Santiago Carrillo, un campo de batalla

Miércoles 24 de abril de 2013, por Pacheco

Pepe Gutiérrez-Álvarez

Carrillo vuelve a ser noticia de la mano de la biografía escrita por Paul Preston, El zorro rojo (Debate), aunque al parecer en la edición inglesa el título El último estalinista. Se trata de una biografía negativa por alguien que –por lo dicho por Vicenc Navarro-, se ha prestado a escribir una de encargo sobre el rey, olvidando –como viene a indicar Antonio Elorza desde El País- los servicios que Carrillo ha prestado a la Corona. Es imposible que con la historia de este país, y con el papel jugado por Carrillo, pueda darse algo parecido a un consenso, aunque lo ha habido hasta ahora desde el establishment a la hora de valorar su papel en la Transición. No he tenido tiempo de leer la obra de Preston cuyo reconocimiento académico empero, no le ha impedido coincidir con ciertas apreciaciones de Carrillo desde finales de 1936. Ambos coinciden en dictaminar que la revolución que quería sobrepasar los límites del gobierno del Frente Popular, el mismo que había sido arrastrado a una guerra que pudo haber evitado cumpliendo con su deber, deteniendo una trama golpista sobre la cual estaba al día, y que luego se negó a armar a los trabajadores…

Lo que sigue es la mayor parte del artículo publicado en la revista El Viejo Topo al fragor de la muerte del longevo líder –nunca supo ser otra cosa-, y cuyo enfoque no pretende engañar a nadie. Pretende ser una crítica al político tratando de respetar la verdad histórica…

Entre muchas otras cosas, Santiago Carrillo Solares fue un joven socialista hijo de un padre con mucha historia, el altavoz de la “bolchevización” en el PSOE, el líder de las JSU en trance entre la socialdemocracia y el comunismo “realmente existente”, férreo estalinista en la batalla de Madrid, cuadro en la sombra de la Internacional Comunista (IC) en América Latina, “hombre fuerte” del PCE que liquidó el “maquis” comunista que perturbaban los acuerdos de Yalta, más tarde kruscheviano converso defensor de la “coexistencia pacifica”, prolongado secretario general del PCE y personaje clave en la “reconciliación nacional”, principal animador de la corriente “eurocomunista” dispuesto al “sorpasso” a la socialdemocracia del sur de Europa, el “monstruo” de Paracuellos para los “ultras” del franquismo, el “hombre de Estado”, el comunista que sería piedra angular de los pactos de la Transición, memorialista controvertido, “compañero de ruta” del PSOE, tribunalista, etcétera.

Desde 1977-78, Carrillo consiguió el aplauso de la clase nueva política y el agradecimiento de la Monarquía.

La crítica a la forma que la izquierda mayoritaria gestionó la Transición, está siendo cada vez más cuestionada. No fue modélica, al menos para la inmensa mayoría que tuvo que comulgar con piedras de molino. Se llevó a cabo “a la medida del gran capital” (Manuel Sacristán), y que se cuestiona todos los sus tramos. Después de dejar al PCE hundido, Carrillo ha orientado sus actividades a actuar como abogado de su historial. Situado en la órbita del PSOE, no por ello se ha olvidado de representar diversos roles, incluyendo el del crítico del sistema capitalista. También ha negado todos los cargos -falsos o auténticos- que se le han atribuido en su paseo singular por la historia comunista y española. Una historia que sigue siendo como una piedra sobre la espalda de Sísifo, ahora empeñado en la tarea de comenzar de nuevo después del desastre.

No hay que decir que sobre una biografía como la suya no hay consenso posible. Se está al lado de la Transición ideal, o del otro, otra cosa son las interpretaciones que quedan en medio, en un lugar “neutro” en el que la única manera de justificar es omitiendo apartados incómodos. Por supuesto, la primera obligación en todo análisis histórico es tratar de comprender, tratar con el máximo rigor posible los datos, pero la interpretación –apasionada- se impone. Esta historia es también nuestra historia, somos jueces y parte. No se trata tanto de juzgar un personaje como de llevar a cabo un diálogo con el pasado. De impulsar un debate honesto y democrático que en otros tiempos fue imposible.

1. El líder más joven.

Santiago Carrillo fue el líder político más joven de la República desde que en 1933, con 18 años, se situó a la diestra de Largo Caballero. Este compromiso le llevó a presidir una generación de jóvenes socialistas (JS) bastante “izquierdistas (Carlos Hernández Zancajo, Federico Melchor, José Lain Entralgo, José Cazorla, Alfredo Cabello, Segundo Serrano Poncela, Fernando Claudín, Ignacio Gallego, Santiago Álvarez, Amaro del Rosal, etcétera), que en su mayor parte le seguirá en gran parte, sino en toda su trayectoria. En el periodo que va desde 1933 a 1936, las JS en sintonía con la creciente radicalización social, conocerán un crecimiento organizativo impresionante. Esta es un tiempo de creatividad, de controversias y lecturas a varias bandas. Un buen espejo de ello podemos encontrar en la revista “Leviatán”, dirigida por Luís Araquistáin, en la que escribe toda la izquierda marxista, y en la que analizan problemas que, desde ángulos muy distintos, tanto el PSOE como la CNT consideraban resueltos.

