Cine Fraga: películas para un forum

Jueves 19 de enero de 2012, por Mar

Pepe Gutiérrez-Álvarez

Hay un medio privilegiado para proseguir la “guerra cultural” contra todo lo que ha significado Fraga: el del cine-forum. He aquí algunas películas…

No creo exagerar al decir que Fraga ha sido el franquista más importante de la historia, naturalmente después de Franco. De todos los servidores del régimen fue el más capacitado, y finalmente, también el más longevo como político. Nos habíamos olvidado la casi totalidad del cartel –ninguno de ellos pasó la prueba del 15-J de 1977, pero el siguió allí. Representó mejor que nadie la continuidad dentro del cambio, fiel al un principio de autoridad según el cual el Estado tienes razones que la humanidad desconoce, y sus argumentos son del mismo tronco que los de Kissinger con el que tuvo tantas semejanzas. Dado el “happy end” de su vida, con sus herederos en el poder por arriba y con mucho poder por abajo, de todo lo cual se desprende una constatación: la memoria popular por la verdad, la justicia y la recuperación hay que ganarla luchando por ella de todas las maneras posibles. El cine puede ser un buen medio para seguir este combate en donde sea posible, y en este sentido se pueden mencionar algunos documentales de valor.

Este es el caso indudable del trabajo de Lluís Danés, Lluís Llach. La revolta permanent (2006), producida por Mediapro y distribuida por el diario Público, donde todavía se puede comprar. Fraga contesta como Martin Villa, la razón de Estado no podía permitir semejantes movilizaciones, y por lo tanto hubo que actuar. Si hubo víctimas colaterales, ellos lo lamentan, pero lo hicieron todo por…la democracia. Martín Villa incluso ha expresado estupor ante el poco agradecimiento que algunos mostramos. Ellos tienen a la mano su propia historia, la oficial, la que es la que llega a los medios, y a los libros de textos. Un buen ejemplo lo podemos encontrar en documentales y libros de Victoria Prego: “…la ola de huelgas y protestas sindicales que había inundado el país entre los meses de enero y febrero (1976) y que había ido bajando poco a poco de intensidad, en Vitoria se ha enconado. Las posiciones maximalistas de los líderes obreros no pertenecientes a las centrales sindicales clásicas aunque ilegales (CCOO. UGT, USO) sino a movimientos políticos de la izquierda radical sin experiencia sindical algunas…(Diccionario de la Transición, Planeta, 1999, p. 273). En ningún momento se plantea que la policía disparó sobre una concentración obrera no violenta. Se dan los detalles de ir y venir del señor que tiene el descaro de ir al Hospital a visitar a los heridos. Alguien le pregunta si los viene a rematar. Los comentarios de Fraga sobre estos hechos son: “Allí (en Vitoria) pasé dos días de los más duros e interesantes de mi vida”.

Es el mismo discurso que se ofrece desde el díptico documental, Los últimos testigos, con una parte dedicada a Santiago Carrillo (y que comento en el artículo Santiago Carrillo: otra vuelta a la “tuerka”) y otra al mismísimo Fraga. Este último, realizado por José Luís López-Linares (autor con Javier Rioyo de obras tan importantes como Asaltar los cielos o Extranjeros de sí mismo, sobre las Brigadas Internacionales), cuenta también con un amplio material de documentación: imágenes de archivo, fotografías y cartas inéditas. Como en el caso de Carrillo, se evitan los puntos más controvertidos. No en vano el guión del bello retrato de Fraga está escrita por Manuel Milián Mestre, fraguista de antaño y personaje turbio donde los haya, aunque en este país eso es pecata minuta. Los testimonios lo ponen discípulos como Alberto Ruiz Gallardón (tan ligado al régimen), y un arrepentido del calibre de Ramón Tamales. La película pasa de puntillas sobre las páginas negras en las que Fraga fue protagonista desde la parte de los mandaban reprimir y disparar, pasa por las célebres imágenes Palomares, sin detenerse por supuesto en el contraste, que el realizador bien podía haber hecho con la lectura del de Isabel Álvarez de Toledo, que entonces apoyó a las víctimas (a los que otro jerifalte franquista, Emilio Romero definió como “los pequeñísimos, y atrasadísimos, y humildísimos vecinos de Palomares"), una historia que esta recogida en un libro, La era de Palomares que ha editado El Viejo Topo, y que nos ilustra sobre la farsa del chapuzón del ministro de Franco con el embajador norteamericano, y nos ofrece una buena pista del desprecio de Don Manuel por la ecología. En la película hay un momento en que éste deja clara lo que ha acabado siendo la coartada pepera sobre el franquismo: "Yo no he sido cómplice de ninguna dictadura. La palabra cómplice se utiliza para los que intervienen en un delito, yo sólo tengo motivos de satisfacción de lo que hice entonces en mí propia conciencia. Dictadura, o el régimen extraordinario que fue evolucionando constantemente, yo no contribuí a hacerla. Yo contribuí a irla abriendo para que su sucesión fuera posible en otra dirección". Aquí también habría que añadir Ruedo Ibérico, radicalmente libre. Los autores son los documentalistas Paco Ríos y Mariona Roca, y en el que se ofrece una buena información sobre la revista de al que Fraga fue el peor enemigo, y que trató de anular de mil maneras, incluso permitiendo ediciones que pudieran competir y arruinar su edición. Igualmente valioso son dos aportes de Xavier Montanyá, Granados y Delgado. Un crimen legal (codirigido con Laia Gomá), y Memoria negra. En este último, Fraga ha ce acto de presencia justificando el colonialismo nacional-católico, adecuando el mismo discurso neofranquista al colonialismo: España no fue a África a colonizar sino a evangelizar. Otro hilo nos podría llamar a alas películas de ficción, pero el cine español que aborda temas sobre la Transición resulta más bien patético con excepciones como Salvador (Puig Antich), en su día tan maltratada por algunos pequeños sectores no muy diferentes a los que nos quieren convencer de que “Público” no es más que una variante más de “El País”.

