4. El ajuste ante la crisis: el neoliberalismo como fórmula de gestión del capitalismo

Lunes 9 de marzo de 2009

En un intento desesperado por recuperar la rentabilidad se produce una ofensiva ideológica, económica, social y política por parte de las clases dominantes a partir de los 70, cuya plasmación en el terreno de la política económica se conoce como neoliberalismo. El neoliberalismo tuvo su ensayo, un primer experimento, en el sangriento Chile de Pinochet tras el golpe de estado del 73, y ha tenido sus iconos en personajes como Milton Friedman o Von Hayek. Personajes que permanecían marginados en el mundo académico y que estaban aislados políticamente tras el desastre de la política liberal reflejada en la gran depresión del 29, comienzan a encontrar numerosos altavoces. Estas ideas no eran nuevas, aunque su eco había sido escaso hasta la década del 70. Sus ideas no nacían con la crisis de los 70, pero sí que fue en ese momento cuando fueron interesadamente recuperadas y promocionadas por el poder.

El neoliberalismo como receta ha sido un intento de reestablecer la tasa de ganancia de un modo radical y estable en el tiempo. Las tres recetas básicas de las que se ha dotado han sido: privatización, desregulación-desreglamentación y apertura exterior en sentido amplio (capitales, mercancías...). Estudiemos, por tanto, las tres medidas:

4.1 La ola de privatizaciones

La necesidad de recuperar la rentabilidad por parte del capital privado ha provocado la búsqueda de nuevos espacios de negocio, nuevos espacios donde obtener beneficios. Con ello sobrevino una ola de privatizaciones de diversas actividades rentables en manos del sector público (los sectores no rentables nunca se han privatizado, salvo previo saneamiento a costa de las arcas del Estado). En dichas manos se encontraban, en general, sectores estratégicos (transporte, energía, telecomunicaciones…) que habían requerido una inversión pública fuerte en años anteriores y que habían servido de apoyo a la acumulación privada en otros sectores. Junto a estos sectores, se han ido privatizando además toda una serie de servicios públicos esenciales (sanidad, educación…) fruto de conquistas sociales pasadas y de las necesidades del propio sistema en un momento dado (necesidades formativas adaptadas al mercado de trabajo, por ejemplo).

Todos estos sectores resultaban muy apetecibles para el capital privado como fuentes de nuevas ganancias, porque tenían poco riesgo por ser esenciales (la demanda estaba asegurada en energía, transporte, sanidad…) y estaban muy protegidas de la competencia: de hecho, los viejos monopolios públicos ahora son monopolios u oligopolios privados, con muy difícil entrada de nuevos competidores. En este sentido, las privatizaciones de empresas públicas han constituido un verdadero saqueo del erario público, máxime cuando a menudo se han llevado a cabo con altas dosis de corrupción política y clientelismo y escapando a todo control democrático efectivo.


4.2 Desregulación-liberalización.

Cuando las contradicciones intrínsecas del capitalismo mermaron la rentabilidad y el ritmo de crecimiento de la “tarta” o, dicho de otra manera, cuando la renta global no crecía al ritmo deseado, se hizo necesario desatar las diversas trabas y regulaciones legales que el sector público había impuesto a la lógica del capital. Trabas que se habían impuesto para no repetir los errores que condujeron a la gran depresión del 29, pero también toda una gama de intervenciones fruto de las conquistas de la clase trabajadora. Para ello se quebraron las reglas que el keynesianismo entendía como reguladoras, en el sentido de que permitían aliviar las contradicciones que provoca el mercado (servicios sociales, precios regulados…..). Por ello, las políticas neoliberales, pensando en las rentabilidades a corto plazo, sólo han podido agravar las contradicciones a largo plazo. La liberalización y la desregulación se han dado en numerosos planos (leyes del suelo, de la competencia, de la localización de empresas…). Vamos a ver algunos de estos planos que creemos que –dada su centralidad económica y social– pueden ayudar a entender mejor la lógica del neoliberalismo.


