El miedo a la revolución. Notas sobre una entrevista con Fontana en Público.

Lunes 21 de noviembre de 2011, por Mar

Pepe Gutiérrez Álvarez

Resulta especialmente que las nuevas generaciones asuman y entiendan una comprensión del tiempo histórico, sobre el que parecen carecer de los datos más fundamentales. Esta ha sido una de las constataciones más obvias en la emergencia del 15-M, y es un dato que tiene su explicación…

En primer lugar, el pueblo de este país (de países) sufrió una de las mayores derrotas sociales, políticas (y humanas, éticas) del tiempo que envuelve el mayor desastre humanitario jamás conocido: la II Guerra Mundial. En segundo lugar, esta traumática derrota acondicionó la Transición, y las conquistas sociales y democráticas logradas desde abajo en una resistencia que se prolonga desde el tiempo de la derrota (desde este punto de vista, películas como La voz dormida, de Benito Zambrano, resultan totalmente necesarias al margen de sus limitaciones), hasta el final de los setenta…La transición acabó imponiendo las exigencias del franquismo “reformista” en diversas fases (Reforma Política, Constitución, Pactos de la Moncloa, pero sobre todo con el 23-F que persuadió a la mayoría contra cualquier tentativa de ir más allá), y el principal protagonista de estas conquistas, el pueblo trabajador organizado en sindicatos, asociaciones y partidos de todo tipo, fue dirigido hacia la puerta de servicio, ocupando el lugar del servicio doméstico de la democracia….

Así estábamos al comienzo de los años ochenta, junto cuando tuvo lugar la mal llamada “revolución conservadora” que dio al traste con el imposible “socialismo real”, con el movimiento comunista internacional cada vez más dividido, con los nacionalismos tercermundistas, y con lo que quedaba de la antigua socialdemocracia, de la que se podría decir que falleció el día en que mataron a Olf Palme. Se trata de un tiempo de restauración, o sea que se desarrolla después de los últimos tiempos de avances y mejoras sociales y democráticas, de la ola del 68 que llegó hasta donde pudo.

¿Qué es lo que pudo?, pues;

a) desbordar los partidos obreros enquistados (socialdemócratas o comunistas como el francés o el italiano), lo que significa que pudo hacerlo porque estos existían como contenedores de una masa social predispuesta a este desbordamiento…

b) impulsar grandes movilizaciones, en algunos casos incluso más potentes que la francesa como lo fue el “mayo rampante italiano”; darle mayores alas a las crisis abiertas por las caídas de las dictaduras en Grecia, Portugal y España, liderar grandes movimientos contra la guerra del Vietnam en USA, Gran Bretaña, Alemania; le dieron mayor color a la “primavera de Praga”, etcétera.

Llegaron hasta ahí, pero difícilmente podrían haber llegado a más, y en últimas estancia, los grandes aparatos del movimiento consiguieron contener el desbordamiento de manera que todo quedó en un importante avance que…obligó a las clases dominantes a retroceder pero como ella sabe hacerlo, reculando para luego saltar mejor: este (junto con la crisis económica creciente), sería el principal factor para que la “Internacional del Capital” (con “agentes” tan poderosos y tan “subversivos” como los que dirigían la tenebrosa Trilateral), iniciara un proceso reaccionario…

Sobre toda esta historia nos ofrece una reflexión el último libro de Josep Fontana (Barcelona, 1931), Por el bien del imperio. Una historia del mundo desde 1945 (Editorial Pasado y Presente), del que se nos brinda una primera información este “domingo negro” (20-11-2011), tan lleno de significados. No he tenido pues ocasión de adquirir el libro todavía, cuyo interés resulta obvio incluso limitándonos a lo que se dice en Público. Unas cuantas cosas, pero las suficientes como para ofrecer unas pequeñas deliberaciones para entender el aquí y el ahora de cara a todo lo que viene y se enfrentan los movimientos de rechazo del mal social.