Su historia socialista comienza en 1924 con una promoción social cuando su padre, Wenceslao Carrillo (Valladolid, 1889-Charleroi, Bélgica, 1963), fundidor de oficio, socialista veterano, militante de las JS de los tiempos de Tomás Meabe (tan olvidado), dejó atrás los años de agobio policial y de miseria vividos en Gijón para trasladarse a Madrid. Hombre muy próximo a Largo Caballero, su destino era convertirse en el responsable de la redacción de El Socialista. Esto sucedía en plena dictadura de Primo de Rivera, con la que el PSOE mantenía una actitud de no beligerancia mientras que la CNT y el pequeño PCE eran cruelmente perseguidos. De la mano del padre, Santiago comienza precozmente trabajando como “pinche” de periodista al lado de Andrés Saborit, un “tercerista” (PCOE) que había reingresado en el PSOE. Esta será su escuela, de manera que podrá decir década más tarde que él nunca fue lo que se dice un militante de base. Era ya un “profesional” de la política cuando en 1933 fue nombrado el director del semanario Renovación, altavoz de los jóvenes contrarios a mantener la colaboración con los republicanos que no habían cumplido sus promesas de reformas.

El joven Carrillo fue uno de los líderes más activos de la izquierda socialista liderada por Largo Caballero, obrero estuquista que aprendió a leer a los 11 años, y que, con la ayuda inapreciable de Luís Araquistáin, descubre el marxismo y el leninismo y trata de adaptarlos a la situación de su partido En su “Discursos a los trabajadores”, Caballero habla de una revolución con la que se remitía a la soviética, pero que en realidad no creía. No obstante, refleja una radicalización Detrás de esta radicalización en la base social que le escuchaba, y reflejaba una cierta conciencia de la pena de muerte que el fascismo significaba para el movimiento obrero. Araquistáin como embajador español en Alemania, había sido testigo del desastre del movimiento obrero mejor organizado del mundo. Se trataba del mayor acontecimiento histórico después de la revolución rusa, aunque en sentido inverso. Este desastre tuvo como escenario la República de Weimar, y tenía para la izquierda socialista un diagnóstico. Había sido el producto de la “guerra civil” existente entre el SPD socialdemócrata –obsesionados con seguir respetando la legalidad, incluso cuando estaban ingresando en los campos de concentración-, y el KPD comunista, distorsionado por la mítica burocrática dictada por un Komintern ya totalmente rusificado. El dictamen de Stalin era el siguiente: “La socialdemocracia y el fascismo son hermanos gemelos”. Se suele pasar de puntillas sobre las razones de fondo de este desastre, y del giro a la izquierda que, por lo demás, se da en internacionalmente en toda la socialdemocracia, primero con tintes más o menos “trotskianos”, para pasar a ser después al campo estaliniano. Ejemplos notorios de esta evolución serán Julio Álvarez del Vayo, Margarita Nelken, y especialmente, Santiago Carrillo...

En el V Congreso de las JS (abril 1934), Carrillo fue elegido secretario general, encabezando una ejecutiva integrada exclusivamente por partidarios de la vía “bolchevique”. La nueva dirección se comprometerá con las Alianzas Obreras mucho más que el PSOE y que la UGT que han firmado con propósitos más bien “tácticos”. Carrillo además avanza la idea de una “unificación marxista” en el seno del PSOE, que significaría la derrota del sector gradualista de Prieto y Besteiro. Como el PCE de entonces resulta literalmente intratable (el único frente único bueno es el suyo), Carrillo trata de crear puentes con los comunistas antiestalinistas, con los trotskistas de Andreu Nin (“los mejores teóricos”), y con el BOC de Maurín. Con ellos comparte una idea: la de unificar a toda la clase trabajadora en una revolución social que destruya en el huevo un auge fascista que se percibe a través de las pistas que van dejando la “sanjurjada” de agosto de 1932, las connivencias de la CEDA con el fascismo (Gil Robles asistirá entusiasmado al Congreso del Partido Nazi en Nüremberg).

Se ha hablado mucho del “trotskismo” de Carrillo y de las JS, lo cual fue mitad verdad, mitad mentira. Lo primero porque es cierto que por entonces, Trotsky seguía siendo un referente, sus libros se leían con fervor, y sus artículos sobre la crisis alemana –de los mejor y más importante de su producción- fueron conocidos y debatidos; esta influencia se transmitía a través de potencial divulgativo que iba mucho más allá de su incidencia organizativa. Pero también era mentira porque Carrillo y el grupo recto de las JS, seguían creyendo que en la URSS se estaba construyendo el socialismo. Sus críticas al la línea del “socialfascismo” se refería exclusivamente al PCE, e ignoraban su dimensión internacional. Una curiosidad, la izquierda socialista tuvo un tratamiento preferencial entre los historiadores más o menos afines al PSOE (Santos Julía, Marta Bizcarrondo, etc.), a lo largo de los años setenta, pero luego Santos Juliá hablará de su “futilidad suicida”.

