Dolores Ibárruri. Un retrato abierto

Miércoles 15 de agosto de 2007

Pepe Gutiérrez-Álvarez / Kaosenlared

Resulta difícil hacer un retrato de esta mujer sin desviarse hacia la glorificación acrítica o la denigración reaccionaria. La primera ha sido la propia de los comunistas de a pie, la segunda del franquismo que llamaba "hijos de la Pasionaria" a los que le combatían. Un buen retrato debe tener más colores.

Hija y esposa de mineros, maestra frustrada por la pobreza, militante comunista de base hasta los años treinta, Dolores Ibárruri, más conocida como "La Pasionaria" -"Pasionaria" a secas para la derecha-, se convirtió durante la guerra civil española en uno de los grandes mitos femeninos del siglo, en el estereotipo de mujer brava y combatiente hasta el extremo de que su seudónimo ha llegado a ser ampliamente utilizado por la prensa internacional para subrayar el carácter activista y revolucionario de mujeres tan dispares y tan ajenas como Jane Fonda, Bernardette Devlin, a la polaca Anna Walentovyck o Joan Báez, y un sinfín de mujeres más (1).

El hecho de que a los noventa y pico años Dolores Ibárruri fuera uno de los escasos grandes nombres de la época de la República que seguían en pie, demuestra no solamente una notable longevidad sino también que el mito ha sido casi incombustible a la prueba del tiempo, durante el cual ha conocido una trágica derrota, un prolongado y desgastador exilio, y sobre todo, la crisis general del movimiento comunista abierta con el XX Congreso del PCUS que, en su momento, llegó a poner en tela de juicio el llamado "culto a la personalidad", factor sin el cual sería imposible comprender completamente el ascenso de Dolores Ibárruri de "mujer de hierro" - militante conocida por sus obras - a "mujer de mármol" (2), o sea en un personaje situado por encima de la historia sobre el cual no tiene cabida una posición crítica.

En otras condiciones históricas y sociales, con una clase obrera sometida o domesticada, la trayectoria de una mujer de la entidad de Dolores Ibárruri no hubiera quizá trascendido el marco familiar o local dentro del cual posiblemente alguien hubiera vislumbrado una notable personalidad detrás de una ama de casa cargada de hijos. Pero Dolores Ibárruri nació y creció a la par de un movimiento obrero que tuvo en la cuenca minera de Gallarta, Bilbao, uno de los centros de agitación social más activos de la Península. Concebida en una familia de tradiciones católicas y carlistas, sus primeros recuerdos apuntan, sin embargo, directamente hacia las luchas obreras:

"Los mineros llevaban en huelga en una ocasión varias semanas y los patronos decidieron cortarla, enviando al Ejército. Trajeron un regimiento y lo colocaron desde donde estaban las minas hasta el final del pueblo, con la bayoneta calada. Cuando abrieron las puertas de las casas de los mineros por la mañana nos encontramos con ese terrible panorama. Fue emocionante, yo era una niña, pero recuerdo que las mujeres, en lugar de reaccionar contra los soldados, los llamaban hijos. ’Hijos -decían-, pero, no comprendéis, no veis cómo vivimos. ¿Vosotros vais a disparar contra nuestros hombres?" (3).

Sin embargo, Dolores no aceptó el conformismo de sus mayores, que la educaban para ser una como ellos, la mujer de un minero con muchos hijos. Estudió entonces elementos de cultura general y durante un tiempo acarició el sueño de ser maestra, un objetivo muy extendido entre las mujeres inconformistas. Sin embargo, se vio obligada de momento a trabajar como bordadora y -como sirvienta en casa de gente acomodada, y finalmente se casó con un minero, Julián Ruiz, un hombre íntegro y honesto -Juan Andrade, que lo conoció, lo presentaba como el prototipo de obrero militante-, y muy metido en las luchas sociales. El cuadro del nuevo hogar era "de una realidad cruda, descarnada, (que) me golpeó como a todas, con sus manos implacables. Unos días breves, fugaces de ilusión y después... Después la prosa fría, hiriente, inmisericorde de la vida. De una vida triste, mezquina, dolorosa, deshumanizada, descendiendo un poco más cada día en el pantano sin fondo ni límites de la miseria" . Con estos recuerdos Dolores refleja en gran medida las condiciones de vida de la mayoría de las esposas de los obreros de su época.