Las preguntas que se hace no pueden ser más pertinentes: ¿Por qué los derechos de los trabajadores se han quedado en ascuas en los últimos cuatro años? ¿Qué ha pasado en los últimos 50 años en el mundo? ¿Dónde ha quedado el reparto equitativo o la cohesión social? ¿Es esta crisis económica un hecho aislado o es la consecuencia de una actitud voraz sin freno ni reglas? ¿Cómo han conquistado la soberanía los más ricos?

Fontana da cuenta de la “frustración de no haber alcanzado un mundo mejor, en las falsas promesas que a sus 14 años, con la II Guerra Mundial finalizada, les habían lanzado. "Nos garantizaban, entre otras cosas, a todos los hombres de todos los países una existencia libre, sin miedo ni pobreza. Cuando se han cumplido ya 70 años de aquellas promesas, la frustración no puede ser mayor". Ahora resulta que Alemania, la potencia imperial derrotada en la “Gran Guerra” que por ocupar su “espacio vital”, había destrozado buena parte de Europa (Grecia sería un buen ejemplo) es la que ahora “vuelve a dominar Europa, y Estados Unidos ve cómo China amenaza su hegemonía”. Según Fontana, el libro responde a la propia necesidad del autor de responder a la pregunta sobre “qué había pasado para que lo que entonces prometía ser un futuro espléndido no haya cuajado", cuenta que la crisis de 2008 abrió los ojos a muchos, porque entendieron que "era un fenómeno de una dimensión mucho mayor".

Explica que "Desde los años setenta hemos vivido una involución, que rompió con la evolución iniciada con la crisis de los treinta", dice. "Buena parte de las concesiones sociales se lograron por el miedo de los grupos dominantes a que un descontento popular masivo provocara una amenaza revolucionaria que derribase el sistema" (…) Han pasado 70 años de las promesas de la II Guerra Mundial y hoy sólo hay frustración""A partir de los años setenta, los ricos pierden el miedo. Y hoy, ¿a qué revolución van a temer los banqueros? Han perdido el miedo, y desencadenan el empobrecimiento global y el enriquecimiento de su grupo. Porque es una crisis desigual, que afecta sólo a los más pobres", cuenta. Para demostrarlo señala a los beneficios alcanzados por grupos como Citigroup o el conglomerado de lujo LVMH (Louis Vuitton y Moët Hennessy)”.

Resulta pues que: “Las clases dominantes han vivido siempre con fantasmas: los jacobinos, los carbonarios, los masones, los anarquistas, los comunistas. Temían unas fuerzas oscuras que medraban para un día cambiar el mundo y quitarles todo. Eran amenazas fantasmales, pero los miedos eran reales", explica. Con esos miedos los trabajadores obtenían de los gobiernos concesiones, y las clases dominantes mantener el orden social. El primero en introducir medidas de seguros sociales en Europa fue, justamente, Bismarck, con el objetivo de calmar los ánimos”.

El “arma secreta” de la restauración conservadora fue hacer dominante la concepción de que la revolución era un remedio peor que la enfermedad, y después de todo su corolario: que toda utopía lleva en su interior un proyecto totalitario, que Lenin y Trotsky no fueron mejores que Stalin y demás, etcétera. Esta concepción fue reiterada machaconamente a todos los niveles, presidió las líneas maestras de diarios, radios y televisiones. De hecho, no hay día en el que de una manera u otra, la idea sea reiterada por tribunalistas, algunos tan consagrados como Vargas Llosa y otros de los enjambres de funcionarios que destila veneno desde emisoras y canales de todo tipo, aunque Fontana ya puntualiza en la entrevista que desde "1945 a esta parte, la historiografía se ha dedicado a convencer a la gente de que todo intento de cambiar las reglas sociales conduce al desastre, lo cual es una lección de resignación incomparable. Pero eso no es lo que la historia debe hacer, en algún momento debe mover hacia el cambio. Un gramo de sensatez puede ayudar a cambiar las cosas".

