Grasmci según Fiori (o según Rita Barberá)

Pepe Gutiérrez

Quizás lo más lamentable del escupitajo que la insigne Rita Barberá, una señora de rancia estirpe franquista y uno de los florones de la “Cosa Nostra” ultracapitalista, no ha sido su ignora e insultante referencia de Antonio Gramsci al que confunde no ya con Maquiavelo sino con lo que este describía sobre la infecta moral de los señores de su época, un “cagarro” que hay suscitado  la reacción merecida. Que viene a demostrar lo poco que se sabe sobre Gramsci…al menos nos cabe el consuelo pensar que sí algo así hubiese tenido en el tardo franquismo, cabe imaginar los argumentos que habían encontrado revistas como Triunfo o Cuadernos para el Diálogo, por no hablar de revistas satíricas del tipo de Hermano Lobo o Por favor.

Por entonces ya se había traducido entre nosotros su biografía más reputada, Vida de un revolucionario, escrita por Giuseppe Fiori editada por la editorial Península en una traducción de Jordi Solé Tura, ahora oportunamente reeditada por Capitán Swing que suele darnos una alegría cada vez que publica. Una obra que puede servir para conocer uno de los intelectuales marxistas más auténticos de la historia del marxismo, de un “cerebro” al que Mussolini trató de neutralizar en sus mazmorras. Quizás la pena adelantar algunos trazos de una lectura que bien podría ser introductoria a otras de nuestro Francisco Fernández Buey, sin duda el principal conocedor y editor del marxista Antonio Gramsci (Ales, Cerdeña, 22 de enero de 1891 - Roma, 27 de abril de 1937), vino al mundo en la empobrecida isla de Cerdeña en una familia de clase media baja. Gramsci obtuvo una beca en 1911 para la Universidad de Turin.

Allí se vio influido por la obra del filósofo idealista italiano Benedetto Croce. Impresionado por el potente movimiento obrero de Turín, Antonio se adhirió al Partido Socialista Italiano (PSI) en 1913 y empezó a escribir en periódicos socialistas. Su experiencia de una cultura rural atrasada y en una ciudad industrial influyó en sus ideas sobre que cualquier revolución socialista en Italia requería una perspectiva nacional-popular y una alianza entre la clase obrera y el campesinado. La necesidad de la clase obrera de ir más allá de sus intereses corporativos, y el papel político de la cultura y la ideología, se convertirían en una constante de su obra. Gramsci saludó la el Octubre ruso como algo que  invalidaba cualquier fragmento de El Capital que pudiese sugerir que la revolución había de esperar al pleno desarrollo de las fuerzas capitalistas de producción (— fuerzas y relaciones de producción), y como un ejemplo de un cambio social llevado a cabo por las masas más que por la élite. Una transformación socialista de la sociedad se definía en toda su obra como la expansión del control democrático desde abajo.

Junto con otros camaradas, Gramsci ayudó en 1919 a fundar una nueva revista semanal socialista en Turín, Ordine Nuovo, con el fin de trasladar las lecciones de la Revolución rusa al contexto italiano, y siendo portavoz de un rápido desarrollo del movimiento de los consejos de fábrica (-» consejos). Influido por la idea de Sorel de que la esfera productiva podía proporcionar la base para una nueva civilización, Gramsci escribió que los consejos de las fábricas ayudaban a unir a la clase obrera y permitían a los trabajadores comprender su lugar en el sistema productivo y social, desarrollando las habilidades requeridas para crear una nueva sociedad y un nuevo tipo de Estado; es un período en el que la burguesía ya no podría garantizar por más tiempo el desarrollo de las fuerzas de producción. La única forma de destruir la vieja sociedad y mantener el poder de la clase obrera era empezar a construir un nuevo orden. Así, las raíces del concepto de hegemonía de Gramsci  se encuentra en este periodo.

El contexto de las nuevas instituciones de la clase obrera era la decadencia del papel del empresario individual, la inversión progresiva de los bancos y el Estado, y la crisis de la democracia liberal, como resultado de este cambio en las relaciones entre las esferas política, económica y social. La ofensiva de la “contrarrevolución preventiva”, del fascismo en 1920-1921 llevó a Gramsci a analizar su asentamiento en secciones desafectas de la pequeña burguesía que eran utilizadas como instrumentos por los terratenientes, por parte de la burguesía industrial y por elementos de la maquinaria estatal. El fascismo —escribió— podría proporcionar una nueva base de unidad para el Estado italiano, y predijo un golpe de Estado, aunque su tendencia era sobreestimar la fragilidad del nuevo régimen.