4.2.1 Las contrarreformas en el mercado de trabajo.

Las sucesivas (contra)reformas han tenido como objetivo disminuir la capacidad organizativa de la clase trabajadora y, por consiguiente, doblegar a largo plazo las fuerzas del trabajo para aumentar los beneficios, disminuyendo el crecimiento salarial (también los costes laborales no salariales) y situándolo al menos por debajo del crecimiento de la productividad. En plena ofensiva política e ideológica, los diversos gobiernos fueron eliminando conquistas históricas que habían fortalecido la capacidad organizativa y negociadora de la clase trabajadora. Se multiplicaron las modalidades contractuales, se rebajaron los requisitos para hacer posible el despido, se permitieron los intermediarios (subcontratas y empresas de trabajo temporal). También se redujeron las prestaciones por desempleo y, además, se realizaron políticas de paro masivo (que presionaban a la baja –en términos reales– sobre los salarios).

El resultado ha sido una derrota tanto social como política de la clase trabajadora. Si bien, ante los primeros envites, tanto en las contrarreformas del mercado de trabajo como en las privatizaciones, el viejo movimiento obrero fue capaz de resistir, la ofensiva sostenida de los diversos gobiernos (conservadores y socialdemócratas) durante estas últimas tres décadas ha conseguido quebrar la resistencia sindical y social. Después de eso todo ha sido más fácil. La capacidad de lucha ya no era la misma y la interiorización de la derrota hacía virar a algunas capas de la clase hacia la derecha, buscando salidas individuales ante el fracaso de las colectivas. Las cúpulas sindicales se adaptaban, mientras tanto, al nuevo marco, convirtiéndose en gestores de la situación y teorizando la concertación como mal menor.

Paralelamente, y ayudándose de dichas reformas, el ataque al potencial de conflicto también tenía un anclaje en las nuevas formas de organizar la producción. Deslocalizaciones (traslado de la producción a países con menores costes salariales y ambientales) y subcontratación (la externalización de procesos productivos y/o de gestión que tradicionalmente se hacían en la misma estructura empresarial), junto a formas de contratación y estimulación individual, o a una gestión de stocks y de la organización donde el trabajador es cada vez más una pieza muy flexible (que sufre formas contractuales muy precarias) han degradado enormemente la capacidad organizativa del mundo del trabajo.

Este hecho, que afecta a los salarios directos, junto al deterioro de los servicios públicos y de los programas de cobertura social, han hecho que conseguir trabajo a jornada completa deje de ser sinónimo de salir de la pobreza, incluso en los países miembros de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo, que agrupa a los países más industrializados). El número de trabajadores pobres (los llamados “working-poor”) no ha dejado de crecer en los últimos años, también en los países del centro que domina la economía mundial, lo que es todo un reflejo del alcance de la ofensiva desencadenada por las clases dominantes contra la clase trabajadora [5]. Aunque a corto plazo esto signifique un mayor plusvalor y rentabilidad para el capital, a su vez origina nuevos problemas como el deterioro del poder adquisitivo de amplios sectores sociales. Y el endeudamiento extremo de las familias basado en créditos baratos –como ha demostrado la crisis actual– no puede ser una solución duradera a esta contradicción.


4.2.2 La liberalización financiera.

Por otra parte, y dada la correlación de fuerzas entre las fracciones de capital industrial y financiero en el contexto de la crisis de rentabilidad, el programa neoliberal transforma radicalmente el ámbito financiero, convirtiéndolo en un espacio idóneo para la obtención de rentabilidad elevada y rápida. De hecho, podemos decir ya que la actividad productiva es tan sólo una de las actividades de valorización de los grandes grupos industriales. Ante la imposibilidad de encontrar un marco estable de acumulación y rentabilidad en el ámbito productivo, el capital industrial ha fluido hacia la actividad financiera, mucho más lucrativa. Allí obtienen beneficios que no se destinan a la producción posteriormente. Ante la imposibilidad de hacer “la tarta más grande”, se priorizan las actividades que tienen como objetivo apropiarse de la parte de otros (otras empresas, la clase trabajadora), siendo el sector financiero el eje utilizado para llevar a cabo este expolio regresivo en el reparto global de la riqueza.

