Ray Harryhausen, un maestro de los efectos artesanales en el cine

Miércoles 8 de mayo de 2013, por Mar

Pepe Gutiérrez-Álvarez

Acaba de fallecer Ray Harryhausen (Los Ángeles, 1920-Londres, 2013) ), un auténtico “autor” cuyo “gran sueño –dirá Ray Brabdury- era convertirse en el mejor especialista en trucajes del cine y creo que lo ha conseguido”. Un auténtico poeta que se había sentido deslumbrado viendo King Kong, y que pasaría a ser el principal discípulo del creador de éste y su antecesor: Willis O´Brien, Después de participar en diversas películas de serie B con dinosaurios, Harryhausen se fue convirtiendo en el auténtico “alma mater” de un sistema llamado “Dynamation” en el que pudo mostrar todas sus capacidades creando un mundo propio poblado por “la mitología y los cuentos de hadas, la actividad de lo sobrenatural y una visión maniquea de la realidad, en la que todo se precipita con la aparición de elementos monstruosos”. También creó el “Dynarama” sistema en el que cada secuencia era dibujada en sus detalles en su desarrollo.

En estas películas cuya dirección se reparte en un equipo en el que él juega la función primordial. Ray mismo declarará sobre su manera de hacer: “Existe una conexión primordial entre lo que yo hago y el resultado final en la película. El rodaje fotograma a fotograma constituye una forma de expresión personal e intransferible que necesita movimientos complejos unidos a una cuidadosa caracterización. Creo que no existe ningún ordenador electrónico capaz de crear los complicados movimientos necesarios para que mis criatura animadas parezcan respirar y vivir”. Harryhausen comenzó a desarrollar sus sueños a finales de los años cincuenta, y conoció éxitos tan notorios (quizás) la más singular versión del clásico de Shakespeare Romeo y Julieta en la encantadora Hace un millón de años (1966) en colaboración con el notable y minusvalorado Don(ald) Chaffey (Hastings, 1917), un cineasta británico que ya había mostrado toda su capacidad justamente al lado de Harryhausen.

Fue en Jasón y los argonautas (1963), en la que tomaron parte, el productor y amigo de Ray, Charles Schneer (Norsfok, Virginia, 1918), con otros personajes claves como el guionista Bervely Cross junto con Jan Read. En este caso además contó nada menos que Bernard Herrmann (New York, 1911-Londres, 1975), el genial músico de Alfred Hitchcock que había comenzado su carrera en el cine con Citizen Kane y que ya había colaborado con antelación con Harryhausen, que creó una hermosa partitura para reforzar el sentido épico de las imágenes. La película se estrenó tardíamente entre nosotros, cuando el género ya estaba en franca decadencia, de manera que no pudo ser apreciada como una aportación renovadora, capaz de darle un nuevo impulso al “peplum”, cada vez más relegado a la televisión.

Esta versión sigue siendo todavía insuperada. Narra las aventuras de éste (un apagado Todd Armstrong) en su épico viaje a la Cólquide (misteriosa región ribereña del mar Negro) respondiendo a una desafío que le había ayudado a salvar la vida en la corte del usurpador Pelias (Patrick Thoughton, y su hijo Acasto (Gary Raymond), que luego morirá tras un duelo con Jasón. Este tirano había conquistado Tesalia, asesinado al rey Eson, padre de Jasón y esposado a la fuerza a su madre, y planea asesinar también a Jasón. Sin embargo, Hera (la rubia de Goldfinger, Honor Blackman), toma a éste bajo su protección e intercede ante su marido Zeus (Douglas Wilmer), ayudándole para conseguir que Pelias aplace sus propósitos criminales a cambio de que Jasón se comprometa en la conquista del Vellocino de Oro. La búsqueda del vellocino se desarrolla en una geografía reconocible, y tienen como objetivo un mítico cordero regalado por los dioses que tiene la virtud de sanar y dar la paz y felicidad al pueblo que lo posee. Jasón se embarca con Argo y los argonautas entre los que se incluye Hércules (Nigel Green), y después de incontables peripecias consigue llegar a la Cólquide, un lugar situado en los confines del mundo conocido. Consigue salvar de un naufragio Medea (una insípida Nancy Kovacks), que aquí no se complica la vida y es llanamente la sacerdotisa de Hécate, con cuya ayuda inapreciable Jasón logrará su propósito, derrotando a la hidra de siete cabezas que custodia el tesoro. Los dientes de este monstruo se transformarán en un ejército de esqueletos a los que el héroe logra imponerse con dificultades luchando con su espada, un motivo que ya había ensayado Harryhausen en Simbad y la princesa. Al final, Jasón regresa victorioso y logra cumplir el destino que le tenía reservado Heras, consiguiendo recuperar su legitimo trono a la edad de 20 años..