En enero de 1921, Antonioo es uno de los fundadores del flamante Partito Comunista italiano (PCI), hasta 1924 trabaja para el Komintern en Moscú y Viena junto con Victor Serge y Georgy Lukács, en medio de los debates sobre la política que debería seguirse en la Construcción del socialismo en la URSS, y sobre las relaciones de los socialistas y los  nuevos partidos comunistas en todo el mundo. Elegido al Parlamento italiano en 1924, volvió a Italia, donde asumió la dirección del partido y se comprometió en la lucha por transformar el PCI, de un grupo sectario en sus primeros años, en un partido arraigado en el movimiento de masas. Gramsci fue detenido en noviembre de 1926 y  Sentenciado a más de veinte años. El Apunto de partida para sus estudios en la prisión fue, como él mismo escribió, el examen de la función política de los intelectuales. Trabajando en varios diarios y diferentes temas al mismo tiempo, sujeto a la censura de la prisión y a la azarosa disponibilidad de recursos, Gramsci completó treinta y cuatro diarios. Una simple nota combina frecuentemente varios conceptos y se enclava en un debate particular o una referencia histórica; hay diferentes versiones de muchos de ellos, por lo que no es posible ninguna descripción cronológica o unilineal de sus ideas en los Cuadernos de la cárcel.

Desde sus prisiones, Gramsci analizó la unificación de Italia, en particular el papel de los intelectuales italianos y la forma en que la nueva nación-Estado era un resultado de la “revolución pasiva”, en la que las masas del campesinado daban, como mucho, un consentimiento pasivo al nuevo orden político. Divide a los intelectuales en intelectuales orgánicos, a los que necesita cualquier nueva clase progresista para organizar un nuevo orden social, e intelectuales tradicionales, con una tradición que se remonta a períodos históricos primitivos. Define a los intelectuales de una forma suficientemente amplia como para incluir a todos aquellos que tienen “una función organizativa en sentido amplio”. Señala que todos los seres humanos tienen unas capacidades racionales o intelectuales, aunque en aquel momento sólo algunos tenían una función intelectual en la sociedad.

Los intelectuales organizan la red de creencias y relaciones institucionales y sociales que Gramsci denomina como «hegemonía». Así, redefine el Estado como fuerza más consentimiento, o hegemonía acorazada de coerción, en el que la sociedad política organiza la fuerza, y la sociedad civil proporciona su consentimiento. Gramsci usa la palabra Estado» de diversas formas: en un sentido estricto legal-constitucional, como una balanza entre sociedad política y civil, o como englobando ambas. No obstante, algunos autores critican su suave visión del Estado, que acentúa el elemento del consentimiento, mientras que otros destacan que Gramsci está intentando analizar el moderno Estado intervencionista, en el que la línea divisoria entre sociedad política y civil se va borrando progresivamente. Gramsci señala que la naturaleza del poder político en los países capitalistas avanzados, donde la sociedad civil incluye instituciones complejas y organizaciones de masas, determina la única estrategia capaz de socavar el orden actual y llevar a una victoria definitiva en la transformación socialista: una guerra de posiciones o guerra de trincheras, ya que la guerra de movimientos o ataques frontales, que salió victoriosa en las diversísimas circunstancias de la Rusia zarista, sólo es una táctica particular. Influido por Maquiavelo, Gramsci argumenta que el moderno Principe —el partido revolucionario— es el organismo que permitirá a la clase obrera crear una nueva sociedad, ayudando a aquélla a desarrollar a sus intelectuales orgánicos y una hegemonía alternativa. La crisis política, social y económica del capitalismo puede, sin embargo, resultar de una reorganización de la hegemonía  mediante varios tipos de revolución pasiva, para asegurarse contra la amenaza de un control político y económico por parte de la clase obrera, previniendo al mismo tiempo el desarrollo continuo de las fuerzas de producción. Gramsci incluye en esta categoría el fascismo, los diferentes tipos de reformismo, y la introducción en Europa de la administración empresarial científica y la producción de líneas de montaje.

