6D: ¿Nueva transición o procesos constituyentes?

Brais Fernández y Jaime Pastor
Miembros de Anticapitalistas

Fuente: Publico.es

Este 6 de diciembre toca recordar otro aniversario de la Constitución del 78. Este día todo el establishment participa en una gran ceremonia religiosa (cambiando a los sacerdotes por parlamentarios) en honor a ese documento tan sagrado como manoseado, al que todos aluden y todos dicen defender, carta sagrada que funda la política oficial. Pero este año es diferente: por muchas razones, flota en el ambiente la idea de una reforma constitucional. ¿Cómo es que un texto que hasta ahora jugaba el papel de limitar los debates públicos ahora está en discusión? ¿Cómo es que los que hasta ahora la consideraban inviolable (excepto para poner el pago de la deuda por delante de los servicios públicos) se plantean modificarla?

Existe en este ambiente el reconocimiento implícito de la tan cacareada crisis de régimen. Traducido: las legitimidades que otrora fundaban la convivencia en España están rotas, ya nadie se las cree y por lo tanto, son cada vez más inútiles. Recuerdan mucho a los gritos: si alguien se pasa el día gritando, ya nadie hará caso a sus gritos. Toca, pues, renovar el mandato para poder seguir haciendo lo de siempre.

Crisis de las clases dominantes

Este contexto de “crisis por arriba”, de percepción por parte de las clases dominantes de que no pueden continuar gobernando como antes, es también un contexto de oportunidad para los de abajo. Esta crisis no surge simplemente de su incapacidad para generar ideología (es decir, mecanismos para reproducir el orden social) sino también de dos cuestiones que consideramos fundamentales. Una, que podríamos denominar económica: el estallido por los aires del sistema de acumulación financiarizado español en 2008, que destruyó el modelo de integración material de las clases subalternas en el régimen. Otra causa que podríamos llamar política: el 15M, un movimiento que trasciende la reivindicación concreta e impugna a la totalidad del sistema, a pesar de sus límites a la hora de construir una alternativa superadora.

Estos dos factores son importantes porque siguen presentes. La crisis no se ha ido, sino que es el punto de partida para a través de políticas austeritarias retroceder décadas en derechos, normalizando la precariedad y agudizando las tasas de explotación a los trabajadores. EL 15M se ha convertido en el deconstructivismo que Jacques Derrida llamaba un espectro: parece que ha muerto pero sigue ahí, amenazante, sufriendo mutaciones parciales, entre la posibilidad de revivir y la lucha por no desaparecer del todo. La reforma constitucional o la nueva transición trata de responder a estas dos cuestiones; por otro lado, son los dos factores sobre los cuales nos podemos apoyar para trazar una estrategia constituyente.

Factores del fracaso tras el régimen del 78

Porque está claro que es el momento de hacer balances. Pongamos el foco en los tres factores, más allá de la retórica, de los fracasos más “constitutivos” del régimen del 78:

-El bienestar de las clases subalternas y el desarrollo de un modelo económico que prometía ser igualitario: las tasas de paro más altas de Europa, inmigración juvenil, devaluación salarial, inseguridad laboral, ataques a los servicios públicos y vaciamiento de los derechos sociales. Una nueva transición, es decir, la reconstitución del régimen a través del pacto entre partidos sin tocar las relaciones económicas fundaría su legitimidad sobre la normalización de esta situación. Se trata por lo tanto de plantear que no basta con cuestionar como está repartido el poder político sino también lo que parece que no se puede discutir: la enorme acumulación de riqueza de los de arriba frente a la creciente desigualdad social, en el marco de una austeridad ordoliberal, impuesta en la eurozona, que también habrá que impugnar. En ese objetivo básico de toda democracia, no tenemos nada de lo que felicitarnos.

-La relación entre política y sociedad: la corrupción es el síntoma de que el régimen del 78 está fundado sobre la aparición de una élite parasitaria y burocrática, vinculada a los poderes económicos, que ha expropiado el ejercicio de la política a la ciudadanía. La transición significó precisamente eso: los despachos, los acuerdos entre politicastros, la liquidación a cambio de migajas de los movimientos que acecharon al franquismo en nombre de la “correlación de fuerzas”: ¿queremos “nuevas caras” o refundar la política.