A pesar de su morosidad inicial, y del problema de los actores principales, Jasón y los argonautas resulta una evocación de la mitología griega que supera todas las conocidas. Le cabe el honor de ser la primera película que en la historia del cine, los dioses del Olimpo son presentados como tales y resultan ser el factor que acaba determinando el curso de los acontecimientos, ofreciendo una construcción seria aunque con una notable vena irónica, algo que DeMille nunca hubiera hecho con Yhavé. Sin embargo, las diferencias son más formales que otra cosa ya que Moisés “no es nada” sin su Dios, o sea que no es más que un vehículo de éste, mientras que en el Olimpo de Chaffey-Harryhausen, los dioses juegan con el destino de los mortales según sus propios caprichos, de una manera no muy diferente a como transcurre cierta literatura contemporánea. También cuenta con algunos efectos sensacionales, como el de las arpías que según la mitología eran mitad aves y mitad mujeres, la Hydra multicéfala, la animación de Thalos, un gigante de hierro verdaderamente aterrador digno de la mejor ciencia-ficción (y cuya muerte se atribuye a las artes mágicas de Medea), el paso de la embarcación a través del estrecho de las rocas movientes con una aparición espectacular de Poseidón, escena para la cual Harryhausen tuvo que reconstruir un maremoto, la citada lucha contra los esqueletos vivientes para la que se requirió cinco meses de trabajo. A pesar del “happy end”, la película realmente queda abierta al capricho de los dioses, y es el propio el que proclama: ”No he acabado todavía con vosotros. ¡Seguiremos la partida otro día!”. Harryhausen ya había conseguido rotundamente en el de la “fantasía oriental” con su maravillosa trilogía sobre Simbad. Antes de retirarse preparaba un Simbab en Marte. Harryhausen no tuvo la misma suerte con Furia…, cuyo responsable Desmond Davis (Londres, 1928) que se inició como ayudante de cámara y cuyas primeras –y mejores- películas se inscriben en el movimiento laborista de izquierdas del “free cinema”, pero ni estas ni las ulteriores alcanzan los valores de ésta, que sin embargo se inscribe entre las que el águila Harryhausen se encontró –como en la última sobre Simbab- con una gallina detrás de la cámara.

Su despedida llegó con otro “peplum” griego, Furia de titanes (1981), que regresa a la leyenda de Perseo, aquí bastante alejado del mito. Se puede considerar como el “testamento” de Ray Harryhausen que contó con su equipo habitual, Schneer en la producción, Bervely Cross en el guión, mientras que la música corrió a cargo de Laurence Rosenthal, que evoca el romanticismo clásico, la dirección recayó en el británico. Por esto se puede decir que de una magistral evocación neomitológica en la que los efectos especiales tienen un papel decisivo pero que en la que la narración no encuentra su pulso. Lástima, porque por primera (y última) vez, Harryhausen contaba con un presupuesto propio de una superproducción a cargo de la Metro, carácter que se hace patente tanto en la riqueza de la puesta en escena como en el reparto desplegado. Rodada en hermosos paisajes mediterráneos de España, malta y el sur de Italia. La película ilustra la exigencia atribuida a Samuel Goldwyn: “Quiero una película que empiece con un terremoto y que vaya de ahí para arriba”. La historia empieza de hecho con un maremoto, provocado por la primera aparición de Kraken, el último de los titanes, un monstruo marino, cuya reaparición, justamente antes del final, proporciona un espectacular “climax” a su desenlace. En su argumento funde los mitos de Perseo y Belerofonte a quién corresponde la historia de Pegaso, el caballo alado, añadiendo además otros datos propios del guionista que no tiene inconveniente en utilizar los elementos mágicas a los que Harryhausen le da una forma memorable.

