Alex Callinicos / Rebelion*
Los Juegos Olímpicos me parecen, en el mejor de los casos, irritantes.
Dos semanas de patrioterismo patrocinado por las grandes empresas en
honor de un puñado de bobos hipermusculados no es algo que me quite el
sueño.
Pero el ataque continuo a China, la orgía casi, en todo
lo que esté relacionado con los Juegos Olímpicos en Pekín es suficiente
como para hacerle a uno vomitar. Sí, China está gobernada por un
régimen estalinista autoritario, despiadado en su trato con los
disidentes. Y sí, el pueblo del Tíbet tiene el derecho a la
autodeterminación nacional, aunque espero que cuando la consigan no la
utilicen para reinstaurar el dominio de la clerigalla budista.
Pero las credenciales democráticas de muchos de los críticos de China tampoco resisten a un serio examen.
George
W. Bush dijo poco después de aterrizar en Pekín que “América se opone
firmemente a la detención de disidentes políticos, defensores de los
derechos humanos y activistas religiosos en China. Defendemos la
libertad de prensa, la libertad de reunión y los derechos laborales no
para enojar a los dirigentes chinos, sino porque confiar en su pueblo
otorgándole una mayor libertad es la única manera de que China
desarrolle su pleno potencial.”
¿A quién se cree que
engaña? Los EE,UU. son el aliado más firme de Egipto, cuyo respeto por
“la libertad de reunión y los derechos humanos” ha sido demostrado
reprimiendo las huelgas en Mahalla, y también de la familia real saudí,
quienes aplastan despiadadamente el menor asomo de sentimiento
democrático en su país.
Ni siquiera se atrevió Bush a
incluir el derecho a un juicio justo en su lista de reclamaciones.
Piénsese el caso de Salim Ahmed Hamdan, el antiguo chófer de Osama Bin
Laden. Incluso después de haber cumplido cinco años y medio de
sentencia dictada por un tribunal militar ilegítimo, irregular y
arbitrario, puede que aún no sea liberado “porque la administración
Bush sostiene que puede retener a los detenidos [en el campo de
Guantánamo] hasta el fin de la Guerra contra el Terror”, según el New
York Times.
Por los beneficios
Las
críticas de Bush son pura hipocresía. Pero uno se pregunta, teniendo en
cuenta los beneficios que las multinacionales occidentales obtienen de
la mano de obra barata que proporciona el represivo régimen chino, a
qué viene todo este alboroto a costa de los Juegos Olímpicos. Y la
respuesta es que China no es como cualquier otra vieja dictadura.
Su
rápido crecimiento económico está desestabilizando el equilibro de
poder mundial futuro. Según los mercados, el porcentaje del producto
bruto mundial que corresponde a China ha crecido de un 2’6% en 1980 al
6% actual. Según otros indicadores mucho mejores a la hora de
cuantificar el tamaño absoluto de las economías nacionales, el
porcentaje chino se aproxima casi al 11%.
Todavía está
muy por debajo de los EE.UU., los cuales, según los mismos indicadores
antes mencionados, aportan el 25 y el 21% de la producción económica
mundial respectivamente. Sin embargo, el despegue económico de China
está reorganizando las relaciones entre estados.
Por
ejemplo: los estados del Tercer Mundo que producen las materias primas
que China necesita ya no tienen que ir a pedir gorra en mano préstamos
al Banco Mundial, dominado por los EE.UU., y aceptar las nunca
bienvenidas “condiciones” con las que se les obliga a remodelar sus
economías y políticas siguiendo las pautas neoliberales.
Esto
no significa que las inversiones chinas en África o Latinoamérica sean
benéficas o desinteresadas, sino que proceden de un país de capitalismo
controlado por el estado que está asegurando sus reservas de recursos
naturales.
El hecho es que la mayor parte de todo este
jaleo a propósito de China está motivado menos por la preocupación por
los derechos humanos, el Tíbet o el medio ambiente, que por miedo al
poder chino.
Bush declaró al Washington Post que es
“importante que los chinos se comprometan”, pero el mensaje parece que
también es: “acuérdate de quién es el jefe y de no rechistar.”
En
todo esto parece que son las potencias occidentales las que más se
contradicen. Se comportan como si las cosas estuvieran como
inmediatamente después de la caída de la Unión Soviética, cuando
Estados Unidos y sus aliados podían hacer lo que querían.
Pero las cosas han cambiado. El poder estadounidense está en declive. Quienes desafían a Occidente están cada vez más seguros de su propia fuerza. Si se les busca demasiado las cosquillas, entonces, como la guerra en el Cáucaso ha demostrado, devolverán el golpe.
* Traducido para Rebelión y Tlaxcala por Àngel Ferrero
[Enlace original: http://www.socialistworker.
Àngel Ferrero es colaborador de Sin Permiso, Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a sus autores y la fuente.