La derrota del Octubre del 1934 llevó a buena parte de la izquierda socialista a la cárcel Modelo de Madrid, donde permanecerán hasta febrero de 1936. Durante ese tiempo, fue Carrillo el que, con el soporte de sus afines, asume el papel de representante de un “caballerismo” que le está quedando corto. De este tiempo data su texto más importante, Octubre. Segunda Época (1935) en el que enfoca los acontecimientos como una muestra del fracaso reformista, pero también a la ineficaz estructura del PSOE para afrontar las necesidades de la lucha clandestina, se va encontrar con un tapón en el tosco e ingenuo “caballerismo”. Conviene no olvidar que dicha derrota no se traduce en una desmovilización, antes al contrario. Asturias había abierto una vía y el UHP (¡Uniós Hermanos Proletarios¡) resuena de norte a sur del Estado.

Es un momento de reagrupamientos por la izquierda. La CNT se reunifica. Entre los grupos menores que habían formado la Alianza Obrera se dan dos movimientos: el que crea el POUM, y el luego forma el PSUC. En una primera fase el nudo programático de todos ellos será el frente de la hegemonía obrera, la crítica a la línea de reformista, de “apaciguamiento” por parte de republicano y socialistas de derecha…Todavía en 1936, con ocasión del Primero de Mayo, los jóvenes socialistas desfilan con pancartas a favor del “gobierno obrero”. Pero esta propuesta ya no tiene el soporte que había logrado en 1934: el sector caballerista entre en crisis, la CNT va por su cuenta, los demás tienen muy poco peso. Es el momento en el que la política exterior soviética opera un giro copernicano. En pleno “gran terror” que apunta sobre todo contra lo que queda del que fue el partido bolchevique, cuando Stalin dictamina que el “trotskismo” ya no es una corriente del movimiento obrero sino la fracción más peligrosa del fascismo, en realidad está haciendo un guiño a las democracias occidentales. Les viene a decir: la revolución se ha acabado dentro y fuera de la URSS.

Ironías de la historia, esta opción resulta coincidente con una ola internacional de prosovietismo que se entiende en las siguientes claves: el mito de Octubre se confunde con la “construcción del socialismo en un solo país”, con el imaginario de una potencia emergente que había sido vilipendiada desde la toma del Palacio de Invierno. La URSS se yergue como una respuesta idealizada frente a la peste parda, al capitalismo en crisis (“crack” financiero de Wall Street en 1929). Incluso su política aparece con otro filtro distinto al de las democracias que claudican ante la agresividad nazi-fascista, y con las cuales precisamente, Stalin trata de pactar con todas las consecuencias. El Komintern es una pieza más en este tablero. La situación pues, cambia de base en relación al periodo anterior, y la atracción por el “trotskismo” se disipa en el seno del socialismo de izquierdas. Bajo la mítica del antifascismo, simbólicamente encarnada por George Dimitrov (el héroe por excelencia del imaginario de Carrillo, visto clara está del lado que lo presentó Bardem en la película “La advertencia”, cuando convirtió el proceso en contra suya en un contraproceso contra los nazis, del siguiente mejor correr un tupido velo), y la trepidante creatividad de Willi Münzenberg (1), el Komintern vive un momento de gloria. Los partidos comunistas crecen de manera inusitada. El caso francés será seguramente el más emblemático, pero también en España el PCE conocerá un salto que sorprenderá las corrientes mayoritarias surgidas del lejano tronco de la I Internacional. Es el momento en que Santiago Carrillo es invitado a visitar a la misma URSS que enseñaban a todos los “turistas revolucionarios”. Su reacción es conocida: "¡Esto es lo que yo quiero!". Según contó Claudín en su particular biografía de Carrillo, los anfitriones sabían de las “veleidades trotskistas” del invitado, pero no se equivocan cuando confían en que va cambiar. Se le ofrece liderar la unificación de las juventudes bajo la égida de la Internacional, ser alguien destacado en un partido mucho más eficiente que el viejo PSOE de Caballero que pronto será desbordado por los acontecimientos.

2. Desde Stalin a Kruschev.

En la historia del socialismo, las adscripciones han podido tener un sentido más o menos estricto, pero nunca han tenido el grado de identificación tan absorbente como la que ha conllevado la palabra “estalinismo”. Los que han tratado de identificar esta palabra con sus antecedentes bolchevique se ven obligados a ignorar que la historia de esta afiliación está jalonada de constantes y convulsos congresos, de la existencias discrepancias y tendencias, de tal manera que buena parte de los escritos de Lenin están repletos de argumentaciones con los que trata de rebatir y convencer a los suyos; Lenin distinguía entre los partidos que servían al pueblo, y los que hablaban falsamente en su nombre...