Un espíritu inquieto como el suyo, educado en una relación muy directa con las rebeldías proletarias, no podía por menos que pensar que: "... En el hogar, la mujer se despersonaliza... Cuando nació mi primera hija, yo había vivido, en poco más de un año, una experiencia tan amarga, que sólo el amor de mi pequeña me sujetaba a la vida. y me aterraba, no sólo lo presente, odioso o insoportable, sino el porvenir que adivinaba doloroso e inhumano". Madre de seis criaturas, tres de un solo parto, sólo le sobrevivirán dos hijos: Rubén, que morirá durante la II Guerra Mundial en la defensa de Stalingrado, y Amaya, la única superviviente, que la hará abuela y que se instalará en la URSS. En el mito de "La Pasionaria" hay también una importante componente del sufrimiento real de la clase obrera.

Se daban por lo tanto todas las condiciones para que Dolores Ibárruri se montara en el carro de una clase ascendente que en 1917 mostró su capacidad cuando en agosto la unión entre socialistas y anarcosindicalistas dio lugar a la primera huelga general de la historia de España. Dolores interviene en este hecho como una militante experimentada al frente de un grupo de mineros. Meses después llegarían los ecos de la Revolución de Octubre en Rusia, un acontecimiento que le pareció "tempestuoso, estremecedor, como debieron ser los grandes cataclismos que dieron forma al mundo". Militante socialista como su marido, Dolores estuvo desde el primer momento con el sector "tercerista" que representaba Facundo Perezagua, uno de los fundadores del PSOE y había precedido a Indalecio Prieto en la dirección en el País Vasco, dándole un contenido marcadamente clasista y antiburgués.

Su escuela fue el partido, un lugar en el que la entrega militante era correspondida por la solidaridad y las enseñanzas. De ahí que pudiera escribir: "Para nosotros, la Revolución de Octubre era también el camino de la revolución en España. Pero los socialistas, yo creo que no lo veían tan claro (...). Es decir, se había producido la primera revolución socialista, pero el movimiento socialista estaba dirigido por jefes reformistas, y entonces, por ejemplo, en secciones como la nuestra, como la sección de Somorrostro (...) se pasó a la Tercera Internacional" (4).

Aunque había comenzado su vida militante en la izquierda del PSOE, es evidente que la formación y la consagración militante de Dolores Ibárruri tendrían lugar en el recién formado partido comunista, y con el cual conocería muy vivamente la represión y la cárcel, durante la Dictadura y también con la II República. Este hecho adquiere especial significación en el caso de un trabajador y sobre todo en una mujer destinada a ser todavía inferior a un trabajador, y que encuentra en el partido los motivos de su emancipación de la fosa social. El partido la saca de la servidumbre y de la oscuridad, la hace sentirse importante para amplios sectores de la clase obrera, para la idea y sobre todo para sí misma. La misión de este partido es nada menos que la revolución socialista siguiendo el modelo inaugurado en octubre de 1917, y en este gran desafío Dolores aprende la regla de oro de todo militante comunista educado en la fe al partido, a saber: la URSS está demostrando que es posible otra vida para los trabajadores y los que la niegan con descalificaciones grotescas -la derecha- no son más que sus adversarios naturales, en tanto que los que la critican -anarquistas, trotskistas- sirven objetivamente la reacción.