En primer lugar, los sistemas financieros se liberalizan (primero fue el mercado de divisas y, continuaron, el de obligaciones y acciones respectivamente), de forma que sus precios básicos (los tipos de cambio tras el colapso del sistema monetario internacional diseñado en Bretton Woods y, posteriormente, los tipos de interés) dejan de ser determinados por el poder político para pasar a regirse por la lógica mercantil. Este aspecto es fundamental, ya que el “juego” con los precios financieros se convierte en una fórmula para la obtención de beneficios con la simple compra-venta de productos financieros. Por otra parte, se altera drásticamente el rumbo de la política monetaria: el objetivo prioritario es ofrecer elevados rendimientos y garantías al capital financiero, mediante niveles de inflación estables (para que no se erosione el valor real de los rendimientos financieros) y tipos de interés elevados (en términos reales; es decir, la diferencia entre el tipo de interés nominal y la inflación). La nueva política monetaria a favor de los intereses del capital financiero se inaugura con la subida de los tipos de interés por parte de la reserva federal en 1979, lo que algunos autores llaman “el golpe de Estado de las finanzas”.

Paralelamente, los sistemas financieros nacionales se abren a los flujos internacionales de capital. La apertura financiera de las economías, requisito ineludible de los planes de ajuste estructural del FMI, supuestamente facilitaría que el ahorro fluyera hacia los países con más necesidades de recursos. En la práctica, la libre movilidad trasnacional de los flujos financieros se traduce en súbitas entradas y salidas de capitales especulativos que desmoronan las dinámicas económicas de los países afectados, poniendo en grave peligro su actividad productiva, como sucedió con la crisis asiática de 1997. Esto se ve acompañado de las privatizaciones bancarias (y de colosales reducciones de plantillas en el sector), así como de la paulatina desaparición de las normas que diferenciaban los distintos segmentos del sistema financiero (mercados monetario, financiero, de divisas, etc). Por otro lado, los gobiernos vieron en la actividad financiera, en la generación creciente de capital ficticio, una forma de aumentar la demanda global, a pesar de que dicha demanda no se pudiera sostener en el tiempo más que con la extensión del crédito, mecanismo claramente limitado cuando no se ve acompañado de aumentos en la producción real. Por último, todo este movimiento se complementa con la instauración de una fiscalidad muy favorable al capital financiero y a la agilidad de sus movimientos, impulsándose tanto la sobredimensión de los mercados financieros como su liquidez.

Además, este impresionante proceso de liberalización del capital financiero ha conllevado una creciente concentración de recursos en pocas decenas de bancos, grupos industriales, compañías de seguros, fondos de pensiones y de inversión. Por ejemplo, apenas entre 30-50 actores financieros tienen controlado el mercado de divisas mundial.

La generación de capital ficticio es continuada, y las ganancias obtenidas en la producción se destinan, en gran medida, a la especulación sobre cualquier título: acciones, divisas, productos derivados, créditos hipotecarios, títulos sobre las cosechas agrícolas. El resultado es la generación de burbujas especulativas que no hacen sino estallar tarde o temprano, arrastrando tras de sí a una economía cada vez más globalizada. En este sentido, las políticas neoliberales han sido una huída hacia delante permanente que no ha hecho más que añadir inestabilidad al sistema y aumentar dramáticamente las desigualdades, sin por ello inaugurar un nuevo ciclo de desarrollo económico estable, duradero y sostenible.


4.2.3 Otros aspectos de la ofensiva: la reforma fiscal y la concentración de capitales.

El neoliberalismo ha roto el llamado “pacto keynesiano” en otros dominios no menos importantes. Así, en el plano fiscal, la intervención pública que permitía una cierta redistribución de la riqueza (y, por tanto, acceso a determinados bienes públicos y niveles de consumo para amplias capas populares), se ha roto también. El neoliberalismo ha transformado la noción de presupuesto, tanto por el lado de los ingresos como por el lado de los gastos, provocando incluso redistribuciones inversas de la renta, aún más regresivas que las hechas por el mercado en primera instancia. Una ofensiva dirigida a ir disminuyendo los impuestos directos (aquellos vinculados con la renta) va liberando cada vez más rentas para las clases privilegiadas –con la excusa de permitir una supuesta reinversión en actividades productivas generadoras de empleo… ¡que a menudo no llega nunca!– y va mermando los recursos para mantener la política social. Y, además, el gasto público se orienta cada vez más a mantener las actividades productivas ligadas a la rentabilidad privada mediante infraestructuras, subvenciones e investigación de aplicación empresarial (inversión pública al servicio del beneficio privado). Es más, los impuestos indirectos constituyen una parte creciente de la recaudación pública, una vez que la fuente de financiación que suponían las privatizaciones (la venta del patrimonio público) ha cesado por extinción de las mismas.