La explicación es que dicha absorción estaba en el corazón del mismo concepto, sobre todo en el orden organizativo. Básicamente, el estalinismo se establece en base a dos grandes variaciones. Adopta una línea política nacionalista en el proyecto de reconstrucción social que representa la URSS después de la victoria de una guerra civil que dejó al país aislado internacionalmente y al borde mismo del abismo, y sitúa al aparato del PCUS en el centro. Un partido que ya ha dejado de ser horizontal y convulsivo (el KPD llega a cambiar de dirección hasta tres veces en 1921) para tornarse vertical, con una estructura que descansa sobre el “mando único”, la fórmula estalinista por excelencia. El PCUS manda en la URSS y en el Komintern. Todas las estructuras partidarias y afines quedan determinadas por esta norma central que se impone en nombre de la disciplina exigida en una fortaleza situada. Cualquier discrepancia es percibida como una traición.

Obviamente, el esquema no funciona igual en la URSS (y luego en las “democracias populares”), que en los países donde los partidos comunistas están sometidos a una situación propia que, cuando son importantes, son vistas por el sistema como una amenaza para el orden social Carrillo se incorpora a la dirección del PCE justo cuando comienza la batalla por la capital de Estado, en un ambiente que describe magistralmente Juan Eduardo Zúñiga en Largo noviembre en Madrid. El combate contra el fascismo aparece a sus ojos como la evidencia de la necesidad de la disciplina férrea que vio representado en el modelo organizativo comunista. Esta opción le llevó a señalar con el dedo a sus camaradas de antaño, incluyendo a su padre y a Largo Caballero, que se habían trasladado con el gobierno a Valencia. Su idea sobre el “partido obrero único” no se hará desde el PSOE sino desde el ascendente PCE. Como comunista, Carrillo será nombrado consejero de Orden Público de la Junta de Defensa de Madrid, el organismo creado para sostener la resistencia de la capital republicana ante la evacuación del Gobierno a Valencia. Su actuación es plenamente coincidente con la línea estalinista. Al finales de 1936 ya intervenía en un mitin de las JSU proclamando que el “trotskismo” formaba parte de la V Columna, y algo tuvo que ver con el hecho de que los ataques directos contra el POUM comenzaran en Madrid antes que en cualquier parte. Wilebaldo Solano se murió sin entender como era posible que alguien que había tratado fraternalmente con ellos, pudiera cambiar tanto.

Pero, el capítulo más famoso del Carrillo de la batalla de Madrid se derivará del hecho de que bajo su mandato se desarrollaron las ejecuciones masivas de presos derechistas en Paracuellos del Jarama y Torrejón de Ardoz. Tanto es así que, cuando se coloca su nombre en el Google, lo primero aparece después del Wikipedia, es Carrillo Paracuellos. Sin embargo, las investigaciones más serias dejan constancia de que se trata de una inculpación tardía. Su destino no es la verdad, sino de encontrar la paja en el ojo de la república para tapar así el bosque de vigas del franquismo de la misma manera que cuando se habla de los muertos en la guerra del Vietnam se está haciendo de los soldados norteamericanos. Un enfoque que también rememora la historia que se contaba bajo el franquismo y en la que parecía que el único asesinado durante la República fue Calvo Sotelo. Es evidente que aquel Carrillo no le temblaba el pulso, entre otras cosas porque estaba inmerso en una guerra con el enemigo más despiadado posible (2) Igualmente se hace hincapié en otro tramo biográfico suyo, en el que nos lleva al marco de la Junta de Casado —5 de marzo de 1939— contra Negrín, y sobre la que escribió una famosa carta en la que se puede leer: “El día 7 (de marzo, 1939) por la mañana acudí al local donde solíamos reunirnos en París los camaradas de la dirección del Partido. Allí Gloria me llevó aparte y me comunicó dos noticias terribles: mi madre, a la que cuando salí dejé paralizada y sin habla en la cama, había fallecido semanas antes; y se había producido un golpe de Estado encabezado por Casado y Besteiro -como ya temíamos- pero lo más duro para mí, Wenceslao Carrillo, mi padre, era uno de los componentes del consejo entronizado por el golpe…” Concluía diciendo que entre un comunista y un traidor no cabían relaciones posibles. El padre le respondió llamándole “hijo de Stalin”. Lo cierto es que su padre fue uno de los últimos líderes socialistas en abandonar Madrid. No menos cierto fue que al final de la guerra, el PCE ya estaba enemistado con todas las fuerzas republicanas, y que su dirección no tuvo problemas en salir del país, mientras que la base militante siguió donde estaba, teniendo que improvisar una resistencia. Cuando el 23 de agosto de 1939En esta situación les llega la noticia del pacto germano-soviético, Carrillo, como los demás líderes, lo justifican arguyendo la traición de las democracias occidentales con la República. Caracterizan la nueva guerra mundial como un mero conflicto interimperialista. En sus memorias, Lise London cuenta como lo del pacto perturbó a los militantes reunidos en su casa. Pero que su padre, minero, militante analfabeto y hombre con la fe del carbonero, disipó las dudas cuando exclamó, “¡Sí lo ha hecho Stalin, bien hecho está!”.