Durante muchos años Dolores Ibárruri ha sido presentada por los historiadores oficiales del PCE como una fundadora destacada y una "notable" desde los primeros años de su formación (5). Nada más incierto. Durante muchos años fue miembro del Comité Provincial de Bilbao e incluso asistió como delegada al primer Congreso, pero de hecho será una militante muy poco conocida hasta el final de la Dictadura, durante la cual el PCE fue, junto con la CNT, el centro de atención de la represión policial. Comenzó a ser conocida como oradora y como colaboradora de la prensa comunista donde firmaba algunos artículos como "La Pasionaria". Durante este tiempo no fue ni de los débiles que regresaron al PSOE -rehuyendo por lo tanto a una dura confrontación con el poder- ni de los fuertes que comenzaron a cuestionar la gradual adaptación del partido a las normas derivadas de la rusificación del Komintern, al que algunos disidentes comenzaron a llamar el Stalintern.

Ambas exclusiones abrieron paso para el ascenso al campo de la dirección de militantes como Dolores, caracterizados por su obediencia e integrismo: "Ya en 1932 la vemos dar la batalla, al lado de José Díaz, a las concepciones sectarias y dogmáticas del grupo encabezado a la sazón por Bullejos, que amenazaba convertir el Partido en una versión proletaria de las sectas carbonarias..." (6).

Hasta aquí otra vez la historia oficial, la leyenda. Sin embargo la realidad es muy otra. Dolores Ibárruri accede al Comité Central y a la redacción de "Mundo Obrero" como compensación a su entrega y fidelidad. Durante el período "sectario y dogmático", Dolores escribirá y hablará con vehemencia a favor de la política oficial y desconoce las tradiciones de debate crítico y abierto de la historia del socialismo. Esta identificación es tal que cuando el equipo Bullejos-Adame-Trilla es defenestrado, ella se ve obligada a efectuar su primera y última retractación (7). Nunca más se verá obligada a hacerlo, porque desde entonces estará fuera de toda sospecha.

La misma historia oficial atribuye al nuevo equipo animado por Díaz y "La Pasionaria" un giro que prologa lo que luego será la política del Frente Popular. Tampoco esto es cierto. El nuevo equipo rector sigue traduciendo al castellano las premisas de la política del "tercer período" de la Internacional Comunista (8). Se sigue caracterizando al PSOE y a la CNT como enemigos de clase y a los trotskistas como aliados objetivos del fascismo. El PCE trata en aquella época de crear sindicatos minoritarios afines y opuestos a la CNT y la UGT, y trata de obligar a socialistas y anarcosindicalistas a un frente único "por la base", o sea en contra de sus "direcciones traidoras". Una demostración de todo esto lo encontramos en que cuando realmente comienza a concretarse un frente único con la Alianza Obrera, Dolores Ibárruri definirá a ésta como la "Santa Alianza contrarrevolucionaria", y cuando entra en discusión con ella plantea la expulsión de los trotskistas -o sea de los comunistas discrepantes reunidos en torno a Nin y a Maurín- para firmar su adhesión.

Habitualmente las historias oficiales pasan muy rápidamente sobre este período.

Será durante este período cuando comienza a forjarse la leyenda de "La Pasionaria" entre los trabajadores, y con la revolución social de Asturias de octubre de 1934, como fondo privilegiado.

Con todos sus desafueros, la política del "tercer período" del estalinismo estaba acompañada por un gran fervor militante, y la represión fue muy dura contra ellos. Los períodos de encarcelamiento de Dolores se sucedieron, y su imagen de mujer bravía y revolucionaria cobró una fuerza inusitada cuando después de los acontecimientos de 1934 comenzó a encabezar duras manifestaciones. Una fotografía en la que aparece tirando de los barrotes de una prisión dio prácticamente la vuelta al mundo. Cuando el VII Congreso del Komintern dio el gran viraje hacia la reconciliación de clases, y cada PC tomó el rostro de su máximo dirigente, nadie como Dolores Ibárruri poseía en el PCE un poder carismático similar o parecido. Sólo en Cataluña un nuevo cuadro dirigente, Joan Comorera, poseería los elementos personales para ocupar dicho lugar, pero en 1936 era un recién llegado.

