Apuntes (de nuevo) sobre la reconstrucción de la izquierda

Jueves 21 de enero de 2010

local/cache-vignettes/L230xH320/AAntiAnticapbccc-f08c5.jpgJaime Pastor

Nota previa: Este texto pretendía inicialmente avanzar sólo algunos puntos para la reflexión sobre la materia que aparece en el título, pero se ha extendido más de lo necesario y me ha llevado a tratar de dar respuestas sobre cuestiones que no pretendo en absoluto zanjar, pese a que a veces así lo parezca. Espero, pues, que sirva para debatir, leer y escuchar opiniones diferentes y aprender/desaprender sobre todo esto...y más.

“(Sobre la racionalidad de las propuestas de los movimientos sociales) Sólo cuidando la fuerza de la razón –vale decir, la calidad de sus razones, entre otras cosas- puede un movimiento social, al cabo de sus desvelos, poner sobre la mesa la razón de su fuerza”
Jorge Riechmann1

1. La crisis global y el cambio brusco de escenario. “Aprender con el Sur”

 Hace ya mucho tiempo que proliferan reflexiones y propuestas sobre la necesidad de (re)construir una izquierda dispuesta a (re)comenzar la tarea de volver a dar credibilidad a un proyecto alternativo frente al “modelo” civilizatorio dominante y es difícil aportar ideas nuevas mientras el “movimiento real” no dé pasos adelante efectivos. El estallido de la “burbuja financiera” y sus efectos multiplicadores a partir, sobre todo, de septiembre de 2008 han venido además a hacer más urgente esa labor, ya que se ha puesto de manifiesto el carácter sistémico de la crisis del capitalismo, provocando un brusco cambio de escenario que pone de relieve los límites de la “Gran Transformación” generada por el neoliberalismo. Nos encontramos, por tanto, ante una crisis global y multidimensional sin precedentes en la historia contemporánea que probablemente será larga, ya que difícilmente podrá salir el capitalismo de una mera “regulación caótica” (Husson, 2009) de la misma y tampoco existen las condiciones para una salida por la izquierda a escala global a corto y medio plazo.

Porque, en efecto, es patente también la situación de desconcierto entre unas mayorías sociales que, especialmente en los países del “Centro”, también se fueron identificando en las últimas décadas con el “sentido común” hegemónico que les hacía creer en un crecimiento ilimitado y en un “capitalismo popular” del que muchos y muchas de los y las de abajo (los trabajadores de “clase media”) pudieron incluso beneficiarse. En ese contexto las frustraciones, el miedo al futuro, la búsqueda de “nuevos enemigos” entre los de “más abajo” (la población trabajadora inmigrante en primer lugar) y el “sálvese quien pueda” contribuirán además a que se refuercen las tendencias autoritarias y neofascistas en un planeta cada vez más “periurbanizado” e inhabitable.

Sólo en determinadas regiones del “Sur”, particularmente en América Latina-Abya Yala, se están dando procesos de ruptura al menos parcial con el neoliberalismo y el “nuevo” imperialismo e incluso ensayos de respuesta a escala regional que, aun con limitaciones y tensiones entre las fuerzas que los protagonizan o los apoyan y sin llegar todavía a cuestionar radicalmente el paradigma “desarrollista” dominante o a aplicar consecuentemente una “democracia protagónica y participativa”, deben ser seguidos con atención desde la izquierda europea. “Aprender con el Sur” (Sousa Santos, 2009) es uno de los primeros deberes de la izquierda a (re)construir.

