Actores

Jueves 5 de septiembre de 2013, por Mar

Antonio Crespo Massieu ǀ Viento Sur

Dónde nace el misterio del teatro? ¿Desde que oscuro fondo atraviesa los siglos? Cómo es posible que nos llegue idéntico el temblor y la interpelación nacida en un tiempo tan lejano cuando unas máscaras amplificaban la voz y desnudaban, desde la ficción, las certezas y las mentiras de los humanos. Hoy, como cuando nació en Grecia, el teatro sigue siendo el espejo en el que nos vemos. Y los actores, las actrices, aquellos que lo encarnan son quienes nos obligan a mirarnos en él y reconocernos. Ellos, ellas, montan el gran tinglado de la farsa, el áspero escenario de la tragedia, y gracias a ellos podemos vernos y, con frecuencia, espantarnos del mundo en que vivimos: el que hemos consentido o el que no hemos sido capaces de cambiar. Son ellos los actores, los cómicos, las actrices, los que nos emplazan ante nuestra responsabilidad. Suben al escenario, arriesgan el cuerpo y la palabra, se exponen. Ya no se les niega el entierro en sagrado ni se les considera al margen de la sociedad… pero no nos engañemos; si bien con un carácter más laico los ritos del desprecio siguen en vigor: se les insulta, se les difama (sobre todo cuando su compromiso, como sucedió en la inolvidable entrega de los Goya del No a la guerra, se extiende más allá de los escenarios), se les ignora… y se asfixia económicamente el teatro, para ello están las socorridas y todopoderosas leyes del mercado. En esa estamos, en esas está el gobierno del PP, ahogar, matar, impedir la subsistencia del teatro y de la cultura.

Pero los actores están aquí. La gente de teatro sigue en pie. Ningún recorte, ningún IVA miserable va a acabar con el fulgor de la palabra hecha cuerpo. Ellos, ellas, resisten.

Un hombre sólo, un actor, se sube a un escenario casi desnudo: apenas una mesa de trabajo, un flexo y una maleta llena de libros. Y este actor empieza a hablar. Y lo que nos dice es lo que ha aprendido en los libros: la miseria de la historia reciente de este país. Y sus propias claudicaciones. La ficción se hace verdad sobre el escenario: es una noche de verano, en la que el frescor mitiga el calor del día, tal como suele suceder en las noches de La Granja. Y nos cuenta la historia de alguien (y han sido tantos) que ha estado ciego a las mentiras y los olvidos, las traiciones, sobre las que se ha construido la democracia nacida en la Transición. Pues en esta obra hay mucho de amargura, una mirada autocrítica, una mordacidad a veces dolorosa. Este actor que está sólo en el escenario nos hace reír, pero también nos quiebra la sonrisa cuando se mira hacia dentro. Hay aquí una lección de historia, o mejor dicho de contrahistoria, la que le han revelado los libros que va sacando de la maleta o el pequeño ordenador que consulta. Hay también humor y una rabia contenida que nos dice, por si alguien aún no se había dado cuenta, que esto que sucede en el escenario (que es lo que ha pasado y está pasando en nuestro país) es algo muy serio. Alberto San Juan, así se llama el actor, domina todos los registros, lee, improvisa, olvida el texto o nos dice que lo ha olvidado (“pausas dramáticas” o sólo desmemoria… nunca lo sabremos) habla con el público, llama por móvil a una amiga y nos hace intervenir en la conversación… mantiene un admirable y largo monólogo que él ha llamado Autorretrato de un joven capitalista español. Reímos mucho con él pero este autorretrato es cruel hasta el extremo. Alguien se pregunta desde un escenario como es posible que hayamos llegado a donde estamos, cómo tanta ceguera, tanto consentimiento, tanto aceptar lo que nunca debería de haber sido aceptado. Hace falta coraje y sentido de la dignidad. La que nos mostró en la Granja, Segovia, Alberto San Juan: un actor que nunca ha abdicado de ellas. Alguien que se sigue subiendo a un escenario. Alguien que sigue resistiendo: un actor.