En lo que respecta a sus ideas sobre los intelectuales, Gramsci sugiere que, mientras los filósofos profesionales desarrollan la técnica del pensamiento abstracto, todos los seres humanos se comprometen en una práctica filosófica cuando interpretan el mundo, aunque a menudo sea de una forma no sistemática y acrítica. La filosofía se convierte, en frase de Marx, en una «fuerza material» con efectos sobre el «sentido común» de una época. Un sistema filosófico ha de ser situado en una perspectiva histórica, en el sentido de que no puede criticarse simplemente en un nivel abstracto, sino que ha de ser relacionado con otras ideologías cuyas variadas fuerzas sociales ayuda a generar.  En calidad de filosofía de la praxis, el marxismo puede ayudar a las masas a convertirse en protagonistas de la historia desde el momento en que cada vez hay más gente que adquiere una técnica especializada crítica e intelectual y una visión coherente del mundo. Gramsci ataca dos posiciones, influyentes en su época, que reforzaron la pasividad y resignación reflejadas en la frase debemos ser filosóficos respecto a ello: el idealismo de Croce y lo que consideraba una interpretación simplista y mecánica del marxismo por parte de Bujarin. Este mismo planteamiento resuena en la visión crítica que tiene Gramsci de la literatura, el folklore y la relación con la cultura popular y la elevada y oficial, que ha de ser analizada desde el punto de vista de cómo los intelectuales como grupo se relacionan con las masas y el desarrollo de una cultura popular nacional. Después de años de penurias y de mala salud, Gramsci murió en 1937, a causa de una hemorragia cerebral, un hecho que fue reseñado emotivamente desde la prensa del POUM así como por Camillo Berneri en un obituario memorable para estar escrito por un anarquista.

Ulteriormente se desarrollaron numerosas discusiones, en tanto que sus obras empezaron a publicarse tras la Segunda Guerra Mundial, sí bien poco se supo de muchos de sus posicionamientos adversos a la línea oficial del PCI controlada por un Palmiro Togliatti estalinista, y no ha fue hasta las investigaciones de Fiori que se supo que había rechazado la política de “socialfascismo”, es más, que sus propuestas eran coincidentes con las planteadas por la oposición llamada “trotskista” (Alfonso Leonetti, Ignacio Silone, etc) Entre las cuestiones planteadas está la de si las dimensiones cruciales de su pensamiento son italianas o internacionales, la relación de sus ideas con las de Lenin, la conexión entre los diferentes períodos de su obra, y su relación con el PCI mientras estaba en prisión, así como con el desarrollo de la URSS. Las interpretaciones más recientes apuntan a una teoría embrionaria del socialismo y hacia una contribución a un examen crítico de la experiencia de las llamadas “democracias populares”. Su dudosa influencia sobre el PCI después de la Segunda Guerra Mundial, así como la relación de sus ideas con el olvidado eurocomunismo, han sido igualmente temas de debate. Actualmente, Gramsci es uno de los autores clásicos más leídos y estudiados. El problema es que lo sigue siendo por parte de una pequeña elite.

Que las mayorías pueden ignorar palabras como las de Rita Barberá o como las de Luis María Anson para el que Gramsci ha derrotado a Lenin en la estrategia de la lucha revolucionaria a largo plazo. El asalto al Estado por la vía de la violencia guerrillera todavía se utiliza para algunas naciones de menor rango. Pero, en general, la subversión del orden social de Occidente se ha organizado ya sobre la conquista de las superestructuras del poder, la cátedra, el libro, el cine, el teatro, la prensa, la radio, la televisión, la música, los ateneos, las salas de arte, los círculos intelectuales. El mundo de la educación, el de la cultura, el de la información, constituyen los objetivos preferentes de las fuerzas subversivas. Y asombra la inteligencia y la eficacia con que han actuado. La guerra de la información está planteada globalmente, tanto en Europa como en America, y se extiende desde la cátedra hasta el tebeo. No existe una sola parcela del mundo de la comunicación que no haya sufrido la infiltración subversíva, sujeta a un plan minuciosamente elaborado. ( La quinta pluma, el País, 18-05-1991)

Esto lo escribía un flamante Premio Príncipe de Asturias y se refería a una situación en que sucedía justamente al revés: eran las multinacionales las que se habían apoderado de los medios de comunicación para utilizarlos como habrían hechos los señores a los que se refería Maquiavelo. Señores como Rita Barberá y el propio Anson.