¿Quién teme la “memoria histórica”?

Miércoles 19 de mayo de 2010

 Pepe Gutierrez Alvarez

Hay varias preguntas que surgen una y otra vez en relación a la actualidad que ha ido cobrando el movimiento por la “memoria popular”, que surge en cada debate…

 Una es, ¿Por qué ahora cuando todo parecía más “enterrado” que nunca?

 Creo que la respuesta atraviesa varias cuestiones. Hay una persistencia port parte de los familiares y gente de izquierda que no se resignó nunca, y que prosiguió su lucha contra el olvido a pesar de los partidos de la izquierda tradicional…También hay que anotar la enorme labor por “desenterrar” la historia por parte de una nueva hornada de historiadores que retomaron silenciosamente el camino de la historiografía antifranquista de los sesenta-setenta, y que, a pesar de que no salían en las fotos, encontraron una audiencia nueva…Esta audiencia fue la de las nuevas generaciones que, por decirlo con palabras que escuché al director de la revista de historia “Sapiens”, “no habían firmado los pactos de la Transición”. Esta nueva generación fue la que modificó el curso de la resistencia a través de medios alternativos como Internet…A esto abría que añadirle el cambio de época: hay un nuevo giro histórico a finales de los noventa, se acabó lo del “Estado del Bienestar”, un logro tardío en España que podía resultar amenazado por aquella “España nacional” que tan buenos servicios volvió a rendir en el 23-F…

 Otra es, ¿Por qué se ha manifestado a través el juez Garzón a pesar de los servicios que este ha hecho a las “razones de Estado” en Euzkadi? Primero porque sí bien esto es cierto, no por ello dejó de ser un juez molesto, para el PSOE con del GAL, para el PP con lo de Gürtel, para ambos con lo de Pinochet. Segundo, porque la vía judicial pasaba pro el meridiano de los “crímenes contra la humanidad”, y finalmente, porque la izquierda realmente existente había abandonado esta campo de batalla pro intereses propios, en el caso del PSOE porque su horizonte era Europa y no una historia molesta, para el PCE porque algunos de sus líderes (Carrillo, sobre todo), también tenían un pasado que esconder.

 Otra más nos plantea sí se trata de un movimiento coyuntural. No lo puede ser, España es el país de Europa con mayor número de “desaparecidos”, y la dictadura franquista ha sido una de las más corruptas y crueles de la historia. Que la derecha trate de “olvidar” esto por lo que le oca, y que la izquierda institucional juegue en su campo por la “responsabilidad e Estado” es algo que no se podía sostener, sobre todo cuando han cambiado las perspectivas, y han cambiando las expectativas…Ninguna de las fuerzas políticas protagonista de la Transición tiene ya el mismo arraigo político, y no hay líderes que tengan su autoridad. Autoridad que conviene no olvidar, trataron de poner al servicio del “olvido” cuando en Argentina y Chile se levantó la memoria contra la impunidad

 Los hechos son tozudos, el franquismo no fue una opción más, una reacción contra el “extremismo” de izquierdas. Fue contrarrevolución militar-fascista inserta en el cuadro del ascenso del nazi-fascismo en los años treinta. Una contrarrevolución que se prolongó a lo largo e cuadro décadas con la complicidad de unas democracias occidentales que montaron la farsa de la no-intervención, farsa que luego reeditaron británicos y norteamericanos tras la II Guerra Mundial, y que culminaría con el padrinazgo del imperialismo norteamericano desde los año cincuenta.

 Estas circunstancias permitirían que el exterminismo que Franco aplicó durante y después de la guerra, marcara su ley hasta la muerte del dictador y dejara una huella indeleble en la memoria popular. El “gran terror” se instaló en la vida ciudadana porque –como dice muy bien un refrán turco-, el que ha sido mordido una serpiente tiene miedo de una cuerda que se mueve. Esto explica que personajes como Serrano Suñer o Queipo de Llano que habrían sido condenados con las leyes del proceso de Nüremberg, hayan muerto sin haber pagado una multa el primero, y que se editen las memorias del segundo como sí hubiera sido un militar un poco “carca” con la complicidad abierta de uno de los historiadores más representativo de la “historia oficial” de la Transición: Juan Pablo Fusi. La otra cara del drama de la memoria popular es la prepotencia de una derecha atroz, la misma que se permite considerar una “provocación” la simple exhumación de las fosas de miles y miles de republicanos que yacen como perros en las cunetas sin recibir algo tan elemental y sagrado como un nombre y una sepultura, y a los que se suelen referir como “huesos”.

 Semejante actitud demuestra algo tenebroso. Aquello se ve, por citar un ejemplo, en la película Bajo el fuego (Under fire, USA, 1983), que cuenta como la administración de Carter que apoyaba incondicionalmente la represión de la revolución sandinista, se va obligada a repensar su actitud cuando el que muere es un periodista norteamericano. Se podría hacer un juego tenebroso comparando los “huesos” de los republicanos asesinados en las cunetas o en las tapias de los cementerios con las víctimas de ETA…Todos no vale lo mismo que una de estas víctimas. Y eso que nadie busca nuestra Eichmans ni nuestros Videlas, que los hubo y fueron largamente recompensados como Quepo de Llano.

