Ciudadanos, Podemos y la centralidad deseada

Sábado 2 de mayo de 2015, por Jesús

Josep Maria Antentas * | Público.es

La irrupción de Ciudadanos ha cambiado, una vez más, el fluido y volátil panorama político del Estado español. Por fin llegó la opción del cambio tranquilo, de la regeneración del modelo sin cambiarlo. ¿Es Ciudadanos el Moriarty de Podemos? ¿Su enemigo tan inesperado como invencible? Así lo anhela el Ibex 35 y todos aquellos que se han afanado a aupar al “Podemos de la derecha”.

Ciudadanos priva a Podemos del efecto novedad y, sobretodo, de aparecer como el único aspirante al trono que el bipartidismo deja semi-huérfano, entorno al cual pudiera irse agregando una heterogénea mayoría social, atraída hacia Podemos por la posibilidad real que fuera el vehículo para el cambio político. El círculo es vicioso, porque como menos posible parezca una victoria de Podemos, menos apoyos va a recibir. Y, al revés, como más creíble sea como alternativa ganadora, más apoyos instrumentales recibirá. Aunque ambos partidos se disputan sólo una franja de votos y sus caladeros principales provengan de lugares contrapuestos, Ciudadanos bloquea el crecimiento de Podemos en los sectores menos politizados y más conservadores y supone un torpedo en la línea de flotación de su proyecto de partido transversal que aspira a agregar rápidamente una mayoría social que va más allá de los confines tradicionales del “pueblo de izquierdas”.

El ascenso de ambos partidos tiene indudables puntos en común, en particular en lo que se refiere a la propulsión mediático-televisiva de los liderazgos carismáticos personales de Rivera e Iglesias. Pero si la proyección mediática de Podemos se explica por una lógica de índice de audiencias, la de Ciudadanos ha sido inducida por intereses político-empresariales para fabricar de forma consciente el antídoto a Podemos y una opción de recambio o apuntalamiento del bipartidismo. Y, más allá de los paralelismos televisivos, hay dos realidades subyacentes muy distintas. Tras el fenómeno Podemos ha habido un proceso de auto-organización por abajo, a menudo en conflicto con el desarrollo y estructuración del propio partido, y militancia de base real, mucha de ella procedente de las experiencias recientes del 15M y las Mareas ciudadanas y de los sectores sociales que simpatizaron con éstas. Nada de esto existe en Ciudadanos, carente de base militante y de anclaje social, a pesar del indudable tirón de los actos y conferencias de Rivera y los suyos.

El ascenso de Ciudadanos, como ya reflejó el de Podemos, certifica una vez más la importancia crucial de los medios de comunicación, y de la televisión en particular, en la actual crisis del bipartidismo y en la conformación de nuevas alternativas políticas. Y, con ello, muestra también la volatilidad de la situación, las debilidades de los procesos de politización en curso, y la fragilidad de cualquier estrategia de transformación social que minusvalore la importancia de la autoorganización social y se circunscriba sólo o primordialmente al terreno de la comunicación. Paradójicamente, la profunda relevancia de ésta, requiere no sólo solvencia y capacidad en su propio terreno, sino también fortaleza y consistencia en lo que a arraigo social se refiere.

Para combatir a Ciudadanos, Podemos debe ser fiel a lo que motivó su fundación y a las esperanzas que eclosionaron tras las elecciones europeas, y evitar cualquier tentación de imitar a su nuevo e inesperado contrincante. La búsqueda de los electores de “centro”, si es concebido como adaptación a sus preferencias y no como una lucha por modificar percepciones de la realidad, resignificar debates y reposicionar prioridades, supone iniciar un camino hacia una zanahoria inalcanzable que siempre queda más a la derecha. La evolución histórica reciente de la socialdemocracia es bastante elocuente. Sus resultados también. Caer en la tentación de la respetabilidad para disputar el voto de “centro” despolitizado sería un error estratégico. Si de lo que se trata es de vender un cambio superficial, una mera regeneración vacía, ahí siempre gana Rivera y no Iglesias. Carece de sentido jugar en un terreno donde un candidato con corbata siempre queda mejor que uno con coleta.

La irrupción de Podemos modificó las coordenadas del debate político, introduciendo nuevos temas en la agenda y obligando al resto de partidos a adaptarse al nuevo jugador. El fulgurante éxito del término “casta” fue, sin duda, el ejemplo más claro de ello. Podemos cometería un error de fondo si ahora fuera él quien se viera obligado a jugar en el terreno de otro, el de Ciudadanos, él de las promesas insulsas. Al contrario, hoy más que nunca, hay que insistir en la necesidad de unir la regeneración democrática con un cambio en las políticas económicas, en ligar la critica al sistema bipartidista y a la corrupción con la defensa de un plan de rescate ciudadano anti-austeridad. Este es precisamente el telón de aquiles de Ciudadanos. ¿Ciudadanos parará los desahucios? ¿Y las privatizaciones? ¿Rescatará a los bancos? Este es el tipo de cuestiones con las que el partido de Rivera debería ser interpelado, para mostrar negro sobre blanco que sus propuestas son más de lo mismo. Ahí se mueve mal. Ahí se mueve bien Podemos. Si algun aspirante a “casta” hay en la política española este es Albert Rivera, cuyo cambio tranquilo consiste en poco más que colocarse a sí mismo y a los suyos en el lugar que han detentado en exclusiva PP y PSOE durante décadas.

No se trata por supuesto de renunciar a sacudir la agenda política con temas transversales y poco encasillables, ni dejarse etiquetar como los portadores del cambio “extremista” como intenta hacer Rivera. Ni permitir ser empujado hacia la cuneta del debate político. Al contrario, el reto para Podemos es seguir marcando la agenda política colocando propuestas y temas encima de la mesa que resalten su singularidad y su credibilidad como agente portador de un cambio democrático y social. Querer “ser como ellos” ha sido un mal histórico de cualquier movimiento emancipatorio. Mostrar que siendo diferentes se puede ser más eficaz, mejor, pertinente y solvente es el desafio de quienes pretenden cambiar el mundo de base.

La batalla por la centralidad es, visto así, la pelea por desplazar el centro de gravedad en torno al cual giran las alianzas y las relaciones sociales e institucionales y la contienda política en un sentido favorable a los de abajo (¡imposible concebir la hegemonía siguiendo a Gramsci sin entenderla como una articulación en torno a relaciones de clase!). En definitiva, la batalla por controlar la palanca alrededor de la cual pivotan los engranajes político-sociales. Difícil, sin duda, la conquista de la centralidad deseada, cuando no se confunde con adaptaciones programáticas y discursivas, abre inexploradas puertas que permiten acercar lo posible a lo necesario.

Profesor de sociología de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB)

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