Por otro lado, las grandes empresas se han orientado a políticas que les permitieran cierta capacidad de control de los mercados. La concentración empresarial, con base internacional, ha crecido mediante una ola de adquisiciones y fusiones iniciada en la segunda mitad de los 80. Gran parte de recursos financieros han sido destinados a estas operaciones. Cuando se nos habla de libre competencia, de disminución de las reglas de juego, de que el mercado sea el que decida, se plantea en definitiva favorecer la formación de oligopolios y monopolios por parte de las grandes empresas, lo que a la larga les ha permitido una gran capacidad de control sobre numerosos aspectos, como los precios de compra y de venta. Podemos utilizar el informe del Grupo ETC, Oligopoly Inc 2005 (www.etcgroup.org), que monitorea las actividades de las corporaciones globales para observar como, por ejemplo, desde 2003, las diez mayores industrias de semillas pasaron de controlar un tercio del comercio global a la mitad de todo el sector en tan solo dos años. Con la compra de la empresa mexicana Seminis, Monsanto pasó a ser la mayor empresa global de venta de semillas (no sólo transgénicas, de las que controla 90%, sino de todas las semillas vendidas comercialmente en el mundo). Monsanto es sólo uno de los ejemplos del sector agroindustrial. Pero tenemos más tiranosaurios del mercado. Encabeza la lista Wal-Mart, cuyas ventas son casi iguales a la suma de las de los cuatro competidores más cercanos: Carrefour, Metro, Ahold y Tesco.

Cuando el New York Times comenzó a hablar de la "walmartización" del tejido productivo norteamericano, se refería a cómo Wal-Mart había presionado a la baja los salarios y la seguridad social de los trabajadores en sus tiendas en Estados Unidos, fruto de su capacidad para controlar el mercado. Esta situación se repite, además, donde se instala, liquidando las tiendas locales pequeñas (efecto que tienen todos estos grandes supermercados).

Esta concentración ha supuesto además otro importante vehículo para restablecer la rentabilidad empresarial, facilitando las economías de escala y las sinergias empresariales y, con ello, la eliminación de empleos redundantes en la industria (a toda fusión le sigue un importante número de despidos laborales).


4.3 La apertura.

Las exigencias de rentabilidad planteadas por la crisis han hecho de la apertura otra de las claves de la ofensiva neoliberal. Esta apertura ha permitido no sólo el ascenso de nuevos mercados y nuevos recursos y, por tanto, nuevos espacios de negocio, sino también un control sobre la energía y las materias primas y la búsqueda de una salida a la sobreproducción de mercancías.

La apertura comercial y financiera se ha realizado progresivamente bajo el auspicio y la dirección de los países imperialistas, bien directamente, bien a través de los organismos internacionales (FMI, BM, OMC), e incluso a través de la presión militar. El objetivo es la apropiación de materias primas y de fuentes de energía a un coste menor, y la salida de mercancías hacia mercados no saturados.

Sin embargo, lo que ha sido una salida evidente para la crisis de sobreacumulación y sobreproducción tiene también límites intrínsecos. La permanente apertura no se puede mantener indefinidamente. Hoy, la economía se encuentra ya prácticamene mundializada en su totalidad. Además, dicha internacionalización de la economía amplifica los efectos de la crisis. Si bien es cierto que han conocido un crecimiento industrial muy considerable y que han producido buena parte de la riqueza y del valor que los flujos financieros han saqueado en beneficio de las principales potencias occidentales (China, por ejemplo, lleva años financiando el endeudamiento exorbitante de la economía norteamericana y su dinamismo industrial es muy dependiente de sus exportaciones), las llamadas “economías emergentes” (China, India, Brasil, Rusia…) no han sido capaces de “desacoplarse” de la situación económica internacional y contrarrestar la crisis actual.


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