En el marco europeo la crisis ha venido a profundizar también la que ya venía arrastrando la Unión Europea: su despotismo neoliberal no ha hecho más que profundizar su creciente déficit de legitimidad mientras que los efectos de la crisis dejan ver de nuevo las graves desigualdades sociales y territoriales en su interior, especialmente en el Este, acompañadas de la reactivación de los nacionalismos de Estado neoproteccionistas y xenófobos. Las elecciones al Parlamento Europeo del pasado mes de junio confirmaron tanto el “euroescepticismo” dominante (mediante la abstención) como el preocupante ascenso de la extrema derecha, sólo atenuado por la emergencia de otras fuerzas de izquierda en algunos países. La tardía aprobación –violentando la voluntad de la ciudadanía de la República de Irlanda- del Tratado de Lisboa apenas servirá para dotar de cierta operatividad a la maquinaria burocrática institucional en la búsqueda de un consenso entre las elites gubernamentales que ayude, al menos, a frenar su debilitamiento incluso como bloque económico y comercial en competencia con las “nuevas” grandes potencias emergentes. Su seguidismo respecto a la superpotencia estadounidense, pese al relativo declive de su hegemonía, se ha visto además reforzado con la llegada de Obama, cuyo “soft power” no puede ocultar el “hard power” de una “guerra global contra el terror” que está conduciendo al “desastre duradero” en que se está convirtiendo la zona de Afganistán-Pakistán, sigue permitiendo la ocupación de Palestina por el Estado sionista israelí y amenaza ahora con un intento de “reconquista” latinoamericana desde el enclave colombiano tras el éxito alcanzado por los golpistas hondureños.
 
2. ¿Hacia una nueva fase de (re)construcción de la izquierda en Europa Occidental?

En ese contexto general la situación de los movimientos sociales y la izquierda en la región euro-occidental, una vez terminado el ciclo de luchas que culminó en la jornada del 15-F de 2003, se sigue caracterizando por protestas de carácter eminentemente defensivo, fragmentadas la mayor parte de las veces y de limitada expresión política a escala fundamentalmente nacional-estatal y local2. Pese a ello, experiencias como las de Alemania, Portugal y Francia, corroboradas en las pasadas elecciones europeas, son síntomas esperanzadores de que el malestar social y la indignación popular frente a las consecuencias de la crisis –y a la gestión más procapitalista de la misma por parte de los gobiernos europeos- pueden verse estimuladas por una izquierda radical y anticapitalista.

Cada una de esas experiencias tiene sus particularidades históricas y coyunturales que no cabe desarrollar aquí pero que sin duda deben ser al menos apuntadas. El caso de La Izquierda en Alemania está estrechamente relacionado con el peso central que sigue teniendo el movimiento obrero y sindical en ese país (Anderson, 2009 a)), con la continuidad de un partido excomunista en la parte oriental y con la crisis sufrida por el Partido Socialdemócrata tras su participación en la “Gran Coalición” con la Democracia Cristiana. Esa combinación de factores parece haber contribuido al ascenso de una nueva fuerza política cuyo principal eje propositivo ha consistido en la necesidad de “restaurar el Estado Social”. Su peso alcanzado en algunas regiones le sitúa, no obstante, ante nuevas tensiones internas frente a la posibilidad de formar parte de gobiernos con mayoría “social-liberal”, como ya ocurre en Berlín.

En Portugal los resultados alcanzados por el Bloco de Esquerda en las elecciones europeas han sido la culminación –en ese plano- de una “larga marcha” de una parte de la izquierda radical que, surgida tras el 68, ha tenido siempre en la “revolución de los claveles” de 1974 una referencia simbólica que le ha permitido resistir y recomponerse a finales de la década de los 90. La crisis del “social-liberalismo” en el gobierno y la influencia creciente del Bloco en sectores de exvotantes socialistas y nuevos votantes jóvenes (unido todo ello a las particularidades de un PC que tiene un nicho electoral diferente) le han permitido la ocupación de un espacio socio-político y electoral que, aun carente todavía de anclaje social suficiente a escala local, garantiza su relativa consolidación como fuerza plural dispuesta a preservar su autonomía frente al Partido Socialista en el parlamento y en las luchas. Esto no impide reconocer que el estado de los movimientos sociales en este país sigue siendo débil en contraste con una mayor centralidad de los partidos y de sus campañas.

