o coloniales (como efectivamente sucedió en muchos casos: Rusia, China, Cuba, Vietnam, Nicaragua…), pero que sería imposible que el socialismo se construyera y acabara triunfando a escala planetaria sin la extensión de la revolución a los países capitalistas desarrollados, ya que disfrutaban de un nivel de desarrollo económico, social y cultural y de una tradición democrática que hacía mucho más fácil la construcción de una sociedad socialista democrática e igualitaria con menos peligros de degeneración burocrática y autoritaria. La otra cara de la moneda de esta situación es la capacidad del sistema en Occidente de integrar a un sector de la clase obrera, limitando el desarrollo de una conciencia de clase revolucionaria y, a consecuencia de ello, generar una enorme burocracia reformista en el seno de partidos y sindicatos obreros (véase Ernest Mandel, “La Revolució russa: un error històric?” en Revolta Global n.3). A pesar de ello, los estrategas de la IC anteriores al estalinismo (y, después de la Segunda Guerra Mundial, la IV Internacional) pensaban que, a pesar de la mayor estabilidad relativa del capitalismo en Occidente, siempre existirían contradicciones que, periódicamente, podrían provocar procesos de movilización potencialmente revolucionarios. Así pues, la lucha por la revolución en Occidente debía contemplar el trabajo paciente de ir arrancando al conjunto del movimiento obrero del control de las burocracias reformistas. Las situaciones prerrevolucionarias que se han vivido en Europa desde la Segunda Guerra Mundial –Mayo Francés del 68, Otonno Caldo italiano del 69 y Revolución Portuguesa de 1974-75– han evidenciado que estas burocracias tienen un poder enorme para frenar y ahogar las luchas anticapitalistas.

¿En qué consiste la política de frente único?

Es una orientación política que intenta arrastrar a las organizaciones políticas, sociales y sindicales reformistas a luchas por objetivos concretos que conduzcan a un proceso de radicalización del conjunto de la clase obrera. Esta orientación se debe concretar en base a propuestas que realmente puedan posibilitar acuerdos para la acción en común. Los objectivos concretos de las acciones conjuntas que propongan l@s revolucionari@s han de resultar aceptables para las direcciones reformistas –ya que las grandes movilizaciones sociales son imposibles sin contar con ellas– y, a su vez, han de sintonizar con el estado de ánimo y la predisposición para la acción de las bases. Estos objetivos también tienen que estar relacionados con la defensa de conquistas elementales del movimiento obrero –que sean percibidas como tales por el grueso de l@s asalariad@s– en contextos de reflujo como el actual, en el que se están agrediendo y cuestionando derechos y libertades que se habían conquistado con muchos sacrificios y luchas en el pasado, y donde la unidad es una necesidad fundamental para hacer frente con éxito a las agresiones que se están sufriendo.

Es precisamente la capacidad de conseguir mejoras reales en las condiciones de vida y trabajo de la gente lo que favorece nuevas iniciativas y lo que estimula el aumento de las espectativas de cambio de la población, un proceso imprescindible para generar dinámicas tendencialmente revolucionarias. Esto liga, además, con el concepto de “reivindicaciones de transición” que definió Trotsky: una serie de reivindicaciones-puente –que las organizaciones revolucionarias deben esforzarse en definir– que tienen por objetivo atar las reivindicaciones concretas más movilizadoras a nivel popular con las reivindicaciones de conjunto que plantean un cambio de sociedad, cuestionando abiertamente el sistema.

Así pues, la lucha por el frente único es una lucha por la unidad de acción real de las masas y, a su vez, una lucha por crear condiciones más favorables para que sectores sociales cada vez más amplios vayan tomando una consciencia anticapitalista a partir de su propia experiencia de lucha y se vayan distanciando de las direcciones tradicionales del movimiento obrero. Esto se resume con la fórmula: “caminar separados, golpear juntos”, es decir, unidad de acción con las organizaciones de masas desde la autonomía organizativa y la libertad de crítica de la organización revolucionaria.

Es un hecho constatable que las organizaciones reformistas –ya sean socialdemócratas o estalinistas– han hecho un uso sistemático de prejuicios, calumnias y mentiras para desprestigiar a l@s revolucionari@s entre sus filas. Esta actividad sistemática para cortar el paso a las ideas anticapitalistas en el seno de las organizaciones de masas solo puede ser contrarrestada mediante un trabajo paciente y fraternal en marcos unitarios, un debate honesto y respetuoso y una defensa pedagógica de las ideas marxistas. Como repetía Lenin incansablemente: no basta con la propaganda y la defensa de ideas abstractas, hace falta demostrar en la práctica que l@s revolucionari@s defienden los intereses del conjunto de la clase trabajadora de una forma más consecuente que l@s reformistas, contribuyendo a resolver los problemas cotidianos de la gente común. Y será mediante estas experiencias prácticas que las organizaciones revolucionarias irán ganando audiencia y militancia.

Experiencias recientes de política de frente único

Algunos ejemplos recientes y próximos de políticas exitosas de frente único son:

- La Campaña Anti-OTAN; donde la izquierda revolucionaria de la época –La LCR y el MC, fundamentalmente– construyó, junto a infinidad de colectivos y comités antimilitaristas, un movimiento de masas radical contra la adhesión del Estado español a esta organización militar de defensa del capitalismo. Cuando el movimiento tuvo la fuerza suficiente se quiso incorporar el Partido Comunista, teniendo que aceptar los contenidos radicales que le imponía el movimiento y, en particular, las organizaciones de la izquierda radical que formaban parte de él. La campaña –a pesar de la pérdida del referéndum de adhesión– sirvió para consolidar un movimiento antimilitarista (que después impulsaría la campaña por la insumisión para deslegitimar la mili) y para reforzar, con una nueva hornada de militantes, a una izquierda alternativa muy debilitada como consecuencia de la transición pactada postfranquista.

- El movimiento antiglobalización –a pesar de la inexistencia, hasta el momento, de un referente revolucionario claro y de un nivel de organización suficiente– ha permitido desarrollar una serie de iniciativas de movilización tan masivas que han forzado a los sindicatos y los partidos de izquierdas a participar en ellas –amplificando su influencia y su arraigo social– sin poder rebajar demasiado sus contenidos. En este caso se ha conseguido, en algunas situaciones concretas, poner todo su aparato al servicio de movilizaciones con contenidos muy radicales. Algunos no olvidaremos nunca la manifestación del 16 de marzo de 2001 en Barcelona, donde los grandes partidos y sindicatos reformistas se tuvieron a añadir a la cola, mientras la cabecera –presidida por el lema “Contra la Europa del capital y la guerra”– la ocupaban los movimientos sociales y la izquierda alternativa. El movimiento también ha tenido influencia en toda Europa a la hora de forzar al movimiento sindical mayoritario a distanciarse del proyecto neoliberal de la UE, convocando huelgas generales desde Grecia hasta Portugal, pasando por el Estado español, Italia y Austria.

- En momentos álgidos de movilización, la campaña “Aturem la Guerra” también ha conocido un proceso de radicalización y de multiplicación de sus iniciativas debido, en buena medida, a la presión creciente de la extrema izquierda a la hora de acordar los contenidos de las protestas y los calendarios de acciones, demostrando que, en situaciones donde la correlación de fuerzas es favorable, es posible –con un poco de audacia y organización– tensar la cuerda para que la izquierda del sistema esté temporalmente supeditada a la agenda de los sectores más radicales de los movimientos y de la izquierda revolucionaria.

Publicado en Revolta Global n. 11 ( www.revoltaglobal.net )

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