3. La escalada en la dirección del PCE.

El ascenso de Carrillo en el seno de un aparato como el del PCE fue meteórico. Se puede explicar en base a dos factores básicos. En primer lugar porque representaba a toda la “promoción” de jóvenes socialistas que, por lo general, hicieron piña con él, y luego porque se comportó como un neófito que se apunta siempre a lo que decía Stalin.

Este último, de vez en cuando ofrecía una indicaciones de orden secundario sobre España, siempre que no afectarán a lo entendía como fundamental, por ejemplo, no permitía bromas sobre el “trotskismo” o sobre lo que pudiera atentar contra la política exterior rusa. Una de estas indicaciones las ofreció a finales de 1937, y era la de celebrar elecciones en medio de la guerra. La dirección del PCE, que ya empezaba a tener sus problemas con la derecha republicana por sus propios éxitos organizativos, percibió que algo así podría dar pie a una coalición anticomunista. La consulta seguramente habría acelerado el malestar de los sectores socialistas todavía inscritos en las JSU, y con ello una ruptura que se manifestaría más tarde. Esto que parecía obvio, no se lo pareció a Carrillo que ya por entonces, era miembro suplente del BP.

Carrillo llegó a Moscú en diciembre de 1939, e inmediatamente fue cooptado por Dimitrov para el secretariado de la Internacional Comunista de la Juventud. Convertido ahora en un cuadro internacional fue enviado en junio de 1940 a los Estados Unidos con el fin de trabajar con Victorio Codovilla y Earl Browder, dos de los personajes más ocurro de la galería estaliniana. Las misiones de Carrillo lo llevan a México y a Cuba, donde dirigió la revista Lucha de la Juventud, y tutelará la juventud comunista cubana, al parecer sin mucho éxito. También fue representante del PC chileno (en 1943, año en el que la internacional es disuelta porque según se decía “ya había cumplido su misión histórica”), y durante un año trabajó ilegalmente en Argentina.

Tras el trágico suicidio de José Díaz se suicidó en un hospital de Tiflis, en marzo de 1942, la lucha por su “sucesión” dio lugar a una fuerte pugna entre Jesús Hernández y “Pasionaria” que acabó a favor de esta. La victoria sobre el nazismo marcará el punto más álgido del estalinismo, incluso en sectores anarquistas y poumistas, nada sospechosos de connivencia, llegan a plantearse si Stalin no tenía toda la razón a hacer hincapié en la disciplina férrea. Sin embargo, la crisis del estalinismo no tardará en manifestarse en sus primeros tramos de un proceso que culminará en 1989. En 1949, en China y en Yugoslavia triunfan dos comunismos nacionales. Por entonces, los Estados Unidos toman la iniciativa de la “guerra fría”, en 1953 muere Stalin…

Otro capítulo especialmente polémico la trayectoria de Carrillo es el que le opone a los que quieren mantener el “maquis”. La derrota del Eje creó muchas ilusiones entre los exiliados españoles, sobre todo entre los importantes núcleos militantes que han lucha en la resistencia francesa, y tanto “Pasionaria” como otros líderes del partido se instalaron en Toulouse. Se pensó en ampliar la red guerrillera contra Franco que existía desde el final de la guerra, y encontraron en el Mediodía francés un punto crucial ya que los comunistas españoles habían logrado un reconocimiento en la resistencia francesa bajo la dirección de Carmen de Pedro y Jesús Monzón. Por iniciativa de éste último, se idea una penetración de fuerzas guerrilleras en el valle de Aran para ofrecer al gobierno republicano un territorio liberado y forzar a los aliados a intervenir en la liberación de la península. Pero este proyecto tropieza con la negativa de Carrillo, quien situado en el norte de África aparecía del cargo de secretario de organización, de hecho con el papel de hombre de Moscú con el objetivo de aplicar los acuerdos de Yalta que no dejaban lugar para el “maquis” antifranquista como tampoco lo dejó para la resistencia griega.

