Nicolas Sarkozy: Demagogia y ambición

Jueves 17 de mayo de 2007

http://www.lcr-rouge.org/Yvan Lemaitre

El futuro jefe del estado, síntesis de la derecha y de la extrema derecha, ha llevado a cabo una campaña demagógica y populista.

La derecha está exultante. Su pupilo ha ganado ampliamente pero, sobre todo, tiene el sentimiento de encontrarse a sí misma pasando la página de los años de Chirac, de las cohabitaciones y de la alternancia. Oye de nuevo su música, el lenguaje que le gusta porque lo domina, un lenguaje de derechas, seguro de sí mismo, cínico, seguro con fuerza de sus prejuicios, esos pretendidos valores de autoridad y jerarquía. Está exultante también pues, en el fondo de sí misma, se ha sorprendido por una victoria así, que aparece como una adhesión popular a las ideas de derechas.

Y Le Figaro se alegra: "Los franceses han elegido en armonía con su inclinación: pueblo de derechas, han llevado al poder un dirigente que ha reconstruido su familia de pensamiento, la ha reunido y llevado con orgullo -es algo nuevo- las ideas de su campo".

Es ir demasiado rápido y cerrar los ojos sobre la verdadera naturaleza del "proyecto" Sarkozy. Sarkozy, no es la derecha gaullista, la derecha de los años 1970, ni siquiera la derecha de la cohabitación. Sarkozy es la derecha de los años 1930 a la hora de la mundialización, la derecha mestizada con Le Pen, un populismo que pretende reunir desde la izquierda a la extrema derecha. Sarkozy es un programa proteiforme, una campaña ideológica cuyo único eje es su apetito de poder, su ambición, su espíritu de revancha. Su personalidad política es la de un ambicioso sin escrúpulos con un cinismo cercano al de los fascistas. Sarkozy es quien hizo estallar conscientemente las barriadas mediante el insulto y las provocaciones policiales al servicio únicamente de las necesidades de su ambición.

Pero creer que quienes han votado por él han votado por el programa del Medef (la patronal) sería un error. La victoria de Sarkozy es un golpe ideológico, una operación de seducción brutal que no ha encontrado frente a ella ninguna fuerza global capaz de denunciarla, de desmontarla. El programa de Sarkozy es el del demagogo que canta a cada uno la canción que quiere oír. Al final, la lógica de este programa es la de la fuerza, de la autoridad, por encima de aquellos a quienes se ha adulado, la del estado fuerte que arbitra a favor de los poseedores a los que sirve mientras se dice "protector" de los más débiles. El verdadero programa de Sarkozy, es el poder del dinero. Sarkozy es el elegido por una mayoría, pero sirve a una minoría privilegiada.

Su calendario está anunciado: puesta en cuestión del derecho de huelga, del contrato de trabajo, etc. Su política no será necesariamente su aplicación total por la fuerza, sino el diálogo social, al menos si las direcciones sindicales continúan su sindicalismo de acompañamiento.

Su fuerza la saca de las claudicaciones de la izquierda, una izquierda que él mismo no ha dejado de querer humillar mostrando como despojos a quienes se le han unido -los Besson, Tapie y gentes como Allègre-, esa izquierda del dinero, sin fuerza ni dignidad, alimentada por los mismos prejuicios que la derecha, elitista, chulesca. Hay que reconocer a Royal una fuerza de carácter poco común para haber resistido y dado a esta izquierda de las claudicaciones la imagen de una mujer valiente a quien solo le queda ahora enfrentarse a la bajeza de las venganzas de sus más próximos apoyos…

Ahí está el origen de la victoria de Sarkozy. La personalidad de quien no tiene otro programa que su ambición está suficientemente vacía de convicción para poder a la vez impregnarse de las ideas de Le Pen, adular a los chiraquianos, tender la mano a los centristas, hacerse el campeón del valor trabajo, de la Francia de las revoluciones y las contrarrevoluciones, para acabar comprando algunos tránsfugas.. . Colmada más allá de sus esperanzas, la derecha inciensa a su héroe de hoy, que ha sabido subyugarla para someterla a su propia ambición. El viento de las contrarreformas va a soplar en Francia. Con la fuerza que le da su legitimidad, Sarkozy tendría, a sus ojos, plenos poderes para que "el país viva ahora un hermoso período de reforma".

La legitimidad de Sarkozy es más que contestable. Es la de una impostura hecha posible por una abdicación. La derrota de los partidos de la ex izquierda plural es la de quienes han vendido sus ideas por el poder, no es la de los millones de trabajadores de este país a quienes ahora Sarkozy se verá enfrentado. Las voces obreras y populares, las de la solidaridad, que se han hecho oír durante la campaña, no están dispuestos a callarse.

Rouge 11 de mayo de 2007


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