De cuando Eisenhower abrazó a Franco (y Kissinger a Juan Carlos de Borbón)

Pepe Gutiérrez

La visita de nuestro joven monarca a Obama con todas sus secuelas publicitarias de las declaraciones de este sobre una España “fuerte y unida” (siempre que no perturbe el Imperio), nos retrotrae a algunos a aquellos tiempos, concretamente al 21 de diciembre de 1959, el día del encuentro entre el presidente Eisenhower a la España franquista, una visita cuya trascendencia histórica para la dictadura era obvia: después de quedar como el hermano pobre del Eje, el régimen era reconocido por la primera potencia mundial cuya mayor preocupación era la “guerra contra el comunismo”, una cruzada en la que el “Movimiento” se postulaba como una adelantado. El rostro raramente radiante del amargo Caudillo mientras se exhibía en aquel coche descapotable por las calles de Madrid al lado del líder del "mundo libre", más el afectuoso abrazo que este militar republicano tan poco parecido a los que defendieron Madrid, fueron una ostentosa prueba de que a nuestro dictador, malo para su pueblo pero bueno para Occidente, significaba nada más y nada menos que la integración dentro del sistema diplomático, militar e incluso económico de Occidente. El abrazo a “su hijo de puta” de turno por parte de Eisenhower, fue todo un símbolo del cambio en la suerte de Franco: el ostracismo y el oprobio de 1945 habían dado paso, en 1959, al abrazo. Los que luchaban en el “Maquis”, los que soñaban con volver siguiendo el hilo de los rumores sobre un golpe de Estado monárquico –que no obtuvo el apoyo esperado-, hizo creer a los “jóvenes cachorros” del régimen que nada ni nadie iba a detener su marcha triunfal.

Pero la vida tiene sorpresas. De alguna manera, este giro fue como una espada de doble filo para “la espada más limpia de Occidente” (según Petain), ya que marcó a la vez el final de un proceso y el inicio de otro difícilmente controlable, de resiliencia por parte de las masas trabajadoras y de los estudiantes. Se acabó el malogrado modelo autárquico y se dio a abierta a otro marcado por un desarrollo, cristalizado en el Plan de Estabilización que conllevó de hecho un cambio estructural, en poco tiempo el país cambió de fisonomía. Para estupor de los exiliados que regresaban, el país conoció un crecimiento económico sin precedentes. Los años sesenta y principios de los setenta fueron de transformación radical de la sociedad, la cultura, de la mentalidad estrecha y provinciana dominantes.

Las libertades fueron conquistas logradas día a día, rincón tras rincón. Después de llegar al servicio militar con las orejas calientes de mis mayores sobre que me iban a dar de bofetadas, resultó que la única de la que fui testigo (en 1972) provocó que todos los soldados del cuartel iniciamos una huelga de rancho que acabó cuando de alguna manera el capitán chulo pidió algo parecido a unas disculpa. La biblioteca del cuartel ocupada por obras inocuas en su mayoría, se llenó de autores que hacía dos días habían estado prohibido. Se leía el Triunfo, Cambio 16 e incluso Cuadernos para el Diálogo que era mensual. La dictadura fue entrando en contradicción con la evolución de importantes sectores sociales que había sido sus puntos de apoyos. Así lo entendimos cuando nos enteramos que en la Navarra carlista estaba en crisis y que las huelgas en Landaben estaban eran duras y muy bien organizadas.

El abrazo del “amigo americano” culminó un prolongado proceso de integración internacional de la dictadura. A la conclusión de la Segunda Guerra Mundial, Franco se había quedado aislado, no sólo por la derrota del Eje sino por la condena de las Naciones Unidas de su "régimen fascista" lo que motivó aquellas manifestaciones “espontáneas” en las que se gritaba “Sí ellos tienen la ONU, nosotros tenemos DOS”.

