La derecha radical y el populismo multiforme

Martes 4 de marzo de 2014, por Mar

Miguel Urban

Miembro del consejo asesor de la revista Viento Sur

Repasar los resultados electorales de la extrema derecha europea en la última década no puede más que generarnos una fuerte sensación de desasosiego porque éstos parecen marcar una tendencia al alza. Un aumento que es señal de que esta derecha está siendo capaz de capitalizar un voto de protesta ante la inseguridad social, laboral y económica. Pero no solo podemos circunscribir el éxito de la extrema derecha al campo electoral, sino también al terreno de la generación de un discurso vertebrador y unificador capaz de marcar la “agenda” política y de permear los discursos y políticas de las grandes formaciones políticas europeas, tanto conservadoras como social-liberales.

Ante el auge de la extrema derecha, es fundamental no caer en la banalización que viene a afirmar que toda opción reaccionaria es fascismo. Esta es, además de una simplificación, una consideración ingenua y reduccionista que no nos ayuda a entender y diagnosticar los retos del presente. Aunque es cierto que la ultraderecha del siglo XXI mantiene en su cosmología y acervo común numerosos mitos que le permitieron al fascismo convertirse en un polo de atracción social, también es producto de contextos políticos, sociales y económicos dispares. Es esta transformación la que nos permite hablar de una ruptura con ciertos paradigmas del fascismo clásico de entreguerras.

Así, entre los elementos discursivos que han favorecido el impulso electoral y agregador de la derecha radical, quizás sea el populismo multiforme una de las claves fundamentales de su éxito. Un éxito que radica en conseguir recoger simpatías sociales dispares, incluso con intereses enfrentados, anudando un discurso de tela de araña “atrápalo todo” que les confiere una gran potencialidad electoral. Este nuevo populismo bebe de ciertas raíces del fascismo clásico, pero fundamentalmente de los populismos de posguerra, del “qualinquismo” italiano y el “poujadismo” francés, y de la reacción conservadora anglosajona (Reagan y Tacher) de finales de ochenta.

De esta forma, el populismo que caracteriza a la nueva derecha radical es el resultado de diferentes experiencias de la segunda mitad del siglo XX que se basa en la conjunción de cuatro factores fundamentales:

Un populismo contestatario que se afirma en la idea de la traición de las elites, políticas, culturales y económicas, al pueblo, preocupándose exclusivamente de sus intereses como casta. De esta forma, encarna en el rechazo al sistema político agitando la bandera de la democracia en defensa de los intereses populares, de los de abajo, contra las elites corruptas. Construyendo un catálogo de agravios diversos que obtiene como resultado una especie de “queja incesante” que se dirige a un sector de la población desplazada por las formaciones tradicionales, consiguiendo absorber gran parte de lo que ha venido siendo considerado como un “voto de protesta”.

También nos encontramos con un populismo identitario, que apela directamente a la supuesta amenaza que se cierne sobre la comunidad nacional expuesta a la “contaminación” fruto del multiculturalismo y la migración. De esta forma, la identidad hoy día es concebida por esta extrema derecha no de una manera esencialista, en tanto que característica etno-cultural y deshistorizada correspondiente a un pueblo, sino como un atributo cívico-político que, sin embargo, se considera un producto original de la tradición europea y nacional. A su vez, estas formaciones construyen una restricción al concepto de pertenencia “nacional” o “europea” que ataca directamente el concepto de protección jurídica en relación a la pertenencia a la comunidad, incluso con su exclusión legal, sentando las bases programáticas de la xenofobia política del siglo XXI.

Un discurso que, como estamos viendo, permea en las políticas y discursos de los gobiernos de la derecha “tradicional”, o la izquierda socio-liberal. Como se puede comprobar en las recientes declaraciones xenófobas de Manuel Valls, el ministro del Interior francés, contra los gitanos europeos —“no quieren integrarse, hay que devolverlos a sus países”—, que de esta forma afirmaba que Francia se opondría a la entrada de Bulgaria y Rumanía en el espacio Schengen. De este modo, se conforma un populismo de exclusión de carácter diferencialista que apela explícitamente a la discriminación de sectores sociales según su origen o pertenencia cultural, perneando, de tal forma, en el tuétano de la sociedad, que justifica su expulsión, explicita o implícitamente, fuera de la comunidad.

Por su parte, el populismo autoritario, mediante la apelación a un Estado fuerte y a la disciplina social, muestra una evidente hostilidad hacia las formas de mediación social (sindicatos, organizaciones democráticas, etc.) y la articulación de temas ligados a la idea del orden social.

Por último, nos encontramos con un tipo de populismo punitivo dirigido a crear una sensación de emergencia y de gran inseguridad a partir de algún hecho concreto. El objetivo de este populismo es convencer a la población de que se necesitan medidas excepcionales y no ordinarias para combatir la situación que ha generado la alarma. Como escribía Vicenç Navarro hace unos años en este periódico “hay que entender que es racista no el más ignorante, sino el más inseguro. Es precisamente esta inseguridad lo que explica el gran crecimiento de la derecha y ultraderecha en Europa”

Sin embargo, la verdadera victoria de la extrema derecha estos últimos años ha sido la normalización de su discurso y la introducción de sus principales contenidos tanto en el debate general, como en las políticas públicas oficiales, fundamentalmente en lo referente a inmigración y cuestiones securitarias. Así, ha onseguido que sus temáticas se trasladen al centro de la arena política y condicionen el debate público (un proceso que ha sido definido como la “lepenización de los espíritus”). Y es que, como el mismo Le Pen afirmó durante los comicios de 2002: “Todo el mundo habla como yo, me he normalizado”

En definitiva, la batalla de las identidades y las pertenencias muestra la disyuntiva realmente existente entre la lucha de clases o las luchas xenófobas. Y parece que, por el momento, vamos perdiendo esta crucial disputa. De nosotras depende cambiar la situación.

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