Si Stalin era la prolongación de Marx y Lenin debidamente iconificados y desactivados, cada líder nacional comunista era la prolongación de Stalin. Dolores marchó a Moscú y regresó fascinada, se le había recibido con todos los honores, era ya un monumento y Stalin le pareció alguien fuera de lo común. Esta fascinación se mantendría en los años ulteriores cuando, a pesar de todas las revelaciones efectuadas por el "revisionismo" de Kruschev, ella se negó a reconsiderar esta admiración, aunque la fórmula no fue ya la de un dirigente infalible sino la de un hombre atento y preocupado por el destino del pueblo español. Su prestigio de mujer de hierro se afirmó primeramente en Asturias donde fue elegida diputado por la cuenca minera, dándose tal empatía que alguna gente llegará a creer que Dolores era asturiana. Ahora encarnaba al partido que tanto había luchado, a los hombres y mujeres que habían dado su vida por la revolución, a la Unión Soviética y a Stalin que eran "el faro de la humanidad".

La que había sido hasta entonces una mujer de instintos revolucionarios, reflejo de una condición femenina que comenzaba a cambiar, se convirtió en una pensadora cuyos planteamientos se convierten en ley. Desde ahora será el centro de un dilema maniqueo, los que la defienden y exaltan la consagran como uno de los más altos símbolos de la República en armas, los que la atacan son los enemigos. Su vida privada ya no le pertenece; Julián desaparece de la escena y sus relaciones con Francisco Antón forman parte de los secretos del partido como si se tratara de algo vergonzoso.

Cuando Dolores Ibárruri escribe o habla, certifica sobre una política oficial que aparece como la adaptación de la táctica comunista a las exigencias de la defensa de la República cuyo carácter "oligárquico" de ayer -1931- desaparece para representar una "nueva democracia". Los grandes principios del bolchevismo que se habían asimilado para extender la promesa socialista de octubre de 1917 -la entrega militante, la eficacia organizativa, el ejército rojo, etcétera-, se reorientan hacia un horizonte bastante similar al que había significado el gobierno provisional ruso de febrero a octubre. Esto respondía, de un lado, a las exigencias de la política exterior soviética, y por otro, a los intereses de los restos de la burguesía y de la pequeña burguesía republicana representada, indistintamente, por socialistas de derecha, republicanos y nacionalistas vascos, catalanes y gallegos.

Siempre que explica esta posición, Dolores Ibárruri recita una argumentación conveniente a las formaciones aliadas, dentro de las cuales el PCE fue el más consecuente. Insiste sobre todo, una y otra vez, en que la sublevación militar-fascista no tuvo razón de ser porque ni se estaba desarrollando ninguna revolución social ni el PCE (lo que es verdad) trataba de impulsarla: "... nosotros (los comunistas) no nos hemos planteado el problema de una revolución social, sino el desarrollo democrático de nuestro país. Porque no habían madurado las condiciones para una revolución social. Es decir, ni la burguesía, ni los terratenientes, ni los grandes propietarios estaban tan descompuestos para plantearnos el problema de una revolución social que liquidase a la burguesía, que liquidase a los propietarios terratenientes, etcétera (...) no había ningún peligro para la burguesía en nuestro país en 1936. Ningún peligro. Lógicamente la clase obrera exigía el mejoramiento de sus condiciones de vida; pero, desde el punto de vista socialista, no había ningún peligro..." (9).

