Sandra Ezquerra / Interseccion(e)s
Las suyas son las espaldas sobre las que descansa el sistema, la economía, la sociedad. Y sin embargo, su trabajo es el más escondido, el más ignorado, el más despreciado. Las trabajadoras conocidas como empleadas del hogar limpian nuestras casas, cuidan de nuestras hijas, acompañan a nuestros mayores, nos dan un respiro, cien respiros, mil descansos. Son la falsa solución a la crisis de los cuidados; la pieza clave e invisible de la mal llamada conciliación entre vida familiar y laboral; entre hombres y mujeres; entre producción y reproducción; entre público y privado. Sin ellas todo se colapsaría. Todos lo haríamos.
A pesar de su papel fundamental en la perpetuación del capitalismo y en la reproducción de la vida y de la sociedad, su trabajo se ve (infra)rregulado en la actualidad por un Real Decreto 1424/1985 y un Régimen Especial de la Seguridad Social que las condenan a la precariedad laboral extrema y a la vulnerabilidad vital. Las indemnizaciones por despido para estas trabajadoras se sitúan entre 0 y 20 días frente a las del resto de trabajadores (entre 20 y 45 días), e, independientemente de la jornada laboral que tengan, sólo pueden acceder a una cuota única a la Seguridad Social de 157,08 euros al mes. Las trabajadoras del hogar sólo cobran la baja a partir del día 29 y no tienen derechos en caso de sufrir un accidente de trabajo o de perder su empleo. El RD 1424/1985 también legaliza la ausencia de contrato laboral escrito en este sector, así como el pago en especie de parte del salario a cargo del alojamiento y la manutención en el caso de las trabajadoras internas. Asimismo, el Real Decreto establece el “tiempo de presencia” como una serie de horas más allá de la jornada laboral regular durante las que las trabajadoras pueden verse obligadas a trabajar sin que el empleador tenga que remunerarlas por ello.
Con claras reminiscencias feudales, la actual (infra)rregulación del trabajo doméstico en el Estado español es sintomática del papel histórico que la invisibilización, marginación y precarización de esta actividad han tenido y continúan teniendo en la reproducción del sistema. Es también sintomática de la importancia que la opresión racial y de género tienen, y han tenido siempre, en la organización de la economía y de la sociedad: para que todxs podamos ser explotadas y vivir el espejismo de una vida con algo de ocio y bienestar, resulta imprescindible que otras sean oprimidas y explotadas más aún. Mientras que en la actualidad presenciamos desolados los ataques contra los avances resultantes de años de lucha sindical y obrera, nos vemos obligadas a reconocer que las otras trabajadoras, las que laboran en la penumbra, no pierden derechos porque nunca los tuvieron, y en la actualidad se movilizan para romper de una vez por todas las cadenas de la esclavitud, de la invisibilidad y del silencio.
Por todo ello, y porque la revolución ha de traer la emancipación de todas y todos, les brindamos nuestro apoyo y nuestra solidaridad. Su lucha, como no podría ser de otra manera, es nuestra lucha también.
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