El apoyo made in USA también facilitó el ingreso de España en la Organización Mundial de Salud, la UNESCO y la OIT, y al fin, en 1955, nada menos que en las Naciones Unidas. Además, la crisis mortal del sistema autárquico a finales de 1950 obligó a Franco a adoptar una nueva política económica, poco después de haberse incorporado al Fondo Mundial Internacional, el Banco Mundial y la Organización para la Cooperación Económica Europea y en todos aquellos tinglados en los que no se hacían preguntas, al menos no hasta que la situación de la dictadura comenzó a hacerse preocupante. Fue entonces cuando el padre del actual monarca supo que uno de sus cometidos más importantes era visitar en Washington a señores como Kissinger, un marxista al revés o sea alguien que aplicaba los del análisis concreto de la realidad concreta en función de lo más importante del mundo: los intereses del Imperio. En su defensa no dudaron en utilizar las “lecciones de Franco” para su Escuela de Panamá. Desde este punto de vista, Pinochet y Videla fueron discípulos y admiradores del Caudillo.

Semejante viraje económico tuvo un impacto vertiginoso sobre España. Únicamente en 15 años la piel del toro dio el salto de una economía agrícola a una industrial, con una tasa de crecimiento real del 7%, sólo superada por Japón. España había ingresado en el Primer Mundo y en el exclusivo club de los países con una renta por habitante superior a los 2.000 dólares, aunque a su manera o sea con unos grados de desigualdad que habría parecido ofensivos en otros países de economía avanzada. Los ingentes movimientos de dinero, bienes y personas de aquellos años dieron lugar a la aparición y difusión de nuevas aspiraciones, ideas y valores, a la expansión de ideales democráticos desde abajo que se oponían a la dictadura y al orden existente en la hora del 68. La emigración masiva, tanto interior como exterior, transformó la sociedad en términos de clase, mentalidad y valores, en autoestima como se aprecia en Los santos inocentes (1981), ya no soportaban ni de lejos las humillaciones y las condiciones que habían aceptado sus padres.

La llegada de más de 30 millones de extranjeros en 1975 situó a España más cerca de la Europa occidental en el sentido material, social y cultural, turistas que no eran millonarios excéntricos o estrellas de cine como Ava Gardner u Orson Welles, sino alemanes, suecos y franceses que eran trabajadores cualificados que se beneficiaban de algo que se llamaba “Estado del Bienestar”, un concepto que aquí sonaba a chino ya que el Estado había estado siempre allí para maltratar a los de abajo. Al mejorar el nivel de vida, la miseria e injusticia social extremas del primer franquismo quedaron en buena medida exorcizadas, como se evidenció en el asombroso aumento del consumismo. En 1960, sólo un 4% de los hogares tenían coche y un 1% televisión, pero en 1975 las cifras habían subido a un 40% y un 85% respectivamente. La sociedad española se aproximaba, a pasos de gigante, al "estilo de vida occidental".

Fue en este marco expansivo en el que se concretaron los pactos de la Transición, pactos en los que la geopolítica y el peso del gran terror franquista tuvieron una trascendencia de primer orden. En principio se aceptó todo porque, finalmente, podríamos entrar en la Europa social, un horizonte mucho más atractivo que el “socialismo” de los países del Este que hacían aguas por todas partes. Sin embargo, cuando cogimos el tren europeo este comenzaba a viajar hacia otra dirección. Al horizonte al que hemos llegado en el que la “competitividad” y el espectáculo se erigieron como valores dominantes. Ahora estamos ya en otra estación. Por lo tanto lo de la España “unida y fuerte” se cae cuando se aprende que está más endeudada que nunca. Su majestad fue a encontrar consuelo y apoyo al mismo lugar que iba su padre, la consecuencia los diarios subrayan las advertencias contra la independencia en Cataluña, contra cualquier política que no sea la de la sumisión. Señalan lo “mal vista” que está el derecho a decidir, pero cabe recordar que poco antes de que Nelson Mandela ganara sus primeras elecciones estaba clasificado como “peligroso terrorista” por Washington.

Que nadie se equivoque, las democracias occidentales que apoyaron a Franco contra la república jamás aplaudirán nada que sea a favor de los de abajo, sólo faltaría que el rey viajara a Washington para quedarse.