Sergio YAHNI Director de
Alternative
Information Center (AIC)
La ira populista se expresa más que nada contra aquellos que son percibidos como el enemigo interno,
los palestinos ciudadanos de Israel.No es de esperar que mejore el sentimiento de desencanto que sienten los israelíes frente a su creciente aislamiento. Pero sería demasiado optimista esperar que el desencanto genere un cambio político inmediato. El autor analiza los efectos que el ataque a la flotilla humanitaria que se dirigía a Gaza puede tener en la sociedad israelí, destacando el incremento de la criminalización hacia la comunidad palestina de los Territorios de 1948.
A más de dos semanas de aquel 31 de mayo a las cuatro de la mañana cuando los comandos israelíes abordaron la Flotilla de la Libertad se ven las consecuencias de aquella
acción. Sin duda se puede decir que
la flotilla, en la cual nueve activistas internacionales perdieron su
vida, tuvo un impacto mayor que años de negociaciones directas,
indirectas
y supervisadas por poderes extranjeros.
Tras abordar la flotilla Israel
se siente aislada por primera vez en su historia.
Con la ayuda de los conocidos
mercenarios de palabras, como los de la calaña de Bernard-Henri Lévy,
Israel intentó acusar a los activistas internacionales a bordo de la
flotilla de «apoyar al régimen terrorista de Hamas» (sic) al mismo
tiempo que falsificaba la tremenda situación en la que vive el pueblo
palestino asediado en la Franja de Gaza.
Pero claro, ni siquiera estos
mercenarios de papel lograron encontrar una justificación a lo
injustificable.
Mientras algunos y algunas, como Pilar Rahola, miraban para otro lado
y buscaban otros lugares para sacar al sol sus paños islamofóbicos,
otros, como Lévy preferían hablar de un error. Como si el asesinato
de nueve activistas desarmados en alta mar no fuera un crimen.
Pero, ya en plena campaña
de desinformación y falsificación Israel era consciente de que la
opinión pública mundial ha cambiado, que las palabras compradas a
kilo no podrán contra la indignación universal gestada por sus actos.
De esta manera, el Gobierno
de Israel quedó sin otra alternativa que admitir su temor al boicot.
Según el semanario francés «Le Canard Enchaîné» del 9 de junio,
«Israel es consciente de que las respuestas internacionales no son
una llamarada de petate como lo fueron durante la guerra en Gaza».
El boicot se sintió
primeramente
en el ámbito cultural.
Ya antes del abordaje de la
flotilla, el cantante británico Elvis Costello había cancelado en
el último momento un concierto programado en Tel Aviv para el 30 de
junio y el primero de julio. Unos días después del abordaje la banda
de rock estadounidense Pixies informó de que no tocaría en Israel.
Al mismo tiempo se cancelaban conciertos y actividades culturales
israelíes
en Europa.
Para contrarrestar este
sentimiento
creciente de aislamiento, que ya genera desencanto en la sociedad
israelí,
el Ministerio de Cultura y el Ayuntamiento de Tel Aviv comenzaron a
planificar un megaconcierto para este verano en el cual tocarán
gratuitamente
bandas israelíes.
No es de esperar que este
concierto
mejore el sentimiento de desencanto que sienten los israelíes frente
a su creciente aislamiento. Pero sería demasiado optimista esperar
que el desencanto genere un cambio político inmediato, ya que la
reacción
de la sociedad israelí al boicot es cerrarse en ese sentimiento de
que «todos están en contra nuestra».
Según una encuesta publicada
en el periódico «Israel Hayom» el pasado 10 de junio, el 92% de los
israelíes apoyan el abordaje a la Flotilla de la Libertad, el 91% creen
que en caso de que haya otras flotillas en el futuro Israel también
tendría que abordarlas, el 73% de los israelíes apoyan el asedio a
la Franja de Gaza y el 78% creen que Turquía se ha transformado en
un Estado enemigo.
En ciertos círculos crece
el miedo a que el nacionalismo ciego generado por el aislamiento pueda
empujar a Israel a algún tipo de aventura militar contra Líbano, Siria
o Irán.
