Camarada Moro, Amigo Miguel

Domingo 26 de enero de 2014, por Mar

Acacio Puig

En 1971-72 conocí en Madrid a Moro. Formábamos parte de una célula de aluvión de la primera Liga. De aluvión digo, porque agrupaba a militantes en tránsito, sin sector definido en el trabajo político clandestino. Moro volvía de su servicio militar y yo estaba penando el mío.

Junto a algunos otros militantes, dirigía el grupo la camarada Carmen, más tarde dirigente de la Liga Comunista. Moro, estimando que regresaba de un paréntesis de excepción, se resistía a incorporarse a la dirección de la Liga considerando que por el momento, su reto era integrarse en la organización desde la base, en una célula y conocer de cerca como estaba el patio tras su prolongada ausencia. Nuestra proximidad temporal en el gremio de la soldadesca le hizo entender, con gran comprensión, mi propuesta de apartarme de la militancia organizada durante los meses que faltaban para licenciarme.

En un encuentro muy posterior, me encargó el logo del órgano de prensa de las Juventudes Revolucionarias y discutimos sobre como hacerlo inclusivo en aquellos tiempos en que no existían ni la @ ni la x... Finalmente el problema se resolvió sobre un fondo de pentagrama y cortando verticalmente la última O (de modo que servía como o y como a). ¡Qué tiempos aquellos!

A partir de entonces y con largos paréntesis, nos encontramos intermitentemente, en algúnos encuentros internacionalistas y ya, en la primera mitad de la década de los 90, durante la Campaña por la Paz en Argelia durante la celebración de sesiones públicas en el Hotel Suecia (anexo al Círculo de Bellas Artes de Madrid) que había sido alojamiento del Che durante su famoso paso por Madrid. (Por cierto, ché! a lo levantino, fue muletilla lingüística habitual de Moro durante años de juventud).

Confieso que nuestra relación personal nunca fue fácil. A los tímidos muy tímidos nos cuesta comunicarnos (hablamos de ello cenando en casa, en enero de 1992, recién publicado el primer número de Viento Sur que me había pedido ilustrar… ). Como hizo en 2009, con ocasión de la publicación del número 100 (“como expresión de camaradería y afecto” me dijo entonces) y que después decidió añadir a su colección de cuadros. Meses más tarde, comprobé que efectivamente, había puesto marco a los originales de portada y contraportada y que mi labor convivía en su casa con un contundente Zumeta, algunos grabados de Roser Rius y otras piezas que le acompañaban en su domicilio donde siempre se escuchaba buena música.

Seguí el desarrollo de su enfermedad mediante visitas, mails, llamadas de teléfono y algunos encuentros en los Foros de Viento Sur y convocatorias de la Universidad de Verano de Izquierda Anticapitalista. Nunca le faltó el humor ni el coraje, tampoco el sentimiento (“leí el saludo a Bensa, en el homenaje parisino tras su muerte, frenando las lágrimas”).

Para mí fue una enorme satisfacción el tratamiento recibido en uno de sus últimos correos, corriendo el otoño de 2013 “Hola Acacio, camarada y amigo”. Querido Moro, amigo Miguel: No olvidamos, no te olvidamos.

Acacio Puig

Anticapitalista

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