Unidad popular, más allá de una estrategia electoral

Martes 26 de mayo de 2015, por Redacción Web

David G. Marcos

El grito mudo que lanzamos hace cuatro años en las plazas se convirtió el domingo en un rugido histórico que arañaba con fuerza el terreno electoral. Como un rayo, la revolución democrática tendrá dos componentes fundamentales: el relámpago social y el trueno político. Ése rayo no será tal sin el trueno y el relámpago. Las candidaturas de unidad popular que irrumpieron el pasado 24 de mayo supieron combinar estas dos piezas del cambio. Supieron insertarse a la perfección en el ciclo político actual, naturalizando una forma plebeya y plural de hacer política frente a las maneras impostadas de quien pretende vencer a su adversario limitándose a imitar sus movimientos. Acertaron, de nuevo, construyendo espacios de participación cercanos, deliberativos y vinculantes, en los que la gente ha podido desbordar lógicas encorsetadas e ineficientes. El ejército de Pancho Villa frente a la máquina de guerra electoral. En lo discursivo, trataron a la ciudadanía como mayor de edad, clave para que ésta se comportara como tal. Pusieron el acento en la pobreza, la desigualdad y la precariedad, superando/complementando el exclusivo discurso contra la corrupción. Hablaron de lealtades incompatibles entre los diferentes proyectos políticos que se ponían sobre la mesa.

En definitiva, el impacto de las candidaturas de unidad popular ha salvado, con creces, el balance subjetivo de unas elecciones que venían atravesadas por multitud de interrogantes. Quienes renunciaron a la batalla municipal para preservar el prestigio de una marca insuficiente, hoy se aferran a los buenos resultados como propios. Sirva esto para seguir avanzando, sin medallas ni juicios, recopilando experiencias para la inteligencia colectiva. La irrupción de estas nuevas experiencias ha precipitado un martillazo más en el cincel con que seguimos abriendo las grietas del régimen.

Pero como siempre, la fotografía de estos resultados forma parte de una secuencia mucho más amplia. Alegría contenida de haber desalojado al PP de algún que otro feudo. Miradas de reojo a un PSOE que se aleja de la pasokización, volviendo al gatopardo. Cautela frente al recambio de Ciudadanos, que no satisface las encuestas pero servirá de muleta para la recomposición. Elementos que cristalizan en la fragmentación de unos arcos parlamentarios que retiran su cheque en blanco a los partidos de la corrupción y el paro, pero nos sitúa sobre las arenas movedizas de un espacio tramposo y hostil. En este escenario, se nos plantean cuatro objetivos fundamentales en el trabajo institucional. El primero, claro está, es tratar de conseguir victorias para la gente. Hacer todo lo posible por mejorar las condiciones de vida de quienes sufren la crisis. En segundo lugar, adoptar una actitud propositiva que obligue al PSOE y a Ciudadanos a posicionarse: con los privilegiados o con la gente de abajo. El tercer objetivo pasa por establecer vacunas frente la burocratización, basadas en la limitación de los privilegios inherentes a las instituciones y en la auto-organización de la ciudadanía para controlar férreamente a sus representantes. No habrá cambio si hay adaptación. Por último, resultará imprescindible experimentar y visibilizar los límites de las instituciones. Los Parlamentos y los Ayuntamientos no son espacios neutrales, sino que levantan paredes y límites en la política, beneficiando a los intereses de los privilegiados. Debemos disolver esas paredes y desbordar esos límites. Debemos ampliar la experiencia de la unidad popular, porque su dinámica es la única que facilita esta construcción complementaria para generar contrapoder y avanzar en la disputa hegemónica, más allá del terreno electoral.

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