En defensa de Teresa Forcades y de la Revolución social

Domingo 11 de agosto de 2013, por Mar

Antonio Liz

Me he quedado de piedra cuando he visto un artículo atacando visceralmente a Teresa Forcades por sus opiniones médicas y por su condición de monja. De sus opiniones médicas ni pio porque sé tanto de medicina como nada, aunque conozco a la perfección la metodología de las multinacionales farmacéuticas, que son las de cualquier multinacional de cualquier sector: hacer negocio sin pararse en tonterías éticas, humanitarias.

Como marxista, como comunista, su condición de monja me hace ver lo que dice con simpatía. Una mujer que vive en un monasterio y que es capaz de defender el aborto y el feminismo me parece absolutamente meritorio. Si a esto le añadimos que ataca ferozmente el capitalismo y que defiende el anarquismo terrenal de forma angelical no puedo menos que aplaudirla con cariño.

Las ideas generales que defiende Teresa están bien, salen de alguien que las siente como verdad y eso es lo importante a nivel individual. Yo no critico a monjas como Teresa, las aplaudo. Me parece una conquista que en un medio tan absolutamente reaccionario como la Iglesia salga una voz díscola más. Hace ya muchos años que veo con cariñosa simpatía a los teólogos de la liberación. Es normal, querer remozar una institución que sigue teniendo influencia alienante en tantos millones de personas no es un ejercicio menor. Es más, aún tengo en el recuerdo el asesinato de seis jesuitas en El Salvador por ponerse del lado de los “pobres”. No fueron charlatanes, pagaron con su vida sus cristianas ideas.

Mi madre, el gran amor de mi vida, era una religiosa nada beata que rezaba por mi. Jamás tuve un liguero roce con mi madre, su fe se sustentaba en el amor y en la honradez. Ni una deslealtad, ni una mentira. Esto, y otras cosas, lo mamé –literalmente- de Ella.

Uno de mis mayores maestros, Lenin, decía que sólo las buenas ideas no bastan. Efectivamente, hay que saber cómo llevarlas a la práctica. En política esto quiere decir que hay que saber qué clase social está objetivamente interesada en el cambio, sabiendo que lo subjetivo es un paso posterior. En la sociedad de Lenin y en la nuestra esa clase sólo puede ser la clase trabajadora. Sólo de ella puede salir el gobierno y la fuerza social que ejecute y sostenga la socialización de la economía, de la política, de la cultura, de la sanidad, de la defensa, de la igualdad de sexos, del cuidado del entorno natural. Lenin afirmaba que “es imposible imaginarse nada mejor que el esfuerzo creador de todo el pueblo” y que por ello “es necesario que los obreros conscientes tomen el asunto en sus manos”. Todo ello sin andar por las nubes porque no se olvidaba de recordarle a la clase obrera que “un buen comunista es al mismo tiempo un buen chekista”.

Teresa y los teólogos de la liberación no marcan el camino político de la clase trabajadora pero son de los nuestros, tienen buen corazón.

Madrid, 09, julio, 2013

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