La consecuencia ha sido que "El modelo construido en Europa como fruto de siglo y medio de luchas sociales era destruido. Ni siquiera el fascismo logró lo que ha conseguido el capitalismo". Aquí habría que ver lo que realmente dijo Josep porque no creo que él no vea el fascismo como una variante pervertida del capitalismo. En unas líneas más adelante se dice que "el fascismo surgió en momentos en que parecía que la capacidad del capitalismo para seguir manteniendo el orden social interno estaba fallando". Es decir, que aparece como una solución de urgencia ante el peligro de ruptura social, como una “contrarrevolución preventiva”. "Por decirlo de alguna manera: el New Deal de Roosevelt es una alternativa al fascismo". Se podría añadir que el capitalismo liberal necesitó pactar con el pueblo para resistir el fascismo (el otro imperialismo, el “ilegal” que quería imponer un nuevo reparto de la tarta colonial).

El caso es que "hay un momento en que la amenaza de una revolución subversiva del comunismo ya no existe y los poderosos entienden que ya no tienen amenazas" (…) "Las concesiones sociales se lograron por el miedo a un descontento popular masivo y revolucionario" Fontana ofrece el ejemplo del presidente demócrata Carter ya inmerso en la oscura ola neoliberal y que evita la creación de una agencia de protección de los consumidores, "una de las cosas que más temen", e impide que los sindicatos vivan con la independencia con la que hasta ese momento habían trabajado. "Los demócratas empiezan a recibir ayudas de los empresarios, hasta entonces recibían dinero sobre todo de los sindicatos (…) Con Reagan llega el primer corte de impuestos y las primeras batallas contra los sindicatos. La señora Margaret Thatcher dará la batalla contra el sindicato de los mineros”.

Como historiador de formación marxista Fontana llama a "combatir contra la hipnosis de la crisis, que induce a pensar que es un fenómeno de corto plazo, que se remediará. Pero esto ya dura más de 40 años y no tiene remedio fácil. ¡La ilusión de que siendo austeros va a pasar es un engaño! Cuando Esperanza Aguirre plantea que la educación no puede ser gratuita para todos mientras dure la crisis, no está pensando más que en el futuro la educación sólo la recibirá quien la pague. Las medidas de austeridad no lograrán que los cinco millones de parados de este país vayan a volver a encontrar ocupación". Esto es tanto más importante en cuanto, las nuevas generaciones "no tienen futuro". Así pues, la protesta es inevitable, con la diferencia de que ya no “es como en Mayo del 68. Los que protestaban entonces se terminaron integrando en la sociedad. Los que protestan hoy no tienen posibilidad de integración", todo un detalle, sobre todo considerando que como ciudadano, Josep fontana ha dado su apoyo a una candidatura tan integrada en el sistema, tan conformada con las derrotas como es IC-EV, liderada por un “sindicalista” como Joan Coscubiela, antiguo secretario general de la CONC y que ha firmado todo los pactos infames que ha firmado José Mª Fidalgo.

Pero allá el ciudadano Fontana con sus fidelidades orgánicas, nosotros nos quedamos con algunas de sus visiones como historiador, con el que encuentra los movimientos, "plenamente justificados" incluso cuando hacen correr a sus señorías espantadas como se pudo ver con Joan Herrera y Joan Boada en la pequeña algarabía del Parlament. Según el periodista de Público, Peio H. Riaño, Fontana advierte que estos movimientos no deben enquistarse en el ruido de los antiguos antisistema, porque "generarán miedo en la misma población (…) La única posibilidad de cambio en estos momentos está en ellos, sólo ellos pueden hacer que el sistema vuelva a negociar para permitir una situación un poco más justa, como la que hubo entre los años treinta y setenta, para volver al menos a unas condiciones civilizadas", con lo que podemos estar de acuerdo en el sentido de que la respuesta de la derecha es tratar de desplazar la foto limpia de las movilizaciones y las exigencias por la violencia y los tumultos que no duda en provocar e incentivar. Otra cosa es que no vaya suceder como en la Transición, que en nombre de la prudencia se traicionó todo lo traicionable. Habrá que leer el libro para comprobar con la mayor seriedad posible sobre la otra cara de la moneda de su descripción, o sea la de la izquierda institucionalista y tradicional con la que Fontana como individuo ha estado y sigue vinculado, y entonces juzgar hasta qué punto su mirada resulta crítica o “comprensiva”.

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