Camacho

Domingo 31 de octubre de 2010

Manolo Garí* | Izquierda Anticapitalista

Hoy hemos enterrado al compañero Marcelino Camacho. Su papel en la reorganización –refundación- del movimiento obrero en el Estado español en (y tras) la larga noche franquista fue, como todo el mundo reconoce en los momentos presentes, clave. Como lo fue en la lucha por las libertades. Sus más cercanos compañeros nos han recordado en estas intensas horas de conversaciones su optimismo ante la adversidad, su empeño para que el movimiento avanzara, y también su bonhomía, su preocupación por los problemas de quienes le rodeaban, su sencillez en el trato. Muy probablemente ambas facetas macro y micro forman parte de una misma manera de entender la vida y la militancia. O ambas, militancia y vida, fueron entendidas por Camacho

como la misma cosa. La síntesis y resultado configuran un tipo de actividad política y sindical cercana a las gentes, pegada al terreno. 

En la memoria colectiva

del movimiento obrero, Camacho, simboliza y simbolizará la lucha por la conquista de las libertades sindicales, la mejora de las condiciones laborales y los derechos sociales de la clase obrera española de finales

del siglo XX. En el seno de los movimientos sociales puede recordarse que rara vez escatimó su apoyo a sus causas y que acudió a intervenir con la misma puntualidad y pasión en actos con grandes y pequeñas audiencias. En la percepción popular generalizada Camacho fue un sindicalista (y político) honesto que no medró ni se instaló, que mantuvo un modo de vida austero, que mantuvo sus raíces en su fábrica y en su sector, que siempre habló directo y agitó en las calles megáfono en mano. En el recuerdo de muchos de los cuadros de CC OO está presente el valor que Camacho concedía a la acción colectiva y la fuerza de voluntad, dignidad y empeño que animaron su actividad. Este conjunto de cuestiones

forman un cuadro radicalmente opuesto a los valores hegemónicos y prácticas actuales. 

El escenario compartido 

No deja de ser paradójico que, en el momento álgido de la ofensiva conservadora neoliberal contra el sindicalismo y del peor y más frontal ataque gubernamental contra los derechos de las clases trabajadoras habido desde el restablecimiento

de las libertades democráticas, el fallecimiento de Marcelino Camacho haya suscitado tan elogiosos comentarios sobre su inestimable labor en defensa de las y los trabajadores en boca de personas como Cospedal, Aguirre o del mismo Zapatero y de varios de los miembros de su gabinete.

El hecho tiene varias lecturas posibles. Unas culturales, otras políticas. 

En España existe una inveterada costumbre, especialmente grave en el ámbito político, que es la de elogiar sin medida alguna a quienes mueren. En vida han podido ser maltratados, perseguidos, ridiculizados o ninguneados por los mismos

hagiógrafos que se aprestan a enterrarlos entre loas. Ello es una manifestación más del fariseísmo social y particularmente del que anida en las relaciones institucionales. Y no constituye, como se afirma habitualmente, una muestra de educación y respeto hacia la persona que murió, sino una manera de olvidar lo que realmente representó. De pronto el rito incapacita la reflexión. La realidad se sustituye por la recreación. La vida que fue, se deshumaniza. El elogio se convierte en conjuro para enterrar

también junto al cadáver lo que esa persona significó. 

El sistema político español actual nace, se configura y funciona con dos objetivos: la desmemoria sobre el franquismo y la estabilidad del régimen capitalista.

Para ello es necesario crear un marco común, un recinto que nadie se atreva a abandonar. Un lugar dónde el conflicto se oculte, enmascare y manipule. Por ello los príncipes van al entierro de los republicanos; fascistas reciclados como Martín Villa elogian el papel en la transición

democrática de quienes días antes estaban encarcelados; o Rato y la CEOE rinden homenaje público a quienes como Camacho en su última entrevista, afirman que “la lucha de clases sigue vigente”. 1 

Han tenido que acudir al pésame, ello pone de relieve la proyección pública del personaje público pero con su presencia intentan desactivar su carga ética, su impacto político. Han tenido que retomar por unos instantes como valor positivo la defensa de los trabajadores, pero con ello pretenden banalizar las consecuencias ideológicas y políticas. Su presencia no pretendía otra cosa que evitar la apropiación del símbolo por la parte, la clase obrera, y potenciar la apropiación institucional para desactivar la polarización social. El objetivo de sus elogios es diluir la memoria colectiva, mistificarla, reconducirla. Haciendo la ficción de un duelo colectivo, se intentaba generar un sentimiento de fraternidad entre opresores y oprimidos, explotadores y explotados. Pero ello no ocurre por casualidad forma parte del guión del sistema político actual. 

Pero junto a lo anterior hay que destacar que allí también estuvieron decenas y decenas de miles de las gentes de abajo. Los que de verdad lo sentían, quienes vivían como propia la pérdida. Gentes que se reconocían en Camacho porque también sienten que “los patronos tienen intereses distintos a los de los trabajadores (…) que han avanzado poco en igualdad (…) que el sistema capitalista explota a los trabajadores.” 2 

Comprender esta doble y contradictoria presencia en el mismo espacio significa comprender la naturaleza de las posiciones mantenidas por el sindicalismo dirigido por Marcelino Camacho junto a otros. 

