Hablando de franquistas

Jueves 19 de enero de 2012, por Mar

David G. Marcos

Nunca enterrador alguno conoció tan alto honor, dar sepultura a quien era sepulturero mayor. Seguro que está en el cielo, a la derecha de Dios.

Si bien los versos de ‘La Mandrágora’ dedicaban su más sentida sátira a la muerte del dictador y genocida Francisco Franco, éstos continúan teniendo validez en personas como el reciente e impunemente fallecido, Manuel Fraga. La cara nunca oculta ni arrepentida del más acérrimo de los franquistas ha pretendido ser maquillada por los medios de comunicación encargados de reafirmar el sistema, glorificar la transición y trabajar duramente por la continuidad de un régimen que, en esencia, se extiende y perpetúa en la actualidad. Sin duda alguna que son muchos los que deben bastante al de Villalba. En particular, aquellos que continúan ocupando los puestos de poder en los que se supone, nos representan, pues sin su papel ejercido en el lavado de imagen de la derecha más conservadora y bunkerizada del Estado español, no gozaríamos en la actualidad de un gobierno cuyo partido continúa sin condenar los 40 años de dictadura.

Porque al margen de los homenajes, elogios, críticas y celebraciones -con copas de cava incluidas-, la realidad en estos momentos es que las víctimas del franquismo ni han sido rehabilitadas, ni se les ha hecho justicia. Así, el Estado español se convierte en el único que, tras haber padecido una dictadura militar fascista durante cuatro décadas, continúa sin poder procesar ni tan siquiera a uno de los responsables y colaboradores del genocidio; teniendo incluso que aguantar que el primer juicio que se celebre sobre el tema trate, precisamente, de frenar cualquier tipo de investigación acerca de estos crímenes. No solo no avanzamos, sino que vamos hacia atrás, hacia la siempre latente Spain is different de zarzuela, castañuela y pandereta. Y es que la política del silencio, la de los pactos, la de evitar reabrir las heridas del pasado, les ha dado un genial resultado. Este mutismo general ha conseguido mantener en la más absoluta clandestinidad fosas comunes como las del cementerio de Valencia, prueba tangible de la prolongación de la naturaleza del régimen hasta nuestros días.

Son este tipo de indicadores los que nos muestran una gran mentira inagotablemente repetida por los medios de comunicación: Fraga, ese hombre dedicado al Estado que representa el último eslabón del franquismo. Ese hombre reconvertido a la democracia y padre de la misma que supo anteponer sus intereses y convicciones sacrificándose por el bien común de los españoles. Una trayectoria política con incontables luces y también alguna pequeña sombra. Pues bien, como demostró la resonancia de las redes sociales en menos de diez minutos el día de su fallecimiento, estas sombras de las que se hacen eco algunos medios, no son sombras, sino crímenes. Crímenes de los que nunca se avergonzaría ni, por supuesto, se arrepentiría, pues el fundador del Partido Popular, no solo murió tan convencidamente franquista como lo era en los sucesos de Gasteiz, sino que nos dejaba rodeado de los que, como él, han trabajado y lo seguirán haciendo por hegemonizar lo atado y bien atado en nuestra actual sociedad.

Es hora de construir un nuevo relato, uno en el que seamos capaces de romper definitivamente con el mitológico bloqueo de la transición y con el que reivindicar una memoria histórica fundamental en la edificación de un futuro de verdad y justicia.

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