Ejércitos impunes

Jueves 6 de octubre de 2011, por Mar

Olga Rodriguez/Periodismo Humano

Leo el auto del juez Santiago Pedraz -riguroso, profesional, contundente, eficaz- y no puedo evitar, como testigo directo del caso, rememorar lo ocurrido aquél 8 de abril de 2003 en Bagdad, cuando en el plazo de menos de tres horas el Ejército estadounidense atacó las tres sedes de la prensa independiente de Bagdad -el hotel Palestine, la sede de Abu Dhabi tv y la sede de Al Jazeera tv-, matando a 3 periodistas e hiriendo de gravedad a otros tres.

Una de las principales novedades del auto es que, además de los tres militares de EEUU ya procesados con anterioridad, ahora son imputados otros dos militares con cargos superiores y que, dada la cadena de mando, tuvieron que ordenar o al menos estar informados de lo que estaba ocurriendo.

El juez Pedraz durante su investigación en Bagdad (Olga Rodríguez) Además el juez, basándose en las pruebas y hechos acaecidos, indica que “una de las misiones encomendadas a la citada División era evitar que los medios de comunicación internacionales informaran sobre las operaciones militares en curso en la toma de Bagdad”.

Y así fue. Consiguieron que no informáramos.

No hay imágenes de Bagdad en las horas siguientes a los ataques, porque estábamos atendiendo a nuestros heridos, llorando a nuestros muertos, barajando lugares en los que refugiarnos.

Como señala el juez, “no hubo, ante el miedo provocado, una sola cámara dispuesta a asomarse a las ventanas del hotel”.

Hay más novedades en el auto: la inclusión de las conclusiones efectuadas tras el viaje a Bagdad que el juez Pedraz realizó en enero de este año encabezando la comisión judicial en la que cuatro periodistas viajamos integrados como testigos directos de lo sucedido.

En ese desplazamiento a la capital iraquí Pedraz pudo certificar las localizaciones de las tres sedes periodísticas atacadas, así como del puente desde donde disparó el tanque que mató a Couso y al periodista de Reuters Taras Prosyuk.

También pudo comprobar que no hay ninguna construcción que obstaculice la visión entre el hotel Palestine y el puente Al Jumuriya, así como la gran cercanía entre el puente y las sedes atacadas de Abu Dhabi tv y Al Jazeera tv.

Así mismo, el juez constató que desde el puente se ve con claridad el rótulo identificativo del hotel Palestine.

Y, a través de las pruebas periciales, Pedraz confirmó que con los elementos de visión del tanque se podía ver perfectamente no sólo a las personas que estábamos en los balcones del hotel Palestine, sino incluso los objetos que portábamos.

El auto ofrece argumentos precisos y exhaustivos sobre los hechos acontecidos el 8 de abril de 2003, recuerda que el Pentágono sabía dónde nos alojábamos los periodistas, que el propio gobierno estadounidense se declaró públicamente conocedor de la ubicación del hotel Palestine como sede de la prensa internacional, y explica con detalle -basándose en los Convenios de Ginebra, Protocolos y Convenio de La Haya- cómo no cabe duda de que José Couso, como civil y como periodista, era persona protegida.

Es decir, alguien a quien ningún Ejército puede, por ley, atacar; en caso contrario, el agresor será, por ley, castigado.

Por último, el auto pide a los procesados una fianza de un millón de euros. “No verificándolo a las 24 horas siguientes embárgueseles bienes bastantes a cubrir la indicada suma, acreditándose legalmente, caso de no poseerlos, su insolvencia total o parcial”, señala.

No he podido evitar acordarme de aquellos que en 2003 decían que era inútil iniciar la vía judicial, que lo mejor era dejarlo estar.

Hay cierta tendencia a estigmatizar a los que exigen Justicia. “Olvídalo, hombre, estás obsesionado”, dicen.

O peor aún: “Algo habría ocurrido para que le mataran”. Es lo que en Argentina llaman la “teoría del doble demonio”: la victimización de la víctima.

Lo saben bien las madres y abuelas de plaza de Mayo, a las que algunos llamaron locas por manifestarse todos los jueves pidiendo Justicia, un concepto que, cuando ellas iniciaron su lucha, parecía casi inalcanzable. Y ahí están ahora, presenciando, las que aún viven, los juicios contra algunos de los criminales de la dictadura.

Argentina es criticable en muchas cosas, pero reconozcamos que en materia de derechos humanos llevan la delantera. Lo saben en Egipto, donde estos meses decenas de activistas que piden Justicia -contra Mubarak y todos los mini-Mubarak- han mencionado el caso argentino como ejemplo a seguir.

En fin.

Aquí la familia Couso ha estado muy acompañada en sus triunfos y quizá demasiado sola cuando el caso se estancaba. No se han amedrantado por ello.

Javier, David, Maribel, Sabela, Bárbara y el resto de la familia saben bien que hay luchas que hay que emprender aunque parezcan abocadas al fracaso. Lamentablemente esto es algo difícil de entender en estas sociedades en las que el triunfo, incluso el más corrupto, es un valor al alza.

Puede que el caso vuelva a estancarse, puede que no; quizá los militares estadounidenses nunca sean juzgados o quizá sí, quién sabe las vueltas que dan las cosas en este siglo XXI en el que la Historia circula a más velocidad que nunca.

De lo que no cabe duda es de que esta batalla no merecía ni olvido, ni desprecio, ni oportunismo. Solo defensa.

La Justicia no es sinónimo de deseo de venganza. Es un pilar básico de las sociedades libres y democráticas. Tiene como objetivo ofrecer reparo a las víctimas y ejemplo a los verdugos. Sin ella la impunidad se perpetúa. Lo sabemos bien en este país, que tiene más de 100.000 cadáveres en cunetas y descampados. Quizá por ello pedir Justicia sea interpretado aún por algunos como un gesto políticamente incorrecto o incluso anti-sistema.

Con un sistema judicial dispuesto a hacer frente a los crímenes de guerra es posible que los ejércitos de todo el mundo se lo pensaran dos veces antes de incumplir la ley, de atacar a civiles, periodistas, inocentes.

El caso Couso es la defensa de la Justicia universal, del cumplimiento de la ley y de la libertad de la información.

Es el caso de los millones de civiles que mueren en las guerras a manos de ejércitos impunes.

Por cierto, hoy José Couso habría cumplido 46 años.

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