Un homenaje diferente 

No resulta exagerado afirmar, como lo hace la Declaración de la Comisión Ejecutiva de CC OO de ayer 29 de octubre, que Camacho tuvo “toda una vida dedicada a la causa de los más débiles, a la conquista de una sociedad más justa y solidaria”. Pero lo hizo desde posiciones políticas determinadas. Precisamente por ello, el reconocimiento a su colosal labor también está sujeto al debate sobre las ideas, estrategias y proyectos que inspiraron su quehacer militante. 

Su orientación estuvo condicionada por su adscripción al Partido Comunista de España (PCE). Y también sus relaciones con el resto de fuerzas políticas presentes. En concreto, la izquierda alternativa, la izquierda revolucionaria, la izquierda a la izquierda se llamase como se llamase (Frente de Liberación Popular (FLP), Liga Comunista Revolucionaria (LCR) u otras siglas) en cada momento de la historia de la lucha por las libertades y la revolución socialista bajo el franquismo y en la transición tuvo numerosos encuentros y desencuentros con Camacho. En el campo estrictamente sindical ello se plasmó tanto en la implicación activa de la izquierda anticapitalista

en la creación de las Comisiones Obreras como en la necesidad de crear espacios de vertebración en su interior en forma de corriente (la unitaria en el momento de la legalización de CC OO, la Izquierda Sindical años más tarde) o la disputa por la hegemonía en diversos organismos de dirección del sindicato. 

Reflexionar, dialogar y discrepar sobre las ideas de un luchador es la manera de considerar su valor y reconocer su importancia. Es una manera de extraer lecciones vivas desacralizadas. Es una forma de avanzar en la reflexión en el seno de nuestra maltrecha izquierda. El debate sobre el legado de Camacho forma parte de esa tarea de esclarecimiento. Ello es lo opuesto al panegírico, pero también es algo muy diferente balance político concluyente sobre su quehacer. Hoy, desde la inmediatez y la tristeza por su pérdida, solo se puede seleccionar algunas líneas sobre las que discurrir alrededor de algunas de las coincidencias y contradicciones de las posiciones de Marcelino Camacho, en tanto que dirigente durante años de la mayoría de la dirección de CC OO, respecto a las mantenidas por la izquierda anticapitalista. 

El modelo sindical 

El germen del modelo de CC OO se gestó en documentos como “Ante el futuro del sindicalismo” de mediados de los sesenta redactado al calor de las luchas en las empresas, de la formación de las primeras comisiones, y de reuniones en parroquias

y locales como el Círculo Social Manuel Mateo. Modelo que no solo prendió en las cabezas de los trabajadores sino también entre los estudiantes como se mostró en el acto de CC. Físicas de la UCM en 1967 y en tantos otros. Lo que atraía del modelo eran cinco características: su vocación asamblearia, unitaria, pluralista, autónoma (respecto al Estado, la patronal los partidos políticos) y socio-política. 

La dimensión asamblearia llevaba ineludiblemente a una concepción de movimiento representativo de toda la clase obrera, lo que exigía una organización unitaria que abarcara todas las corrientes existentes en el seno, expresión de la pluralidad, por lo que la autonomía sindical respecto a las organizaciones e instituciones políticas era un requisito sine qua non

La orientación favorable a un movimiento sindical unitario hasta bien entrada la transición, encontró un eco favorable en una parte de la izquierda radical, que formuló la consigna Central Única de Trabajadores a construir a partir de las CC OO. El llamamiento unitario convocó la adhesión de muchos jóvenes trabajadores, incluidos amplios sectores a la izquierda del PCE, como en el caso de las Comisiones Obreras Juveniles de Cataluña. 

Además de la rápida reorganización de la UGT, operó en contra del modelo la dificultad de construir una organización duradera en el momento en que las asambleas experimentaban reflujos. Pero los problemas también estaban en el interior de la organización de CC OO que había conseguido un funcionamiento muy democrático y pluralista pero que algunos sectores del PCE solo aceptaban si se aseguraba su hegemonía y por tanto la gestión del conjunto de decisiones relevantes. Si bien Camacho tuvo una postura personal abierta respecto a, por ejemplo, la corriente unitaria o posteriormente la Izquierda Sindical, o aceptó la existencia de direcciones alternativas por su izquierda en Euskadi, no paralizó –y en su mano estaba- operaciones de marginación o disciplinarias contra los sectores de izquierda a manos de militantes del PCE con cargos de responsabilidad en CC OO. 

