El fin de ETA: algunas lecciones políticas

Viernes 21 de octubre de 2011

Pepe Gutiérrez Alvarez

En los últimos tiempos, a la gente que aspira a transformar el mundo y cambiar la vida, nos están llegando algunas buenas noticias. No es que el mal social haya dado un paso atrás significativo, pero cuanto menos hay respuesta. Sin ir más lejos, en las primeras páginas de “Culturals” 487(20-10-2011), el suplemento de “La Vanguardia” que se parece el diario propiedad de los Godó como un huevo a una castaña, dedicaba sus ocho primeras páginas a informar sobre “Grecia desde dentro”. Se nos narra el porqué del desastre (neoliberal), sobre las luchas populares. De cómo la gente de la calle abuchea a los “socialistas” de Papandreu por las calles, todo un panorama crítico que concluye con un trabajo titulado “Radicalización anticapitalista”. Está firmado por Spyros Marchetos, y nos habla de unas “nuevas generaciones de militantes que podrían arrancar el liderazgo de la izquierda a sus incompetentes cuadros actuales” (incluyendo los arcaicos y sectarios comunistas), y de esta manera “crear una crisis de gobernabilidad (que) podrían librarnos a todos dentro de poco de los sátrapas de la troika. Es probable que esas movilizaciones, y no la izquierda organizada, derriben este gobierno”.

En unas páginas más adelante, el suplemento ofrece una reseña sobre el libro de Anna Grau, “De cómo la CIA eliminó a Carrero Blanco y nos metió en Irak…” (Ed. Destino, Barcelona, 2011), anotando sobre todo su extensa y minuciosa base documental…Este hilo nos lleva a otro que tendría lugar el día siguiente, el 21, el del anuncio por parte de ETA del punto final de su lucha armada, noticia que ha ocupado la portada de los diarios junto con las fotos sangrientas de Gadhafi que recordaban a las de Mussolini, aunque está claro que entre los “partizanos” italianos y los “rebelde” del CNT, median abismos de métodos y fines. Pero aunque tengo muchas dudas sobre el significado de estos “rebeldes”, no tengo la más mínima en que la noticia de ETA es una de las mejores noticias para la gente que quiere transformar el mundo y cambiar la vida, y que, de entrada, tratan de ser coherente entre la nobleza de los fines con la coherencia en los medios. O sea todo lo contrario de lo que ha hecho la ETA en toda su trayectoria.

Desde luego, nadie me tiene que convencer sobre quienes son los malos de verdad. Lo pude comprobar hace días, en una visita al dentista, mientras ojeaba la revista “Muy interesante”. Era un número muy atrasado pero me llamó la atención un artículo muy típico del “bendito” Antonio Muñoz Molina, y titulado “Química de la fraternidad” que partía de la regla de oro descubierta por Lao-Tzu: “no hagas a los otros lo que no quieres que te hagan a ti”. Todo para comentar a continuación de que “El cerebro de un etarra o un islamista fanático rebosará oxitocina al acunar a sus hijos, pero no será la química la culpable de los crímenes”. La “bondad” de este análisis radica en que el autor solamente ve el terrorismo digamos “ilegal”, una atrocidad, pero en realidad, de consecuencias minúsculas en comparación con el terrorismo de Estado. Desde los hechos y al margen de las instituciones, se podría establecer que sus ejemplos son pura bagatela al lado de lo que se podría atribuir solamente a alguien como Tony Blair, curiosamente implicado en la comisión internacional por su actuación ante el “caso irlandés”.