Francia fue el lugar de nacimiento de “la izquierda” a partir de su Revolución de 1789 y desde entonces ha sido un “laboratorio” y punto de referencia a escala europea y de otras partes del mundo llegando a alcanzar unos hitos históricos que no hace falta recordar. Más recientemente, el nuevo ciclo de movilizaciones iniciado en 1995 culminó en la victoria defensiva del “No de izquierdas” al Tratado Constitucional Europeo, favoreciendo el ascenso de una izquierda radical procedente del 68 (el Nuevo Partido Anticapitalista) y profundizando la crisis del “social-liberalismo” hasta el punto de generar una nueva formación –el Partido de Izquierdas-, aliada hoy con el Partido Comunista. Esta diversidad de fuerzas, a las que se suman otras de menor dimensión, se encuentra hoy también ante nuevos desafíos, no sólo en el plano programático sino también en el de la estrategia y la táctica a desarrollar en relación al Estado y al Partido Socialista. El ascenso de “Europe-Ecologie” merecería un análisis aparte, ya que sin menospreciar sus resultados y el apoyo que ha podido tener en un sector de la izquierda social, su opción por estar “más allá de la izquierda y la derecha” le lleva a oponer el paradigma “verde” al “rojo” con los consiguientes riesgos de evolucionar hacia un “centro-izquierda”, como está ocurriendo ya en Los Verdes alemanes.
 
En contraste con esos procesos los casos de Italia y el Estado español son en cambio poco esperanzadores. En el primero el balance del proceso de mutación sufrido por el eurocomunismo desde mediados de los años 70 –tras su confrontación con el “mayo rampante”- no puede ser más catastrófico, como se ha podido comprobar en la experiencia negativa de los gobiernos de “centro-izquierda”, el ascenso de Berlusconi y la crisis del Partido de Refundación Comunista, precedida por el reflujo del movimiento “antiglobalización”. La creación del Partido Demócrata (“reformista pero no de izquierdas”, según Veltroni) es quizás el hito más sobresaliente de “norteamericanización” de la política en Europa y de “transformismo” de la izquierda tradicional, ya que si bien “fuerzas históricas poderosas –el fin de la experiencia soviética; la contracción o la desintegración de la clase obrera tradicional; el debilitamiento del Estado providencia; la expansión de la blogosfera; el declive de los partidos- han pesado duramente sobre la izquierda en toda Europa, no dejando intacto a ningún partido (...), en ninguna otra parte se ha dilapidado por completo semejante herencia” (Anderson, 2009 b): 12).

En cuanto al Estado español, no creo que haga falta recordar los condicionantes históricos particulares –derrota del movimiento obrero y de la izquierda en una guerra civil, dictadura de 40 años, “reforma pactada” en la transición política y, last but not least, peso específico de una línea de fractura en torno a los nacionalismos- ni el punto de inflexión que supuso la “última batalla de la transición” (el referéndum de la OTAN). Sólo el ciclo 1988-1994 de movilizaciones sindicales frente a un gobierno del PSOE y, luego, el de 2001 a 2003 frente a la guerra de Iraq y al neoconservadurismo de Aznar, sin menospreciar otras, fueron suficientemente duraderas para permitir cierta traducción en el plano político: el primero, en Izquierda Unida, y el segundo, en la derrota del PP en marzo de 2004, la salida de las tropas de Iraq, el nuevo -y tímido- “reformismo civil” y el “proceso de paz” ensayado por Zapatero en su primera legislatura. Haría falta un análisis diferente de la situación en Catalunya y Euskadi: en la primera la experiencia del gobierno tripartito ha generado enormes frustraciones tanto entre sectores nacionalistas como en la izquierda social, pero no se da todavia una confluencia entre ambos procesos de radicalización a favor de una nueva izquierda política; en la segunda, en cambio, podría darse ese proceso de convergencia frente a un gobierno PSE-PP, pero la continuidad de la actividad armada de ETA sigue constituyendo un obstáculo notable para que sectores significativos de la izquierda abertzale y de la mayoría sindical vasca puedan confluir en torno a un nuevo proyecto socio-político.

