Ron, nueva miseria y sindicalismo estudiantil.

Víctor Valdés

Hace algunos años, mi generación, la que entró en la universidad coincidiendo con la irrupción del 15M y las acampadas, nos encontramos en ese 2011 con los militantes más rezagadas de la lucha contra la aplicación del Plan Bolonia, compañeras que no paraban de repetirnos una profecía que con el tiempo se ha convertido en real: “Con Bolonia no tendréis tiempo para hacer política, ni siquiera para pasar tiempo en la cafetería de la facultad”. Tenían tanta razón que asustaba. Daba miedo imaginar una vida universitaria donde la falta de tiempo era la motivación principal del abandono de muchas y muchos de la vida política.

El objetivo de la aplicación del sistema de créditos de Bolonia, el llamado European Credit Transfer System vino acompañado de una adaptación de los planes de estudio a las exigencias de empresas y un mercado de trabajo cada vez más dual, donde la temporalidad -de los contratos- y la precariedad -de los trabajos- se convirtieron en norma. Así mismo, la delgada línea entre el tiempo de estudio y el tiempo de trabajo necesario para sostener el ‘derecho al estudio’, se difuminaba fracturando las barreras y asimilando las técnicas de explotación del trabajo intelectual. A día de hoy, cuando el peso económico de los estudiantes universitarios roza el 25% para la universidad, decenas de miles de estudiantes son expulsados directa o indirectamente por no poder asumir los elevados costes y el recorte en becas permite la imposición de los préstamos bancarios (generando una incipiente deuda estudiantil), parece que lo normal es que marcas de ron financien el welfare de las estudiantes.

Ronfunding” (así se denomina la iniciativa), trascurre entre el artefacto de marketing y la mercantilización de las formas de cooperación más básicas. En la web de Ron Ritual se expone claramente (http://www.movimientoritual.com/ronfunding/inicio) el sentido de la campaña: mejorar positivamente el entorno en cuatro grandes bloques como la “universidad”, la “ciudad”, la “cultura” y la “tecnología” a partir de donaciones al crowdfunding y consumo de esta bebida, en el que se desarrollará una selección de proyectos que, en el caso universitario, se concretan en la extensión de las taquillas en las facultades o las becas con financiación colectiva para estudiar psicología. Que esta iniciativa haya realizado 63 proyectos y haya devuelto 136.854€ es, por decirlo crudamente, un éxito del chantaje de los tiempos en la universidad-empresa y del fracaso de los repertorios más compartidos del sindicalismo estudiantil.

Y es que cuando el estudiantado desplaza su actividad política y se desorienta ante los profundos cambios de la aparentemente inmutable vida universitaria, un agente con más capacidad de inserción en los comportamientos, las costumbres y los gustos de las estudiantes ocupa su lugar. No es éste un ejercicio de política-ficción, es la descripción de un relato sobre el papel del estudiantado organizado en las universidades públicas. Pero debemos ser tajantes: el foco político ahora ya no está en las aulas, ha tomado por asalto las plazas y es efecto de un desplazamiento y una derrota del movimiento estudiantil. Un movimiento estudiantil que, en unas condiciones tremendamente negativas para la actividad política, ha resistido manteniendo la “posse” relativa al tejido construido durante años de movilización, pero equivocado en sus planteamientos y sus dispositivos de acción en su fase post2013, esto es: el sindicalismo estudiantil ha resultado ser una práctica tremendamente equivocada a la luz de tensión existente las meritorias conquistas (pago fraccionado o B1 gratuito) y el repliegue propio empujado por las circunstancias materiales y el efecto de un profundo reordenamiento de las prioridades políticas.

En este sentido, la imposición de un modelo anglosajón cada día resuena con más fuerza en la universidad española, y sin embargo, el movimiento estudiantil continúa sin readaptarse al nuevo clima: no ponemos en discusión que las facultades sean espacios de conflicto, al contrario, cuestionamos que tengamos que asumir el espacio universitario como único (y por tanto preponderante) lugar de organización colectiva. Es más, si algo hay que cuestionar es el “factor subjetivo”, nuestra poca finura para recomponer un interfaz político e ideológico que nos permita romper con el sindicalismo estudiantil como práctica inerte -sin desmerecer su eficacia en algunos aspectos- y con el falso debate de intervención política del precariado juvenil. En términos sintéticos: la clave no es escapar de la universidad, es trascender la universidad llegando a la ciudad y reconectando los movimientos e iniciativas políticas que puedan, como decíamos arriba, construir instrumentos que aborden los desafíos que están por llegar, como por ejemplo, el estallido de deuda estudiantil o el cierre de los planes de estudio.

De esta manera, es más necesario que nunca interrogarse sobre una “absurda” y “superada” discusión que algunos activistas pudimos presenciar, asombrados por la ligereza en el trato de la cuestión, en el Encuentro estudiantil contra el 3+2 en Madrid (marzo de 2015) en el que se debatía sobre ‘microondas en facultades’ como base para asaltar el orden establecido y avanzar hacia el socialismo real. Efectivamente, en un momento donde las contradicciones sociales se expresan en el seno de la universidad, es necesario un sindicalismo de nuevo cuño que recupere derechos en los campus pero que no estorbe al proceso de transformación al que asistimos.

Sólo desde la creación de un programa constituyente de la universidad pública y común a la que aspiramos, es posible conectar las experiencias metropolitanas al tiempo que experimentamos con modelos de conflicto adaptable y eficaz. Sindicalismo para recuperar el derecho a estudiar, movimiento para ganar.

* militante de Anticapitalistas y miembro de Podemos.