Como lector habitual de Muñoz Molina –al que nadie le podrá negar pluma-, todavía estoy por leer sus reflexiones morales sobre algo tan casero como los muertos de las pateras. Habrá quien por aquí me diga que terrorista lo que se dice terrorista…Que los Muñoz Molina tratan de terrorista también al Che Guevara, y que, como ha recordado Noam Chomsky, el departamento de Estado made in USA tenía considerado como tal a Nelson Mandela hasta hace unos pocos años. En el mismo artículo Muñoz Molina nos ofrece una singular lista de motivaciones: “La tribu, la casta, la etnia, la manada patriótica han dejado y dejan todavía un rastro de crimen…”. O sea cualquier factor de los que -ciertamente – han motivado toda clase de crímenes, pero todos juntos no son para nada comparables por los perpetrados por el colonialismo, y por los conflictos interimperialistas. Recuerdo un lejano “dossier” de “El Viejo Topo” a principios de los años ochenta, y en que uno de los analistas –no recuerdo bien si Fernando Savater o Luciano Rincón- escribía que por abominable que fueran, todas las bandas terroristas del tipo Baader-Meinhoff del mundo no habían causado tantas muertes como las causada por el colonialismo solamente… en Madagascar, y las cifras hablan por sí solas. Por este hilo, no creo que haya mucho que discutir, pero la cuestión no es lo que se hace en nombre de Dios, el imperio o ese gran Tótem llamado mercado. La cuestión es que los métodos terroristas indiscriminados sobre todo en un régimen de libertades (conquistadas por el pueblo por más que luego hayan resultado cercenadas por las instituciones dominantes), resultan inadmisibles, contraproducentes. De entrada porque producen víctimas inocentes –en este punto recomiendo la visión de la película “Omagh”, de Peter Travis-, de personas cuya única implicación con el conflicto es, simplemente, que pasaban por allí. Desde este punto de mira, ese terrorismo significa una sucia degeneración de las actividades de aquellos populistas o anarquistas partidarios de la “propaganda por el hecho” que trataban de vengar a los camaradas asesinados o torturados, atentando contra tal o cual autoridad, pero que se echaban para atrás cuando comprobaban que con su acto podían afectar también a gente inocente. Palabras como “socializar el dolor” deben de figurar en la historia de la infamia, sobre todo por estar dicha en nombre de la “libertad” de Euzkadi.

Decir que en la lucha todos los métodos son válidos, es una auténtica aberración. En una lucha emancipadora únicamente valen los métodos que están en consonancia con los fines, y la acción violenta solamente se justifica como contraviolencia.

Pero, incluso en esos casos, la critica de la izquierda socialista tanto marxista como anarquista, fue siempre muy dura. Plejanov, Kropotkin, Malatesta, Lenin, Trotsky y otros, se cansaron de repetir que el terrorista atentaba también contra la propia causa que pretendía defender. Sustituía la acción colectiva de las masas, ofrecía argumentos añadidos y legitimaba la ampliación de las fuerzas y de las medidas represivas. También resultaba ser la inmolación de un militante que podría haber sido muy válido actuando desde el trabajo de masas. Sobre eso resultan sumamente aprovechables las reflexiones de Víctor Serge, a raíz de su experiencia con la banda de Bonnot, y en la que ya el entonces anarquista percibió otro riesgo añadido a la acción militarista. Tendía a jerarquizar la organización y a impedir el debate, a caer en su propia lógica. De haber reflexionado sobre estas lecciones, muchos grupos armados que acabaron en el desastre, podrían haberse invitado una aventura enloquecida que, posteriormente, tratan de justificar por el valor de sus héroes y por el honor de sus víctimas, o sea desde su propio raseo y no en función del ideal por el que presumen –ciegamente-luchar.

