Democracia directa y democracia representativa

Lunes 29 de diciembre de 2014, por Redacción Web

Michael Lowy y Olivier Besancenot (*)

La oposición entre democracia representativa y democracia directa es uno de los temas que, desde el siglo XIX, han dividido a anarquistas y marxistas. Sin subestimar estos desacuerdos bien reales, se pueden observar ciertas convergencias significativas. Por ejemplo, los dos son favorables a las formas de democracia directa en las luchas sociales: asambleas generales, piquetes de huelga autoorganizados, etc. Los marxistas reconocen también que muchas de las críticas hechas a la democracia representativa, desde Rousseau a Castoriadis pasando por Proudhon y Bakunin, están completamente justificadas:

El ciudadano no es libre más que el día en que elige a su representante. Durante los cuatro o cinco años siguientes, está sin poder; los políticos profesionales forman una casta privilegiada, una oligarquía política (Bakunin), al servicio de las clases dominantes y no del pueblo que les ha elegido; los Parlamentos son ajenos a los intereses de la población, y sus debates -el circo parlamentario- prescinden de todo control o participación de las clases dominadas.

Se podría añadir que los mecanismos electorales están viciados por el dinero, por los medios (en manos de las potencias del dinero), por la exclusión de las mujeres (ayer) y de los inmigrantes (actualmente), etc.

Los revolucionarios marxistas están de acuerdo con los libertarios en que no es con esas instituciones como se puede transformar la sociedad. En estas condiciones ¿hay que participar en el juego electoral, presentar candidatos, votar y ser elegido? Para los marxistas, si, en la medida en que las campañas electorales -con límites evidentes- son una rara ocasión de presentar sus análisis y sus proposiciones a la masa de la población. De otra parte, los electos -concejales, diputados- pueden utilizar los Parlamentos (o consejos municipales)como una tribuna para denunciar el sistema y proponer alternativas radicales. En fin, en ciertos casos, hay que votar por candidatos de la izquierda reformista, cuando es el único medio de cerrar el camino a la derecha más reaccionaria. Por supuesto, ninguna de estas prácticas es aceptable para los libertarios, que rechazan toda forma de participación en las instituciones estatales. Se puede considerar que este abstencionismo de principio no es realista; por otra parte, en ciertas condiciones, es cierto que excepcionales, como en España de 1936, los libertarios decidieron, a pesar de todo, participar en las elecciones votando por el Frente Popular.

Esta cuestión -la participación electoral- es quizá una divergencia táctica, pero juega un papel importante en las prácticas de las dos corrientes, y contribuye a separarlas en la acción política cotidiana. Nuestro punto de vista en este debate está más cercano a la tradición marxista, pero reconocemos que las organiza ciones marxistas más radicales no están inmunizadas contra los peligros del electoralismo y del parlamentarismo denunciados por los anarquistas...

Para volver a las críticas mencionadas más arriba: ¿conciernen a las formas "realmente existentes" de la democracia representativa, es decir las instituciones parlamentarias de la burguesía o más bien al principio mismo de la representación política? La distinción no está siempre muy clara en los clásicos del pensamiento anarquista (Proudhon, Bakunin, Kropotkin). Por ejemplo, según Bakunin, "el objetivo final de la democracia representativa liberal es la preservación de la explotación [1]" -¿se trata de la democracia liberal burguesa?

De hecho, las experiencias revolucionarias de las que se reclaman tanto marxistas como libertarios -la Comuna de París, los consejos obreros de 1917-1919, la revolución española de 1936- han combinado formas directas y formas representativas de la democracia. La Comuna de 1871 era una asamblea de delegados electos (y revocables) por sufragio universal por los barrios de París; los soviets eran consejos de delegados elegidos en asambleas (de fábrica, de soldados, de pueblos, etc.); y en la Barcelona insurrecta de 1936, el poder revolucionario estaba, en un primer período, en las manos de los comités de delegados elegidos por las milicias antifascistas (hegemonizadas por la CNT-FAI). En el movimiento zapatista de Chiapas, una de las principales fuentes de inspiración para los libertarios del siglo XXI, se encuentran también formas de delegación: elecciones de los comandantes -¡y subcomandantes!- del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, y de las autoridades locales de las comunidades zapatistas, a menudo en asambleas locales.

En nuestra opinión, el mismo razonamiento se aplica a las perspectivas de una sociedad emancipada, más allá del capitalismo y de su estado. ¿Cuáles serían sus instituciones políticas? Existe una tendencia, tanto en la tradición marxista como en la libertaria, a pensar que una sociedad libre no tiene necesidad de política. Saint-Simon proclamaba que "el gobierno de las personas será reemplazado por la administración de las cosas" (¡fórmula retomada por Engels!) y Proudhon pretendía que la política cedería su lugar a la economía. No compartimos esta idea economicista, pensamos que las sociedades socialistas (o comunistas) seguirán teniendo necesidad de política, en el sentido noble de la gestión colectiva de la ciudad, la organización democrática de la vida común. Divergencias, conflictos son incluso inevitables: ¡nada sería más siniestro que una sociedad enteramente de consenso y unánime, en la que no existiría más que una sola opinión! Es por otra parte imposible, a menos de imponer un poder totalitario. Hay, pues, que encontrar medios para permitir el debate y la toma de decisión democrática.

Sin querer prejuzgar las formas que tomará esta política del futuro, nos parece que no puede limitarse a la democracia directa de las asambleas: válida al nivel de una fábrica, de una escuela o de un barrio, es irrealizable a nivel de una gran ciudad, de una región, de un país, y aún menos de un continente. Ciertas formas de delegación, de representación política son inevitables. Los libertarios parecen reconocerlo proponiendo medidas que limiten las perversiones de la representación: revocación de los mandatos, referéndums de iniciativa popular, sorteo de los electos, etc. Estas propuestas nos parecen interesantes, así como las experiencias -con todas sus limitaciones - de democracia participativa (como en Porto Alegre). La única regla general que se puede proponer es la combinación necesaria de la democracia directa y de la democracia representativa, ninguna de las dos, aisladamente, pudiendo responder a las necesidades de participación popular efectiva. Las revoluciones del futuro inventarán sin duda formas políticas nuevas, perfectamente imprevisibles, que no serán la repetición de las experiencias del pasado.

(*) Olivier Besancenot/Michael Löwy, "Affinités révolutionnaires. Nos étoiles rouges et noires, pour une solidarité entre marxistes et libertaires" Mille et une nuits, nº 85. pp 189-193. (En VIENTO SUR hemos publicado también el capítulo "La I Internacional y la Comuna", http://www.vientosur.info/spip.php?...).

Traducción: Faustino Eguberri para VIENTO SUR

Notas

[1] Bakunin, Dios y el Estado

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