Las características que ha adquirido la onda larga neoliberal en el caso español y las formas que han revestido aquí el “capitalismo popular” y el “efecto riqueza” –principalmente a través de la destrucción del tejido industrial, la burbuja inmobiliaria, la corrupción y el endeudamiento de los hogares- han tenido sin duda unas consecuencias nefastas en el reforzamiento de las tendencias ya iniciadas en la transición política a través de lo que se ha denominado “cinismo político” y la progresiva pérdida del poder estructural y asociativo del movimiento obrero y de la centralidad de la identidad de clase de los y las de abajo. Esto ha permitido el paso a primer plano de otras líneas de fractura –como la que gira en torno a nacionalismo español-nacionalismos “periféricos”- o las que tienen que ver con las dos formas de “gobernanza” del capitalismo español que representan el PP –liberal-autoritaria- y el PSOE –liberal-progresista.

En ese panorama la evolución de los grandes sindicatos y de Izquierda Unida –si bien con diferencias entre ellos en determinadas fases- no ha ayudado a contrarrestar la creciente derechización de la sociedad española en los dos últimos decenios. Al contrario, su seguidismo respecto al “gobierno amigo” de ZP ha contribuido a una desmovilización social que en el caso de IU, pese a sus retrocesos electorales, le ha conducido a una adaptación creciente al ámbito institucional hasta el punto de dejar de aparecer como un “partido de lucha” para priorizar querer ser “partido de gobierno” bajo la hegemonía del social-liberalismo o de la derecha nacionalista vasca. Su esfuerzo a partir de su última Asamblea Federal por reorientarse hacia la movilización social y su proclamada “refundación”, más allá de la buena voluntad de parte de esa organización, tiene un gran problema de credibilidad ante la mayoría de los y las activistas que pudieran participar en ese proceso, agravada además por la continuidad de un grado alto de burocratización interna que sigue provocando un desgaste en los sectores críticos de esa formación3. A todo esto se suma la supervivencia en su seno de una sensibilidad política reticente ante la defensa del derecho de autodeterminación de pueblos como el vasco, el catalán o el gallego en nombre de una mal entendida centralidad de la “cuestión social” o, simplemente, anteponiendo a esa demanda el objetivo de una República Federal y “solidaria”.

Los resultados alcanzados por Izquierda Anticapitalista en las pasadas elecciones europeas –aun teniendo en cuenta que se trataba de una formación que apenas acababa de nacer con ese nombre, pese a tener cierta historia detrás, y que fue ignorada casi sin excepciones por los medios de comunicación- han confirmado que no había “efecto Besancenot” posible en el Estado español4. El contexto, las dificultades para hacer más abierta esa candidatura a otras fuerzas y redes activistas –también débiles y en más de un caso sectarizadas- con las que habría podido converger y, sobre todo, el escaso anclaje social de esta organización –pese al dato positivo que supone el protagonismo en su seno de una nueva generación- no permitían pensar en que esas elecciones fueran un atajo a través del cual poder ganar credibilidad para un proceso de reagrupamiento más amplio; no obstante, la campaña electoral sí le ha servido para empezar a sembrar y recoger unos primeros frutos a través de su extensión mayor a escala estatal.

Nos encontramos, por tanto, con que no existe hoy ninguna fuerza política capaz de jugar un papel “federalizante” de todos aquellos sectores que sienten la necesidad de responder a la crisis global y sistémica con un proyecto alternativo factible y viable. IU no tiene credibilidad para ello porque la ha perdido en gran parte. IA no la ha conseguido y parece improbable que lo pueda lograr sóla, aunque puede ayudarle a ese objetivo su disposición a converger con otros colectivos sociopolíticos con el fin de potenciar y participar en redes promotoras de campañas unitarias e intervenir activamente en los conflictos que surjan en los próximos tiempos. Tampoco la opción de Iniciativa Internacionalista, hoy prácticamente diluida y más condicionada por su clara dependencia política de cuál sea la evolución de la izquierda abertzale, puede pretender serlo. El problema fundamental sigue estando en que desde los movimientos sociales y las redes más activas y convencidas de la necesidad de articular propuestas en el plano social y en el político y cultural no se ha producido todavía la suficiente acumulación de fuerzas y recursos para presionar, junto con las organizaciones políticas que apuesten por ello, hacia un nuevo polo anticapitalista de ámbito estatal. Sigue faltando un intenso y continuado trabajo en torno a campañas comunes e iniciativas a distintas escalas –local, nacional-regional, estatal y europea- que permitan verificar una práctica convergente y faciliten paralelamente el diálogo y el debate sobre cantidad de cuestiones a (re)definir: para este propósito todas las iniciativas de foros abiertos deberían ser bienvenidas, pero tendrán sin duda más eco las que puedan provenir de ámbitos –como redes de radios, tvs, revistas, fundaciones y similares- no dependientes de una u otra fuerza política.

