De 20 años y español

Miércoles 26 de agosto de 2009

Sandra Ezquerra/ interseccion[e]s

Informa el diario Público hoy en su sección de Actualidad que los Mossos d’Esquadra detuvieron la pasada madrugada en Barcelona a un hombre de 20 años y de nacionalidad española por haber matado presuntamente a su compañera sentimental, también española y que estaba embarazada de casi nueve meses. Aunque los médicos no pudieron evitar la muerte de la mujer, si que lograron practicarle una cesárea postmortem de la que nació una niña que en estos momentos se encuentra ingresada en Vall d’Hebron en estado grave.[1]

La mujer asesinada se suma a las 35 mujeres que han perdido la vida este año en manos de sus compañeros sentimentales o ex parejas en el Estado español. Su muerte nos recuerda, una vez más, el enorme trecho que nos queda por recorrer para erradicar una violencia contra las mujeres que, lejos de ser fruto de hechos aislados, se repite de forma trágicamente sistemática y es reflejo de cómo las relaciones patriarcales, las relaciones de poder entre hombres y mujeres, se reproducen en nuestras vidas cotidianas, en las existencias de los miles de mujeres que denuncian (y de las que no lo hacen) casos de violencia machista cada año. Sin perder de vista la tragedia y la tristeza que me ha provocado la muerte de la joven, hay dos datos que aporta el breve artículo que me han llamado la atención.

El primero es que el/la periodista explicita la nacionalidad española tanto de la víctima como del agresor. Encuentro esto interesante por dos razones. Por un lado, siempre he pensado que era curioso (y digo curioso en el sentido negativo) que durante los últimos años cada vez que los medios de comunicación han anunciado un crimen y el presunto criminal no era de nacionalidad española se han sentido en la obligación de explicitar su origen marroquí, ecuatoriano, etc. No era ése el caso cuando el supuesto criminal era autóctono. Dicho ejercicio informativo (?) ha contribuido, a mi parecer, a crear y perpetuar una imagen del “inmigrante” como criminal y a convertirle, de este manera, en chivo expiatorio ante los supuestamente crecientes problemas de seguridad pública en el Estado español. Si se considera relevante explicitar la nacionalidad de un supuesto malhechor (cosa que no acabo de tener del todo clara), entonces debería hacerse sea éste inmigrante o “de aquí”. Y de esta manera dejar claro que lxs españolxs han infringido la ley tanto antes de que llegaran los inmigrantes como después. ¿O es que lxs españolxs dejamos mágicamente de delinquir tras el desembarco de inmigrantes?

Como decía, no sólo el agresor de este crimen en concreto es español sino que también lo era, según el periodista de Público, la víctima. Obviamente, encuentro igual de valiosas las vidas de las mujeres autóctonas como las de las inmigrantes así como igual de trágicas sus muertes. No obstante, también encuentro interesante (y esta vez lo digo en sentido positivo) que se explicite que también las mujeres autóctonas somos víctimas de violencia machista. Y me explico. Está bien generalizado el discurso sobre el hombre inmigrante como “el otro” que, de manera más o menos inherente, es más irracional, violento, atrasado y machista que el autóctono. De manera paralela, se ha construido en Occidente una imagen de la mujer inmigrante, particularmente la musulmana, como víctima pasiva y mayoritaria de la violencia machista. No es ningún secreto que la opresión supuestamente extrema de la mujer musulmana, por ejemplo, ha sido utilizada por la clase política occidental (entre ella el gobierno norteamericano) para justificar su guerra del terror contra el mundo árabe. Como si el principal objetivo de las agresiones neoimperialistas de George W. Bush fuera la emancipación de la mujer afgana. Dichas construcciones simbólicas también han servido, a mi parecer, para establecer una diferencia cualitativa entre el inmigrante (agresivo)/la inmigrante (pasiva, indefensa) y el autóctono (no machista, racional)/la autóctona (emancipada), que reproduce discursos y prácticas xenófobas y un cierto sentimiento de autoindulgencia que cree el machismo, el de aquí, como algo ya superado. Pues bien, como bien aclara la autora del artículo, las mujeres españolas siguen siendo gran mayoría de las víctimas mortales de violencia machista, lo cuál ha de servir de recordatorio de que, lejos de haber dejado atrás las relaciones patriarcales y abusivas (lo que marcaría una diferencia entre “nosotrxs” y “lxs otrxs”), la sociedad española/occidental tiene aún, como decía al principio, un gran trecho que recorrer para conseguir acabar con ellas de una vez por todas.

Otro dato que me ha llamado la atención del artículo ha sido la edad tanto de la mujer como la de su agresor. Ella tenía 22 años y él tiene 20. Mientras conversaba hoy con una profesional trabajando en prevención de violencia machista en Catalunya ella me contaba que durante el año pasado, casi el 90% de las agresiones machistas en el Estado español fueron efectuadas por individuos menores de 36 años. Los datos, tanto los de la tragedia que hoy nos ocupa como las estadísticas del 2008, nos obligan a repensar el mito de que la violencia machista es un vestigio del pasado y que los casos actuales no son más que los últimos coletazos de una ideología, una forma de vida, unas relaciones de género en proceso extinción. Nos recuerdan que los hombres jóvenes también están agrediendo. También están abusando. También están matando. Nos recuerdan que las mujeres jóvenes también estamos recibiendo. También estamos sufriendo. También estamos muriendo. Las agresiones machistas no se están extinguiendo con la desaparición de las viejas generaciones sino que se reproducen con la aparición de las nuevas, de ésas que no vivieron la dictadura, ni la omnipresencia explícita de la Iglesia Católica, ni la exaltación del macho ibérico como estandarte de orgullo patriótico. Ello no puede ser más que un triste recordatorio de que la prevención, la sensibilización, la educación no machista siguen siendo grandes asignaturas pendientes; de que la necesidad de una visión feminista del mundo es hoy más vigente que nunca; de que algo seguimos haciendo mal. Realmente, tristemente, trágicamente mal.

[1] La bebé murió poco después de que se escribiera este artículo.

Sandra Ezquerra es militante de Revolta Global- Esquerra Anticapitalista

 

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