La estrategia de Felipe Puig y sus "mossos"

Jueves 16 de junio de 2011, por Mar

Pepe Gutiérrez-Álvarez

Desde el 15M se puede decir que en casa no se habla de otra cosa, no hay llamada telefónica o encuentro en la calle que no acabe hablando de la indignación y de las acampadas. El tono ya no es el mismo de antes, la pasividad no es lo que era…

Desde principios de los años ochenta, los “radicales” (o sea los que decían que la lucha por las libertades y los derechos sociales no habían acabado ni mucho menos) comenzaron a ser marginales a los que la razón de Estado mediática trataba en el mejor caso de irredentos, románticos, resistencialistas. Entre otros muchos detalles, recuerdo como Hermann Tertsch reseñaba en el País la detención de un presunto “terrorista” griego en cuyo domicilio habían encontrado libros del “Che”, Trotsky, etc. Venía a decir que gente así no podía acabar de otra manera, y aunque no era esto lo que se decía a tu alrededor digamos convencional, sí que se entendía que estabas luchando contra molinos de viento. Esta marginación comenzó a cambiar lentamente al menos desde Seattle, sino antes. En los últimos años, la cosa comenzaba a tener otro signo. El entorno inmediato comenzó a tomar distancias del “stablishement”, pero hasta hace solamente unas cuantas semanas, la conclusión de cualquier discusión venía ser la siguiente:”Tienes toda la razón, pero no hay nada que hacer”.

Esta percepción era fruto de la combinación de dos factores. De un lado se venía a añorar los tiempos no muy lejanos en los que habíamos progresado (lo cual era tanto más evidente cuando rememorabas como habían vivido tus mayores), y de otro, se apreciaba la suma de tantas derrotas y tantas derrotas, la capacidad del “sistema” de acabar asimilando a los críticos, incluyendo a los “nuestros”, o sea a la clase política de “la izquierda” y a los sindicatos que se habían forjado en las últimas décadas con dos pies, con el de la negociación como profesionales, y con el que fueron expulsando o neutralizando todas las voces críticas.

En ese entorno, los padres casi habían olvidado que los logros democráticos y sociales se los habíamos arrebatado a la dictadura (el carro de la democracia lo conquistó el pueblo pero luego fueron los profesionales los que se apoderaron de él), y los hijos apenas si habían podido dar un paso en este sentido. Parecían que habían perdido el sentido de la dignidad, y que no había quejas que no pudiera olvidarse en un fin de semana de noches locas. Sin embargo, los tiempos (los ochenta, noventa) en los que pocos jóvenes que se movían, no tenían amigos con quienes hablar, ya habían pasado, y los signos de un creciente sentimiento de indignación se estaban haciendo cada vez más visibles.

Ahora el ambiente ha cambiado, ya no pesa tanto el sentimiento de “nada se puede hacer”, y la percepción de que las nuevas generaciones estaban perdidas para dar la cara, se ha evaporado. Hablando con unas y otros en un radio muy amplio, el ambiente corresponde netamente a esa absoluta mayoría social que según las encuestas da la razón a la indignación, lo cual no es moco de pavo considerando que hace, pues eso, dos días, la palabra dominante era resignación. No hay que olvidar lo difícil que es cambiar un estado de ánimo socialmente establecido, y en ello tiene mucho que ver con el hecho de que antes, durante y después del 15 M, las noticias que dejan constancia de las miserias del “sistema” nos van llegando con una intensidad nunca vista. La sensación del desastre social y ecológico reinante es cada vez más evidente, de todo lo cual se desprende que: la combinación entre indignación y movilización masiva no puede ser la flor de un día, como se nos quiere convencer desde los medias, y claro está, desde el discurso de políticos e intelectuales instalados. Unos y otros no van a esperar que un movimiento que de la noche a la mañana ha sorteado los mayores escollos, y que ha cambiado el paisaje político-social. No iban a esperar, iban a actuar.

