Contexto y problemas de la huelga general

Lunes 30 de agosto de 2010

Intervención en la 1a Unviersidad de Verano Anticapitalista de Lluís Rabell [1]

La convocatoria de huelga general el 29-S marca el inicio del nuevo curso social y político. Se trata del primer intento de poner en pie, en el Estado español, un movimiento social de envergadura desde el inicio, hace tres años, de la crisis más grave y profunda que haya conocido el capitalismo desde 1929. Una tasa de paro que supera el 20 % de la población activa da la medida del impacto devastador de esa crisis sobre el frágil modelo de crecimiento español.

Al final de un ciclo 

Los camaradas belgas han recuperado estos días algunos artículos de Mandel, fechados en 1975, que resultan muy interesantes. Sostenía Mandel la opinión de que concluía en esa década una “onda larga expansiva” del capitalismo, iniciada al término de la segunda guerra mundial. Y comenzaba una onda recesiva que podía durar, si había que atenerse a la frecuencia de los ciclos conocidos desde el siglo XIX, otros veinticinco o treinta años. Como marxista crítico que era, Mandel apuntaba reservas y correctivos a la teoría de Kondratief.

Lejos de tratarse de una sucesión automática de fases dilatadas de crecimiento y de estagnación del capital fijo, puntuadas por crisis de sobreproducción más o menos severas, las ondas largas marcan una tendencia objetiva general del régimen capitalista. Pero no predeterminan mecánicamente “el acontecimiento”, como le gustaba decir a Daniel Bensaïd: el desarrollo concreto de tales ondas está sujeto al curso vivo de la lucha de clases. 

 Así, señalaba Mandel, el fin de la era de Bretton Woods - certificada por la supresión de la paridad entre el oro y el dólar - y el inicio de la onda recesiva coincidían con un ascenso de la combatividad del movimiento obrero europeo y la radicalización de la nueva generación a partir de mayo del 68. (Con la huelga general francesa, pero también con la “primavera de Praga”). Conocemos la historia de estas últimas décadas. El capitalismo ha reaccionado ante la caída de su tasa de ganancia con un giro hacia el liberalismo, el desmantelamiento del Estado del bienestar y la globalización – uno de cuyos rasgos ha sido el crecimiento exponencial de la economía especulativa, desencadenante de la crisis sistémica y multidimensional que hoy vivimos. 

 El capitalismo pudo desplegar sus políticas neoliberales imponiendo derrotas y retrocesos significativos al movimiento obrero… contando con la colaboración de sus burocracias conservadoras. (Y, desde una óptica histórica, habría que incluir ahí al régimen soviético y sus satélites).

Hoy asistimos al colapso de las políticas neoliberales y des-reguladoras. Pero es imposible un retorno al keynesianismo, que sólo ha sido viable en una fase expansiva… y bajo una amenazadora presión de las clases populares en las metrópolis. El “keynesianismo” – en el sentido de una intervención reguladora del Estado – que hemos visto tras el crac bursátil del 2008 ha consistido en una ingente inyección de dinero público para salvar bancos y aseguradoras, mantener “bajo perfusión” algunos sectores industriales (como la automoción), así como acentuar el carácter regresivo de la fiscalidad (favoreciendo en general al mundo empresarial y a las rentas más altas). Es decir, las políticas tributarias que han labrado la actual situación deficitaria de los Estados. 
 

Una lucha enconada entre las clases 
 

 Tras un primer momento de pánico, el capitalismo ha reaccionado con una nueva oleada de medidas liberales. Las medidas que nos conducen a esta huelga general se resumen en una tentativa de descargar los costos de la crisis sobre las espaldas de la población trabajadora. Pero no deberíamos caer en una cierta miopía “economicista”. Más allá de los objetivos inmediatos – recortes salariales, abaratamiento del despido, erosión de las pensiones… -, lo que está realmente en juego, aquí y en toda la Unión Europea, es la correlación de fuerzas que se va establecer entre las clases sociales a lo largo de todo un período. Durante la huelga minera de 1985 no se trataba simplemente de dilucidar el lugar de las explotaciones de carbón en la economía británica, sino de la capacidad del gobierno conservador de quebrar el espinazo al movimiento sindical. Thatcher

lo consiguió, y eso fue determinante para el avance del liberalismo en Inglaterra y en toda Europa. 