La impresionante historia de Jesús Monzón se encuadra en una larga disputa entre el PCE del interior, y el aparato ligado a la política exterior soviética. Su caso es extensible, entre otros menores, a los de Heriberto Quiñones, contra el que Carrillo escribió en 1950 verdaderas infamias en una editorial de “Nuestra Bandera”, el de Joan Comorera y muchos otros, casos sobre las que todavía quedan muchos espacios oscuros (3) 1956 fue un año crucial en la historia del comunismo. En enero tuvo lugar el XX Congreso del PCUS que ofrecerá una primera denuncia de los crímenes de Stalin, aunque los explica en clave del “culto a la personalidad”; en octubre se desarrollará la revolución húngara liderada por el sector reformista del partido y por la clase obrera que rememora la tradición de los “consejos obreros”…Al igual que Maurice Thorez y Palmiro Togliatti, la cúpula del PCE trató de contener el “Informe”, sobre todo en lo que les podía afectar, pero finalmente acabaron adaptándose a una nueva fase en la que Carrillo sabrá mostrarse en mayor consonancia que la “vieja guardia”. Está es la fase en la se redactaron dos textos claves en la evolución del PCE, la Declaración por la reconciliación nacional, por una solución democrática y pacífica del problema español, y en la misma línea, el texto de 1967 Nuevos enfoques a problemas de hoy, dos textos que en gran medida prefiguran la política que llevará a cabo el PCE desde la muerte de Franco.

Sobre el papel, el PCE esta inmerso en una fase de deshielo, y era claro que aceptaba un mayor grado de pluralidad, sobre todo en la estancias unitarias en las que además, la existencia de aliados, no permitía maltratar a los discrepantes. Sin embargo, el estalinismo fue toda una “cultura”, en el sentido de que muchos de sus rasgos se mantuvieron. Así, todavía en los años cualquier disenso podía ser tachado de “traición” –a veces se añadía “objetivamente”, o sea a pesar de la buena voluntad del discrepante-, de tal manera que el partido que era una familia unidad y fraternal, si dabas un paso fuera podía ser el infierno. Conocí algunos casos anónimos muy crudos. También se forjaba una militancia adicta a la cual se le enseñaban las cuatro cosas y a obedecer. El partido no era un lugar de discusión, y la formación era para los que ascendían. Una formación que no permitía más lecturas que la línea oficial. Otro aspecto de esta escuela es el culto a la maniobra. Recuerdo lo que el finado Jesús Albarraicín me contaba de Ángel Pérez, de oficio funcionario comunista: cualquiera que ganará circunstancialmente una mayoría, le podía dejar la victoria en sus manos con la garantía de que nunca más la iba a perder.

El ascenso de Carrillo a la secretaría general coincide con un proceso que va a convertir al PCE-PSUC en el único de los partidos republicanos que logrará superar los obstáculos de la clandestinidad. En ocasiones se le ha presentado como el único baluarte de la resistencia, lo cual significa una verdadera injusticia con los tremendos esfuerzos llevados a cabo por la militancia anarcosindicalista. ¿Dónde radica la diferencia entre unos y otros?, pues en que el PCE contó con mucho más elementos a su favor. Al igual que los cenetistas contó con mucha gente entregada, pero tuvo además a su favor el referente de la URSS victoriosa contra el fascismo, el apoyo del movimiento comunista internacional, en especial del partido francés. Pero también, y quizás muy especialmente, con el de la Cuba castrista por más que este referente abrió una puerta a ciertas heterodoxias. En este cuadro, la disciplina y el monolitismo jugaron a su favor, superando las divisiones que amargaron la vida de la CNT, el PSOE o el POUM. Igualmente importante fue su capacidad organizativa, y su capacidad para adaptarse a la realidad. Así por ejemplo, mientras que los demás trataban de reconstruir la UGT y la CNT, el PCE se apuntó desde el primer día a las Comisiones Obreras, esto sin olvidar que supo apreciar lo que significaba la crisis de conciencia de la Iglesia de base. No hay duda de que Carrillo sabía moverse en este terreno con más apoyo pero también con más soltura que los viejos dinosaurios del exilio cortados de todo los que había sucedido desde finales los años cincuenta. Joan Rodríguez, un esforzado militante del PSUC en “Terrassa la roja”, que tuvo ocasión de entrevistarse con Carrillo, se quedó asombrado de todo lo que sabía este sobre la lucha que estaban llevan en su ciudad.

Carrillo supo capear los conflictos internos de este periodo. Logró que la crisis chino-soviética apenas si llegara a tener incidencia interna. Consiguió hacer “encaje de bolillos” con la crisis protagonizada entre otros por Fernando Claudín, Jorge Semprún alias Federico Sánchez y Francecs Vicens, ya que al tiempo que los expulsaba, se reapropió de buena parte de sus argumentos. Durante el mayo del 68 supo distanciarse relativamente de la actuación del PCF –“la última barricada” del sistema como diría Malraux a José Bergamín-, y ofrecer una cierta explicación, prolongando así la idea de que el partido se podía reformar. Igualmente supo distanciarse de la intervención de los tanques del Pacto de Varsovia en Checoslovaquia en 1968. Este episodio, así como el trágico final de la Unidad Popular” en Chile, le llevó a liderar junto con el sórdido George Marchais y Enrico Berlinguer, el efímera propuesta de una vía propia que prometía abrir el camino hacia socialismo democrático, y que tuvo una efervescencia en los años setenta, y que será la tarjeta de presentación de Carrillo en la fase final de la dictadura franquista.

Carrillo hablaba de socialismo, comunismo, pero las palabras claves ahora son “reconciliación” y “democracia”, pero como ya sabíamos el significado de las palabras dependen de quien manda.