Otro tendría que abordar en detalle tel papel de Fraga en los años sesenta, cuando se convirtió en el hombre clave dentro de régimen. Sobre él recayó el principal protagonismo en la “guerra cultural”. De Fraga se puede decir lo peor, pero no que no es un tipo inteligente y entregado a lo suyo. Era un producto del régimen de la segunda generación, y sabía perfectamente que para mantener lo que quería era obligatorio realizar bastantes ajustes en el perfil que ofrecía la dictadura. Los que enfatizan su papel de “reformador”, se olvidan cosas fundamentales. Primero, que el régimen estaba perdiendo aceleradamente base social, los estudiantes y los obreros habían empezado a levantar cabeza, la intelectualidad se desplazaba hacia la izquierda, películas como Morir en Madrid (Francia, 1962), ponía en evidencia el rechazo creciente de la cultura europea.

Las respuesta ofrecidas desde el régimen demuestra que su ministro de información y Turismo (el mismo que permitió ese desastre urbanístico de las costa conocido como “balearización”), apostaba por la exaltación con dos productos que quedaran para la historia de la infamia en el cine; Franco, ese hombre (1964), dirigida por Sáenz de Heredia, el director de Raza, y escrita por José María Sánchez silva, el autor de Marcelino, pan y vino (e hijo de un periodista anarquista del mismo nombre), y Morir en España (1965), realizada por el entonces inquieto Mariano Ozores, perteneciente a una familia republicana. Se trata de producciones muy valiosas, sociológicamente hablando. Ahí está el franquismo exaltado en su estilo más cínico y brutal. Fraga está también detrás de las “guerras” contra películas “antiespañolas” como “Behold a Pale Horse” (…Y llegó el día de la venganza, 1964), una suerte de homenaje al maquis anarquista Quico Sabater, y contra la que el régimen lanzó toda su caballería, llegando a amenazar a la Columbia con no permitir que esta multinacional distribuyera en España; también intervino imponiendo que Quemada pasara a llamarse Queimada (19699, o sea que el (atroz) colonialismo español fuera reemplazado por el portugués…

Al mismo tiempo, Fraga trató de canalizar un proyecto llamado “Nuevo cine español” al tiempo que hacía la vida imposible para los principales cineastas de la época que eran los muy críticos Bardem (que solamente pudo realizar en 1963 Nunca pasa nada, su mejor película pero que paso a hurtadillas); Berlanga que después de su obra maestra, El verdugo (que se le “coló” a la censura) tuvo que marchar a Argentina, y no pudo volver a hacer otra película aquí hasta 1969; Fernando Fernán-Gómez cuyas dos obras maestras, El mundo sigue igual (1963) y El extraño viaje (1964), se convirtieron en títulos “malditos”, o Nieves Conde que después de El inquilino (1957), únicamente pudo hacer cine convencional…El montaje sirvió para crear la Escuela Oficial de Cinematografía, y para permitir el debut de una serie de realizadores noveles más o menos interesante, pero no llegó muy lejos. Fraga tuvo la inteligencia de quitar lo de la censura previa (lo que servía también para editoriales y periódicos), pero se guardó unas leyes fundamentales con las que podía hundir un producto posteriormente, de manera que los productores podían financiar una película que a lo mejor luego quedaba congelada o resultaba tan amputada que se hacía irreconocible. Eso explica que buena parte de los componentes del “nuevo cine” acabaron haciendo cine comercial, y sirvieron al cine de “teléfono blanco”.

Entonces, el cine franquista “clásico” era ya una ruina, nadie iba a verlo, y por lo tanto, se trataba de buscar nuevas vías en las comedias con Tony Leblanch, José Luís López Vázquez, Alfredo Landa, etcétera, con su creciente dosis de permisividad erótica. Ese mismo cine que actualmente podemos ver los sábados por la tarde en “Cine Barrio”. Un cine que pasaba de la exaltación de unos “valores” que provocaban más rechazo que adhesión, a otro igualmente reaccionario en el que los españoles eran uno señores un tanto provincianos que bebían felices y comían perdices bajo la bendición de los santos, los tribulaciones de Paco Martínez Soria y los niños y niñas cantores. Históricamente, Fraga condensa ese largo camino desde el franquismo de camisa azul al thatcherismo reinante. De aquí que su biografía se haya convertido en un campo de batalla, un lugar que nos permite acercarnos a muchos puntos decisivos de una historia que no cesa, y que se expresa con una interpretación dominante como la que hemos podido ver estos días. Estamos pues en la misma “guerra cultural”, y a nosotros nos toca hablar de los momentos de Grimau, Enrique Rueda, Salvador Puig Antich, Vitoria…Crímenes legales sobre los que se corre un tupido velo, pero sobre los que, gracias a la conquista de la libertades, podemos llevar a juicio de muchas maneras. Sin duda una de las eficaces es la del cine-forum.

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