La forma de hacerlo es cualquier cosa menos nueva. Desde que la AIT comenzó a desafiar el orden social basado en la monarquía del empresario en “su” empresa, el método siempre ha sido el mismo: tratar de desplazar el movimiento hacia su expresión violenta, combinando la infiltración con las respuestas airadas que las injusticias inoculan hasta en los más pacíficos de todos nosotros. Los ejemplos son abundantes, entre nosotros hasta tienen nombres que figuran en el imaginario nacional como “La Mano Negra”, un montaje criminal urdido entre mandos policiales y un político tan ilustre como Antonio Canovas del Castillo, santo patrón del Partido Popular y en cuya biografía se ha borrado un hecho tan brutal como el de ser el firmante de las penas de muerte de los jornaleros andaluces inculpados por la trama, un acto que ni tan siquiera Alfonso XII quiso firmar. Hasta la buena literatura da veracidad este doble juego, y baste mencionar un título, El agente secreto, de Joseph Conrad de la que existe una tibia adaptación fílmica que, cuanto menos, subraya el papel de los infiltrados de la policía.

Ha sido desde esta cultura que los mandos de la Generalitat diseñaron la estrategia de la “ocupación” de un Parlament dispuesto a votar un conjunto de “retalladas” sociales que desde luego, el pueblo no había votado. En su esquema, la democracia es lo que el pueblo vota en un contexto determinado, y no que sus representantes defienden lo que la mayoría quiere. Exceptuando a los “lobbies” que están esperando todos esos recortes para hacer su política-negocios, el resto, o sea la casi la totalidad de la población no está por la privatización de lo que habían sido conquistas logradas durante décadas de luchas desde abajo. Se trataba, primero de desplazar el debate hacia otra parte, justamente hacia una movilización que se quería deslegitimar. Luego, se acentuó la estrategia de visualizar el “acoso” con el montaje de los helicópteros y demás. El paso siguiente era encender los ánimos con la fracción secreta de los “Mossos” empelados con el mayor descaro y protegidos por el resto. La de la “raya roja” era pues un juego buscado, un juego sucio. Lo demás, lvino por sí mismo, con la complicidad de los parlamentarios de la izquierda transformada que ni tan siquiera se cuestionaron esta estrategia, y por supuesto de los medias que hasta ahora se habían mostrado al menos en parte desconcertados. Muestra de ello era que el Cultural de la Vanguardia publicaba en la entrada de ayer miércoles un hermoso y prolijo artículo de Pepe Ribas, director de la casi mítica revista “Ajoblanco”, uno de los mejores que se han publicado sobre el 15 M.

Se trataba de que, al final de cuentas, el muy maquiavélico (perdona Nicola) Felip Puig, quien dijo la frase que necesitaba la película: Al final tendrían que reconocer que él tenía razón. Y como demostración, reunía todas las anécdotas posibles, incluyendo la del perro del diputado ciego, un acto que no puede atribuirse a nadie con sensibilidad social, y con la que parecía que quería escenificar una “réplica” a la paliza que los “mossos” obsequieron a un minusválido en la Plaça Catalunya

En el epílogo, los comentaristas profesionales se aprestan a lamentar que el movimiento ya no sea el modismo, y subrayan el peso del alma radical en detrimento de la moderada. Como sí no se pudieran combinar dos almas, y como sí el movimiento no vaya ser capaz de aunarlas mediante el debate democrático…..De momento, todo sigue en pie. La indignación no se está diluyendo, las propias medidas parlamentarias votadas el miércoles están ya encendiendo los ánimos. En la calle, hablando con gente de aquí y allá no te encuentras a nadie que “comprende” dichas “retalladas”, que no abomine de esas clases dominantes que quieren borrar un siglo de luchas y de conquistas sociales. Eso es lo que prima en la propia asamblea local que se reúne los viernes a los indignados; parados que encuentran en la asamblea un punto de apoyo, trabajadores del Ayuntamiento que huelen ya la carta de despido, maestros, sanitarios, afectados por las medidas, jóvenes que han dicho basta, hasta aquí hemos llegado.

Es una pequeña asamblea, pero saben que hay otras en los pueblos cercanos, y se saben parte de un movimiento general cuyos objetivos van más allá de cualquier error, o de cualquier precipitación, o de cualquier estúpida provocación como la de los impresentables que agredieron a Cayo Lara gritando aquello tan estúpido como “El pueblo unido no necesita partido”, una consigna demencial que, a) niega al pueblo el derecho a organizarse como ellos quieran, b) son los voces del partido que no aceptan otros partidos”.

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