Memoria de la Indignación

Miércoles 20 de julio de 2011, por Mar

Antonio Cruz González, para Despage.

Al cumplirse los 75 años del Golpe de Estado contra la II República Española es normal que se cubran los medios informativos de páginas y páginas con el golpe, la revolución y la guerra que ha cubierto más tratados históricos, después de la preeminencia de la Segunda Guerra mundial. También sería normal que los vencedores de esa felonía, que dió paso a la Guerra Civil española, hablen bien de si mismos y justifiquen en todos los medios a su alcance que “no tuvieron mas remedio que hacerlo”. Esa justificación, en realidad, se desmonta en seguida con el telegrama de su Caudillo, el 1 de abril de 1939, en el que se afirmaba que la guerra estaba terminada porque el ejército rojo, había sido hecho cautivo y se le había desarmado. Entonces, ¿por qué se siguió matando hasta casi el final de la vida del dictador, en 1975? Si la guerra se motivó, según los fascistas por el “terror rojo”, ¿por qué el “terror azul” siguió un proceso destructor que alcanzó los posiblemente 200.000 desaparecidos, fusilados en cunetas, como consecuencias de sacas, de bandos de guerra (acuérdense de la justicia franquista: “serán juzgados con juicio sumarísimo y pasados por las armas”…entonces, ¿para qué el juicio si la sentencia estaba dictada de antemano? ) de robos de niños (también desaparecidos, pues sus apellidos se borraban), etc., etc.?

Los documentos que van apareciendo, y agradecemos especialmente la labor del historiador Espinosa, demuestran que el proceso estaba previsto de antemano, “desinfección” lo llamaba algún fascista. Y planeado desde el 14 de abril de 1931, con los intentos de Sanjurjo en 1932, y la represión del bienio negro (1934-36) que trajeron como consecuencia la Revolución de Asturias, y no a la inversa como intentan hacernos creer desde la FAES o la Presidencia de la CA de Madrid.

Lo que nos parece repugnante, y por eso lo de la indignación, es que medios liberales, progresistas o demócratas, al menos eso dice en sus cabeceras de periódicos, es que sigan y sigan tratando de convencer a no se sabe quién, de que el proceso ha terminado. Así el País del Domingo con fecha 17/07/2011 presentaba un emotivo encuentro entre un soldado republicano y un soldado fascista que se fundían en un abrazo, 75 años después de la contienda. ¡Muy emotivo! Como el abrazo de Vergara en las guerras civiles carlistas, o el de la rendición de Breda, queda muy plástico para las fotos o los cuadros, pero la realidad es muy otra.

La tergiversación proviene de la Transición modélica en que la socialdemocracia pacta con los franquistas pasar de puntillas por la guerra civil, promover una Ley (falsa) de Amnistía, con la que los antifranquistas nos pusimos muy contentos porque permitía que salieran los presos políticos a la calle, pero que sin embargo no vimos la trascendencia jurídica real que ocultaba. Simplemente que los culpables de genocidio, de crímenes contra la humanidad, consecuencia de la guerra civil (no ya en la guerra, sino en el franquismo) salieran de rositas. Y claro está el Partido Comunista, no en todos sus miembros, sino en sus representantes, Carrillo a la cabeza, bastante alegría tenía con haber sido legalizado, como para empezar a poner pegas en los contenidos. Evidentemente esa ley no tiene valor contra los delitos citados que no prescriben jamás, pero al juez que intente ir contra ella se le persigue, veáse Garzón. Y el proceso internacional es muy lento y no se resolverá jamás. Esto no es Chile ni Argentina, en que la izquierda no pactó, y siguió hasta retirar las leyes de punto final. Aquí ganó el franquismo la guerra civil, ganó la dictadura y ganó la democracia descafeínada que tenemos. Y es un gran milagro que en medio de tanta podredumbre, aún algunos podamos levantar el puño, la vista y la palabra y denunciar los desaparecidos, los asesinados, los secuestros, etc., etc., producidos.

Quiero insistir en el artículo anterior del País. No es que me parezca mal que se den un abrazo dos contendientes, es que me parece demagógico. Me parece que se quiere tapar este evento con un artículo, bastante malo por cierto de un tal Luis Gómez, en el que hace fruto de su ignorancia llegando a decir: “Siendo la guerra civil uno de los acontecimientos bélicos con mayor bibliografía…hay escasez de testimonios orales de ambos bandos”.