Se ha discutidos muchas veces, sí dichos métodos en situaciones extremas, por ejemplo contra una ocupación militar como la padecida por Irak. O bajo un sistema inaceptable como lo era indudablemente el “apartheid” en Sudáfrica. Pero ni tan siquiera en dichos extremos puede justificarse la muerte de personas inocentes. De ahí que el brazo armado del ANC sudafricano, llegó a convertirse en un problema para la organización, y que esta, al final del proceso, haya tenido que pedir perdón por muchas de sus acciones. En ninguno de estos casos se dieron desastres humanitarios como los de Omagh, o el atentado de Hipercor en Barcelona, entre otros muchos. En estos casos, no les faltaba razón a amigos –como los de la revista “Mientras tanto…”- que lo enmarcaban como una auténtica expresión del horror fascista. En el caso concreto de Hipercor en junio de 1987 –el argumento de la complicidad policial no excusa a sus autores—, sus efectos fueron devastadores para la izquierda radical catalana, incluyendo a la independentista. Escribo esto desde un pueblo en el que la candidatura de Herri Batasuna para las europeas fue de las más votadas. No olvidaré en mi vida, ni el espectáculo de horror y tristeza de mis camaradas cuando pasé aquel día por el local de la LCR en Barcelona. Luego, ya nada pudo ser igual. Con su reguero de sangre, ETA ha llegado a oscurecer el concepto de la autodeterminación de los pueblos, y desde luego, hay que ser muy obtuso para no entenderlo. En la penúltima asamblea del personal de “Viento Sur”, recuerdo una conversación con Ramón Fernández Duran, que nos contaba que había ido a Euzkadi invitado para una charla, poco después del último atentado que le costaron la vida a dos emigrantes, y que alguien le dijo jocosamente:”Vaya como os ponéis por allá abajo, total por un par de petardos”. Este tipo de estupidez “patriotera” ha contribuido más que todas las campañas españolistas, a dar crédito de los defensores de la “unidad de España”. No hay más que ver las manifestaciones que se han llegado a hacer con el pretexto –cínico en el caso del PP y CIA- de las víctimas. No sería hasta fecha recientes que desde la izquierda se ha logrado en Cataluña hacer manifestaciones tan imponentes, como la motivada por el vil asesinato de Ernest Lluch, un o de los pocos socialdemócratas de la clandestinidad, y para más INRI, partidario del diálogo. Menos mal que hubo conciencias críticas, por lo que Aznar tuvo que salir del acto mascullando maldiciones.

Con su irracionalidad militarista, ETA ha contribuido a crear las bases profundas de un profundo rencor social hasta el extremo de permitir que partidos como el PP, con su pasado franquista y su implicación en la ocupación de Irak, puedan hablar en nombre de las víctimas. Ha creado un ambiente en Euzkadi, que se hizo irrespirable para muchos vascos, incluyendo no pocos que eran por principio favorables a una apuesta nacionalista. De otra manera, no se podía entender que el rechazo a ETA haya convocado a tanta gente en las calles. Gente que en multitud de caso, han asociado el terrorismo etarra con el historial de crímenes impunes perpetrados en nombre de Dios y de España. Esto era más que evidente en cualquier conversación sobre el tema entre la gente de a pie cuyo odio contra ETA solamente podría compararse al que tenían al franquismo. No creo exagerar al afirmar que ETA también ha contribuido negativamente a que se pudiera hablar a fondo de la “memoria histórica” y del “holocausto” franquista...ETA ha sido, en este y otros puntos, la gran coartada de la derecha, y por más infame que esto nos pueda parecer, lo cierto es que han conseguido convencer a mucha gente de abajo.

Estos días se ha citado desde cierta izquierda, las palabras de Jorge Semprún: “ETA es una de las últimas herencias que nos quedan del franquismo”, que a mí me recuerdan otras de José Luís López Aranguren, quien dijo que para empezar a hablar de ETA habría que hacerlo antes del franquismo, que decía lo mismo. ETA no se entiende sin el franquismo, ni tampoco sin todas sus secuelas. Sobre todo por los déficit democráticos sobre los que no se habla en los diarios. Déficit en el punto de los derechos nacionales sobre los que desde ahora se podrá hablar sin la niebla oscura del terrorismo redentor. No es una de las últimas herencias precisamente, hay muchas otras. Esta misma democracia se diseñó con la pistola militar en cima de la mesa de negociaciones, y no fue de otra manera que la justificaron los de la izquierda institucional diciendo que, se trataba solamente de un primer paso. Luego se la quedaron tal como estaba como si hubiese sido un regalo del reformismo franquista.

Se podría decir que ETA era una herencia del franquismo que ha pesado como una piedra en el cuello de la izquierda, sobre en el de la izquierda abertzale, criminalizada muy fácilmente con todos aquellos miserables atentados. Después de varias citas fallidas, habíamos llegado un momento en el que ya desesperábamos en este punto. Sobre todos aquellos y aquellas que hemos batido el cobre en la solidaridad inter-nacionlaistas en tiempos difíciles, y ante los que ahora se abre una nueva oportunidad. Una brecha coincidiendo con otra mucho más amplia. Pensando que hace dos días creíamos que la historia nos volvería a morder la nuca, la declaración de ETA e es un motivo más y de los gordos, para reforzar el optimismo de la voluntad, y por dar nuevas respuestas a una situación en la que, como en Grecia, más tarde o más temprano habrá que dar un vuelco a la situación.

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