Las semillas de la vida: luces y sombras en la clausura de la cumbre de la FAO en Túnez

Domingo 14 de junio de 2009

Jerónimo Aguado Martínez
 
Guardar una semilla y multiplicarla es trabajar por forjar una nueva esperanza para los pueblos.. De las 8500 especies vegetales que la humanidad a usado a lo largo de la historia para asegurar su alimentación, en la actualidad sólo se usan 150. La erosión genética es el concepto usado para definir la pérdida de biodiversidad a nivel planetario, pérdida que nos ha llevado a que la supervivencia humana dependa en gran medida de cuatro cultivos ( trigo, arroz, maíz y patata ) que aportan aproximadamente el 60% de la alimentación calorífica.

La biodiversidad es el sostén de la vida y por eso paradójicamente en los países prósperos y modernos nos estamos quedando sin ella. Los territorios que nos vanagloriamos del poderío económico medido por el alto volumen de consumo somos los más perjudicados en cuanto a la erosión genética, porque con nuestra voracidad indiscriminada nos estamos comiendo hasta nuestro propio mundo, ese pequeño universo que nos sostiene día a día.

Por el contrario, allí donde el rostro humano se viste de pobreza, en esas dos terceras partes de la geografía pobre, es donde en estos momentos se mantiene la esperanza, porque todavía mantienen vivas gran parte de sus semillas, y en sus manos está el futuro de la alimentación mundial.

Aún así, en nuestro mundo egocentrista no podemos claudicar, todavía son muchas las personas que han tenido la suficiente lucidez de poner en valor un patrimonio que por intereses de la industria agroalimentaria ha estado a punto de desaparecer. Me refiero a las personas mayores que entendieron que mantener vivas las semillas locales o las semillas de toda la vida, tenía una importancia vital; tanta, que sin ellas hoy podríamos dar por perdido el mejor de los tesoros que a toda generación le corresponde proteger: las semillas.

Esta práctica espontánea, milenaria, la de mantener vivas las semillas y mejorarlas en cada uno de los ecosistemas locales, acaba de tener un reconocimiento Internacional de un alto valor político y medioambiental.

En Túnez, el 5 de junio de 2009, después de cuatro días de difíciles negociaciones entre 121 Gobiernos en la reunión del Tratado de la FAO sobre Recursos Fitogenéticos para la Alimentación y la Agricultura, han acordado impulsar entre los países miembros de dicho tratado, revisar todas las medidas legislativas que afectan a los derechos de los agricultores, cuando éstas les impide guardar, intercambiar o vender sus semillas.

Para los movimientos campesinos participantes, ésta cumbre es el inicio de un protocolo muy semejante al de KIOTO con la problemática del cambio climático, donde por primera vez se reconoce a nivel planetario los grandes problemas que se nos vienen encima como resultado de la perdida imparable de la biodiversidad agrícola, es el primer paso para empezar a conocer la dimensión del problema desde una perspectiva planetaria, a la vez de poner freno a la privatización de dichos recursos por parte de las transnacionales agroalimentarias ( DOPONT, MONSANTO, SYNGENTA, SEMINIS, BAYER, DELTA PINE LAND, ETC..) con sus prácticas de manipulación genética y de patentar los resultados de las mismas.

 El campesino hondureño Luís Pacheco resumió así la importancia del Tratado: “conservar nuestras variedades, nuestra diversidad, es esencial para que podamos ajustar la agricultura ante la amenaza del cambio climático. Si no nos ponemos de acuerdo en esta reunión para que el sistema que protege las semillas en el mundo funcione, la próxima reunión que se hará en Copenhague sobre cambio climático, al fin de este año, no servirá para nada.” 

Wilhemina Pelegrina, directora ejecutiva de SEARICE —organización de la sociedad civil que durante mucho tiempo se ha dedicado a la defensa de los derechos de los agricultores, y que ha seguido de cerca las negociaciones— expresaba así los resultados del encuentro: “aunque se quedó corto en compromisos firmes, la resolución adoptada es un gran paso hacia adelante en las décadas de lucha por el reconocimiento y la instrumentación de los derechos de los agricultores en la FAO.”
 
Vía Campesina, la organización más grande de campesinos y campesinas en el mundo, enfatizó sobre el papel central que algunos agricultores a pequeña escala juegan en la conservación de la biodiversidad agrícola, e hicieron propuestas concretas sobre los derechos y el apoyo que requieren éstos, sus comunidades rurales, las organizaciones de pueblos indígenas y pastores, para mantener sus semillas, sin menospreciar el acceso a los materiales de los bancos de genes nacionales e internacionales y el apoyo financiero para la conservación de la biodiversidad en las parcelas.
 
Las organizaciones de agricultores y de la sociedad civil que estuvieron presentes ven con optimismo el desarrollo de las discusiones y las decisiones tomadas. Sin embargo, debemos anotar que sigue faltando el apoyo requerido para que el Tratado realmente funcione. Un financiamiento de $116 millones de dólares aprobado para desarrollar los acuerdos de la cumbre y que éste dependa de contribuciones voluntarias de los Estados, no deja de ser un tanto ridículo, si es que de verdad se desea afrontar la problemática real.

Pero la cumbre, que derrochaba aires de esperanza, fue empañada el mismo día de la clausura por la decisión del Presidente Peruano Alán García de intercambiar semillas por balas, asesinando a 55 indígenas de la Amazonía Peruana e hiriendo a otros 225 que reivindicaban la defensa de sus territorios, sus recursos naturales, su autonomía, su cultura y su identidad. Las balas gubernamentales defendían una retahíla de diez decretos legislativos que permiten la entrada indiscriminada de las transnacionales en la Amazonía para ejercer el control absoluto de las tierras de los pueblos Indígenas, el agua y todos sus recursos naturales. Las movilizaciones de los Pueblos Indígenas sólo exigían la derogación de dichos decretos legislativos, decretos que les niegan el sentido que en estas selvas tienen sus vidas, incluido la de poder seguir cumpliendo la labor de custodia de la mayor herencia genética que se mantiene viva en el Planeta Tierra.
 

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