 No es cierto que la Transición fuese borrón y cuenta nueva, ni mucho menos. No hay más que mirar las calles del Estado…Se dice que la Ley de Amnistía no tenía porque permitir lo que ha permitid, pero así ha sido como lo han aplicado sin que nuestra izquierda oficial dijera esta boca es mía. A título de curiosidad se puede contar que dicha Ley que aplicada también a los delitos económicos, de esta manera resultó que los sinvergüenzas que especularon con los terrenos de las llamadas “urbanizaciones”, se pudieron embolar millones y millones sin tener que pasar tan siquiera por las comisarías. 

 Tienen miedo a la memoria porque “remover los huesos” significa cuestionar muchas cosas de la “Divina Transición”, el “modelo” que se quiso exportar al mundo, en particular a Chile y Argentina. Para la derecha, la descomposición de la dictadura asediada por una movilización popular cada vez más extendida –con la que el pueblo trabajador conquistó grandes mejoras sociales y libertades irrenunciables-, se trataba de darle la vuelta al problema: si la dictadura se había convertido en un problema, en n factor de radicalización, se trataba de entrar por la nuestra –dichas conquistas- para salirse con la suya, o sea con una democracia a su medida. Esto no era posible sí los herederos de Franco eran señalados por todo lo que habían hecho, de manera que el “Pacto de silencio” devino una “condición sine qua non” para su proyecto. No se paría de nuevo, se partía desde lo que había, y por si no faltaba legitimidad, allí estaba la Iglesia reconfortada por el pacto con Reagan-Thatcher para realzar a sus “mártires”, sus “cristianos por el franquismo”. Fue un cruel burla que la Iglesia exaltará sus presuntos mártires, sus siete mil víctimas situadas en el campo de los golpistas. Es curioso como los defensores del olvido del tipo Joaquín Leguina tienen que buscar a tal o cual canalla republicano para componer una simetría imposible, una comparación que atenta contra la historia y ofende a las víctimas, ¿O es que hubo canallas entre los judíos exterminados por el nazismo?

 Este hilo nos lleva a la siguiente cuestión: la política del “olvido” corresponde sobre todo a los que la han practicado, o sea a la izquierda institucional. La derecha no ha olvidado, si acaso se ha reciclado. Ya no puede defender la historia de “la Cruzada”, y busca su confluencia con la “tercera España” o sea con los representantes de la política de no.-intervención que luego dieron su apoyo al franquismo, y más tarde contribuyeron a que las libertades no atravesaran los límites conservadores.

 En cuanto al PSOE, no tuvo mayores problemas. Su historial antifranquista era inferior al de cualquier grupo maoísta o trotskista, lo suyo eran las instituciones, Europa, y su planteamiento era de agradecimiento. No hace mucho que Rodríguez Zapatero ofreció una interpretación de la Transición desde el punto de vista que “nor permitieron”.   

 Hay que decirlo fuerte: lo del PCE-PSUC fue “otra historia”.

 Uno podía admitir que en un momento dado se imponen unas renuncias, la lucha social está llena de ejemplos sobre omentos en que algo así resulta necesario. Pero este no es el caso, el PCE no bajó las armas por un tiempo, se convirtió en el principal valedor del proyecto de Suárez y de la monarquía en un movimiento social que había contribuido decisivamente a reconstruir. En cuanto a su firma en el “pacto de silencio”, la única explicación posible sería los cadáveres que Carrillo tenía en su propio armario. Cadáveres de sus propios camaradas, punto sobre el que José María incidió con mayor rotundidad después y nos contó su actuación con el “maquis”, primero reduciendo su presencia, minorizándolos, luego mandando acabar con los que no siguieron su orden de repliegue.

 Y es que el tema no es solamente un asunto del régimen y de la derecha.

 Tiene un apartado propio en la historia estaliniana, en la propia historia de la URSS y de los países mal llamados “socialistas que ya en los años setenta estaban profundamente desprestigiado, y que en las décadas siguientes facilitarían el “rearme” de la derecha a través de la fórmula neoliberal. También aquí se podría hablar de dos caras. Dicha victoria se ha traducido en una reforzamiento de la nueva historia oficial. La idea de que n hay vida más allá de la democracia liberal tendría un carácter presente y retroactivo, y lo mismo que se escribe la historia de la República a través de los próceres republicanos cuando su protagonista fue el pueblo con sus aspiraciones sociales, ahora se escribía a través de los “héroes” de la Transición. Así, el olvido del pueblo republicano se prolongaba con el olvido de la resistencia antifranquista en sus diversos tiempos y manifestaciones.  

 Todo esto comenzó a cambiar en los noventa, y habría que hablar de Tierra y Libertad, la película que más molestó a los nuevos historiadores oficiales.

 Coincidió con un los prolegómenos de un cambio de época: 1999 era Seattle y lo demás, un cambio del viento que arrancó del final del “siglo corto”, 1989 con la caída del infame muro de Berlín con el que se está tratando de legitimar otros muros. El trasfondo de la Transición feliz fue, de un lado el miedo a los “aparatos represivos” del franquismo que seguían casi incólume, y de otro, la atracción por la opción socialdemócrata-europea: la idea de avanzar en el orden europeo presidido por los logros que siguieron la IIª Guerra Mundial.

 Todo esto es ya historia pasada. De esta manera, se puede afirmar que el debate por la “memoria popular” es la lucha por otra historia atravesada por la lucha desde abajo: por las libertades y el socialismo, contra el franquismo, por otras formas de vida. Un hilo que hay que conectar con las nuevas generaciones que ya no aceptan esa nueva “historia oficial” con n Monarca que, entre otras cosas, dice que no permite que se hable mal de Franco delante suya. Y delante suya siempre hay policías.

 

 

 

 

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