Catalunya: terremoto en común

Jueves 28 de mayo de 2015, por Mar

Josep Maria Antentas

Profesor de sociología de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) @jmantentas

A la espera de la próximas elecciones al Parlament, las municipales de este 24 de mayo han certificado la profunda transformación que el sistema de partidos catalán ha experimentado desde 2012, a golpe de un deshielo acelerado de las lealtades tradicionales y de la emergencia de nuevas referencias entre los jóvenes que ya nunca tuvieron las antiguas. Sin duda, lo más interesante es el éxito de las candidaturas de confluencia que, ya fuera pivotando entorno a Podem, la CUP o, en el caso de Barcelona entorno a Ada Colau y su equipo, han hecho estallar el panorama político local y, con ello, sacuden al conjunto del mapa político catalán en vísperas de unas decisivas elecciones el 27S que Artur Mas quisiera no tener que afrontar y que tras el 9N pospuso tanto como pudo.

El balance de las confluencias y de las nuevas candidaturas muestra el enorme potencial de la situación y deja tras de sí éxitos notables, con Barcelona a la cabeza. No hay que olvidar, sin embargo, que los intereses de aparato, y algún “sectarismo en común”, han dejado pasar oportunidades en muchas localidades o sólo ha permitido aprovecharlas a medias. Algo a tener presente a la hora de enfilar los decisivos meses que están por venir y en los que amplitud de miras y ambición estratégica deberían regir los movimientos de todos los actores que luchan por otro modelo de sociedad. Como brújula para orientarse, una ecuación a solventar reluce con brillo propio: unidad (o confluencia) y vocación de ruptura. La cual, a su vez, tiene un reverso en negativo a ahuyentar: sectarismo y mentalidad de gestión institucional rutinaria. Cada una de las dos partes de la ecuación (y de su antitética) se conjugan por separado, pero sin una síntesis entre ambas cualquier estrategia queda coja.

La victoria de Barcelona en Comú ha puesto negro sobre blanco la gran verdad oculta de la política catalana: la debilidad histórica de CiU, su poco apoyo social y la vulnerabilidad de su ranqueante hegemonía, a pesar de su repunte electoral tras el 9N, de la capacidad antólogica de Artur Mas El Superviviente de huir hacia adelante en permanencia, y de su habilidad por dejar en parte la amenaza de ERC atrás. No sólo se jugaba el 24M el futuro de Xavier Trias, también el del President.

A las fuerzas populares catalanas (al igual que en el resto del Estado) les aparece un doble reto estratégico: gobernar en clave de ruptura Barcelona y las otras plazas conquistadas y, al mismo tiempo, articular una mayoría alternativa en el conjunto del país. Ambas cosas están interelacionadas. Atrincherarse en el municipalismo rupturista y despreocuparse del ámbito nacional sería un error que a la larga debilita el potencial transformador desde lo local y, al revés, pensar como derrotar a Mas sin tener en cuenta las nuevas realidades locales de confluencia, sería privarse de potentes palancas enraizadas en el territorio que permiten ir “hacia arriba” con más fuerza que nunca. Seamos francos: estamos en territorio desconocido. Transitamos por donde siempre soñamos hacerlo aunque tardamos en creerlo posible. Hay que dar por descontado patinazos y tropezones. Habrá más de uno y de dos. No son un problema si a pesar de todo nos mantenemos de pie, en la carretera y sin perder el rumbo.

El terremoto barcelonés, apoyándose en otros éxitos locales, puede tener su réplica a escala catalana. No copiando mecánicamente modelos, sino inspirándose en sus objetivos y buscando las fórmulas apropiadas. Tras el 24M hay encima de la mesa un desafío tan complejo como quizá irrepetible, tan urgente como histórico: articular una alternativa a Artur Mas, que dinamite definitivamente el moribundo sistema de partidos en beneficio de los de abajo y cambie todas las coordenadas del debate político. Dos ejes estratégicos deben guiarlo: un programa contra la austeridad y la apertura de un proceso constituyente. Ambos suficientemente importantes para desencallar confluencias y no dejar escapar la ocasión, ambos suficientemente flexibles para acomodar a identidades diversas.

Las fuerzas populares catalanas están atravesadas por una doble contradicción que es necesaria afrontar: la tensión entre una cultura de ruptura y una cultura institucionalista, y el posicionamento ante el proceso independentista. Su no resolución da oxígeno en permanencia a un Artur Mas que parece gobernar más por la imposibilidad de los demás en construir una alternativa que por su propia capacidad para refundar su espacio político y articular un nuevo instrumento (el “partido del President”) que garantice una nueva hegemonía duradera a la derecha catalanista tal y como lo hizo CiU, ya amortizada, durante dos décadas. Caben múltiples posibilidades, diversas combinaciones, muchas propuestas, para avanzar y deshacer las obstrucciones existentes. Pero, o bien se intenta articular un amplio bloque (con Podem, ICV, CUP…) como propone el Procés Constituent de Teresa Forcades y Arcadi Oliveres, o bien se trabaja con la idea de dos bloques políticos diferenciados: uno, mayoritario, en la estela de Barcelona en Común, de la que la candidatura de Albano Dante a las primarias de Podemos puede ser el embrión para ir mucho más allá y articular las confluencias necesarias; y el otro, alrededor de la CUP. Entonces buscar una colaboración post-electoral aparece como un reto imponderable.

