La “memoria histórica” triunfal de la jerarquía eclesiástica

Viernes 11 de octubre de 2013, por Mar

Pepe Gutiérrez-Álvarez

Las beatificaciones del 13-O en Tarragona, son una manifestación más de los beneficios obtenidos por la jerarquía eclesiástica de su “compromiso histórico” con el neoliberalismo, así como de la derrota abrumadora de la izquierda “realmente existente”.

Dentro de la lógica triunfal inherente al reinado de Wotyla –el martillo de la Teología de la Liberación”, el conversos de miles de comunistas arrepentidos-, España se ha erigido en la nación martirial por excelencia, para gozo de la jerarquía hispana. Desde un tiempo a este parte, los actuales obispos recuperaron la palma del martirio que les concedió el franquismo. Han hecho ley del dogma según el cual la Iglesia sufrió la mayor persecución religiosa de su historia ocurrió durante los años de la Segunda República, la misma a la que declararon una guerra, y contra la cual contribuyeron a derribar a sangre y fuego. “Franco no había requerido la colaboración de la Iglesia española, fue ésta la que se pudo a su lado, lo ensalzó y lo proclamó `dedo de Dios´”, nos recuerda Hilari Raguer en su imprescindible obra, Pólvora e incienso (Ed. Península, Barcelona, 2001), en que amplia y profundiza una edición anterior, La espada y la cruz (Bruguera, 1977). Esa es la verdad histórica. Desde el 14 abril de 1931, los obispos comenzaron a bramar contra la República: "Que la ira de Dios caiga sobre España si la República persevera", fueron palabras propias del siniestro cardenal Segura desde 1931. "Ni me cabe en la cabeza la monstruosidad cometida", declaró el cardenal Gomá, primado de Toledo, ante el exilio de Alfonso XIII. Los datos están ahí, pero no es la verdad lo que importa, lo que importa es quien domina. Los lectores y lectoras que quieran profundizar el tema más allá de lo anecdótico, cuentan con una buena documentación a la alcance, pro ejemplo, Iconoclastia (1930-1936). La ciudad de Dios frente a la modernidad, de Juan Manuel Barrios Rozúa (Universidad de Granada, 2007), sin olvidar las obras ya clásicas, como la citada de Hilari Raguer o La Iglesia de Franco, de Julián Casanovas…

Esta verdad se fue viendo cada vez más clara por la creciente influencia del antifranquismo militante, entre otras cosas porque la propia Iglesia sufrió un profundo deterioro de su base social, y un sector cada vez más amplio de sus fieles, optaron por la resistencia. Durante muchos años, no se atrevieron a hablar muy alto. Sus exigencias de beatificaciones masivas (en total se reivindican unas 10.000 beatificaciones, de manera que los prelados españoles acaparan el catálogo de todos los posibles mártires del siglo XX, 12.692 según Roma) fueron frenadas durante décadas por el Vaticano, hasta que llegó Juan Pablo II. Sus antecesores -de Pío XII a Pablo VI- no querían satisfacer a quienes se mezclaron en una guerra, la de Franco, ganada con la ayuda de dictadores tan criminales como Hitler y el italiano Mussolini. El viento cambió entonces de dirección, y llegaron los años de las beatificaciones masivas. Podría parecer que en el curso de la República y de la guerra civil, los católicos opuestos a la República y cómplices con el golpe militar, fueron las únicas víctimas.

En octubre del 2007, fueron beatificadas 498 personas. Los primeros beatificados fueron tres carmelitas descalzas de Guadalajara, en marzo de 1987. Los primeros canonizados fueron nueve frailes salesianos, ocho de Turón (Asturias), "víctimas de la persecución religiosa que tuvo lugar durante la Revolución de Octubre de 1934 y el otro martirizado en Tarragona el 28 de julio de 1937, más un sacerdote pasionista, mártir también en 1934", informaba entonces la Conferencia Episcopal…El historial de las beatificaciones es francamente, impresionante.

Sin embargo, esto no ha impedido que la Conferencia Episcopal se sintiera dolida por la muy tibia ley sobre la “memoria histórica” avanzada por el Gobierno de Rodríguez Zapatero, una medida para reivindicar a los caídos que no están citados en las fachadas de las Iglesias católicas, miles de ellos perdidos todavía en fosas comunes o en las cunetas de los caminos de las Españas. Así, los obispos protestaron con frases como las siguientes: "Una sociedad que parecía haber encontrado el camino de su reconciliación, vuelve a hallarse enfrentada. Una utilización de la memoria histórica, guiada por una mentalidad selectiva, abre viejas heridas de la guerra civil y aviva sentimientos que parecían superados" (Instrucción Pastoral de noviembre de 2006). Ni media palabra sobre estas decenas de miles de republicanos enterrados como perros, ni por supuesto, de todo lo demás. ¿Se imagina alguien si algo similar hubiera sucedido con algún sacerdote? El lugar se habría convertido en un motivo de peregrinación. Claro, con la condición de que fuera “uno de los suyos”, pero de los creyentes que estuvieron al lado de la República, que no fueron pocos. Fue el caso del padre de mi tía Encarnación, un hombre con tierras que estaba convencido de que el Evangelio le obligaba a apoyar la reforma agraria y fue concejal socialista en La Puebla de Cazalla.

No era como aquellos terratenientes que cuando Jiménez Fernández, el ministro de Agricultura de la CEDA, fue a contarles que lo mejor era aceptar una reforma agraria muy descafeinada, le espetaron: “Si usted nos quiere quitar la tierra con los evangelios, nos haremos todos cismáticos”. Esa y no otra, era su filosofía. Dios era el señor que consagraba sus propiedades y privilegios, así lo certificaba Canovas del Castillo, santo patrón del PP.

Este insulto a la verdad y a las víctimas, esa filosofía que se destila cada día desde tribunas como la COPE, donde se consagra la santa alianza entre el Gran Dinero y la jerarquía católica, fue posible por la debacle total de las izquierdas. A pesar de sus tres mayorías absolutas, el PSOE se arrodilló. Ni tan siquiera carraspeó con la orgía de beatificaciones, es más, algunos de sus “bariones” como José Bono, la apoyaron con su presencia y actos, normalmente multitudinarios. Y es que esto no lo ha hecho la jerarquía moviéndose entre bastidores, que también. Lo ha hecho con manifestaciones grandiosas. Al mismo tiempo, el Partenón de las tradiciones democráticas y socialistas surgidas con la ilustración, eran catalogadas como mera arqueología de la modernidad o la posmodernidad, que tanto da. Eso traducía en hechos de que era Caritas y no la izquierda institucional, la que ayudaba a pobres…

La lucha por la memoria popular requerirá una respuesta activa e ilustrada en este terreno, y en ella, la participación de los creyentes que se oponen a la Iglesia como negocio, tienen un papel determinante.

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