Paradójicamente esta reiterada afirmación contradice los supuestos revolucionarios que con tanta seguridad y pasión se proclamaban en 1931, y lo hace cuando al período "reformista" de la República le había sucedido otro revolucionario, con un contralevantamiento, que la propia Ibárruri había caracterizado, en su momento, como el comienzo clásico de una revolución social que más tarde será camuflada, o presentada como lo hace también Dolores en El único camino, con los estigmas de un caos. Su visión de la Barcelona de 1936-1937 puede proponerse como el contrapunto de la que ofrece George Orwell en su Homenaje a Cataluña.

El marxismo es omnipotente, dirá, y para ella el marxismo está representado por el partido, y el partido en el PCUS, en la "patria soviética". Una vez establecida esta medida, lo demás es sencillo. Los que se acercan a é! como Azaña, Prieto, Negrín, Marcelino Domingo o Companys, son tratados con benevolencia. Los que se oponen, como pueden ser los casos de Largo Caballero, Durruti o Andreu Nin, no merecen mucho respeto. Algunos de ellos, como Nin, son "monstruos" por sus ideas, otros lo serán en un sentido todavía más amplio: "allí -dice de la Cataluña rojinegra- no mandaba nadie más que las milicias de la FAI dirigidas por el anarquista Escorza, que físicamente era una ruina: jorobado y paralítico, sólo vivía en él la llama de su odio a los hombres normales...". Las mismas concepciones se reproducen en sus diferentes memorias y en las diversas historias oficiales que, bajo su dirección, efectuaría el PCE sobre el propio partido y sobre la guerra civil. Esta dimensión de "historiador oficial" se extiende también a la historia de la revolución de Octubre de 1917 (10).

No se trata, por más que se diga, de un mito de la revolución (11), sino de un mito conservador, populista, que se apoya en categorías intelectuales predemocráticas: la sangre, la tierra, la fe, la patria, etcétera. Es un mito que mira hacia el 2 de mayo de 1808 y no hacia la actualidad del socialismo. Naturalmente. los fascistas trataron de destruirlo imputándole las barbaridades más descabelladas, con lo que, indirectamente, contribuyeron a que su prestigio encendiera la imaginación de una multitud de poetas, entre los cuales hay que destacar, quizás, a Rafael Alberti, el chileno Vicente Huidroro y el francés Louis Aragón. Durante este tiempo hasta las estrellas y escritores y escritoras de Hollywood como Lillian Hellmann se sentían orgullosas de retratarse con esta nueva Agustina de Aragón. Hermingway la inmortalizará en Por quién doblan las campanas, y en el cine tuvo el rostro de la trágica actriz griega, Koxtina Poxinou.

Un capítulo aparte es el de la cuestión femenina y hacia el cual Dolores Ibárruri no mostró ninguna sensibilidad. Sin duda concibió como natural que (en un conflicto en el que la guerra se oponía -contra toda la tradición revolucionaria- a la revolución, y las normas sociales dominantes en Occidente al socialismo y a las colectivizaciones) la mujer jugara un papel secundario en la lucha antifascista sin plantearse ningún horizonte emancipatorio. Esto queda claro en todas sus intervenciones como cabeza visible de las Mujeres Antifascistas, en nombre de las cuales abogó por una mujer activa en la retaguardia. No obstante, en ocasiones muy contadas, Dolores no dudó en arremeter contra los hombres que hablan "de democracia y alegan que la mujer está bien en casa", explicando que "eso mismo dice Hitler; que en Alemania se dice que para la mujer: cocina, hijos e Iglesia". Ella fue aceptada como una excepción, como una mujer singular capaz de asumir tareas que se consideran propias de los hombres (12).

El largo exilio de Dolores se divide entre Francia -de donde se ha de marchar en 1947 cuando el POE es prohibido- y la URSS. En 1937 había sustituido a José Díaz en el pleno del CC y en 1942, tras la muerte de éste y de derrotar a Jesús Hernández, será elegida secretaria general, cargo que ocupa hasta 1960. Entre ambas fechas, Dolores Ibárruri es, sin duda, el "hombre fuerte" del PCE. En 1943 es una de las figuras del movimiento comunista internacional que estampa su firma en el acta de defunción de la Internacional Comunista de la que se dice que "había cumplido su misión histórica", aunque ésta era nada menos que la revolución mundial.