-La cuestión territorial: aunque ahora parece olvidarse, uno de los elementos centrales de la estabilidad del régimen del 78 eran los pactos entre las élites catalanas y vascas con las españolas, una fórmula eficaz para que las primeras conservaran sus privilegios y las segundas pudieran gobernar manteniendo la “unidad de España”. En esto también el régimen se ha mostrado incapaz y autoritario, pues la política por arriba entra en crisis cuando el factor popular irrumpe en escena. ¿Una nueva transición para reconstruir el pacto entre las élites o procesos constituyentes para que los pueblos puedan decidir?

La propuesta de procesos constituyentes trata de abrir un debate ciudadano en donde se pueda decidir sobre todo. Es una propuesta sencilla, consistente en elegir asambleas constituyentes reconocidas por todos los actores para elaborar un nuevo orden institucional, pero que obviamente se enfrenta a dificultades estratégicas. Esta es una de las cuestiones donde las decisiones tomadas en una u otra dirección influyen decisivamente.

Con ello no queremos garantizar nada sino, más bien, recordar aquella frase de Gramsci que decía que “se puede prever la lucha, pero no el resultado”. Ahora que parece que se impone la visión fatalista, hegeliana, propia de lo peor del marxismo teleológico, de que la relación de fuerzas es muy desfavorable y de que si hay una reforma constitucional las fuerzas del cambio (léase Podemos) tienen que estar ahí, porque los procesos constituyentes son una buena idea pero irrealizable, es el momento de reflexionar por qué ha llegado a ser supuestamente “irrealizable”.

Toda la política de Podemos desde Vistalegre ha llevado a generar esta correlación de debilidades: a partir de entonces ya no se fueron planteando las elecciones generales en clave constituyente, ya que esto habría requerido la apuesta por un movimiento popular amplio, coaliciones sociales y aperturas como las que se produjeron en las candidaturas municipalistas. Había dos vías estratégicas y se impuso la que ha acabado conduciendo a plantear las elecciones del 20D como un reparto de poder entre los nuevos y viejos partidos, una reforma pasiva presentada como lo único posible. Pero no lo es y las posibilidades están lejos de cerrarse porque los factores decisivos de la crisis de régimen están lejos de haber desaparecido.

La segunda se relaciona con la primera: abrir un proceso constituyente pero no como acto estético, como un ejercicio jurídico, sino para ganarlo, como una vía democrática para transformar radicalmente la sociedad. Recordemos que las Constituciones solo son un trozo de papel, por muy formalmente democráticas que sean y no deben ser sacralizadas, sobre todo cuando, como en el caso español, no han sido obra de un nuevo poder constituyente.

La clave es precisamente que el proceso constituyente sea un proceso de auto-organización, que genere instituciones que cuestionen las existentes y sobre todo, contrapoderes sociales que permitan que el proceso no quede en meras declaraciones de intenciones. No hay más que ver los problemas a los que se están enfrentando las candidaturas municipalistas para comprobar los límites que imponen las instituciones incluso a las fuerzas políticas con voluntad transformadora.

Ahora que se pone de moda cierto revival que utiliza palabras como responsabilidad de Estado o nueva transición sería importante recordar que las conquistas de aquellos años las alcanzó un movimiento obrero fuerte, organizado, que confluía con otros como el vecinal o el juvenil. ¡Parece que fueron la habilidad de Felipe Gonzalez (el mismo que legalizó las ETTs) y la generosidad de ese pseudo-galán de telenovela que fue Suárez los que nos regalaron los derechos que hoy nos arrebatan!

La Constitución trató contener esa relación de fuerzas mientras los gobiernos encargados de aplicarla iniciaban una contraofensiva de largo aliento, encarnada en la conversión del PSOE en una agencia neoliberal: la desindustrialización, la plaga de la heroína en los barrios, los GAL.. La reforma constitucional o la nueva transición puede acabar siendo el intento de matar al espectro de la ruptura democrática que abrió el 15M.

Lección del pasado

Pero veremos quién mata a quien. Explicaba Fernando Claudín, refiriéndose a Santiago Carrillo, que el Secretario General del Partido Comunista se acabó creyendo su papel de gran hombre de Estado y brillante estratega con su política de apoyo a la Constitución y a la transición pactada desde arriba. Claudín (aunque también él acabaría resignándose a ese consenso de la Transición) recuerda irónicamente como al final el único que perdió fue Carrillo y la izquierda, porque cuando aquéllas se consumaron, las fuerzas vivas que habían sostenido al PCE y a Carrillo perdieron su razón para existir.

No olvidemos esa lección: las renuncias llevan a la auto-liquidación. Reabrir el horizonte, ir a por todas el 20D para que el desorden entre las élites suponga más oportunidades para los de abajo. Nosotros no renunciamos a nada; que renuncien ellos.