4. Una Transición a medida de los amos

Carrillo llega a la Transición como el líder incuestionable del PCE-PSUC; todavía en el IX Congreso del PCE de abril de 1978, reclama plenos poderes. Solamente el rey en el otro lado goza de una autoridad semejante. Siguiendo la tradición impuesta por el estalinismo, el CC manda sobre el partido, el BP sobre el CC, y el secretario general en el BP. Se presenta una situación excepcional, que cambia todas las promesas y las expectativas, y no hay debate. Ni asamblea, ni documentos de discusión: la disciplina es total. Cierto, ya no estamos como antaño, en el PCE-PSUC había mucha diversidad, de hecho varios “partidos”, pero ante la jerarquía no hay discusión posible. Hay gente que loe deja como Sacristán o Paco Fernández Buey, entre otros y otras.

Se hace evidente que el PCE era una prolongación del secretario general. Partiendo de esta premisa, el camino siguiente se hace a la medida de un Carrillo que acabó seducido por el poder. En un lejano libro sobre la historia del PCE, aparecía una portada inclinado ante Juan Carlos I, y da la sensación de que su inclinación es incluso mayor de la habitual. Carrillo se aseguraba los favores del Estado agradecido, y de unas clases dominantes para las que la Transición acabó de la mejor de las maneras posibles: con un movimiento obrero desactivado, unos líderes sindicales a los que se dejaba entrar por la puerta de servicio para negociar sin necesidad de pasar frío en las calles, y con una sistema parlamentario hecho a la medida de dos grandes partidos. Hecho a la medida de una izquierda que abandona cualquier principio, cualquier atisbo de inquietud social, y que se transmuta en una de empresa para ganar elecciones y gobernar. Aunque por otros conductos, al final la cosa no queda muy lejos del diseño que habían realizado Arias y Fraga Iribarne.

La explicación de Carrillo es que la legalización del PCE señala el límite histórico del momento, no había vida más allá. Su importancia es tal que el ruido de sables se hace más fuerte que nunca, y Fraga habla de un “Golpe de Estado”. Lo demás es conocido: Carrillo pone toda la carne en el asador para que su base social acepte los pactos de Moncloa, que era una manera de decir al compulsivo movimiento obrero recompuesto en la clandestinidad: “Hasta aquí hemos llegado”. Apoya una Constitución que, entre otras cosas, deja al rey fuera de la ley y como jefe supremo de las fuerzas armadas, y la deja en manos de los que gobiernan adaptaran los criterios sociales insertos a su placer. Esta actuación es explicada como un paso transitorio, pero en realidad es un “happy end” contra natura. El ciclo lo cierra el 23-F, un momento en el que Carrillo demuestra una personalidad y una sangre fría que contrasta con del resto de señores parlamentarios metidos bajo los pupitres. El “fracaso” del golpe permite a la monarquía aparecer como el Séptimo de Caballería.

Aquí se sitúa otro pacto menos conocido, el “pacto de caballeros” sobre la “memoria enfrentada”, de una suerte de “abrazo de Vergara” que pasaba página, eso sí, sin leer el libro. El acuerdo no escrito dejaba alrededor de 150.000 republicanos de todas las edades en las cunetas, “desaparecidos”. Tambièn permitía que el franquismo siguiera manteniendo sus símbolos y su peso simbólico, que la Iglesia beatificara a una multitud de católicos muertos por la causa golpistas, y ni a uno solo de los asesinados por el nacional-catolicismo.

Ante todo esto, también Carrillo actuó de manera “responsable”. Estaba tan convencido de que esto era la correcta, que hasta desaconsejó públicamente las primeras tentativas en Chile y Argentina de no olvidar las víctimas. En mi opinión, en esto tuvo mucho que ver las partes más oscuras de su historial estaliniano. Los más veteranos tenemos constancia sobre como desde la misma TVE que pasó de puntillas sobre el holocausto republicano, programó deliberadamente debates sobre el estalinismo y sobre la historia del “maquis” comunista”, en los que Carrillo tuvo el papel de acusado ante fiscales como Javier Tusell o Fernando arrabal, entre otros. En estas condiciones, no había espacio tan siquiera para una socialdemocracia reformista, la misma que antes se solía mirar con desdén hasta por Felipe González. La izquierda podrá gobernar a condición de aplicar una política de derechas, y por lo tanto, no hay espacio para un partido comunista que quiere hacer de socialdemocracia, para lo cual ha abandonado sus referentes “leninistas” en el mismo sentido que el PSOE haría con el referente marxista.