Por cierto que con la referencia a estos foros y a las plataformas que podrían promoverlos habría que referirse a uno de los grandes déficit de la izquierda no social-liberal: el escaso desarrollo de un frente contracultural y mediático, tan necesario para la lucha contra esa cultura del “cinismo político” a la que nos hemos referido y, a la vez, para ir modificando una agenda política hipercontrolada por un oligopolio mediático y bipartidista.

3. ¿Qué socialismo, qué estrategia, qué organización política?

Entre las materias a debatir hay al menos tres de naturaleza distinta: una tiene que ver con qué proyecto de sociedad alternativa defender, otra con la estrategia para avanzar hacia esa meta y otra, en fin, con el tipo de partido o formación política a construir. Me limitaré a desarrollar brevemente cada una de ellas.

La idea de “socialismo” sufre hoy varios lastres que conviene no olvidar: uno, el más grave, tiene que ver con lo que ha significado el mal llamado “socialismo real” en tanto que despotismo burocrático y negador de libertades fundamentales para la mayoría de las gentes que vivieron bajo esos regímenes, aunque luego hayan podido comprobar ya lo injusto que es el “capitalismo real”; otro es el relacionado con su continua utilización nominal por una socialdemocracia mutada en social-liberal y limitada a aspirar a un capitalismo “con rostro humano”; otro, en fin, el de la tendencia mayoritaria en la izquierda a concebir el socialismo como la mera resolución de la contradicción capital-trabajo considerando como “secundarias” otras contradicciones y formas de dominación y opresión, como las que tienen que ver con las mujeres, la naturaleza, las naciones, las etnias y los pueblos. El socialismo a “re-significar” ha de saber encontrar una articulación en un proyecto común de las ideas-fuerza capaces de superar esos lastres demostrando que está dispuesto a ofrecer un proyecto anticapitalista, sí, pero a la vez democrático radical, garante de más libertades, antiproductivista y liberador y emancipador frente a todo tipo de injusticias.

Por eso, aun reconociendo que el estado actual del movimiento “antiglobalización” no es el mejor, declaraciones como la de la Asamblea de Movimientos Sociales reunida en Belém en enero de 2009 son un buen punto de apoyo para explicar lo que queremos cuando sostiene: “No vamos a pagar la crisis, que la paguen los ricos. Para hacer frente a la crisis son necesarias alternativas anticapitalistas, antirracistas, antiimperialistas, feministas, ecologistas y socialistas”. A continuación aparecían una serie de propuestas que no hace falta citar aquí por haber sido ya ampliamente divulgadas: todas ellas giran en torno a la aspiración a la socialización de los bienes comunes para ponerlos al servicio de la satisfacción de las necesidades y deseos humanos que sean compatibles con la preservación de la biosfera a largo plazo. La asunción por esa misma Asamblea del ideal del “Buen Vivir” (el “Sumak Kawsay” en la formulación de los Kichwas o el “Suma Qumaña” en la de los Aymaras), recogido ya en las nuevas Constituciones ecuatoriana y boliviana, también es reveladora de una voluntad de “aprender con el Sur” y reencontrarse de paso con algunas de las viejas ideas del pensamiento clásico occidental como la “buena vida”, aunque ahora profundamente re-significada en todos los planos, no siendo los menores el feminista (incluyendo la socialización de la “cuidadanía”), el ecologista y el descolonial. Aquí entraría también el debate sobre el “decrecimiento” aunque desde mi punto de vista sería mejor hablar de “decrecimiento selectivo” de unos sectores y “crecimiento selectivo” de otros tanto en el Norte como en el Sur (Pastor, 2009). En todo caso, habrá que tener la suficiente apertura de miras para ver cómo se va (re)formulando el ideario emancipatorio defensor de “lo común”, de “la comuna”, de la “sostenibilidad de la vida” (Pérez Orozco, 2006), al calor de las luchas de este siglo XXI.

