Moro, vamos a por ello

Martes 28 de enero de 2014, por Mar

Txema Abaigar

Moro:

Suena raro que entre ateos nos comuniquemos mediante esa especie de «diálogo inmortal» de los poemas homéricos. Pero tú ya has pasado a formar parte de nosotr@s, de tod@s nosotr@s y dirigiéndome a ti quiero socializar este modesto homenaje con l@s demás.

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Yo creo que te he contado, Moro, que cuando traspasé aquella puerta de la sede de la LCR, siendo un pipiolo que demandaba el derrocamiento del sistema para el día siguiente, no me imaginaba a qué gente iba a conocer... El programa casi «me lo sabía», el historial de la Liga también, pero no podía imaginarme el caudal de futuro que emanaba de aquellas gentes que componían ese pequeño y potente combo de revolucionari@s. Más adelante te contaré hasta qué punto ha sido determinante en mi forma de ver, vivir y afrontar la vida. Porque, además, ya intercambiamos largamente sobre ello en la Universidad de Verano de Banyoles (y creo que también lo comenté en un tallercillo sobre el tema), sobre lo que para mí supuso la LCR (con aciertos y errores incluidos, pero sobre todo con enorme valentía militante y programática), y tú me apostillaste a la salida con una frase de Rosa Luxemburgo, sobre la que, en los últimos tiempos, tanto nos ilustraste: «Sólo la experiencia es capaz de corregir y abrir nuevos caminos. Sólo la vida efervescente, no obstruida, producirá mil nuevas formas e improvisaciones, dará a luz fuerzas creadoras, y ella misma corregirá los errores en que caiga». Claro, Moro.

Pero ahora quiero hablar de ti. Si recalco tu proverbial dualidad entre determinación, claridad y fuerza por un lado y un respetuoso y amable —amabilísimo— comportamiento con tus compañer@s, de la misma organización o no, no habré «descubierto» nada. Si resalto esa capacidad que tan poca gente tiene de recoger una información de volumen descomunal y transmitirla de una manera acertadísima, pero sobre todo comprensible, mucha gente asentirá. Si recuerdo lo placentero que era hablar contigo de cine, de literatura, de fútbol (aunque con diferentes filias), de amig@s comunes, de paisajes reconocidos y reconocibles, tod@s l@s que te conocieron se identificarán con ello. Si transmito que me encantaba intercambiar conocimientos (bueno, mejor oírte a ti) sobre las múltiples organizaciones y coyunturas internacionales, pues no le sorprenderá a nadie (por cierto, en una comida post-charla anti Otan, casualmente coincidí en la mesa, a tu lado, con Mandel y Broué… y casi saco una libreta para apuntar el chorreo de opiniones y conocimiento que circuló entre tenedores, pero era demasiado joven y tenía que aparentar…).

Pero ahora voy a decirte algo que en mis círculos de amig@s he comentado muchas veces y que sé que te molestaría si lo oyeras, pero lo siento, la amistad tiene estas cosas: por razones obvias he oído, leído y compartido opiniones, hipótesis y hasta chascarrillos prototeóricos de/con mucha gente (y de mucho nombre, que decía mi abuela) y ¿sabes qué te digo? Que siempre me has parecido una de las cabezas más brillantes de la izquierda europea. Soy capaz de comentarlo porque sé que no me mirarás socarronamente, añadiendo «pero qué dices, socio». Porque eso sí que lo sabemos tod@s l@s que te conocimos, que la importancia que le dabas a aquello que tuviera que ver con la militancia (con todo lo relacionado con el compromiso, la acción, el diálogo, más firme o más integrador, pero siempre abierto, la entrega militante, el conocimiento y su transmisión) estaba al servicio de lo colectivo, de tu «lealtad a l@s desconocid@s», de la que hablaba Bensaid, tu gran amigo y que hoy lo es también ya de tod@s nosotr@s. Lo demás te parecieron zarandajas. Pero oye, quería decirlo.

Y como voy terminando voy a contar algo que últimamente me impactó. No fui capaz de decírtelo las últimas veces que nos vimos, pero lo socializo ahora: estabas muy enfermo y, ante la última huelga general del 14-N, comenzabas así tu artículo:

«Participar en un piquete de una huelga general es una de las experiencias más gratas que puede vivir un militante. Y, a la inversa, una de las más ingratas es que las circunstancias de la vida te impidan hacerlo. Se siente uno como el chaval al que, en el sorteo de equipos para el partido de fútbol a la salida del colegio, le toca guardar los abrigos. Escribir quiere ser, en este caso, una forma de participación virtual, con comentarios periféricos.»

No te sorprenderá saber que me emocionó tanto leer esto… y más aún verte al día después, tan desmejorado y, como siempre, tan entero, en el congreso de Izquierda Anticapitalista.

Pero sí que fui capaz de decirte —y ahora me alegro enormemente— algunas cosas importantes de esas que l@s revolucionari@s tantas veces solemos dejar en el tintero vital, porque parece que se personaliza en exceso el caudal de experiencias y compromisos transmitidos a través de tanta gente de la que somos humildes descendientes. Me refiero a que he aprendido de ti y de otr@s querid@s compañer@s, un@s presentes y otr@s lamentablemente ya no, muchas de las actitudes y experiencias más importantes de la vida, de la vida digna, con pasión y con mayúsculas, y que has sido un maestro para mí, pero no sólo por los conocimientos de ti aprehendidos, sino sobre todo por esa actitud permanente de no entregarse nunca, de no rendirse jamás ante la injusticia (como el poeta revolucionario nica, Leonel Rugama), tomara la forma que tomara… Y te comenté algo que tú ya sabías, que tarde o temprano vamos a «asaltar los cielos», porque lo necesitamos y porque nos corresponde, o sea que vamos a por ello. Y ambos sabemos que tu recuerdo avanzará a nuestro lado.

Como no quiero enrollarme y aburrir a quienes lean esto, simplemente añado que me alegró decirte que ha sido un placer inmenso conocerte y compartir horizontes y que, recogiendo la frase del Che «un revolucionario está guiado por grandes sentimientos de amor», pude transmitirte en abrazos todo mi afecto y querencia, amigo y camarada.

Hasta siempre.

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