Dentro del campo independentista la situación se confirma como particularmente fluida. Pocas fotos fijas hay ahí. Artur Mas parecía en 2014 ahogado por una ERC que le adelantó en la europeas del 25M del pasado año y que se dibujaba como la nueva fuerza hegemoníca de centroizquierda, jugando a la ruptura en lo nacional y a la continuidad en lo social. El 9N marcó un punto de inflexión, en la que ERC quedó descolocada y Mas empezó a recuperar terreno, capitalizando el éxito de la consulta. Una remontada que, sin embargo, no contradice el declive histórico de CiU y no elimina la necesidad de refundar y ampliar su espacio político a través de la fallida lista unitaria. Otro fenómeno despuntó tras la Consulta: el ascenso de la CUP, convertida en actor relevante para la gestión del 9N, y propulsada política y mediáticamente por falsos amigos interesados en utlizarla ya fuera por intentar (sin éxito) frenar a Podem y Ada Colau, ya fuera por pretender (con éxito en lugares como Barcelona) desgastar a ERC por la izquierda. El resultado es que ERC, a pesar de consolidar un importante espacio político este pasado domingo donde sacó muy notables resultados, ve como su pretensión de disputarle el liderazgo al President ha perdido fuelle. El ascenso de la CUP es una positiva noticia que fortalece a las fuerzas rupturistas y, si bien a corto plazo sirve para debilitar a ERC y quitarle a Mas su único competidor en el campo soberanista, a la larga sólo va a hacer aumentar la inestabilidad del proceso soberanista y dejar a Mas en un callejón sin salida, ya que difícilmente podrá encabezar una mayoría parlamentaria post 27S que dependa de la CUP. Ésta, sin embargo, tendrá que sortear un posible escenario muy difícil al que le empuja toda la escenificación del proceso independentista en la que quedó parcialmente atrapada en la senda hacia el 9N, y en el que todos sus falsos amigos pueden convertirse en mortales adversarios: qué hacer ante la investidura de Mas si este gana las elecciones y si la mayoría parlamentaria depende de la CUP.

La victoria de Ada Colau desmonta los pilares del relato político oficial construido en Catalunya, todos los intentos de analizar la política catalana de forma plana y sin relieve a partir exclusivamente del proceso independentista, sin ver que éste se sobrepone, de forma contradictoria y no acompasada, con el 15M y su legado de Mareas de todo tipo. Hay muchos malestares en Catalunya, muchas expresiones políticas de ellos, muchas contradicciones a solventar. Catalunya no se puede leer en una sola dimensión. En su cartografía política se cruzan la social y la nacional, y ambas están recorridas por un anhelo democrático que puede ser su nexo en común.

¿Afecta la victoria de Ada al proceso independentista? Esta es la gran cuestión que atormenta a políticos y comentaristas estos días. La pregunta, en el fondo, es bastante terrorífica: ¿por qué un proceso independentista que dice hacerse para tener un país mejor debería verse contrariado por la victoria en Barcelona de una candidatura no independentista pero favorable al derecho a decidir, con una cabeza de lista que votó sí-sí, y que encarna un proyecto de justicia social? En realidad, la propia pregunta muestra los defectos de fábrica del proceso independentista y sus límites estratégicos y políticos: la ausencia de contenido social explícito que acompañe la reivindicación de independencia, la priorización etapista de ésta última respecto todo lo demás, y la asunción acrítica de liderazgo político de Mas.

Una doble lección estratégica se plantea para el proceso abierto el 11S de 2012 y, fundamentalmente, para todos sus componentes salvo CiU: ampliar su base social incoporando al mismo un plan de urgencia social contra la crisis y una propuesta de proceso constituyente popular detallada que abra la puerta a una verdadera discusión sobre el modelo de país. Las menciones genéricas a la justicia social que cada vez más la Asamblea Nacional Catalana (ANC) va asociando a su mensaje se evaporan en la nada si no se concretan en un programa explícito social de mínimos para el proceso de transición nacional que según su hoja de ruta debería abrirse el 27S, y si no implican desmarques claros de la política económica de Mas.

El 24M dibuja una situación abierta, donde el final de la partida puede guardar sorpresas para todos y depara, sin duda, giros inesperados y golpes de efecto imprevistos. El ascenso de las candidaturas rupturistas de confluencia augura un escenario de fragilidad del sistema de partidos, resquebrajado por brechas crecientes de las que sólo pueden salir oportunidades para el cambio desde abajo. La victoria de Barcelona en Comú permite a quienes se oponen a la Catalunya de Mas pasar a la ofensiva en este tramo final del agónico camino hasta las elecciones al Parlament del 27S. No perder la iniciativa política y culminar lo que empezó este domingo. Esta es la cuestión. Para ello una cosa se antoja necesaria. Conseguir que Artur Mas deje de aparecer como el hombre imprescindible, como el único que tiene un relato creíble, y aparezca como lo que es: uno de los principales obstáculos para una Catalunya soberana desde todos los puntos de vista en qué pueda interpretarse en serio dicha palabra.

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