 Por supuesto, el capitalismo busca nuevos nichos de negocio. La deuda

contraída por los Estados para el rescate de las entidades financieras se ha convertido en una nueva burbuja especulativa. Tras los recortes del gasto público, se perfila una nueva tanda de privatizaciones. (Grecia da buena muestra de ello). Tras el cuestionamiento de la edad de jubilación, se adivina la voluntad de dar un nuevo impulso a las pensiones privadas.

La reforma laboral persigue, ciertamente, precarizar todas las relaciones contractuales (CCOO ha denunciado ya el notable incremento de la temporalidad en la industria durante las últimas semanas), ampliar el campo de acción

de las ETT… 

 La patronal y la derecha dicen, sin embargo, que todas esas medidas resultan “insuficientes”. En esa afirmación hay, por supuesto, un fuerte componente táctico: presionar sobre el gobierno para que vaya más lejos en sus políticas antisociales, desgastar al actual ejecutivo, etc. Pero hay una parte de verdad en ello. La necesidad apremiante para el capitalismo de abrir nuevas vías de acumulación – en un contexto mundial incierto, recordémoslo, en el que las grandes economías siguen bordeando la recesión… a pesar de algunos esporádicos repuntes de crecimiento, como el de Alemania en el último trimestre, a rebufo de la depreciación del euro – hace que toda esa batería de medidas de austeridad y recortes sociales se quede corta incluso antes de implementarse. No obstante, tomadas en su conjunto, esas medidas aclaran el sentido del agudo conflicto entre las clases que caracterizará los próximos años.  

 Para el capitalismo, se trata de dar un salto cualitativo, de alcance histórico, en un proceso, iniciado bajo la globalización neoliberal, de dislocación

del proletariado (en el sentido marxista más amplio de este término, que abrazaría, en los países desarrollados, a su mayoría social) y en la atomización del conjunto de las asalariadas y asalariados. No le basta con lo conseguido en las décadas de globalización neoliberal

en materia de precariedad contractual, de debilitamiento del movimiento obrero, de privatizaciones… Ni siquiera de hegemonía cultural. Los retrocesos que el capitalismo ha llegado a imponer han resultado “soportables” en la medida en que el endeudamiento de las familias enmascaraba los bajos niveles salariales y el ahondamiento de las diferencias sociales. La crisis ha barrido ese espejismo. Todo induce a pensar que entramos en una fase de rebelión y conflictividad. Y así es desde el punto de vista de las condiciones objetivas 
 

Lo que está  en juego 

 Sin embargo, la izquierda social y política entra en esta etapa profundamente debilitada, contaminada por la ideología liberal, integrada en sus instituciones y dispositivos, carente de un proyecto político que vaya más allá de la “alternancia”. Esa realidad ha pesado en la ausencia de una respuesta social a la crisis. Pero en la lucha de clases

no hay automatismos, sino combinación dialéctica de factores y una sucesión de “bifurcaciones”, de alternativas posibles que dan paso a nuevos dilemas. Recordemos que hicieron falta varios años para que el movimiento sindical americano emergiera en medio de la desolación causada por la gran depresión. Una cosa es segura sin embargo: una reacción de la clase trabajadora buscará necesariamente apoyo en aquellos elementos materiales que contribuyen a constituirla como clase diferenciada y portadora de una hipótesis de nueva sociedad. Nos referimos a sus conquistas sociales, por erosionadas o gestionadas burocráticamente que estén: sanidad, educación, protección social, servicios públicos… Pero también a sus cuadros y activistas, a sus asociaciones y movimientos, a partidos y sindicatos… y a la lucha viva entre sus distintas tendencias. 