Conviene insistir en que la búsqueda de la confluencia en un mismo proyecto de las luchas y las respuestas a los principales antagonismos que atraviesan a nuestras sociedades es ineludible si queremos evitar falsas oposiciones predominantes todavía en sectores de la izquierda. Porque no cabe enfrentar la aspiración a abolir la explotación salarial con la necesaria ruptura con el “modelo” de producción, adquisición, distribución y consumo de bienes y generación constante de nuevas “necesidades”; o con las relaciones de dominación entre géneros o entre pueblos ni, por supuesto, tampoco a la inversa. El capitalismo constituye un sistema que trata de funcionar apoyándose en todas ellas, en unas relaciones de poder que siguen teniendo en los Estados un conjunto de instituciones de mediación y control que tratan de conciliar la lógica de acumulación del capital con su necesaria legitimación social y es necesario confrontarse con todas ellas. Ahí está el gran desafío y a la vez la fuente de contradicciones y dificultades que debemos ir afrontando si queremos ir superando las divisiones entre los y las de abajo cuando se abordan conflictos como la crisis del sector del automóvil, el carbón, las tareas de cuidado o las expulsiones de trabajadores inmigrantes.

Ese esfuerzo dedicado a rechazar el “sentido común” hegemónico de que el capitalismo es el “horizonte insuperable de la historia” y de que “no hay alternativas” es indudablemente el fundamental que debemos asumir y la crisis global y sistémica actual nos ofrece al menos la oportunidad de demostrar que el capitalismo no sólo es estructuralmente injusto sino que además es un “sistema fallido”. Por eso son necesarias e imprescindibles propuestas de “alcance medio” que sirvan de puente entre las luchas defensivas de hoy y la pedagogía anticapitalista y socialista que vuelve a ser posible hacer frente a la crisis probablemente larga en la que estamos entrando. Para ello la escala del Estado-“nación” se ha hecho más estrecha aún que en el pasado para garantizar la irreversibilidad de las conquistas y avances que se puedan dar en los procesos de transición que habrá que impulsar en el futuro y será necesario esforzarse por extenderlas a escala regional. A esto habría que añadir que el “nacional-keynesianismo” es inviable hoy pero el “euro-keynesianismo” –en el caso de que la relación de fuerzas fuera favorable para poder ponerlo en pie- sólo sería probablemente un interludio previo a una confrontación con el capital en la actual coyuntura histórica. Porque si la famosa “paradoja de Offe” ya nos recordaba que el capitalismo no puede vivir con el Estado de bienestar pero sin él tampoco, ahora es sólo su versión residual la que puede ofrecer si quiere salir de la crisis ya que necesita dar una nueva vuelta de tuerca más contra el “mundo de los trabajos” y la naturaleza.

De nuevo en todo esto habrá que apoyarse en pasos adelante del movimiento real y de los gobiernos sensibles a sus demandas, ya sean procesos de ruptura parciales, como los de América Latina-Abya Yala, o experiencias locales y sectoriales en nuestros propios países. Los debates que se están suscitando dentro de Venezuela, Bolivia o Ecuador, a la luz de conflictos, foros (como el suscitado desde el Centro Internacional Francisco Miranda) y medidas y propuestas concretas (como el proyecto ITT en Ecuador (Le Quang, 2009)), deberían constituir un estímulo para ir dando contenido a ese “socialismo del siglo XXI” que todavía de forma harto imprecisa y confusa se predica y, sobre todo, se pretende practicar. Ser “profetas ejemplares” es una condición ineludible para dar credibilidad al nuevo socialismo por el que decimos luchar.