El principal golpe a la autonomía sindical fue precisamente la presentación de Marcelino Camacho a las elecciones constituyentes de 1977 y 1979 en las listas de su partido. La doble condición de portavoz del partido (en tanto que diputado) y de portavoz de CC OO (en tanto que secretario general) no aceptando la propuesta de incompatibilidades que se hacía desde la izquierda revolucionaria mermó la imagen de la autonomía sindical; imagen que solo años después y de forma muy tensa recuperó CC OO. 

El impulso en CC OO de un modelo socio-político confederal que rompía la vieja división de tareas socialdemócrata entre el partido y el sindicato, facilitó que las Comisiones se pronunciaran y actuaran en múltiples conflictos distantes de los directamente vinculados a la relación capital/trabajo en la empresa. Asimismo está en el origen de la facilidad relativa (sobre todo si se le compara con el resto de sindicatos en Europa e internacionalmente) con la que CC OO asumió las temáticas de los nuevos movimientos sociales: el pacifismo, el ecologismo y el feminismo. En el caso particular de Marcelino Camacho cabe resaltar su activa participación en las marchas contra las bases norteamericanas, por el No en el referéndum sobre la entrada a la OTAN, y también que realizó varias autoinculpaciones, a partir del caso de Manolo García, en los juicios contra los jóvenes insumisos al servicio militar y que prestó su apoyo y prestigio en el Tribunal Contra la Guerra del Golfo. 

Esa politización de la actividad sindical sirvió de imán para amplios sectores de la juventud obrera y estudiantil, pero a su vez el PCE la usó para lograr un eco más amplio de sus más negativas posiciones políticas. 

La losa de la transición 

Los Pactos de la Moncloa, que implicaban importantes sacrificios para la clase obrera y marcaron el inicio de su desmovilización y desencanto, fueron apoyados por CC OO por imposición externa de Santiago Carrillo desde el PCE. Marcelino Camacho inicialmente se opuso, pero finalmente volcó su autoridad política y moral para que el movimiento obrero los aceptara. 

La dirección de CC OO hizo suya una Constitución en 1979 que impedía la realización de las principales reivindicaciones del propio sindicato. Este hecho ha marcado la conciencia y la orientación de miles de sindicalistas que, de forma acrítica, atribuyen al texto virtualidades inexistentes. La siguiente vuelta de tuerca del PCE en materia laboral a raíz de la aprobación del Estatuto de los Trabajadores en las Cortes, provocó la dimisión de Camacho como diputado. Hay procesos que solo tienen una dirección: a peor. 

Progresivamente se afianzó una orientación sindical desde los primeros ochenta en la que el clima de pactismo político se tradujo en una táctica de permanente institucionalización del conflicto social, y de primacía del diálogo social como elemento rector de canalización de las reivindicaciones. Ello no ha ahorrado a las organizaciones sindicales la necesidad de convocar las huelgas generales, de las que se han extraído más y mejores

resultados que hasta ese momento. Por ello no comparto la idea de algunos compañeros del sindicato que, de forma maniquea, sitúan los “males” del mismo a partir de una elección a la secretaría general, teniendo en cuenta que los procesos se habían iniciado antes y, por cierto, tal como vemos pueden ser reversibles. 

Los problemas de fondo vienen de lejos y exceden al estricto campo sindical. Las ideas que han debilitado políticamente a la izquierda se incubaron en los momentos

clave de la transición. El resultado de la transición postfranquista, de la política de Reconciliación Nacional y de la gestión de los gobiernos socialistas ha sido la desnaturalización del proceso democrático, la pérdida de iniciativa del movimiento social, la desmovilización de la izquierda, el envalentonamiento de la derecha y, lo que es más grave, la pérdida de identidad, orientación y perspectivas de sus organizaciones. 

La realidad es que muchas de las iniciativas (y autolimitaciones) las propuso el PCE (aludiendo a su análisis de la correlación de fuerzas), las gestionó el centrismo postfranquista, las garantizó y dio continuidad y profundidad el PSOE pero finalmente fueron interpretadas por la derecha que ha logrado revertir a su favor los silencios, límites auto impuestos y beneficios de la situación. La izquierda revolucionaria planteó sus temores y propuestas en el seno de CC OO con escasa audiencia. 

Actualmente son crecientes las opiniones que ponen en cuestión la bondad del proceso y comienzan a ver las secuelas negativas. Y, sobre todo, comienzan a caer dos mitos:

el de la inevitabilidad de los hechos y el de la imposibilidad de haber jugado mejor las bazas para mejorar la correlación de fuerzas. Y un tercero apunta crisis, el de la ejemplaridad del modelo de transición política democrática. 

Y final 

En la intensa vida militante de un dirigente sindical como Marcelino Camacho hay multitud de motivos para situar su figura en la categoría de los imprescindibles,

en palabras de Brecht. El reconocimiento a la trayectoria no evita la necesidad de una opinión sobre las posiciones políticas, sobre las compartidas y las diferentes, sobre todas. A su vez las diferencias políticas no nos pueden ocultar la amplitud del camino recorrido en común. Hasta siempre, Marcelino.

*(miembro de la redacción de Viento Sur y militante de Izquierda Anticapitalista)

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