Su nombre se encuentra en primer plano en cada uno de los capítulos de la historia del PCE: guerrillas antifranquistas, posibles salidas al franquismo después de la II Guerra Mundial, campaña contra el titismo, expulsión y excomunión de Joan Comorera, crisis del estalinismo y surgimiento del "revisionismo" jruscheviano... Cuando se plantean parcialmente los crímenes y errores de Stalin, Dolores Ibárruri no es puesta en cuestión. La nueva historia oficial toma distancia de la URSS y del Komintern y se dice que el "culto a la personalidad" de Dolores fue algo espontáneo entre el pueblo y recibido con mucha modestia. Sin embargo, parece claro que su sustitución al frente de la secretaría general por parte de su "delfín" Santiago Carrillo es una traducción española del cambio de Stalin por Jruschev y así lo interpreta Fernando Claudín (13).

Desde este momento Dolores aparece como la Presidenta del partido y en un plano más decorativo, aunque esto no es obstáculo para que tome posiciones contra Claudín y Semprún durante el debate promovido por estos; abogando por la política oficial del partido de acercamiento a los católicos -para lo que se apoya en sus raíces católicas y su "mano tendida" durante la guerra civil hacia la iglesia perseguida por los "sectores anarquistas"-; por la "reconciliación nacional", etc. Como en cada uno de los momentos de la historia del PCE, Dolores sabe adaptarse a los criterios dominantes del aparato del partido. Así, cuando ha de optar entre la posición oficial soviética con relación a un acontecimiento tan decisivo como el de la invasión de Checoslovaquia y la del partido orientado ahora hacia el "eurocomunismo", Dolores no durará en hacerlo por éste, y cuando en Moscú se monta una escisión prosoviética, Dolores se niega secundarla. Esto nos revela que a pesar de sus ligámenes con la URSS, mantiene una mayor fidelidad hacia su partido.

Durante su estancia en la URSS se ha mantenido como una exiliada excepcional que era recibida con las atribuciones de un jefe de Estado en sus diferentes visitas a los países llamados socialistas, pero su enraizamiento soviético no había anulado su afán de regresar a España. No sabemos lo que le hubiera ocurrido a esta mujer de mármol si hubiera vuelto como una militante prosoviética a la manera de Enrique Lister, justificando el "socialismo real" en Checoslovaquia y Polonia, pero sin duda hubiera neutralizado el sentimiento de aquellas muchedumbres que ocuparon la calle durante los primeros momentos de la Transición coreando la consigna de: "¡Sí! ¡Sí! ¡Dolores a Madrid!".

El regreso de Dolores Ibárruri a la normalidad fue uno de los falsos traumas de los comienzos de una "transición" que lo reformaba todo para mantener lo esencial. y aunque Dolores había mostrado su voluntad moderadora, la derecha seguía viendo en ella a la bolchevique con el cuchillo en la boca de la leyenda. Los hechos se encargaron de demostrar que la antigua vehemencia de los tiempos de la II República había dejado lugar a una "pobre mujer", a una nueva versión del mito que el cineasta José Luis García Sánchez autor de una interesante película sobre ella, "Dolores", presentaba como sigue: "(Dolores) es una persona absolutamente fascinante, y todo un símbolo. Un símbolo mucho más que un mito en el sentido que ha perdido una guerra, se le ha muerto unos hijos, ha luchado y ha perdido. Digamos que es una perdedora, como tantísimas mujeres que hay en España. Es por esto que no me parece un mito, y el problema no es que haya hecho algo especial, sino que representa muchas cosas. Para mí Dolores Ibárruri es mi abuela, es la Santa Teresa de Jesús, es la militante anónima de un partido de izquierdas, es la madre de una familia de derechas" (14).