Entramos así en el segundo tema planteado al principio: todo lo anterior es importante pero su aplicación consecuente obliga a tener una perspectiva rupturista –revolucionaria si se quiere decir más claro- tanto con el poder estatal como con la propiedad privada de los sectores estratégicos de la economía. Ambas cuestiones están estrechamente relacionadas y exigen tener en cuenta que la fase de “guerra de posiciones” en la que vamos a estar por mucho tiempo no debe hacernos olvidar que las “posiciones” que vayan conquistando la izquierda –incluidas las que están dentro de las instituciones electivas estatales- y los movimientos sociales deben estar orientadas a la progresiva modificación de una relación de fuerzas que permita pasar a la “guerra de movimientos”. Aquí el ajuste de cuentas con una lectura oportunista de las tesis gramscianas, heredadas del “togliattismo” por el eurocomunismo, debe ser realizada sin tardanza. Porque en aquélla se basan un discurso y una práctica de “partido de lucha y de gobierno” que desde los años 70 hasta ahora ha conducido a la mutación de los partidos procedentes de esa corriente en “partidos de gobierno” que en más de un caso se han enfrentado con las luchas impulsadas por muchos de sus votantes.

Es cierto que ese “politicismo” de mera gestión sin transformación –ya que se ha mostrado, además, reformista sin reformas, cuando no con contrarreformas- ha tenido su reverso en un desprecio por la actividad institucional por parte de un sector de la izquierda radical y, sobre todo, de los movimientos sociales, por no hablar de quienes convierten la debilidad en virtud apostando por “cambiar el mundo sin tomar el poder”. Pero ello no impide insistir en saber distinguir entre la necesidad de estar en las instituciones representativas –algo imprescindible para lograr credibilidad como fuerza política- y la participación en unos gobiernos con mayoría social-liberal –lo cual supone estar dispuesto a aceptar unos “compromisos podridos” justamente criticados por Oskar Lafontaine en los casos italiano y español (2008).

Por eso comparto la visión de Daniel Bensaïd sobre el dilema estratégico al que se verá confrontada la “nueva izquierda” europea: “O bien se contenta con un papel de contrapeso y presión sobre la izquierda tradicional privilegiando el terreno institucional; o bien favorece las luchas y los movimientos sociales para construir pacientemente una nueva representación política de los explotados y oprimidos. Esto no excluye de ningún modo que busque la más amplia unidad de acción con la izquierda tradicional, en contra de las privatizaciones y las deslocalizaciones, y a favor de los servicios públicos, la protección social, las libertades democráticas y la solidaridad con los trabajadores inmigrados y sin papeles. Pero esto exige una independencia rigurosa respecto a una izquierda que gestiona lealmente los asuntos del capital, a riesgo de hacer aborrecer la política a las nuevas fuerzas emergentes” (2009).

En efecto, no olvidemos tampoco que en el rechazo de lo que convencionalmente se entiende por “política” –la que se hace en las instituciones- y en el desdibujamiento de la línea de fractura izquierda-derecha han tenido mucho que ver no sólo los escándalos de corrupción de la mayoría de la “clase política” sino también el balance negativo de las experiencias de gobierno vividas con participación o apoyo acrítico de fuerzas de izquierda teóricamente diferentes del social-liberalismo. Por eso la apuesta por “otra política”, no dedicada a la gestión de lo existente sino a su transformación en un sentido antisistémico, es una condición para volver a dar credibilidad a una política autoemancipatoria, dispuesta a expandir el campo de lo posible desde la movilización social y a cuestionar el núcleo duro de la nueva Economía Política que se está volviendo a poner en marcha. Esa debería ser la vía también para contrarrestar las tendencias a la “antipolítica” o a comportamientos meramente anómicos que podemos observar en determinadas formas de protesta. La “forma de hacer política”, en fin, también es importante y para ello no viene mal recuperar la vieja distinción entre la política como vocación y la política como profesión (recordando el 90 aniversario de la clásica obra de Max Weber) para reivindicar la primera si queremos evitar la consolidación de unas elites políticas no sólo en las instituciones sino también en los partidos.