El Olimpo está presentado como un lugar blanco (representa el orden, la armonía del arte griego y de todo su pensamiento, y también la perfección de los dioses), y como la sede de unos dioses a los que podemos reconocer por su aspecto: Zeus sentado en su trono, y que es el que dirige las vidas de los hombres con castigos y recompensas, mediante figuritas de barro puestas en un teatro en miniatura; Hera, esposa de Zeus y reina de los cielos, a quien se puede reconocer por una coronita en la cabeza, unos y otros deciden el destino de los mortales como si se de una partida de ajedrez en la que los personajes son figuras de arcilla. Cada uno de los dioses posee sus atribuciones características, diseñadas para ser comprendidas con la debida ironía, así resulta que en un momento dado, Tetis (Maggie Smith) recuerda que Zeus trató de seducirla disfrazándose de sepia, y a la pregunta “¿Y que hiciste tú?”, y a lo que la diosa responde: “Combatirle en su propio terreno. Me limité a convertirme en tiburón”. Hijo (ilegitimo) de Zeus, Perseo (el norteamericano Harry Hamlin, más conocido en la TV que en el cine, y que tiene aquí su mayor oportunidad, sus poses se ajustan enormemente a las famosas estatuas de Praxísteles; un detalle de revista: Hamlin acabó casándose con una de las diosas, Afrodita, o sea con Ursula Andress), se convierte en el centro del conflicto entre Zeus y cuatro diosas, Tetis, Afrodita, Hera (Claire Bloom), y Atenea (Susan Fleetwood), que molestas por los devaneos constantes de Zeus, deciden poner toda clase de obstáculos a Perseo. Son ellas las que ponen en su camino las tres brujas diabólicas (Flora Robson, Anna Manahan y Fedra Jackson) que sólo tienen un ojo entre todas y que parecen extraídas de una representación de Macbeth, a Dioskilos, el monstruoso perro lobo con dos cabezas, a la Medusa con la cabeza de la Gorgona de cuya sangre surgen seis terroríficos escorpiones (tomados de The Black Scorpio, de O´Brien)…

Finalmente hay que hablar dell aterrador Kraken, un monstruo marino inspirado en el monstruo Ymir, que surge de su morada del abismo profundo de los mares para traer la destrucción y el terror al tiempo que ejerce de guardián de la bella Andrómeda (la bella pero apagada Judy Browker), por la que tiene que luchar contra su antiguo pretendiente convertido en el monstruoso Calibos (Neil McCarhy). En su favor, Perseo cuenta también con medios mágicos como el caballo volador Pegaso, con Bubo, un búho mecánico que resulta bastante anacrónico, como una permisiva concesión a la moda galáctica, aparte claro está de su propio ingenio que le permite utilizar en beneficio propio la cabeza decapitada de la Medusa que convierte en piedra todo lo que mira, un arma que utiliza contra el temible Kraken (un anacronismo o confusión, ya que Kraken es un monstruo que pertenece a la mitología germánica).

Para decirlo en pocas palabras, Harryhausen fue uno de los mayores herederos del cine tal como lo concibió el mago Mélies. Fue el más grande en dos subgéneros de la aventura, el cine llamado de fantasía oriental, y en el “”romanos”, aunque lo cierto es que, entre tantos dioses bíblicos, Ray nos regaló un paseo totalmente inolvidable por los mitos griegos, y si bien no lo hizo en obras redondas, su faena si lo que fue. Era como tantas veces, lo mejor de sus películas.

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