Paradójicamente la cúpula
del Ejército, que es más consciente del precio que Israel pagaría,
expresa una actitud más responsable, oponiéndose a una aventura de
este tipo.
Por lo tanto, la ira populista
se expresa más que nada contra aquellos que son percibidos como el
enemigo interno, los palestinos ciudadanos de Israel.
El 20% de los ciudadanos de
Israel son palestinos que sobrevivieron a la Naqba, la limpieza étnica
de 1948, y pudieron quedarse en sus aldeas y pueblos. Si bien desde
el establecimiento del Estado los palestinos en Israel tienen ciertos
derechos civiles, siempre han sido ciudadanos de segunda categoría,
marginados y sospechosos de simpatizar con el enemigo.
Pero la situación de los
palestinos
dentro de Israel se ha ido deteriorando desde la segunda invasión
israelí
a Líbano, en el año 2006.
El diputado Azmi Bshara tuvo
que salir al exilio para evadir la cárcel por traición; el escritor
y activista Ameer Makhoul y el farmacéutico Omar Said llevan ya más
de un mes presos por sospechas de alta traición y asistencia al enemigo
en tiempos de guerra, y todos los diputados palestinos en el Parlamento
israelí están en proceso de que se les retiren sus derechos
parlamentarios
por haber sido invitados a visitar Libia.
Este ambiente de discriminación
y persecución se ha acentuado desde que Israel abordó la Flotilla
de la Libertad.
Entre los tripulantes del navío
«Mavi Marmara», en el cual se registraron los choques que tuvieron
como saldo activistas muertos y heridos, se encontraba la diputada
israelí
Hanin Zuabi, de la Alianza Nacional Democrática, partido palestino
de tendencia nacionalista de izquierdas en el Parlamento israelí. Por
su inmunidad parlamentaria Zuabi fue liberada la misma noche en que
el buque ancló en el puerto.
Al día siguiente ella ofreció
su testimonio de lo ocurrido en una conferencia de prensa realizada
en la ciudad de Nazaret.
Zuabi caracterizó el ataque
como un acto de piratería en el cual activistas desarmados fueron
secuestrados
por la Marina israelí. También declaró que los soldados dispararon
desde los helicópteros contra los activistas en el buque y acusó a
las Fuerzas Armadas de Israel de distribuir información parcial y
desproporcionada
de los hechos.
En la sesión del Parlamento israelí del miércoles 2 de junio la diputada Anastasia Michaeli (Israel Betenu) intentó interceptar físicamente a Zuabi para que no llegase a la tribuna de oradores. Anteriormente, en la misma sesión, la diputada
Miri Regev (Likud) acusó a Zuabi de traición y el diputado Yohanan
Plesner declaró que espera que Zuabi, «una solterona de treinta y
ocho años», vaya a Gaza por una semana para ver si la dejan hablar
de los derechos de las mujeres.
«Se han roto todas las normas, y vivimos un momento en que se intenta deslegitimar a todos los ciudadanos palestinos de Israel», dice Muhamad Zeidan, director de la Asociación Árabe por los Derechos Humanos. «Se intenta deslegitimar nuestro derecho
a participar en la vida política, a expresar nuestras ideas y hasta
nuestra propia existencia».
«En la vida pública no se
acusa de traición sólo a los palestinos ciudadanos de Israel que hayan
participado de la Flotilla de la Libertad, como el jeque Raed Salah
o la diputada Hanin Zuabi. Se acusa a todos los palestinos ciudadanos
de Israel de traición por solidarizarse con los palestinos en la Franja
de Gaza», afirma Zeidan.
«Éste no es un fenómeno
nuevo, sino que tras la flotilla se fortaleció la tendencia a acusar
a los ciudadanos palestinos de Israel de colaborar con el enemigo»,
asegura.
Eilat Maoz, activista de la
Coalición de Mujeres por la Paz está de acuerdo con este análisis.
«Desde la guerra contra Gaza
se han cruzado todas las líneas rojas», señala Maoz. «Después de
lo de la flotilla, hasta se abrió una página de Facebook en la que
se llama al asesinato de Hanin Zuabi, vivimos en tiempos muy peligrosos
y la situación se acerca a la locura total», indica.