Llegamos así al último punto, el de la organización política a construir. En esto también hay mucho que repensar y reinventar partiendo, eso sí, de la necesidad de la misma no como vanguardia autoproclamada sino como fuerza dispuesta a proponer un programa y un posible camino estratégico a seguir, desde la retroalimentación e “hibridación” con las luchas y aportaciones de cada movimiento social y respetando siempre su autonomía y su protagonismo5. Porque, pese al fracaso de experiencias como la de Los Verdes en Alemania y la de Izquierda Unida aquí, no cabe duda de que habrá que seguir ensayando nuevos procesos de convergencia en organizaciones políticas en las que predominen rasgos como: la horizontalidad sobre la verticalidad, la búsqueda del acuerdo frente al recurso precipitado y sistemático a las votaciones, el respeto de la(s) minoría(s) por la(s) mayoría(s) frente al castigo o el “silenciamiento” de la disidencia, la convergencia en el proyecto frente a la búsqueda de la homogeneidad ideológica, el “realismo intransigente” y la vocación unitaria frente al ultraizquierdismo y el sectarismo, el carácter federal y/o confederal frente a la obsesión por la uniformidad en las alianzas y en las tácticas, el compromiso de participación activa en los movimientos sociales y en su construcción e impulso frente a las prácticas instrumentalizadoras, o la paridad, la rotación y la revocabilidad de los cargos elegidos frente a la reproducción de las relaciones de dominación entre géneros y a la tendencia a la perpetuación de las elites.
 
27 de noviembre de 2009

 
"Este artículo ha sido escrito por Jaime Pastor a petición de la Fundación CEPS, que pretende iniciar un debate sobre la izquierda alternativa que hace falta construir en el Estado español"

REFERENCIAS

Anderson, P. (2009 a)). “¿Una nueva Alemania?, New Left Review, 57, 5-38.
Anderson, P. (2009 b)). “La herencia dilapidada de la izquierda italiana”, Viento Sur, 104, 5-12.
Bensaïd, D. (2009). “Emerge una nueva izquierda”, El País, 2 de noviembre, p. 25.
Husson, M. (2009). “Capitalisme: vers une régulation chaotique », http://hussonet.free.fr/impa9web.pdf
Lafontaine, O. (2008). “El futuro de la izquierda en Europa: ¡hay que salir del dilema y acabar con la fatal tradición de los compromisos nauseabundos!”, Sin permiso, 7 de diciembre (disponible en http://www.sinpermiso.info/textos/i...)
Le Quang, M. (2009). « Entrevista a Alberto Acosta : ‘El proyecto ITT en Ecuador : dejar el crudo en tierra o el camino hacia otro modelo de desarrollo » (disponible en http://www.fuhem.es/media/ecosocial...
Monereo, M. (2009). “Política de las crisis y crisis de la política (emancipatoria), El viejo topo, 260, pp. 35-43.
Pastor, J. (2009). “Ecosocialismo y decrecimiento”, Libre Pensamiento, 61, 22-27.
Pérez Orozco, A. (2006), “La economía: de icebergs, trabajos e (in)visibilidades”, en Laboratorio Feminista, Transformaciones del trabajo desde una perspectiva feminista. Madrid: Tierra de Nadie, pp. 233-253.
Rousset, P. y Joshua (2008). « Formas ‘redes’ y formas ‘partidos’ », Viento Sur, 101, 75-82.
Sousa Santos, B. de (2009). “Reinventando la emancipación social”, Cuadernos del Pensamiento Crítico Latinoamericano, Le Monde Diplomatique (en español), 162, 25-26.
 

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