Normalmente, todo este se enfoca desde los medias desde el elogio y desde la anécdota. Esta se interpreta por los detalles, pero una lectura más atenta nos permite una fotografía en la que el viaje de Carrillo a Madrid en febrero de 1976 tuvo el mismo significado histórico que los que ya habían realizado al final de la II Guerra Mundial, Thorez en Francia y Togliatti en Italia; que el había hecho Alvaro Cunhal a Lisboa en abril de 1974. Se trataba de un viaje en dirección opuesta a la que Lenin realizó hacia la Estación de Finlandia. El objetivo de los líderes comunistas no era otro que el de poner fin a los movimientos de resistencia, contenerlos y encauzarlos para permitir la creación de gobiernos de “unión nacional”. En España, la señal de la adaptación resultó clara cuando después de todos los discursos, la dirección del PCE convirtió el entierro de los cinco abogados laboralistas vinculados a CC.OO. y el PCE, asesinados en Atocha en enero de 1977 por pistoleros de extrema derecha, en una pasiva y disciplinada demostración de dolor controlado. Luego, después de una larga lucha contra el partido militar –el franquismo no fue otra cosa-, el PCE impulsa una reunión plenaria del CC para que Carrillo impusiera sin discusión una solemne declaración de acatamiento a la forma monárquica de Estado y a la bandera bicolor. Había que pasar por la puerta aunque fuese cada vez más estrecha. Si hubo alguna reivindicación por entonces, la hizo Carrillo en nombre de los cuadros comunistas que habiendo batido el cobre durante la clandestinidad, ahora eran marginados por el gobierno del PSOE. En realidad, no sería tan así. El PSOE no dudó en recompensarlos, solamente les exigió que cambiaran de partido.

5. El asunto de las interpretaciones

Esto sucedió en un tiempo de avances sociales muy considerables. En un tiempo en el que las conquistas inscritas bajo el “Estado del Bienestar” parecía anunciar otras mayores. Alguna gente creyó además de evitar la confrontación, la Transición nos convertiría en parte de la “Europa social”, cuando en realidad se estaba gestando el desmantelamiento actual. También sucede paralelamente con la aclaración del declive de los regímenes del “socialismo realmente existente” con los que, por cierto, Carrillo mantuvo excelentes relaciones, y contra los cuales nunca se mostró crítico. Lo que estaba desarrollando era la primera fase de una revolución invertida, la “revolución conservadora”.con ella, los comunistas pasaron comparados con los fascistas, y según como peor. Esto explica quizás que, al final de la historia, Fraga Iribarne, uno de los jefes más prominentes del “Movimiento”, haya acabado como líder de un partido que conseguía la mayoría electoral absoluta, y que, por el contrario, Carrillo haya acabado representándose a sí mismo, y a un pequeño grupo de fieles, por lo general, nostálgicos de aquellos tiempos en los que ser comunista era ser alguien importante y reconocido entre los que –decían que querían cambiar el mundo de base y se pedieron por el camino.

Desde ahora habrá que contar con otra cara de Carrillo, la de las interpretaciones. No recuerdo ningún antecedente de un líder de un partido obrero que haya sido tan exaltado por los representantes de la clase dominante como lo ha sido Carrillo en la hora de su adiós. Es difícil encontrar el más representativo a Joaquín Garrigues Walker, de familia muy ligada al Vaticano, poderoso multimillonario, miembro de la Trilateral y uno de los más conspicuo representante de los intereses norteamericanos en España, que declaró para la televisión que "habría que seguir el ejemplo de las ideas de Santiago Carrillo, tanto en el terreno de la política como de la economía". Desde luego, este es un análisis mucho más riguroso que otros provenientes de la izquierda, han cogiendo alguna frase “roja” de Carrillo para hacerlo un convencido anticapitalista y cosas parecidas. En este último sentido, resultan del país de las maravillas las declaraciones del actual secretario general del PCE, José Luís Centella, que declaró que Don Santiago "entregó su vida a la lucha y a la defensa del comunismo".

Con comunistas como Carrillo, la razón de Estado siempre estará garantizada.

Notas
— 1) Sobre este recomiendo el trabajo de Alejandro Andreassi Cieri aparecido en la obra colectiva De un octubre a otro. Revolución y fascismo en el periodo de entreguerras, 1917-1934 (El Viejo Topo, Mataró, Barcelona, 2011), y que en mi opinión, pone en evidencia que los revolucionarios que permanecía confundidos bajo la mítica estaliniana, acabaron rompiendo y en su caso, pagando con su vida. Su caso no es muy diferente al de otro estalinista, André Marty, que no aceptó el pacto nazi-soviético, y optó por la resistencia cuando el PCF todavía buscaba un "modus vivendi” bajo la ocupación nazi.
— 2) Sobre este cuestión considerado muy ajustada la declaración efectuada por Fernando Hernández Sánchez, José Luís Ledesma, Paul Preston y Ángel Viñas, Puntualizaciones sobre Paracuellos, aparecida en El País (21-09-2012)
— 3) sobre toda estas historia ha escrito largo, tendido y sin réplica Gregorio Morán en Miseria y grandeza del PCE (1939-1985), (Planeta, Barcelona, 1986), y resulta del mayor interés el documental emitido en TV3, Jesús Monzón Un líder olvidado por la historia…

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