Aquí demuestra su desconocimiento bibliográfico. Testimonios orales, de los cuales el solo cita Recuérdalo tú, recuérdalo a otros de Fraser (“casi único libro de memorias orales”) porque debe ser el único que se ha leído. Los testimonios de Tagüeña (citados en ese mismo diario por Santos Juliá, en la página siguiente, y aprovecho para decir: bastante bueno el artículo, a pesar de algunas cosas debatibles) de su mujer, Carmen Parga, de los guerrilleros antifranquistas Jesús Decós, Remedios Montero, Esperanza Martinez, Manuel Torres,….de las memorias de las hermanas Abramson, de los libros novelados de Arturo Barea, de Josefina Aldecoa, de Ramón J. Sender, de las biografías sobre Durruti, sobre Nin, de las memorias de Jeanne Maurín, de Antoine Giménez y los Gimenólogos, y de los tratados de biógrafos e historiadores, como Gibson, sobre Lorca, su entorno en Granada, Preston sobre el Holocausto español, Antonio Bahamonde sobre el terror en Sevilla, Clara Campoamor sobre sus viviencias en la república, Haro Teglen sobre su infancia, Eduardo de Guzman sobre el terror de la represión en los campos de concentración al final de la guerra, George Orwell en su Homenaje a Catalunya, Mika Feldman con su Mi guerra de España, Jose Fernández, niño de la guerra con sus relatos sobre la salida de España hacia Rusia y su infancia en Moscú y más tarde en la Habana, Fraser de nuevo, con sus relatos sobre el alcalde escondido, los escritos sobre maquis y guerrilleros de Alfonso Domingo y del movimiento guerrillero de Santiago Alvarez, Hinojosa y Sandoval, el Brutal 23 de agosto sobre la represión en los pueblos de Rodolfo Recio Moya, el exilio español en Venezuela, en dos tomos, de Victor Sanz con numerosos testimonios, y no digamos los de la represión en Sevilla y Huelva y la columna de la muerte, de Espinosa. Y citemos también a los investigadores en Internet, como es mi caso, con páginas de relatos de familias de Desaparecidos, verdaderos relatos del terror de la represión franquista. Por tanto si no sabe más y de los que aporta recoje testimonios como “recuerdo un clima de terror aquellos días” ó “recuerdo a mis padres preocupados”, es decir vaguedades que no aportan nada a los datos que ya conocemos.

Pero hay otra cosa más grave, que es precisamente la que motiva el abrazo “fraternal”: “hay escasez de testimonios orales de ambos bandos”. El querer enfocar la guerra como algo que no se pudo evitar y que en los dos “bandos” se cometieron (como en todas las guerras) injusticias. Ese planteamiento es erróneo y para no citar mis palabras pongo el testimonio de Ramón Sáez en EL OTRO PAÍS (Nº 56. Julio de 2011). En ese artículo, el autor recoge: NO HABÍA BANDOS: “ La historia nos enseña que existía, como en todo Europa, un conflicto social; y el derecho precisa, punto de partida obligado, que no había bandos. España albergaba un sistema legal y democrático que se había dotado de una constitución progresista en materia de derechos políticos y sociales, en el ámbito de la igualdad de la mujer (sic). Y una tropa de delincuentes – entre ellos buena parte de los funcionarios de los aparatos de control del estado, léase el ejército y las policías – que se rebelaron contra el gobierno y las instituciones republicanas, meses después de unas elecciones cuyo resultado les pareció inaceptable. Los rebeldes tenían un proyecto de solución del conflicto social: el aniquilamiento del adversario.”

También Espinosa comenta en Violencia roja y azul. España 1936-1950. argumentos de contenido similar. Y es que está claro que no hubo dos bandos. Hubo una “banda” armada, terrorista, golpista, de militares africanistas partidarios de Hitler y de Mussolini, frente a una legalidad vigente. Gracias a ese armamento y a su perjurio a la República pudo dar un golpe el fatídico día del 17 de julio. Por cierto, dentro de la política de tergiversación histórica del diario de más tirada, cuando José Andrés Rojo, un especialista en estos temas del diario, cita el 17 de Julio en Melilla, nombra a Romerales, un general cuya flojedad en el mando dió como consecuencia el adelantamiento del golpe, y pese a que lo pagó con su vida, siempre se podía haber pedido más de él para evitar el mismo. También cita a Agustín Gómez Morato, otro militar republicano, jefe de la circunscripción del Norte de Africa, también militar oscuro que no llegó a pasar por los piquetes de los militares africanistas, siendo como era, representante republicano. Se presumen las causas, amistades peligrosas, pero no podemos concretarlas. Sin embargo, se omite el primer oficial caído en la defensa de la dignidad de la República, en la base aérea del Atalayón, en Melilla, fusilado en la tarde noche del día 17: Virgilio Leret Ruiz, capitán republicano, ascendido post-mortem por Manuel Azaña, presidente de la República, al grado de Comandante, y enterrado en una tumba común, sin que se haya querido decir dónde. Otro desaparecido más de nuestra guerra Civil.

Por otra parte, el señor Rojo, comete una imprecisión más. Habla de que Romerales y Agustín Gómez Morato fueron detenidos y arrestados. Para vivir de la pluma hay que ser más preciso. Dos generales pueden ser detenidos y arrestados sólo por sus superiores jerárquicos, competentes para arrestar entre militares, nunca militares de inferior rango y rebelándose contra la disciplina militar. Si lo queremos expresar con propiedad, fue un hecho cometido por unos delicuentes golpistas. Su expresión sería: secuestrados y apresados.

Cerramos este artículo reivindicando una vez más el cese de la impunidad para los golpistas que han sido y son (porque esos crímenes no prescriben) responsables de esa feroz represión que va saliendo a la luz, pero que es preciso, para que esta democracia sea perfecta y demuestre el imperio de la Ley, que paguen sus delitos por crímenes contra la humanidad y el abuso continuado contra los derechos humanos. Que dejen de aparecer en los nombres de calles y plazas como si de héroes se tratase. Sin esta premisa los abrazos entre contendientes tendrán un valor personal, pero nunca político, histórico y social.

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