Aparte de Zuabi otros dos
diputados
palestinos en el Parlamento israelí han sido amenazados de muerte.
El diputado Taleb A’Sana, de la Lista Árabe Progresista-Movimiento
Árabe Renovador, fue insultado en Cámara el pasado día 7 por un
visitante
y unas horas más tarde recibió un fax con dos palabras en hebreo:
«Ata Met», o sea, «Ya estás muerto».
Al día siguiente, su compañero
de bancada Ahmad Tibi fue amenazado por teléfono. «Tus días están
contados, sucio árabe», decía el anónimo amenazador que añadía
«ya se mató un primer ministro en este país, ¿qué problemas tendremos
en matarte?».
¿Se resquebrajará este frente
que ha erigido la sociedad israelí frente a las condenas extranjeras
si crece la presión de la opinión pública internacional y el
aislamiento?
Hay quienes creen que no. Por ejemplo, Jeff Halper, el coordinador del Comité Israelí Contra la Demolición de Casas, estima que la reacción internacional ha fortalecido
el sentimiento de la mayoría de los israelíes de que «todo el mundo
está contra nosotros».
Y hay testigos de la realidad
israelí que no la pueden explicar sin clasificarla como una forma de
enfermedad mental.
«Vivimos en una burbuja, en
una especie de gueto mental que nos aísla y nos impide ver otra
realidad,
aquella percibida por el resto del mundo», escribe Uri Avneri en su
columna semanal en internet.
Jonathan Cook, un observador
que vive en la ciudad de Nazaret, explica que «este extraño discurso
[en el cual los israelíes son siempre víctimas, hasta cuando asesina
a nueve activistas desarmados, S.Y.] sólo puede ser descifrado si
entendemos
dos temas, aparentemente contradictorios que han llegado a dominar el
paisaje emocional de Israel. La primera es una creencia de que Israel
existe para expresar el poder judío y la segunda, que tiene un valor
igualmen- te fuerte, que Israel encarna la experiencia colectiva de
victimización del pueblo judío».
Por esta razón, Halper no
espera que la indignación y las acciones de la opinión pública lleven
a cambiar las políticas del Estado. Tiene más esperanzas en que sea
el Gobierno de Estados Unidos quien imponga una política diferente
al Ejecutivo de Tel Aviv.
Halper sostiene que el apoyo
incondicional a Israel de la Administración estadounidense se va
desgastando.
«No se trata del aislamiento de Israel. Sino de que por apoyar a Israel
EEUU se aísla en la comunidad internacional», sentencia.
Por el momento, el Gobierno
de Israel parece insensible tanto a las presiones de EEUU como a las
campañas de boicot iniciadas por la opinión pública. «Más que
insensible»,
dice Michael Warschawski, escritor y analista israelí, «Israel se
encuentra enfrentada a la actual Administración norteamericana, a quien
ve como un fenómeno pasajero. Para el Gobierno de Israel se trata de
aguantar un poco más de dos años para que vuelva una Administración
neoconservadora al estilo de George W. Bush que se identifique con sus
objetivos políticos y militares».
Pero las campañas de boicot
no son solamente un acto justo de solidaridad con el pueblo palestino.
Sino que más allá del actual estado de ánimo belicoso de la población
israelí, la economía de Israel no podrá mantenerse por dos años
si el boicot se profundiza.
Es verdad, no serán las masas
israelíes que saldrán a las calles a demandar un cambio político
radical, serán la industria de exportación y la pequeña burguesía
que por simple instinto de supervivencia demandarán el cambio.
La Flotilla de la Libertad
es una encrucijada para Israel y para el movimiento de solidaridad
internacional.
Sólo fortaleciendo la presión con el objetivo de romper el poder de
resistencia de la economía israelí se podrá forzar el cambio político,
y el respeto a los derechos del pueblo palestino.
Cualquier tipo de presión que no consiga esta ruptura sólo fortalecerá el frente de fuerzas reaccionarias que intentará escapar de esta situación hacia adelante, hacia la guerra.