Tariq Alí y el trotskismo. A propósito de una entrevista con Pablo

Jueves 11 de junio de 2015, por Jesús

Pepe Gutiérrez Álvarez

No me suelo perder las entrevistas de “Otra vuelta a la Tuerka”, y la de Tariq tenía para mí un interés añadido. Digámoslo de entrada, a mí de mayor me gustaría ser como él, políglota, desenvuelto, un tipo que conoce muchas de las grandes batallas de nuestro tiempo porque, no solamente estuvo allí, es que además conoce in person a los primeros actores. Tariq es capaz de convertir una referencia a Malcom X o a Ernest Laclau a un momento revelador coincidente con la ocasión en la que él pudo charlar con ellos. Como lo pudo hacer en plena guerra del Vietnam con el mismísimo Henry Kissinger, un genocida de primera que, pro cierto, cuenta con muy buena prensa Me bebí de un trago sus Años de lucha en calle (Foca, Madrid, 2008), donde cuenta sus aventuras en Bolivia echando una mano a Regis Debray, su papel como uno de los “secretarios” de Bertrand Russell en aquel Tribunal que marcó uno de los grandes momentos de la conciencia humana. Además, de testigo e historiador capaz de obras como El choque de los fundamentalismos: cruzadas, yihads y modernidad (Alianza editorial, 2004), Bush en Babilonia: la recolonización de Iraq (Alianza editorial, 2005), Tariq es un fino novelista y por sí faltaba algo, es también cineasta, documentalista codo con codo con Oliver Stone, amén de uno de os hombres de la New Left Review, la revisa más apreciada por Pablo al que –nadie es perfecto- le faltó tiempo para preguntar a su invitado sobre su sátira del trotskismo… Tengo que decir que en este retrato falta algo y es la filiación central del personaje, al que, todo hay que decirlo, no siempre le acompaña la modestia. De las memorias citadas se desprende que esta filiación tiene como fundamente la trilogía sobre Trotsky de Isaac Deutscher al que citó en la entrevista como su primer libro favorito, una línea que sigue con Ernest Mandel, Daniel Bensaïd, Robin Blackburn y Perry Anderson, un hilo que nos lleva a la constatación de que los dos primeros representaron la base primordial de una revista abierta que, eso sí, partía de lo que Daniel llamaba “un cierto trotskismo” cobre el que lectores y lectoras encontrarán una buena reflexión en el epílogo de Miguel Romero al libro Trotskismos, del propio Bensaïd al que, por seguir con el juego de las conexiones, cabría decir que Tariq estimaba como el otro Daniel del mayo francés, junto con Cohn Bendit quien durante aquellos días se erigió como portavoz de los indignados de las barricadas sin mediar tan siquiera una asamblea, algo que ningún ácrata encontró sospechoso porque los personalismos parecen buenos cuando son de los nuestros. Este es un hilo que me podía llevar al papel de Pablo en Podemos, pero sería demasiado hilo y mejor dejarlo aquí. En ningún momento ni entrevistador entrevistado subrayan esta filiación que no habría hecho maldita la falta si no fuese porque Pablo le inquirió sobre su sátira del trotskismo, consiguiendo el extraño efecto de ofrecer un retrato en verdad esperpéntico. Esto sin precisar que Tariq militó durante aquellos “años de lucha en calle”, y sin cuya influencia quizás no habría gozado de ese robusto internacionalismo del que puede hacer gala. Pablo trató de matizar hablando del heroísmo y de otros atributos nobles, y situó lo de sátira en un punto que ya en boca de Tariq parecía materia propia de La historia de Mayta, de Mario Vargas Llosa. No conozco la obra Remdeption, que no ha sido vertida al castellano aunque en inglés se puede encontrar en una edición en pdf. Tariq se refirió a ella con alborozo y cita la anécdota que por la misma época en que caía Ceaucescu murió uno de los líderes del trotskismo británico, y que en su sepelio hubo una pelea entre las dos ramas de su fracción. Luego citó un diálogo según el cual, allá por 1990, los dirigentes de las diversas fracciones trotskistas se reúnen para sacar la conclusión de que habían fracasado, al tiempo que apuestan por hacer “entrismo” en las grandes religiones del mundo para concluir que algunos maoístas habían hecho algo parecido con el mahometismo y citó ejemplos. El libro no hizo maldita la gracia, pareció que Tariq había dado una volta face, algo que muy propio del momento, y desde luego no aparece citado en ninguna de las bibliografías sobre la cuestión. No hay que decir que el problema no es la sátira. Todos sabemos las mismas que Pablo, aquello de que los trotskistas no se podían reunir porque acababan fraccionándose, por no hablar de algunas de las piruetas galácticas de J. Posadas a las que me he referido en un algún artículo de la serie “Historias de la Cuarta” (Kaosenlared). Aunque no lo dijo, Tariq se refería al SLL (Socialist Labour League) liderado por Gerry Healy que llegó a tener una influencia significada en Inglaterra y sobre el que ofrezco algunos trazos en un lejano artículo sobre Ken Loach y el trotskismo (anticapitalistas.org/spip.php?article28680). De todo lo cual se deduce que, aunque en “La Tuerka” se olvido a hacerlo para reírse sus gracias, Tariq es perfectamente sabedor que media un abismo entre la mayoría (el SU, al que perteneció Tariq), y las diversas fracciones con las que algunos se refugian de las complejidades y las contradicciones una historia que cambia cada día y que se sienten seguros de sí mismo cultivando un “programa” que fue escrito en 1938 y del que se erigen como guardianes. En sus conversaciones con Breton, Trotsky hizo un elogio de las sátiras como una prueba de la capacidad crítica de una revolución que, sí se reía de sí misma, no era una revolución seria. Pero dicho esto, también existe el derecho de criticar sátiro, sobre todo sí solamente emplea la brocha gorda y no se ríe también de sí mismo. Claro, que esto no fue más que una anécdota en entrevista que dio mucho de sí y en lq que Tariq vertió una buen número de opiniones de valor, sobre todo las referidas a Syriza y a Podemos con las que, en líneas generales, domina la admiración y el acuerdo.

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