José Téllez
“I si canto trist... és perquè no puc esborrar la por dels meus pobres ulls”(1). No se puede describir mejor el porqué del silencio una vez acabada la proyección. El porqué de las cabezas mirando al suelo. El porqué del dolor de cabeza, del nudo en el estómago.
La película Salvador es una dolorosa operación de memoria histórica. A la gente que vivió la época se le vuelva el corazón. No pueden mirar atrás sin pensar... qué hubiera pasado si hubieran hecho algo por salvar a... Salvador Puig Antich.
Sobre todo es una película coral dónde, además de Salvador, hay más personajes que te rompen el alma. Cuca con el vestido de novia. La hermana pequeña jugando a baloncesto. El abogados que nunca se despide, que siempre se va a hacer la última llamada. El padre que no habla, que no puede soportar una segunda derrota en la vida. El funcionario de prisiones maldiciendo el nombre del dictador. Los gritos de las ametralladoras contra la embajada española de Toulouse. El miedo... que no se borra de sus pobres ojos... Es una película que nos explica como es vivir con miedo. Pero no sólo eso. También nos anima a superarlo.
Yo todavía tardaría en nacer diez años tras la muerte de Puig Antich. No puedo decir que para mí fuera una historia reciente. Pero ahora la siento mucho más próxima. No es difícil. El miedo que se respira en la película todavía está sin borrarse de los pobres ojos de la gente. El miedo. El miedo al cual siempre apelan nuestros políticos para arrancarnos nuestros votos. Porque saben que es el punto débil de este jodido pueblo. Sí. Ya lo sé. La película es dura porque el miedo que se respira, el mismo que se respiraba hace 32 años, todavía está casi intacto. Maravillas de nuestra Transición: “Trátalos bien, algún día trabajarás para ellos”, le dice un funcionario de prisiones a otro en la película al ver entrar a los detenidos de la Asamblea de Catalunya.
No he podido evitar acordarme de una de mis experiencias personales militantes recientes mientras miraba la película. Hace unos meses detuvieron a un compañero mío por ley antiterrorista, con el único delito de tener nombre y apellidos árabes. Compañeros, amigos, vecinos y familiares organizamos la respuesta, movilizándonos hasta que lo sacamos de aquella pesadilla. La sensación de enfrontarte a ese monstruo gris, tenebroso, que te expulsa su repugnante aliento frío en la nuca... aquel monstruo denominado “Estado”. Todos teníamos motivos para temer al monstruo, por mucho que algunos ingenuos se dijeran que “no pasaría nada si él no había hecho nada”. Se que aquel monstruo mató a Salvador, y a tantos, tantos otros...
Recuerdo que habíamos decidido hacer una acción para dar a conocer el caso al barrio de mi compañero. Se trataba de una cosa sencilla: repartido hojas explicando el caso, que él era inocente y que se le debía dejar en libertad inmediata. Todos estábamos convencidos de que hacía falta hacerlo, pero nos daba miedo la reacción del barrio. Un detenido por terrorista, con nombres árabes... Debíamos ser fuertes y aguantar lo que nos dijeran. Aguantar comentarios racistas, insultos, etc. Al menos eso creíamos. La reacción del barrio, sobre todo de la gente más mayor, fue emocionante. Todos entendían la situación, todos nos apoyaban. ¿Porqué? Porque el pueblo tiene memoria. La imagen de gente joven, en una plaza, repartiendo hojas para la libertad de su compañero los evocó a otros tiempos cuando se llevaban a padres de familia que sólo habían pecado de pedir un aumento de sueldo. “Siempre han hecho esto. Hace mucho tiempo mataron a un chico joven con el garrote vil. De aquí, de Barcelona. Cómo se llamaba...”. “¿Puig Antich?”. “¡Ese! Creo que sí”.
Por suerte mi compañero volvió a casa sano y salvo. Y con más ganas de seguir luchando. Porque el miedo está entre nosotros, en cada esquina, en la tele, en las comisarías, sentado en el Congreso de los Diputados. Y el miedo quiere que nosotros, la nueva generación rebelde de los nuevos movimientos sociales, seamos la próxima derrotada. Primero el padre de Salvador en la guerra, después su hijo a garrote, ahora nosotros deberíamos dejarlo y volver a casa. Ya se sabe que “hacer política” en este país es cosa peligrosa. Si te enfrentas, pierdes. Todo el mundo lo sabe, todo el mundo lo dice. Como le pasó A Salvador.
“I si canto trist és per recordar que no és així des de fa tants anys”(2). Y no, no ha pasado tanto tiempo todavía. Que sirva esta película para superar el miedo, para alentarnos en la lucha. Para conseguir el mundo sin clases que quería Salvador. Tenemos la suerte que nuestro enemigo es viejo y cobarde, que debe hacer girar el tornillo con fuerza para cortarnos la respiración. Pero, aún así, siempre escucharemos a alguien que grite por nosotros que Franco es “un hijo de puta”. Porque Salvador tenía razón, “mientras haya vida hay esperanza”. Hay esperanza. Salvador no murió del todo. La esperanza brilla al final de la película, em los títulos de crédito, mientras unos jóvenes manifestantes franceses llevan una pancarta contra el CPE. Salvador estuvo allí, y estará en todas partes dónde llevemos la llama del combate por un mundo sin clases...
* “I si canto trist...” de Lluís Llach, tema principal de la película.
1. “Y si canto triste... es porque no puedo borrar el miedo de mis pobres ojos”.
2. “Y si canto triste es por recordar que no es así desde hace tantos años”