En esta adaptación, el símbolo se antepone al mito, y se desdibujan los elementos que convergieron en el apogeo de éste: la fiera y voluntariosa resistente contra el racismo, la voz de las Mujeres Antifascistas, la dirigente de un partido vinculado con el Komintern y al servicio del sector antirrevolucionario de la República, la encarnación de la ortodoxia hasta muy recientemente, la defensora acrítica del "socialismo realmente existente", la implacable juez de trotskistas, anarquistas, titístas, etc. (15)

El símbolo enfatiza el sufrimiento, la continuidad militante, la sencillez de una mujer célebre que demuestra su normalidad, la Madre de Gorki que perdió sus hijos y que adoptó a muchos militantes del partido...

Y ella ha sabido jugar este nuevo papel. Volvió a recobrar su acta de diputado por Asturias, pero no fue a las Cortes para clamar por ninguna subversión sino para desear buena suerte a Suárez. Como presidente honorario de las Cortes por su antigüedad, demostró que lo podía hacer tan bien como lo hubiera hecho cualquier político conservador. Votó con entusiasmo la Constitución, y no quiso comprometerse abiertamente con ninguna de las fracciones que se disputan los restos del naufragio del partido eurocomunista en crisis. Por su historia podía haber optado por Ignacio Gallego, aunque también podría haber prolongado su viejo tandem con Carrillo, pero se mantuvo como la Presidenta del partido y al margen de las discrepancias. El mito o el símbolo sería por ello aceptado por todos, incluso por adversarios políticos de antaño que se sentaron en la amplia mesa en la que se festejaba su noventa aniversario.

Pero este homenaje no podía ocultar los signos de una decadencia. La Dolores Ibárruri homenajeada era la militante-madre-abuela de García Sánchez, mientras que nadie quería recordar las concreciones de su pasado político. Este se ha convertido en una especie de no lugar, que se justifica pero que no se analiza. Quizá sea esta la única manera para no cuestionarla.

Otra cuestión es como dicho cuestionamiento puede afectar a los militantes de a pie que la tomaron como un símbolo poco menos que sagrado. No hay más que visitar la casa de unos comunistas "de los de antes", para comprobar como su foto rivaliza con la de los familiares más directos. Cierto es que, con todo lo que ha llovido, ya nada es igual y el mito se ha desteñido. Entre otras cosas porque ya el PCE-PSUC ya no son ni sombra de lo que fueron. Lejos quedan los tiempos en los que tenían locales por todas partes, y en ellos, la foto de Dolores formaba parte natural del decorado. Ahora es un personaje, y toda biografía, toda edición de sus escritos requiere una puesta al día, un distancimiento de lo que significó el estalinismo.

NOTAS:

(1) Lo cual, apuntamos, no deja de ser descabellado ya que ninguna de ellas se aproxima a sus concepciones políticas, irrepetibles sobre todo después del XX Congreso del PCUS. No obstante, su eco como mujer perseguida sigue influyendo, como lo muestra el dato de que Joan Báez le dedicara una de sus canciones en un recital ofrecido en la TVE al principio de la Transición.

(2) Como habrán ya adivinado los lectores, empleo la terminología de dos famosas películas de Andrzej Wajda: El hombre de mármol y El hombre de hierro. Creo que Dolores Ibárruri reúne ambas facetas, la de un mito burocrático y la de un símbolo de la resistencia contra la opresión.

(3) Esta cita, como todas las que no se dice lo contrario, pertenece a su conocido libro El único camino (Ed. Bruguera, Barcelona. 1977).

(4) Cf., Jaime Camino. Intimas conversaciones con La Pasionaria. Ed. Dopesa. Barcelona. 1977, p. 69.