Cambiamos de escenario. También por la noche pero esta vez hace calor, estamos en un salón abarrotado por más de 40 personas. No hay tarima, tan sólo el suelo de la sala, apenas decorado, unos lienzos de tela blanca y lo poco que llevan los actores consigo: unas pesadas mochilas. Se hace el silencio. Y de pronto, de nuevo, como siempre, la magia del teatro se hace palabra y cuerpo en tres actores. Empezamos a vivir una historia, contada hace ya más de medio siglo pero que es la historia de una explotación que se pierde más allá de los siglos: “vamos a contaros la historia de un viaje, lo emprenden un explotador y dos explotados”. Se representa La excepción y la regla de Bertolt Brecht por el grupo Germinal. Tres actores que están empezando, en algún caso todavía estudiantes de Arte Dramático. Hay en ellos la misma pasión por la verdad, el mismo empeño, ese dejarse la piel y la respiración en lo que están haciendo, la misma fe en este milagro laico y siempre repetido del teatro que mostraba Alberto San Juan. Han hecho un Brecth lleno de profesionalidad, de rigor, de vida. Las preguntas sobre la explotación han resonado en este espacio con una fuerza similar a las que han tenido en tantas otras representaciones. El porteador, Juan José Bastidas Moro, ha sudado, ha callado, ha soportado humillaciones; el guía, Pedro Granero, se ha rebelado primero sorda y luego más abiertamente; el comerciante, Jorge Ruipérez, ha desplegado toda la retórica de los explotadores. Tres magníficas interpretaciones. Ha sido un Brecht muy físico, lleno de sudor, tensión, dolor contenido, con un ritmo dramático casi perfecto, con las pausas precisas para acentuar el dramatismo, con un momento donde este viaje por el sufrimiento que hemos sentido (hemos palpado físicamente, hemos transpirado) alcanza su punto máximo: el asesinato del porteador. Entonces suena el disparo, el movimiento se detiene, su cabeza queda extendida hacia atrás, todo el cuerpo arqueado. Foto fija, cámara detenida, instante en que la muerte del inocente llena el espacio; luego el cuerpo cae, golpea el suelo, el cadáver queda tendido. Y la obra continúa con la escena del juicio, quizá la única en la que la necesaria reducción de los personajes de la obra original se hace sentir y desequilibra algo el montaje. Se produce la absolución del culpable, las palabras finales. La reflexión de Brecht nos alcanza: “Que nada se llame natural en esta época de confusión sangrienta, de desorden ordenado, de planificado capricho”. Luego se hace el silencio. Y estallan los aplausos. Exhaustos, vencidos por el esfuerzo, felices, tres jóvenes actores saludan al público. Han estrenado, han representado a Brecht. Atrás quedan las horas de estudio, las discusiones, el visionado de muchos otros montajes anteriores, las horas de ensayo, los momentos de desfallecimiento. El grupo Germinal, nacido en 2012, ha estrenado su primera obra. Han salido al escenario, han congelado el tiempo, hemos vivido con ellos las penalidades del viaje, la lucidez de la mirada. Ahora sonríen. Son tres actores que empiezan. Y seguirán en este empeño entretejido de sueños colectivos, esfuerzo, lucidez y esperanza nunca del todo desfallecida que llamamos teatro.

Este actor veterano, ya con una larga y reconocida trayectoria que es Alberto San Juan y estos tres jóvenes del grupo Germinal que dirigen, montan y representan su primera obra están haciendo lo mismo: resistir, inventar, imaginar, desnudar las mentiras del poder, hacernos reír, llorar, reflexionar. Son actores. Como lo son los del grupo Turlitava que representaron su Marx en Lavapiés al día siguiente. Y con ellos se hizo presente la memoria de Álvaro Tejero: otro actor, otro cómico, otro loco herido por el escenario y los sueños colectivos que quiso estar con nosotros en la Granja.

Y para terminar conviene decir que todo esto, al igual que lecturas de poemas con la sala abarrotada o las historias narradas por la voz de Vicente García Magaz ante un auditorio suspenso y pendiente de su palabra, sucedió en la IV Universidad de Verano de Izquierda Anticapitalista que tuvo lugar este agosto en La Granja, Segovia. Sólo si sabemos escuchar estas voces que suben al escenario, si vivimos con ellos el tiempo suspendido de la representación teatral, si nos despojamos de verdades adquiridas y certezas para abrirnos a las preguntas que nacen de la escena será posible imaginar otro mundo. Donde la justicia, la verdad y la belleza no sean palabras vacías sino actos llenos de sentido. Como lo son en el teatro. Sea este mi pequeño homenaje a esas máscaras-personajes-personas que nos desvelan, a través de la ficción, nuestro auténtico rostro. Y a ese acto cívico, colectivo, imprescindible que es una representación teatral. El momento en que un actor, una actriz, sube al escenario y comienza a hablar. Entonces somos interpelados, tenemos que responder. Entonces comienza otra historia.

Por eso y, como decía Brecht, “para que nada pueda considerarse inmutable” seguirá existiendo el teatro. Y los actores, como Alberto San Juan, como el grupo Germinal o el grupo Turlitava, seguirán subiendo al escenario, seguirán incordiando al poder, diciendo las verdades al lucero del alba o de la noche. Seguirán resistiendo.

Antonio Crespo Massieu forma parte de la Redacción de VIENTO SUR. Es el responsable de la sección “Miradas”.

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