Para defender lo público, la democracia es el camino

Viernes 6 de septiembre de 2013, por Mar

Brais Fernández Grund Magazine

Porque en la esencia de la historia radica la producción constante de lo nuevo. Esta novedad no puede ser calculada siempre de antemano con la ayuda de alguna teoría infalible: ha de ser reconocida en la lucha, a partir de sus gérmenes, primero, siendo acto seguido aprendida a nivel consciente. La tarea del partido no es, en modo alguno, imponer a las masas un determinado tipo de comportamiento, elaborado por vías abstractas, sino aprender, por el contrario, incesantemente de la lucha y de los métodos de lucha de las masas.

György Lukács, “Lenin, la coherencia de su pensamiento” 1924 (1)

Adelaida de la Calle, presidenta de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas (CRUE) ha planteado abiertamente la opción caritativa para combatir la falta de recursos del alumnado a la hora de pagar las matriculas:“igual que se apadrina a un niño también se podría apadrinar a un estudiante, pagando una matrícula”. (2) En este bombardeo constante de recortes, austeridad, corrupción y autoritarismo, la salida caritativa reaparece como una oferta paliativa viable: ¿tenemos una alternativa para oponernos a ella, más allá de argumentos morales? ¿Tiene la izquierda un discurso que incida en lo material, que ofrezca una salida concreta? No basta con oponerse a las salidas neoliberales: un estudiante no mide en términos ideológicos una oferta, sino que, normalmente, la necesidad a corto plazo se impone a la perspectiva estratégica. El siguiente plan podría ser apadrina el tratamiento de un enfermo y perversidades similares. No hay límites y las urgencias se imponen.

Si los derechos sociales universales se fundamentaban en la construcción de una subjetividad obrera basada en imponer la idea que entre todos los individuos hay algo común, que los une y que es inalienable, la perdida de esos derechos es a su vez consecuencia y causa: consecuencia de las derrotas que han venido y causa de la catástrofe que está llegando. Una catástrofe que no solo tiene consecuencias materiales, aunque también. Pasar hambre o no poder ir a la universidad está profundamente estigmatizado, ya no es la sociedad la que fracasa, sino que es la víctima la que se convierte en “loser”. La caridad aparece como legítima, como el reverso “humano” de la deshumanización de los derechos universales. El mensaje es contundente :“te quitamos lo que te pertenecía simplemente por existir”, vienen a decir. La caridad consiste en un favor otorgado, al más puro estilo feudal, que se presenta como un regalo a alguien que no lo merece. Así perdemos cada vez más el control sobre nuestras vidas, dependiendo de los caprichos arbitrarios de unos pocos, caprichos presentados como “generosidad”. Un siniestro juego para legitimar a los que expolian, convirtiendo a los responsables del saqueo en solidarios ciudadanos.

El reto debe ser recuperar esa universalidad de los derechos, al menos para paliar la tremenda descomposición social que se nos viene encima. Por supuesto que el objetivo último de las políticas caritativas es buscar una vía que permita evitar el único camino eficaz para evitar la miseria de la mayoría social: el reparto de la riqueza, “meter mano” en los que tienen recursos provenientes de la estructura de la propiedad privada, esa agencia que diseñada para transferir la creación de los que trabajan hacía esa minoría innecesaria socialmente otrora llamada burguesía.

¿Cuales son las alternativas? Una opción parece ser hacer llamamientos a veces abstractos a generar instituciones propias al margen o contra las existentes. Ya que el Estado no nos proporciona servicios, hay que auto-organizarse para construirlos. Está perspectiva conlleva un riesgo evidente de nomadismo (huir de la sociedad pero no transformarla) amén de correr el riesgo de evitar la confrontación decisiva consistente en el reparto de la riqueza socialmente generada. Pero tiene un potencial, sobre todo si se articula en torno a evitar privatizaciones de lo existente: entrar en el debate en torno a la gestión. Movimientos como la “marea blanca” en la sanidad madrileña ponen sobre el tapete que la propiedad pública es una precondición básica para garantizar los derechos universales, pero no es suficiente. Hay que combatir también el modelo de gestión neoliberal, que gestiona lo público como si fuera privado con lógicas de beneficio empresarial en campos donde solo puede primar el beneficio social. Democratizar lo público es el complemento esencial para combatir la lógica neoliberal que subyace en el planteamiento del problema desde una óptica tecnocrática de las políticas estatales y cuyo eslogan consiste en “ hacer más eficaces los servicios públicos desde el Estado”. Por supuesto que el Estado es un paraguas a utilizar para proteger posiciones conquistadas, pero al final, lo que ha demostrado la crisis es que los derechos no dependen tan solo de la “ley” (siempre reversible) sino también de la correlación de fuerzas, de la capacidad de los abajo de imponer sus condiciones. Los procesos de privatización de lo público se vienen gestando desde hace años: la crisis solo ha hecho acelerar el proceso de institucionalización del modelo neoliberal. ¿Que mejor formula para implicar a la ciudadanía y acabar con la apatía política que abrir el camino a la participación en lo público? Desde luego, esa participación no va a ser necesariamente masiva, será desigual y no inmediata: la “alienación política” es consustancial a un sistema en donde el conocimiento se ve como algo ajeno y dado, no construido por los propios sujetos, pero sí que es posible introducir el debate en la agenda pública. Es hora de aprovechar los impulsos que vienen desde abajo. Las propias mareas ciudadanas, tanto en educación como en sanidad, han introducido la reivindicación democrática sin pedir permiso. Por otra parte, vincularíamos los intereses comunes de los productores (trabajadores públicos) con los de los usuarios, rompiendo así el relato que los presenta como enfrentados. La perspectiva es más radical de lo que parece: en el fondo, el “valor de uso” primaría sobre el “valor de cambio”. Transformaríamos las mercancías (a las que solo tienen acceso quien puede) en derechos, cuya característica consustancial es que son de todos.

Quizás va siendo hora de que cualquier alternativa política que pretenda ser opción de gobierno asuma que si quiere mantenerse en el gobierno es necesario gobernar de otra forma y que para ello necesitaremos que los ciudadanos se gobiernen a si mismos colectivamente cada vez más. Si la base ideológica del neoliberalismo es que “cada uno se busque la vida”, busquemos los puntos de ruptura que la lucha de clases va generando para “que lo que producimos entre todos sea disfrutados por todos”.

1. Gracias a Jorge Moruno (@jorgemoruno) por descubrirme esta genial cita de Lukács.

2. http://sociedad.elpais.com/sociedad...

Brais Fernández

@BraisRomanino

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