(5) Durante mucho años en las historias oficiales del PCE y en la de algunos historiadores afines -como es el caso de Tuñón de Lara-. Dolores Ibárruri aparece como una dirigente del partido desde su fundación. Tuñón de Lara da por supuestas unas revelaciones personales de Dolores según las cuales el primer PCE preparaba una insurrección armada... Este hecho ha sido desmentido por dirigentes del PCE de entonces. Precisamente algo semejante fue empleado por la policía para desarrollar una vasta operación represiva contra el joven partido. Sobre la historia del PCE se puede consultar las obras escritas por Joan Estruch (en dos partes, la primera aparecida en Ed. Viejo Topo, Barcelona. 1977, y la segunda. en Ed. Siglo XXI. Madrid. 1982), la de Pelai Pagés -que alcanza hasta 1930-, publicada por Ed. Hacer, así como la contribución de Juan Andrade que se encuentra en Ed. Fontamara.

(6) Cf. Andrés Carabantes & Eusebio Cimorra, Un mito llamado Pasionaria (Ed. Planeta, Barcelona, 1982, p. 57). Esta biografía, como la de Teresa Pámies, Una española llamada Dolores Ibárruri (Ed. Roca, México, 1975), es una contribución a la historia oficial y se limita a ordenar los diversos escritos autobiográficos de Dolores Ibárruri.

(7) Cf. Guy Hermet, Los comunistas en España, Ed. Ruedo Ibérico, Paris, 1972, p.55.

(8) Para un estudio sobre las relaciones PCE-Komintern ver, entre otros, Fernando Claudín, La crisis del movimiento comunista (Ed. Ruedo Ibérico, París, 1969) o, Pierre Frank, Histoire de I’ Intenationale Communiste (Ed. La Breche, París, 1979).

(9) Jaime Camino, ob. cit., pp. 74-83.

(10) Este es el caso de El único camino, de su último libro, Memorias (Planeta, 1984), y de las historias del PCE, de la guerra y la revolución aparecidas en la editorial Ebro. En las versiones más clásicas, el POUM, por ejemplo, aparece simplemente como la "quinta columna", en tanto que en las versiones "revisionistas" el POUM y la FAI aparecen como unos "izquierdistas" equivocados que contribuyeron a la derrota. Aunque en diferente grado, esta responsabilidad se reparte incluso entre los aliados, atribuyéndose a los republicanos moderados la "traición" a la "revolución democrática" y a las democracias europeas la "traición" al antifascismo. Finalmente, en su Historia de la Revolución de Octubre (Ed. Ebro, París, 1967), Dolores se atiene a la versión oficial soviética más reciente que amplia el escamoteo de las actividades de los principales dirigentes de la revolución (con la excepción de Sverdlov y Lenin. fallecidos en 1922 y 1924 respectivamente) al mismísimo Stalin.

(11) Teresa Pámies, así como otros dirigentes "eurocomunistas" no han dudado en establecer un parangón entre Dolores Ibárruri y Rosa Luxemburgo. Para constatar lo abusivo del paralelismo el lector no tiene más que conocer algunas de las biografías de la segunda.

(12) En diversas declaraciones Dolores Ibárruri había manifestado qué no se consideraba feminista y sus reservas sobre cuestiones como la libertad sexual y el aborto. Es quizá por que ninguna tendencia del feminismo la ha adoptado como una de sus pioneras a pesar de su prestigio.

(13) Fernando Claudín, Santiago Carrillo, Ed. Planeta, Barcelona, 1984. p.113.

(14) Entrevista aparecida en la revista Fotogramas. A pesar de sus indiscutibles valores cinematográficos, la película ha tenido una exhibición muy limitada por motivos en los que la política no juega un papel secundario. También es cierto que el mito no arrastra ya muchedumbres como antes.

(15) Cuando esta dimensión no ha podido ser escamoteada, como fue cuando se reeditó sin modificaciones El único camino, Irene falcón; su alter ego, explicó públicamente que Dolores ya no compartía los criterios del estalinismo y que éstos eran secundarios en su vida.

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