Podemos no es Pablo Iglesias

Jueves 24 de abril de 2014, por Mar

David G. Marcos, activista social y participante de Podemos

Ningún líder puede sustituir a un programa en el que la mayoría social reconozca y comparta la diversidad de demandas insatisfechas que hacen posible la constitución de un campo social antagonista frente al poder establecido.”

Miguel Romero, Desvío al líder.

Puede que haya gente a la que esto le parezca una obviedad y quizá otras personas lo perciban, incluso, como una provocación. Nada más lejos, sólo es un recordatorio. Corremos el riesgo de pensar que Pablo Iglesias resulta ser el punto inicial de Podemos. Entonces no habría duda: se trata de un proceso que va de arriba-abajo, un capricho personalista. Si así fuera, respondería fielmente a la premisa de la que nos advertía Daniel Bensaïd sobre cómo “el debilitamiento de las resistencias colectivas hace creer que las ideas geniales rigen el mundo”. Sería, sin más, un experimento de laboratorio.

Sin embargo, resulta imposible ser capaces de explicar el surgimiento de Podemos sin mencionar el movimiento 15M. No tendría razón de ser si no formara parte de un aprendizaje colectivo de nuevas gramáticas y prácticas políticas. ¿Quiere decir esto que Podemos pretende instrumentalizar a los movimientos sociales? ¿Sustituirlos? En absoluto. Podemos responde a una situación concreta en la que los impactos de una crisis, teledirigida por los mercados y ejecutada por una casta de gobernantes, pone de relieve la necesidad de hacer política en primera persona. Aspira, por tanto, a convertirse en una herramienta que permita continuar tejiendo esa red con la que articular las resistencias y con la que pasar, más pronto que tarde, a la ofensiva. La centralidad que plantea Podemos no es la figura de Pablo Iglesias, sino la oportunidad que nos ofrece para construir instrumentos de transformación que nos permitan conjugar lo mejor entre lo nuevo y lo viejo al tiempo que amplían el campo en disputa.

En esta senda, el 15M fue una varicela para la izquierda: le generó picores, la obligó a moverse y, actualmente, se nota quien la experimentó pero también quien todavía no ha pasado por ella. El movimiento surgido en mayo de 2011 abría el tiempo de las contradicciones, del barro y de la crítica. Podemos, con humildad, deberá ser capaz de transformar esas contradicciones en retos políticos. Entre ellos, la disolución de fórmulas personalistas juega un papel clave para la consecución de una de sus principales consignas: el protagonismo popular y ciudadano.

Podemos no debería quedar en la reducida contemplación de meras figuras mediáticas de cartón-piedra, humo impactante pero volátil, emoción sin cristalización política. En definitiva, Podemos no debe ser un significante vacío. Podemos propone un método que resulta ser no más que una base para empezar a caminar: democracia para más democracia. Esto es, democracia participativa para generar propuestas políticas que persigan más democracia social, más democracia económica y más democracia cultural.

No obstante, esto ya no es tarea solamente de quienes iniciaron este proyecto hace meses. No únicamente. Esta responsabilidad la tienen ya las bases. El éxito de las primarias, con más de 33.000 personas participantes, recuerda el potencial de la iniciativa. Por su parte, el proceso de auto-organización y empoderamiento de los círculos, hace palpable su madurez. A partir de ahora, todas y cada una de las personas candidatas deberán ponerse a disposición de los procesos por abajo. La democratización de Podemos resulta ser la única forma de convertir las discrepancias en construcción sólida y plural, sin pugnas ni tensiones. Los círculos ya no gatean y son ellos quienes deben expropiar el proyecto, quitarlo de las manos a sus impulsores para convertirlo en audacia, sentido común y ruptura.

Porque, efectivamente, nuestro programa es de sentido común, pero exactamente resulta el sentido contrario a quienes nos imponen recortes, deuda y miseria.

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