 Las medidas del gobierno – las que plantea Zapatero por cuenta de las grandes corporaciones industriales y financieras, y las que el ejecutivo

se atreve a poner sobre la mesa en esta primera escaramuza con el movimiento obrero – apuntan todas en la misma dirección: socavar esas bases materiales. El cuestionamiento de la negociación colectiva que comporta la reforma laboral - al contemplar la posibilidad de “descuelgue” de las empresas respecto a los convenios sectoriales – constituye un auténtico torpedo dirigido a la línea de flotación del sindicalismo. Sobre todo tras la evolución del modelo productivo

y del propio sindicalismo en las últimas décadas: la fragmentación de las industrias y el crecimiento de los servicios, por un lado, y la progresiva transformación de los sindicatos en un cuerpo referencial de delegados y representantes – con una débil afiliación, pero con un aún menor tejido de secciones y redes militantes -, por otro, transforman el ataque contra la efectividad de los convenios en un factor decisivo de desestabilización de las grandes centrales. A pesar de la voluntad conciliadora de sus cúpulas dirigentes y de sus deseos de volver a la vieja rutina de las negociaciones “en frío”, esa amenaza ha pesado sin duda de modo decisivo en la decisión de los aparatos de CCOO y de UGT de echarle un pulso al gobierno con la convocatoria de una huelga general. La ampliación del ámbito de gestión de las ETT, la facultad de invocar (o prever) dificultades financieras para establecer relaciones laborales “a la carta” por parte de las empresas, o la ruptura unilateral de acuerdos ya firmados (reducciones salariales), constituyen otras tantas facetas de este mismo ataque de fondo. 

 La voluntad de atomizar al proletariado, transformándolo en una masa de individuos que pelean desesperadamente entre si para sobrevivir, corresponde no sólo a la necesidad que tiene el capital de incrementar en esta fase crítica su tasa de explotación de la mano de obra, sino que nos da una clara indicación de por dónde cuenta el sistema salir del atolladero: concretamente, a través de lo que David Harvey denomina “acumulación

por desposesión”. Esa tendencia no es nueva, ni mucho menos. De hecho, se ha ido afirmando ya con las privatizaciones y con la progresiva mercantilización de los recursos naturales y de todo cuanto existe que han caracterizado la globalización neoliberal. Esa vía de acumulación – que dinamita todo cuanto es público, colectivo o accesible por derecho vital – se convierte así en un rasgo distintivo y preeminente del capitalismo en esta etapa. Todos los elementos de la nueva situación social y política – resurgimiento del racismo, agravación de la opresión de género, crisis ecológica, crisis alimenticia, apertura de nuevos escenarios bélicos…- reflejan esa tendencia profundamente agresiva del post-liberalismo, que transforma la actual encrucijada en una crisis de civilización. 

 

La huelga general 

 Valgan estas consideraciones para situar la huelga general en la perspectiva de un nuevo ciclo de la lucha de clases, a escala estatal como a nivel internacional. Se trata, pues, “sólo” de una primera batalla. Pero ahí radica precisamente toda su importancia de cara al desarrollo ulterior de los acontecimientos. De lo dicho se deducen los problemas que plantea

esta convocatoria. Esbocemos simplemente algunos de los más relevantes. 

 1- 

No es, por muchas razones, como la convocatoria de 1988 o la huelga general contra el “decretazo” de Aznar. En el primer caso, se trataba de imponer un correctivo a un gobierno de izquierdas (el de Felipe González)… que no se pretendía tumbar, ni corría el riesgo de caer ante tal movilización. Presiones populares como aquella, señala Vicenç Navarro en sus trabajos, impulsaron el crecimiento del gasto social en el Estado español, reduciendo su diferencial respecto a los países del entorno europeo. La huelga contra el gobierno del PP se inscribía, por el contrario, en un contexto de creciente descontento ciudadano, y pretendía acercar la perspectiva de un cambio político. Esa huelga fue también exitosa. 

 2-

Todos los parámetros han cambiado. El contexto, como hemos visto, es radicalmente distinto. La lucha es mucho más enconada. Las sucesivas huelgas generales en Grecia no han conseguido imponer ningún retroceso a un gobierno que, en otras circunstancias, hubiese caído ya. Aquí, en cambio, el peligro de un retorno del PP es muy concreto, y eso ha frenado la reacción del movimiento obrero ante el giro antisocial de Zapatero. Sólo la amenaza directa sobre los sindicatos y la percepción de que, por ese camino, el PSOE se hacía el harakiri, anticipando el trabajo sucio a Rajoy, ha inclinado la balanza a favor de la huelga. Eso indica hasta qué punto la perspectiva política pesa sobre la movilización de la población trabajadora. No se trata simplemente del espíritu conservador de las burocracias sindicales. Al mismo tiempo, el panorama político no puede aclararse sin un movimiento de envergadura que empiece a exigir una salida social a la crisis.  

 3-  El objetivo de la huelga es tumbar la reforma laboral, pero la batalla es de un alcance mucho mayor y exige continuidad. CCOO y UGT quisieran recomponer el “diálogo social”. Pero la agresión es de tal calado que, incluso para eso, tienen que pasar por una huelga general. Hablar de una “huelga trampa”, como han hecho algunos grupos ultra-izquierdistas, significa no entender nada de lo que está pasando. Toxo y Méndez necesitan realmente lograr una demostración de fuerza sindical. Otra cosa es que sean capaces de suscitarla y organizarla. La huelga de la función pública del pasado 8 de junio mostró los problemas existentes. La fragmentación contractual y la precariedad – que han invadido también las administraciones públicas – se revelaron como un poderoso factor de desmovilización. ¿Cuál no será la dificultad en la empresa privada? Pesan los años de conciliación y retrocesos. Más aún: toda una generación no ha conocido más que una práctica sindical adaptada a los parámetros neoliberales durante un período inusualmente largo de bonanza económica – en que las luchas, empresa por empresa, raramente han tenido otro horizonte que no fuese mejorar las indemnizaciones por despido. 

 4-  Es necesario recomponer tejido y cultura sindical de combate, a la altura de los nuevos tiempos. En ese sentido, la izquierda sindical tiene un importante papel que jugar, impulsando el retorno de los métodos democráticos de lucha (las asambleas decisorias, los mandatos, los piquetes de huelga…) y la unidad de acción. El talante del movimiento obrero es muy conservador en cuanto a sus organizaciones se refiere. El próximo período pondrá a la orden del día recomposiciones

y cambios en las correlaciones de fuerza entre sus distintas corrientes.

No será sin grandes movimientos, experiencias que arrastren a millones de hombres y mujeres, y liberen ingentes energías creadoras. Sólo a través de semejantes procesos las tendencias más combativas ganarán fuerza y autoridad moral. Hoy por hoy, se trata de buscar la conexión

de la izquierda sindical con los activistas de las centrales mayoritarias, empujando a una lucha sostenida y popularizando un programa de reivindicaciones transitorias, adaptadas a la actual coyuntura: 35 h, prohibición de despidos, salario mínimo a 1.200 euros, defensa de los servicios públicos, nacionalización

de la banca, reforma fiscal, igualdad de derechos, reconversión ecológica, etc. Algunas experiencias recientes, como la huelga del metro de Madrid, o la convocatoria de una asamblea general abierta para preparar la huelga general y la prosecución de la lucha por parte de los sindicalistas de TMB, constituyen elementos esperanzadores en ese sentido. 

 5- La huelga del 29-S debe plantearse como un amplio movimiento de protesta

ciudadana. Se trata de que el movimiento obrero vertebre la reacción

de todos los colectivos afectados por la crisis y las políticas de austeridad: parados, pensionistas, estudiantes… Esa necesidad se deriva tanto de la amplitud de la ofensiva desencadenada por el capitalismo como de la debilidad del movimiento sindical: su recomposición y fortalecimiento necesitan apoyarse en la territorialidad y en la complicidad con asociaciones vecinales, entidades y colectivos. El propio sindicalismo está llamado a pensarse como movimiento social. 

 Nos esperan semanas de intenso trabajo. Izquierda Anticapitalista apuesta por el éxito de la huelga general.  

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